Por Jaume Montés

1. A modo de introducción: americanismo

En 1921, durante una guerra civil internacionalizada en la que más de siete potencias occidentales trataron de derrocar el gobierno revolucionario surgido tras los acontecimientos de octubre de 1917, Lenin promulgó la conocida como Nueva Política Económica (NEP). En oposición al comunismo de guerra, la NEP introducía algunos elementos capitalistas, como, por ejemplo, la existencia de algunas empresas privadas, y, en consecuencia, permitía que determinadas personas se apropiasen del exceso de valor que producían los trabajadores. Sin embargo, a pesar de las críticas de “retroceso” o de “política fracasada”, en palabras del propio Lenin, la NEP se erigía como la única posibilidad de los revolucionarios de mantenerse en el poder y centralizar la producción para así hacer frente al hambre, la guerra y la falta de productividad. Desde una cárcel italiana, Antonio Gramsci (2017: 376-377) criticó duramente que Trotsky defendiese la política de militarización del trabajo presente durante el comunismo de guerra, pues, aun cuando es verdad que el principio de la coacción directa e indirecta en la organización del proceso de producción pudiese ser justo, el modelo militar soviético había demostrado ser una experiencia funesta propia de una voluntad “no racionalizada”.

Según el genio sardo, el mayor proceso de racionalización de la producción y del trabajo estaba teniendo lugar en Estados Unidos a través de las experiencias de Henry Ford y las teorías de la organización científica del trabajo de Frederick Taylor1. Tal y como dijo el padre de la administración científica, el objetivo último del fenómeno norteamericano era crear un nuevo tipo de trabajador y de hombre: el llamado “gorila amaestrado”, un hombre-industrial que desarrollase, en su grado máximo, las actitudes maquinales y automáticas y rompiese con el antiguo nexo psicofísico del trabajo cualificado que requería cierta participación e iniciativa del trabajador, reduciendo la producción a un simple aspecto físico y maquinal. En este sentido, la racionalización del trabajo y las prácticas punitivas (como el prohibicionismo, esto es, la conocida “Ley Seca”) estaban íntimamente relacionadas (Gramsci, 2017: 377-378).

Así pues, uno de los problemas con los que se topaban los empresarios era que no podían controlar lo que hacían sus trabajadores cuando salían de la empresa. En el periodo de entreguerras, para evitar que los trabajadores abandonasen la fábrica y se fuesen a vivir al campo, industriales como Ford se vieron obligados a subir los salarios de sus empleados. Ahora bien, la fórmula del salario alto tenía un doble filo: por una parte, tenía la intención de mejorar la capacidad de cuidado, renovación y reproducción de la fuerza de trabajo; por otra, cabía la posibilidad de que muchos de estos trabajadores destinasen el aumento de sueldo a un estilo de vida (alcoholismo, prostitución, etc.) que, justamente, perjudicase su productividad laboral. Es por eso que muchos empresarios trataron de intervenir, mediante un cuerpo de inspectores privados, en la vida privada de sus empleados o promover una regulación muy estrictica de las “desviaciones morales” en que pudiesen incurrir los mismos. Todo ello bajo la apariencia de una defensa a ultranza del “puritanismo” y el “humanismo” (Gramsci, 2017: 379-384). En síntesis, Gramsci nos advertía del peligro de que aquello que, de momento, solo era una iniciativa privada de algunos industriales pudiese terminar siendo asumido como una función del Estado y, por tanto, sedimentar y presentarse en la ideología dominante como un renacimiento del “verdadero” norteamericano.

En este trabajo, intentaremos averiguar cuáles son los mecanismos que ha tenido y tiene el capitalismo para disciplinar, no solo a la fuerza de trabajo, sino a todas aquellas personas que entren en algún tipo de relación con el capital. Además, analizaremos la forma en la que el neoliberalismo, entendido como el ciclo actual del capitalismo, introduce nuevas lógicas de dominación y sometimiento. Con este objetivo, nuestro estudio está dividido en dos grandes apartados: por un lado, un análisis de las formas punitivas del neoliberalismo, pero también de su capacidad para dar respuesta a los deseos y aspiraciones “anticapitalistas” de la gente, para lo cual partiremos, eminentemente, de las obras de Karl Marx y Jorge Moruno; y, por otro lado, algunas propuestas e ideas que puedan dibujar, al menos superficialmente, un nuevo tipo de sociedad del bienestar que tenga como fin principal el tiempo garantizado.

2. Del proletariado a las Kellys; del capitalista industrial a la economía colaborativa

Marx y Engels (2015: 59) escribieron en el Manifiesto Comunista que:

La moderna industria ha transformado el pequeño cuarto de trabajo del maestro patriarcal en la gran fábrica del capitalista industrial. Masas de trabajadores hacinados en la fábrica son organizadas como soldados. Se los coloca como soldados rasos de la industria, bajo vigilancia de una completa jerarquía de suboficiales y oficiales. No solo son esclavos de la clase burguesa, del estado burgués, sino que son esclavizados cada día y cada hora por la máquina, por el capataz y, sobre todo, por el fabricante burgués individual. Este despotismo es tanto más mezquino, odioso, irritante, cuanto más abiertamente proclama que su fin es el lucro.

