El análisis político es la herramienta fundamental de las ciencias sociales para comprender las situaciones políticas. En este texto se aborda el análisis en tanto que ejercicio de estudio cuyo objeto principal es el poder político entendido, no como objeto que un grupo o actor posee de manera estable y en propiedad, sino como una relación de disputa permanente, que está desigualmente distribuido y sujeto a contradicciones y tensiones constantes.
El análisis político es fundamental para estudiar los procesos y momentos políticos desde una perspectiva dinámica, necesaria para evitar caer en una mirada estrictamente ideológica, que nos hace ver los acontecimientos como fotografías fijas que representan la estabilidad. El análisis permite evitar la naturalización de las estructuras de poder existentes, contextualizándolas y asumiendo que son siempre temporales y contingentes, resultado de procesos anteriores de actores concretos, en forma de pacto que congela la correlación de fuerzas en de momento dado.
Diferentes corrientes han querido reducir la política a una simple esfera de gestión de lo público, entregando a los expertos el manejo de los asuntos administrativos. Una maniobra que quiere evitar todo el conflicto y que pretende que la democracia sea el consenso permanente, sin enfrentamientos “ideológicos”. El neoliberalismo se presenta cómo un proyecto que intenta despolitizar cada vez más espacios de la vida social, que intenta terminar con la historia y con la política. Esto es paradójico, porque esta pretensión, que podríamos llamar “postpolítica”(1), es totalmente política; el intento de despolitizar es una acción política concreta. Si, además, sumamos la reducción de opciones y el estrechamiento programático de las opciones políticas tradicionales, que cada vez plantean políticas más parecidas, es fácil entender que encontremos muchos casos en que los conflictos no hallen representación y solución institucional, y se acumulen progresivamente fuera del sistema.
Ésta acumulación de sectores excluidos ha modificado radicalmente el escenario político. El cierre del régimen y el bloqueo de los mecanismos de integración de las demandas, ha provocado un grado de descontento e impugnación al orden brutal, que abre un margen amplio de posibilidad para la acción política para intentar articular todo el descontento en forma de nueva identidad colectiva. Se abre un momento de posibilidad populista(2), de posibilidad contingente inscrito en la coyuntura determinada, de lograr establecer una hegemonía articulando los distintos sectores excluidos para crear una voluntad colectiva entre ellos, que intente presentar sus demandas como universales y que luche para establecer un proyecto de bien común u horizonte de avance de la sociedad.
Para poder pensar la política de ésta manera no debemos entender el análisis como un ejercicio de opinar sobre la coyuntura, actividad necesaria e imprescindible para debatir, pero que no sirve para explicar los procesos. Tampoco hay que centrarse en el estudio de los partidos políticos, de los procesos electorales ni de los datos numéricos. Si el análisis se cierra y sólo usa estos datos “institucionales” no explicará gran parte de los fenómenos. Es importante interpretar toda la suma de distintos elementos, que siempre se presentan desordenados y sin sentido, para poder interpretar la disputa por la significación simbólica y la apropiación de sentidos entre los distintos actores.
Existen distintas maneras de entender la actividad política; en este enfoque hablamos de la política como el conjunto de prácticas de institución de sentido, esto es, construcciones discursivas que pretenden dar un sentido determinado a los fenómenos. Para comprender la política de esta manera, tenemos que partir de que ningún hecho social cobra sentido por sí mismo, de forma natural y necesaria. Son las prácticas discursivas las que nombran y orientan el hecho para que cobre un sentido u otro, la política es la batalla entre actores que intentan hacer ésto a su favor.
Los agrupamientos, las identidades colectivas, siempre son resultado del sentido instituido. La política es una producción de identidades, de agrupar en torno intereses y proyectos compartidos, es decir, la creación de un “nosotros” que nos defina. Sabemos que lo más importante para construir un pueblo, y su sentido político, es definir su “antipueblo”. Las identificaciones necesitan tener un “afuera constitutivo”, toda identidad es relacional y la afirmación de la diferencia es condición de la existencia de la identidad propia. Tampoco este punto de partida puede tener una fundación última, sino partiríamos de presupuestos ontológicos que existen antes del discurso. Por tanto, la política siempre está atravesada por el conflicto, por la pugna entre distintos discursos que intentan constituir agregaciones colectivas, siempre en base al patrón amigo/enemigo(3). Las posiciones políticas y las voluntades colectivas se generan, entonces, por la delimitación de un sujeto colectivo con problemas e ilusiones compartidas, un “nosotros” definido por la existencia de un “ellos”.
