Por Luis Marbán
EL OCASO DEL NEOLIBERALISMO PROGRESISTA
“Esto no va de ganar, sino de construir poder para la gente trabajadora” decía Alexandria Ocasio-Cortez, la, hasta el pasado martes, candidata al Congreso por el distrito 14 de Nueva York en un acto de la campaña electoral. Miembro de los Democratic Socialist of America (DSA) y declarada abiertamente como socialista, a sus 29 años se ha convertido en la congresista más joven de la historia. Su victoria en las primarias en la noche del 26 de Junio frente Joseph Crowley, un peso pesado del aparato demócrata, resonó en todo Estados Unidos con reacciones de sorpresa y esperanza a partes iguales. Sin duda, algo se mueve en las bases del partido Demócrata, las hijas e hijos políticos de Bernie Sanders están apareciendo en escena y tomando la iniciativa.
Nacida en el Bronx, de origen puertorriqueño y de familia humilde, Ocasio-Cortez trabajaba de camarera en un bar de su barrio hasta pocas semanas antes del inicio de la campaña de las primarias. El Bronx no es un distrito cualquiera, es una de las zonas más diversas de toda la ciudad de Nueva York en donde predominan la precariedad laboral, la pobreza y, en definitiva, la incertidumbre. A muy poca gente de este distrito le interesa la política, creen que es algo que no va con ellos, que los representantes viven de su ejercicio del poder y que, tras las primarias donde piden ansiosamente su voto, pronto se olvidan de rendir cuentas a sus votantes y a la gente que les ha llevado a puestos de representación. El clima apolítico reina en las zonas empobrecidas, complemente olvidadas por una élite política con una agenda propia al servicio de intereses privados contrarios a los problemas y demandas de la sociedad. Esta brecha entre representantes y representados, entre el pueblo y las élites, se refleja en la escasa participación en procesos políticos electorales a lo largo y ancho del país. Bajo estas circunstancias, ¿cómo fue posible la victoria de una completa desconocida ante un candidato del aparato demócrata teniendo todo en contra? Remontémonos un tiempo atrás.
La victoria de Donald Trump en las presidenciales de noviembre de 2016 frente a Hillary Clinton no fue solo una prueba del ascenso de la Alt-right estadounidense sino también una derrota contundente de lo que Nancy Fraser denomina neoliberalismo progresista.
No obstante, la victoria de Trump no es solamente una revuelta contra las finanzas globales. Lo que sus votantes rechazaron no fue el neoliberalismo sin más, sino el neoliberalismo progresista. (…) En la forma que ha cobrado en los EEUU, el neoliberalismo progresista es una alianza de las corrientes principales de los nuevos movimientos sociales (feminismo, antirracismo, multiculturalismo y derechos de los LGBTQ), por un lado, y, por el otro, sectores de negocios de gama alta “simbólica” y sectores de servicios (Wall Street, Silicon Valley y Hollywood). En esta alianza, las fuerzas progresistas se han unido efectivamente con las fuerzas del capitalismo cognitivo, especialmente la financiarización.[1]
El neoliberalismo progresista se asocia con los intereses del establishment norteamericano, desde el sector financiero y las grandes multinacionales a los bancos y élites políticas, y los Clinton, tanto Bill como Hillary, y Obama han sido sus figuras más representativas. Sus políticas desregularon el sistema bancario y su entrega a los brazos de los grandes fondos de inversión y de las multinacionales aceleraron la desindustralización, trayendo consigo altas cifras de desempleo y pobreza en el Cinturon del Óxido. Durante la crisis los grandes empresarios han visto sus ganancias incrementadas mientras que las familias trabajadoras no han visto reflejadas en sus condiciones de vida ningún atisbo de la supuesta recuperación económica. El ocaso del neoliberalismo progresista representa el fin de una época y esto supone un cambio de paradigma en la situación política, económica y social de los Estados Unidos.