Grosso modo, una de las principales distinciones que Marx establecía entre el capitalismo y el anterior modo de producción, esto es, el feudalismo, era que, en el primero, los trabajadores venden libremente su fuerza de trabajo a cambio de un salario que garantice su subsistencia y reproducción, mientras que, en el segundo, los campesinos siervos se veían obligados a trabajar la tierra del señor feudal, en un tiempo y espacio determinados, obligatoria y gratuitamente (Marx, 1968: 58). Se podría argumentar, sin embargo, que a pesar de que es verdad que nadie obliga coercitivamente al obrero a vender su fuerza de trabajo al empresario, este no dispone de otras formas de acceder a un sustento que le asegure la renovación y reproducción, ya no solo suya, sino también la de su familia, por lo que termina abocado a aceptar unas condiciones de trabajo que, en determinados momentos históricos, han rozado la esclavitud, tal y como se deduce del pasaje anterior.

Así pues, el trabajo aparece, por una parte, como una forma de garantía material y, a su vez, como un “sustento imprescindible de la dominación mediada por el dinero” (Moruno, 2018: 32). No obstante, esto no ha sido así siempre, sino que solo tiene lugar bajo unas relaciones de producción concretas. Por ejemplo, en las sociedades campesinas a las que hacíamos referencia anteriormente, el trabajo en su dimensión pública, a saber, el trabajo más allá de la producción doméstica, era muy reducido, de modo que no aparecía como el mediador principal de las relaciones sociales. Solo cuando se entra en la modernidad, es decir, en la mercantilización de las relaciones sociales, podemos afirmar la existencia de una “sociedad de trabajadores” que se caracteriza, principalmente, por el hecho de que el tiempo de trabajo (en terminología marxista, el trabajo social2) es la medida que determina el valor de todas las mercancías, en el sentido de que “no es más que la relación social determinada por los mismos hombres, la cual adopta aquí la forma fantasmagórica de una relación entre cosas” (Marx, 1990: 103).

Es por eso que todo trabajo (en su significado de poiesis, es decir, de “creación” o “producción”) que no genere valor, en otras palabras, que no produzca una mercancía cuyo fin último sea venderse, no será reconocido como tal (Moruno, 2015). Esta es la razón principal por la que, bajo el capitalismo, ni los trabajos de cuidados que históricamente han realizado las mujeres ni el trabajo voluntario tienen el reconocimiento público y, en consecuencia, la integración social que tiene el trabajo entendido en su acepción más estrecha. Esto es fundamental, sobre todo, después de la Segunda Guerra Mundial, cuando se constituye lo que algunos han llamado “sociedad del empleo”, a saber, aquella organización social según la cual el empleo es la forma principal de acceder a los sistemas del bienestar que proporciona el Estado3. Así pues, aun cuando han existido y existen diferentes servicios de carácter universalista, como, por ejemplo, los sistemas de bienestar nórdicos, el National Health Service británico o el Sistema Nacional de Salud español, la mayor parte de ellos, especialmente en Europa continental, deben estar mediados por el empleo, esto es, la cotización a la Seguridad Social.

Al menos hasta ahora, parece que el trabajo entendido como creador de riqueza (y no tanto en su dimensión creativa) se asienta sobre una contradicción: es el único modo de garantizar la existencia material y, a la vez, asegura la subordinación del trabajador. La reivindicación del trabajo es, por lo tanto, la reivindicación de la opresión en el capitalismo4. En este sentido, resulta curioso que, actualmente, haya varios autores considerados de izquierdas que promuevan la vuelta a un pasado “glorioso”, en el que el trabajo era la fuente de identidad principal y de generación de riqueza, sin recordar que no era ni tan glorioso ni homogéneo como pretenden. No entienden que capital y trabajo son las dos caras de una misma moneda. Se autodenominan marxistas, pero parece que no se acuerdan de aquella frase de Marx (1971: 23) en la Crítica del Programa de Gotha en la que dice que lo que debe emanciparse no es el trabajo, sino la clase obrera del trabajo.

El “odio al trabajo” es, probablemente, una potencia que ha recorrido el movimiento obrero desde sus inicios y que alberga en su seno una enorme capacidad innovadora. Adam Smith (1996, citado en Moruno, 2018: 94-95) explicaba una anécdota que ejemplifica perfectamente la potencia del rechazo a ser una mercancía que se explota dentro del circuito de valoración capitalista: según el economista escocés, en las primeras máquinas de vapor se empleaba a un muchacho cuya única función era abrir y cerrar la válvula de comunicación entre la caldera y el cilindro. Una vez, uno de estos muchachos averiguó que, si ataba una cuerda desde la manivela hasta otra parte de la máquina, la válvula se abría y cerraba sin su ayuda, lo cual le daba libertad para jugar más tiempo con sus compañeros. Es la misma fuerza que recorre a Billy Elliot al preferir el ballet a trabajar en la mina como su padre o a los jóvenes de Cornellà que se manifestaban en los años 70 bajo la pancarta de “los hijos de los obreros queremos estudiar”.