Muchas tradiciones entienden que los hechos sociales y las posiciones políticas nos vienen dadas desde un momento anterior al proceso discursivo, por factores incontrolables que actúan con su propia lógica interna, así sea dialéctica, como la economía, la religión, la raza, etc. Si pensamos de esta manera eludimos las cuestiones centrales de un análisis: las cuestiones en torno a las que se producen alineamientos políticos en una sociedad. El análisis político deja de ser una herramienta que permita encontrar explicaciones acertadas de los escenarios políticos, siempre complejos e inestables. Con éste enfoque reducimos la política a un choque entre bandos contrapuestos ya dados, donde distintos grupos inmutables se encuentran y defienden sus intereses que, a su vez, también vienen dados. No vas a poder entender situaciones donde se exaltan las pasiones comunes y grandes masas toman parte en movilizaciones colectivas, como hemos visto y seguiremos viendo en Cataluña cada 11 de septiembre, día en que se reúne mucha gente con intereses distintos, con “ideologías” radicalmente opuesta, y se muestra unida con lazos sociales de dimensión afectiva, por pasiones compartidas(4). No vas a poder explicar cómo es posible que ocurran éste tipo de cosas y tendrás que recurrir a decir que la gente está manipulada y engañada por una superestructura burguesa que imprime falsa consciencia en el obrero, de tal manera que la política se convierte en un juego de engaños y traiciones constantes, y sólo la aristocracia comunista, la vanguardia obrera, conoce la verdad teológica que tendrá que desvelar a sus camaradas, en actos de agitación y propaganda.
El populismo y el discurso son capaces de recuperar una idea de comunidad, una necesidad de construir la comunidad en torno a una meta colectiva. (en nuestro ejemplo la libertad e independencia de Cataluña). Para que el análisis tenga sentido, en definitiva, tenemos que abandonar el esencialismo de entender que las posiciones y sentidos ya están dados, porqué el abanico de posibilidad de acción política se reduce mucho y solamente podrás entender la política como arte de desvelar una verdad, o como arte de gestionar y administrar lo público.
El concepto de hegemonía de Gramsci(5) es central para comprender la política desde el enfoque postmaterialista que aquí se aborda. Entendiendo la hegemonía no como la coerción o el dominio ejercido de unos sobre otros, sino como una relación de consenso, en el que un actor presenta sus intereses particulares como el interés global de avance de la comunidad, por encarnar la idea de bien común; el desarrollo de un grupo pasa a coincidir con en desarrollo general, de tal manera que éste grupo puede hablar en nombre de todos, poner las etiquetas y definir la legitimidad y los adversarios(6).
Otra noción importante es la “guerra de posiciones” que Gramsci reivindica como estrategia en los países occidentales(7), la guerra como función interna, el conflicto como corazón de la política. La guerra de posiciones como actividad de desarticulación-articulación de los bandos y cuestiones que ocupan la centralidad del tablero(8) . La disputa por generar los sentidos compartidos, las identidades políticas. Gramsci nos dice que un sector es hegemónico cuando encarna la “voluntad colectiva nacional-popular”, y pasa a tener la legitimidad de representar al conjunto de la sociedad.
En el centro de ésta teoría se encuentra el discurso, entender lo social cómo construcción y constitución discursiva, sin caer en el error idealista de que existe la posibilidad arbitraria de hacer lo que se quiera. Siempre se trata de una construcción contingente, inscrito en un escenario de coyuntura determinado. Sorel nos decía que lo central del marxismo no es su pretendido cientificismo, que es positivismo puro, sino su capacidad de construir la voluntad colectiva de un actor, la clase obrera. Es decir, Marx no descubre la existencia autónoma de la clase obrera gracias a su estudio científico del capital y de la historia, sino que, al decirlo, está constituyendo al proletariado como sujeto, o de la idea del carácter performativo del discurso. El discurso no se reduce solo a los textos o intervenciones orales, es el conjunto de todas las prácticas que construyen significado político a partir de unos determinados hechos sociales. La lucha discursiva es la lucha por resignificar los problemas políticos(9).