En este marco sucede la victoria de Alexandria Ocasio, una candidata que viene desde abajo y que rechaza el eje izquierda-derecha. La joven latina llevó a cabo una campaña de puerta a puerta, a través de un discurso que apela a mayorías y un programa político transformador. Todo se planificó en una pequeña oficina entre un grupo de activistas, la mayoría menores de 40 años, intentando focalizar la campaña en los sectores tradicionalmente menos movilizados: los jóvenes y los migrantes. Con los fondos para la campaña obtenidos a través de procesos de crowdfunding lograron hacer viral varios vídeos y diseñar material llamativo que se salía de los estándares. Mientras que su oponente representaba la burocracia demócrata, Ocasio-Cortez era vista como una outsider con un mensaje claro en favor de los de abajo. Ganó contra todo pronóstico y con muchos menos recursos. Apenas con la experiencia de haber participado en la campaña de Bernie Sanders como organizadora hace dos años, ha conseguido rodearse de un equipo creativo, Tandem, y un grupo de activistas de base lo suficientemente sólido para no solo ganar en unas primarias sino también lograr que otras candidaturas similares a la suya llegasen a dar el salto y para así dar la batalla en las midterm elections. Desde las plataformas Brand New Congress y Justice Democrats se consiguió aglutinar a toda una serie de candidaturas que abogan por la transformación del partido Democráta y el cambio político en los Estados Unidos.
Desde su victoria en junio, Alexandria Ocasio se ha convertido en una figura política de relevancia nacional. La proyección mediática le ha permitido hacer campaña en otros distritos y en otros estados atrayendo así el foco hacia las diferentes candidaturas alternativas que fueron surgiendo. Decía a principios de Julio: “tenemos un montón de primarias entre ahora y septiembre, y hay espacio para más sacudidas. A nivel estatal, estoy buscando campañas de primarias en la ciudad de Nueva York. Estoy muy entusiasmada con Julia Salazar, es increíble. A escala nacional, estoy muy entusiasmada con que Kaniela Ing compita en Hawaii. Estoy muy entusiasmada con gente como Brent Welder en Kansas. Brent puede ganar, y no solo puede ganar sus primarias, sino que también puede ganar en un distrito de rojo a azul con una visión progresista. Creo que eso es muy emocionante. Y Cori Bush, en Ferguson. (…) Estos son candidatos reales, son organizadores de abajo hacia arriba, y si nadie más quiere darles una plataforma, me encantará hacerlo. Creo que eso es todo. Sal, organiza. Esa es el objetivo de toda nuestra democracia”[2].
Decenas de artículos, reportajes y columnas de opinión han ido apareciendo en los últimos meses hablando de sus propuestas políticas. Los medios de comunicación conservadores han derrochado ríos de tinta intentado sacar contradicciones en su discurso y en su programa. Con calificativos como “radical”, “antisistema” o “comunista” la joven latina parece haberse convertido en la diana perfecta para los medios de la derecha que tienen como fin el señalar la deriva del partido Demócrata y su incapacidad para hacer oposición a Trump. Caricaturizar un proyecto político no parece ser una idea inteligente, pero es la estrategia que están siguiendo hasta ahora los medios conservadores cercanos a las posiciones del Tea Party. La realidad es que la creciente polarización en EEUU está generando una apertura para nuevas propuestas, antes minoritarias, que están sacudiendo el sentido común y tomando la iniciativa en la batalla de las ideas. Dos días después de su inesperada victoria, la joven congresista por el distrito 14 de Nueva York declaraba en un conocido late night: “creo que en una sociedad moderna, moral y opulenta, no debería haber en Norteamérica personas demasiado pobres como para vivir en ella. Para mí lo que esto significa es atención sanitaria como un derecho humano, significa para mí que todos los niños, independientemente de donde hayan nacido, debería tener acceso a una educación universitaria o de escuelas de oficios, si así lo prefieren. Creo que ninguna persona debería carecer de un techo si disponemos de estructuras públicas o de una política pública que permita que la gente disponga de casa y alimento, y que lleve una vida digna en los Estados Unidos”.
Meses antes de las elecciones presidenciales que enfrentaban a Trump y Clinton, el filósofo esloveno Slavoj Zizek, al que siempre seguimos con atención, afirmaba que Hillary era el problema real y no Trump, que sería el resultado de un proceso de progresiva pérdida de credibilidad y confianza en el establishment Demócrata. Con esto Zizek no quiso decir que es un fanático de Trump, al contrario. Desde su visión hegeliana, la victoria de Trump supondría un revés social de tal magnitud que obligaría al partido Demócrata a moverse, a revisarse y a redefinirse como un partido que dé respuestas a los problemas sociales de la mayoría, de los perdedores de la globalización. Esto vendrían a representar Bernie Sanders y los democratic socialist encabezados por Alexandria Ocasio-Cortez.