Los elementos fundamentales de la producción de sentido se podrían resumir en cuatro: Un “nosotros” que sufre un problema (los catalanes). Un “ellos” responsables del problema (el Estado español). Una propuesta o proyecto de solución alcanzable (independencia). Unos referentes y símbolos que movilicen a mucha gente a favor de los objetivos del “nosotros”, los significantes (simbólicos) vacíos(10) serán fundamentales para legitimar, interpelar y seducir al mayor número de sectores posibles. Ningún proceso de identificación colectiva podrá prescindir de ninguno de estos.
El discurso exitoso será el que se apropie de los significantes (continentes) y les atribuya su significado (contenido) particular, consiguiendo así capacidad de convocatoria y de universalidad. Significantes como “democracia”, “libertad”, “justicia”, “futuro”, “progreso” son algunos de los susceptibles de estar en disputa.
Todas estas herramientas conceptuales que hemos tratado son imprescindibles para pensar lo que ocurre en Cataluña. Al entender que las posiciones políticas no vienen dadas, y que existen constantes disputas para alinear mayorías entorno a una cuestión u otra, podemos entender que el auge del independentismo no se debe a la manipulación y demagogia. Tenemos que entender que nos encontramos en una situación de descomposición orgánica del régimen, donde todo el relato simbólico que sustenta el proyecto político de España desde la Transición se está disolviendo. Nos encontramos en un momento histórico de crisis de legitimidad en que las élites tradicionales y los anhelos compartidos ya no son útiles para seguir encarnando un proyecto de país que de esperanzas a una gran mayoría, se abre una ventana de acción, un momento populista.
En todo el conjunto del Estado Español hay una mayoría de la sociedad que está en profundo desacuerdo con la clase política tradicional, y sus reivindicaciones pueden ser articuladas entorno a un proyecto nuevo. En Cataluña, como en otros lugares, debido a la existencia de una posibilidad de relato nacional al que apelar, vemos como la solución populista de encarnar una idea-fuerza nacional-popular es la de independencia.
La comunidad no se constituye de una vez para siempre, sino que se reconfigura permanentemente, porqué las identidades dependen de la producción de sentido. Sabemos que siempre ha habido sectores en Cataluña abiertamente independentistas, pero ahora vemos que este sentimiento es mayoritario, no por una suerte de comedura de coco al pobre desgraciado que se deja engañar, sino porqué ahora mismo, en un momento donde las pistas que nos orientaban se han disuelto, el proyecto independentista es el que tiene más facilidad para producir sentido identificador y generar un bloque histórico con un vínculo compartido. El interés particular de un grupo se ha convertido en el interés universal de un gran sector, el independentismo es hegemónico, la independencia se presenta como significante vacío, como frontera u horizonte que por si misma nos trae la solución a todos los problemas. Vemos cómo la CUP dice que la cuestión nacional es inseparable de la cuestión social, y reivindica que la independencia tiene que significar un cambio de modelo, que no se trata simplemente de cambiar una bandera. Pero ésta intención no es mayoritaria, lo universal no es precisamente esta cuestión, ahora sólo se dice: la independencia nos solucionará todos los problemas, no nos peleemos ahora por esto. Me recuerda a ciertos partidos litúrgicos que, al hablarles sobre la cuestión de género o raza, te dicen qué son batallas inútiles y pequeñoburguesas, que cuando se construya la sociedad socialista todos los problemas desaparecerán.
Hemos hablado también de la importancia que tiene la existencia de un “afuera” para dar sentido a un “nosotros”, un enemigo como “otro constituyente” o de Espanya ens roba.
Otro elemento importante era la designación y apropiación de los significantes flotantes como forma de legitimar y simbolizar la encarnación de universal. Estos significantes están en lucha permanente, los distintos actores intentan determinar su contenido y significarlos en un sentido u otro. Es muy importante y esencial el hecho de nominar, nombrar la realidad es construirla, nombrar una reivindicación es apropiársela. Decir que la libertad es la Independencia, o que el futuro es abandonar España, o que democracia es autodeterminación, etc. Vemos cómo desde un sector se dice que democracia es derecho a decidir y desde otro democracia es respetar las reglas del juego y el estado de derecho. En Cataluña democracia tiene el primer significado, y en el resto de España, parece, que de momento tiene el otro. Es evidente que a quien Mas le interesa éste eje es a Artur y a Rajoy, que no tienen que lidiar con el eje social, ni con la corrupción.