LOS DEMOCRATIC SOCIALIST EN ASCENSO
LA PALABRA “SOCIALISMO”
Las primarias demócratas que enfrentaron a Bernie Sanders y a Hillary Clinton demostraron que definirse como “socialista” ya no es un suicidio, ha dejado de ser un insulto y a pasado a ser una posibilidad. Recientemente estamos viendo en EEUU procesos políticos tanto electorales como de organización de base en los que las viejas categorías de la Guerra Fría han perdido su operancia. Esto es lo que parece haber ocurrido en la carrera electoral para las midterms del pasado martes 6 de Noviembre. La palabra “socialismo” está apareciendo como significante sobre el que construir un país para las mayorías, y esto está ocurriendo precisamente en EEUU, donde se investigaron y persiguieron a millones de personas acusándolas de comunistas y de traidores a la patria. Es curioso como en el país que mejor representa el sistema capitalista, la explotación y el imperialismo esté dándose un proceso en el que el socialismo es cada vez más atractivo para diversos sectores, especialmente los menores de 30 años. En 2016, el Instituto de Política de Harvard llevó a cabo un estudio en el que el 16% de los jóvenes entre 18 y 29 años se identificaban como “socialistas”, y el 33% apoyaban políticas de mayor redistribución e intervención pública. Un año después, en 2017, el 42% de los millenials aseguraron en una encuesta de YouGov que preferían vivir en una sociedad capitalista, mientras el 44% eligió una socialista.
Durante la campaña, varias decenas de candidatos/as de varios niveles se han definido a sí mismos como socialistas. Es un crecimiento rápido pero aún minoritario dentro del partido Demócrata. La consultora Gallup muestra que el 57% de sus simpatizantes se sienten cómodos y aceptan el giro del partido hacia posiciones socialdemócratas. Así es, con la palabra “socialismo” en Estados Unidos entienden el modelo europeo socialdemócrata basado en las ideas keynesianas de redistribución de la riqueza, impuestos progresivos, control público de los sectores estratégicos y una sanidad y educación públicas.
La cuestión de la sanidad pública universal es, sin duda, uno de los principales temas sobre los que ha girado la campaña para las elecciones legislativas. Es una reivindicación casi revolucionaria en el contexto de EEUU a la que se están uniendo cada vez más voces bajo el lema “Medicare For All”. Buscan ampliar el programa de sanidad pública, que actualmente solo beneficia a las personas mayores de 65 años, para acabar con un problema social que genera deudas en los ciudadanos cada vez que lo necesitan. La idea de un sistema sanitario para todas lleva rondando la conciencia colectiva norteamericana desde los años de Obama. A día de hoy, según una encuesta, el 67% de la población estaría a favor de un sistema de salud pública ya sea centralizado o a nivel estatal.
La creciente desigualdad provocada por las políticas de austeridad está abriendo una gran brecha en nuestras sociedades. Es necesaria una intervención que ponga fin al desorden neoliberal y ésta pasa por la protección social frente al totalitarismo de mercado. El 1% las familias más ricas controló el 38,6% de la riqueza del país en 2016, una cifra récord, según un informe de la Reserva Federal. Entre 2010 y 2016 el salario promedio por hora trabajada apenas ha aumentado, pasando de 22,98 a 23,99 dólares. Son dos ejemplos del panorama social norteamericano sobre el que el ala izquierdista del partido Demócrata tiene voluntad de actuar para tratar de revertir.
¿HASTA DÓNDE PUEDEN LLEGAR?