NOTAS
- Término usado por diversos autores teóricos políticos como Chantal Mouffe en referencia al intento de anestesiar lo político.
- “La primavera política abierta por los movimientos occupy, las primaveras árabes y las experiencias populistas sureuropeas, está descongelando el orden tradicional de las cosas y abre una ventana de posibilidad para la reconquista y la radicalización de la democracia, de desmantelamiento de los consensos existentes y articulación de relatos y empresas nuevas.” Iago Moreno explica el proceso de irrupción del momento populista en su artículo Entender el momento populista.
- Carl Schmitt profundiza en éste tema y dice que “la distinción específica de la política a la que las acciones y motivos políticos pueden ser reducidos es aquella entre amigos y enemigos”.
- En Psicología de las masas y análisis del yo Freud ya señala el papel crucial de los lazos libidinales afectivos en los procesos de identificación colectiva, tanto que “la masa se mantiene cohesionada en virtud del poder de Eros”.
- Gramsci va más allá del concepto leninista de hegemonía y lo une al concepto de “bloc” de Sorel. Según Laclau “las prácticas hegemónicas son suturantes en la medida en que su campo de acción está determinado por la apertura de lo social, por el carácter finalmente no-fijo de todo significante” Esta falta originaria es precisamente lo que la hegemonía quiere llenar.
- Íñigo Errejón nos da tres claves para entender la hegemonía: la encarnación del universal por un particular, la capacidad de seducción y creación de consentimiento, y la construcción del terreno simbólico-discursivo en el que se libra la disputa.
- Occidente no hace referencia geográfica sino política. Hace referencia a las sociedades capitalistas avanzadas, que gozan de una sociedad civil desarrollada con importante peso de componentes superestructurales.
- La centralidad del tablero no es el medio entre la izquierda y la derecha, es la cuestión central sobre la que gira la disputa política. Quien tiene la capacidad de dirimir las fronteras y reordenar las posiciones parte con ventaja. El actor que podrá hacer esto es el hegemónico.
- Aquí sigo la reflexión de Focault acerca de la relación entre poder, saber y violencia: “Un principio de especifidad: no resolver el discurso en un juego de significaciones previas, no imaginarse que el mundo vuelve hacia nosotros una cara legible que no tendríamos más que descifrar; él no es cómplice de nuestro conocimiento; no hay providencia prediscursiva que le disponga a nuestro favor. Es necesario concebir el discurso como una violencia que hacemos a las cosas, en todo caso como una práctica que les imponemos; es en esta práctica donde los acontecimientos del discurso encuentran el principio de su regularidad”.
- Los significantes vacíos son, según Laclau, “significantes sin significado”. La presencia de los significantes vacíos es la condición misma de la hegemonía. Hegemonizar significa llenar éstos vacíos que generan la imposibilidad constitutiva de la sociedad. Es decir, “que los límites de la significación sólo pueden anunciarse a sí mismos como imposibilidad de realizar aquello que está en el interior de esos límites,si los límites pudieran significarse de modo directo ellos serían límites internos a la significación, ergo no serían límites en absoluto”.
Bibliografía
Wittgenstein,L. (1988): Investigaciones filosóficas, Crítica, México
Laclau, E y Mouffe, C. (1987): Hegemonía y estrategia socialista, Siglo XXI
Mouffe, C. (1999): El retorno de lo político, Paidós
Freud, S. (2010): Más allá del principio del placer, Psicología de las masas y análisis del yo y otras obras, Amorrortu
Errejón, I y Mouffe, C. (2015): Construir pueblo. Hegemonía y radicalización de la democracia, Icaria
Gramsci, A. (2000) Cuadernos de la cárcel, ERA
García Linera, A. (2015): Forma valor y forma comunidad
Alemán, J. (2013): Conjeturas sobre una izquierda lacaniana, Conferencia dictada en el Instituto del Campo Freudiano de Granada.