Uno de cada cinco estadounidenses ha participado en algún tipo de movilización o acto político desde principios de 2016 según un sondeo del Washington Post publicado en marzo de este año. De estos, el 19 % declaraba que nunca habían tomado parte con anterioridad en una manifestación o una concentración, lo que nos lleva a pensar que estamos inmersos en plena reacción al trumpismo. Cada vez más personas, y sobre todo jóvenes, se afilian a asociaciones, colectivos, plataformas sobre los que actuar desde la base. Esto se está viendo, por ejemplo, en el aumento de afiliación sindical. En 2017 casi más de 400.000 afiliados menores de 35 años se unieron a sindicatos con respecto al año anterior [3]. La precariedad laboral que sufren miles de jóvenes especialmente en sectores no sindicados está haciendo que aparezcan sindicatos sectoriales que antes no existían. Estas fuerzas están plantando la semilla que está propiciando el resurgir del socialismo demócratico en EEUU.
La afiliación a los Democratic Socialist of America (DSA), la organización socialista más grande del país, se está disparando, especialmente entre los jóvenes. Desde medios afines como Jacobin, In These Times o The Intercept y plataformas como Our Revolution están logrando tejer una red de activistas que supere las barreras del aparato demócrata para lograr atraerlo a posturas alejadas del establishment y del oligopolio mediático. Julia Salazar, otra de las caras conocidas de DSA y recién elegida senadora de Nueva York por el distrito 18, considera que: “ser socialista democrático supone tener un visión del mundo en el que todos nos cuidemos y nadie se quede atrás. Luchamos por una sociedad en la que la gente esté por encima de las ganancias, en la que todo el mundo tenga acceso a unos servicios básicos que le permitan vivir dignamente”4. Piensan en ideas como la sanidad universal (Medicare For All), educación pública, sindicatos fuertes y organizados, justicia fiscal, aumento del salario mínimo o un green New Deal.
Tras su victoria este martes, Alexandria Ocasio-Cortez se ha convertido en uno de los miembros, hasta ahora 35, de DSA que ostente un cargo público en el país. Los Democratic Socialist of America apenas tenían 6.000 afiliados en 2015 pero tras la campaña de Bernie Sanders, la llegada de Donald Trump al gobierno y la ola feminista que se está produciendo desde la exitosa Women’s March de Enero de 2017 no han parado de crecer. Ahora cuentan más de 40.000 miembros pero las expectativas son altas y, tras los resultados de las midterms, se puede abrir un etapa basada en cercar a Trump desde la nueva mayoría demócrata en la Cámara de los Representantes.
Para Alexandria Ocasio-Cortez, tal como dijo tras ganar las primarias, “esto es solo el principio”, buscan ir más allá de una convocatoria electoral y, aunque ya tienen la mirada puesta en 2020, el objetivo es organizar un movimiento social desde abajo con vocación de gobernar en los máximos sitios posibles, manteniendo la autonomía con respecto al partido Demócrata pero sin dejar de renunciar a su transformación: “Hay una gran oportunidad para construir una fuerza propia, y esto se puede empezar desde cualquier sitio. No necesariamente tiene que ser conseguir un asiento en el Congreso: hay muchos asientos en los que hay una gran oportunidad. Mucha gente que está descontenta y es cínica cree que la organización electoral no vale la pena. Espero que esa gente sepa que yo los entiendo. Entiendo el cinismo. Pero le pido a esa gente que lo reconsidere, porque en realidad no es ese monstruo invencible que a la gente le gusta fingir que es. El dinero en la política ha sido tan influyente también porque hay mucha pereza en los territorios. Muchas de estas maquinarias políticas inexpugnables son cáscaras: no tienen una gran participación. Están decrépitos”5.
EL AÑO DE LAS MUJERES
Alrededor de medio millón de personas llenaron las calles de Washington, y más de 4 millones en todo el país, el 21 de Enero de 2017: un éxito rotundo. La conocida como Women’s March, en referencia a la Marcha en Washington por el Trabajo y la Libertad de 1963, supuso la mecha que encendió la llama de la resistencia contra Donald Trump a modo de bienvenida poco amistosa al gobierno de EEUU. Sin duda fue una marcha sin precedentes en la que se puso de relieve que el movimiento feminista iba a liderar la oposición social al trumpismo.
Trump ganó las elecciones tras meses de declaraciones machistas y sin sentir vergüenza alguna de su largo historial de acoso sexual y maltrato a la mujeres. El éxito de la ya conocida como ola rosa radica en la capacidad de agrupar amplios sectores sociales, conformando así un movimiento heterogéneo que no siempre ha estado unido. Es evidente que la aparición de un ala izquierdista en el Partido Demócrata viene ligada a la oleada de movilizaciones de mujeres en el último año y medio.
Desde el caso Weinstein y el impacto del movimiento #MeToo, las reivindicaciones feministas están siendo capaces de movilizar como ninguna a sectores de la población cada vez más concienciados contra el machismo y el sistema patriarcal. No han parado de sucederse las denuncias de acoso sexual y el señalamiento de figuras mediáticas que han intentado ocultar durante años abusos sexuales a mujeres. Los casos Weinstein o el del propio Trump no son los únicos, también el juez Roy Moore o el del senador progresista Al Franken, ambos acusados públicamente de acosar a menores de edad. También la confirmación de un juez conservador acusado de abusos sexuales, Brett Kavanaugh, en el Tribunal Supremo. Pero no se trata únicamente de casos de acoso y abuso sexual, existen todo tipo de discriminaciones de género que requieren de solución, desde la brecha salarial a la infrarepresentación de las mujeres en los parlamentos pasando por la cultura machista del show-business norteamericano.
La influencia del movimiento feminista ha logrado que más mujeres que nunca en la historia hayan ganado las primarias para lograr un escaño en los parlamentos de todo EEUU. Mientras que en 1978 y en 1998 fueron 47 y 131 respectivamente, en 2018 han sido 257. Hasta las elecciones solo había 23 mujeres entre los 100 senadores y 84 entre los 435 congresistas. A su vez, aumentaron las primarias en las que dos mujeres se disputaban la candidatura llegando hasta el 33%. La mayoría de las mujeres candidatas son del Partido Demócrata por un amplio margen de diferencia con respecto a los republicanos.
Podemos ver el nivel de participación a través de la organización Emily’s List, que se dedica a promover la participación política femenina desde los años 80. Desde la victoria de Trump en 2016 más de 40.000 mujeres han contactado para participar en procesos de primarias en todo el país. La llegado al poder ejecutivo del magnate reaccionario ha generado un fuerte rechazo social que ha llevado a miles de mujeres a querer combatir sus políticas tanto desde las calles como desde las instituciones. En este último grupo aumenta el número de mujeres activistas, profesoras, cuidadoras o camareras, como es el caso de Alexandria Ocasio. No solo se trata de un aumento de la participación femenina, cada vez sectores más precarizados pasan a la política institucional a partir de la vía de las primarias. Como resumía Julia Salazar en una entrevista para la revista Jacobin: “Es importante lograr que ganen candidatos que entren en las instituciones y luchen por hacer políticas que realmente transformen las vidas de la gente trabajadora. Las elecciones son un objetivo a corto plazo, a largo plazo el objetivo es construir un movimiento político que empodere a los de abajo, no son excluyentes”[6].
El centro-izquierda se está recomponiendo desde el electorado femenino y a través de una progresiva adaptación a planteamientos socialdemócratas. El ascenso de las candidaturas de los/as democratic socialist está estrechamente vinculado a la movilización activista a nivel local de numerosas mujeres que han dado un paso adelante. Sin duda, a día de hoy, muchas de las figuras más relevantes de la izquierda son mujeres: Alexandria Ocasio-Cortez, Julia Salazar o Elizabeth Warren. Ésta última, cercana a la línea de Bernie Sanders, está convirtiéndose en una posible candidata para las presidenciales de 2020, y que podría enfrentar ambos. Una cosa está clara: estas midterms han demostrado ser un asalto femenino a la primera línea de la política estadounidense.
Notas
[1] http://www.sinpermiso.info/textos/el-final-del-neoliberalismo-progresista
[2] http://www.sinpermiso.info/textos/en-sus-propias-palabras-alexandria-ocasio-cortez
[3] https://qz.com/work/1399288/labor-unions-are-on-the-rise-for-people-under-age-35/
[4] https://jacobinmag.com/2018/07/julia-salazar-interview-socialist-new-york-senate
[5] http://www.sinpermiso.info/textos/en-sus-propias-palabras-alexandria-ocasio-cortez
[6] https://jacobinmag.com/2018/07/julia-salazar-interview-socialist-new-york-senate