La llegada al poder de Thatcher y Reagan constituye lo que algunos han llamado “contraofensiva neoliberal”, que ya había empezado a operar en los círculos académicos desde la década anterior o en el Chile tomado a sangre y fuego por el dictador Pinochet. Cabe tener en cuenta que “el neoliberalismo no es una ideología, un capitalismo desorganizado o un sistema caótico e irracional, sino toda una racionalidad de gobierno de la vida social, económica e individual, […] una forma de conducir la vida de las personas (gobernarlas)” (Bedoya y Castrillón, 2017: 32-33). Es decir, una reducción de las funciones que, anteriormente, realizaba el Estado, tales como promover unos servicios universales (sanidad, educación, etc.) o garantizar la existencia material de los ciudadanos en caso de salida del mercado laboral (pensiones, prestaciones por desempleo, etc.). Pero, a su vez, “el neoliberalismo consigue ser deseado porque se apoya en el anhelo de su propia destrucción” (Moruno, 2018: 31). En otras palabras, mientras que, por una parte, es un dispositivo que captura toda la realidad y la introduce en la lógica del mercado en una suerte de “acumulación por desposesión”5 constante, por otra parte, da respuesta al deseo anticapitalista más primigenio de todos: dejar de ser trabajador.

Hoy en día, existen apps para móviles en las que algunas personas se ofrecen para, a cambio de un precio, quedar contigo a cenar como si fueras un amigo de toda la vida o abrazarte para hacer la siesta si te sientes falto de cariño. Es más, en Japón, ya se venden cojines diseñados para reproducir el abrazo de una persona que duerme a tu lado. Asimismo, Tinder, al igual que otras apps de citas, desnaturaliza las relaciones sexo-afectivas y las somete a una lógica mercantilista, de modo que puedes rechazar o aceptar a las personas que se ofertan en el mercado según como te plazca. Lo mismo ocurre con el reciente anuncio de Bankia de que “enamorarse sale caro”. Es decir, el capitalismo llega a impregnar toda la realidad social, incluso la misma idea de comunidad –resulta casi imposible pensar una “exterioridad” al capitalismo–. Así pues, se da una paradoja según la cual la solución que ofrece la subjetividad neoliberal para hacer frente a las problemáticas del trabajo proletario es la propia de la filosofía doer: convertirse en empresario de sí mismo, avanzar hacia una integración total entre el tiempo de trabajo y el tiempo de vida (Moruno, 2015, 2018). Y ese deseo de vivir mejor es lo que explota el coaching.

El neoliberalismo, por tanto, también es un dispositivo de control político, en tanto en cuanto dicho control se realiza a través de la libertad, la cual se encuentra desplazada: los individuos deben hacerse cargo de los aspectos que el Estado venía encargándose hasta el momento. Y, en el caso de que dicho individuo quede excluido, es culpa del mismo, ya que el neoliberalismo ofrece métodos de inclusión a través del mercado, como, por ejemplo, el endeudamiento.

Ante el problema de los vaivenes del mercado y ante el riesgo, la inseguridad y la fragmentación del vivir, la solución ideada por el neoliberalismo para los sujetos gobernados es aprender a ser flexible, adaptarse rápidamente y convertirse en empresario de sí (Bedoya y Castrillón, 2017: 41).

En este aspecto, los falsos autónomos, la movilidad y multifuncionalidad del trabajador, la flexibilidad laboral, la mal llamada economía colaborativa u on demand, etc. crean un sistema de vigilancia de uno mismo y los otros alrededor del rendimiento individual. O lo que viene a ser lo mismo: Instagram y las redes sociales como panóptico integrado (Moruno, 2018: 27). ¿Debes aprovechar tu tiempo “ocioso” para coger una bici y hacerte rider de Deliveroo para así conseguir un sueldo “extra”? ¿Contestar al correo de tu jefe en tu día libre? ¿Llevar wereables que, en un grado máximo de “ciberfetichismo” (Rendueles, 2013), monitoricen cuánto duermes, cuántas calorías comes o cuál es tu estado de ánimo? En síntesis, pozo de precariedad; biopolítica en vena; batalla por el tiempo.

3. A modo de conclusión: ¿qué imaginar?

Aun cuando no disponemos del suficiente espacio y, por tanto, el desarrollo de lo que sigue deberá tener lugar en otro lugar, no nos podemos abstener de dar un par de apuntes sobre los retos políticos que las fuerzas progresistas deberán encarar para transformar la subjetividad neoliberal. Analizaremos, eminentemente, dos: el feminismo, en tanto que es el único movimiento revolucionario existente en la actualidad, y la Renta Básica Incondicional (RBI), como modo de garantizar las condiciones materiales de las personas por el simple hecho de ser personas.

Ahora bien, es importante entender que el neoliberalismo articula, en una dirección determinada, unas demandas, deseos y aspiraciones concretas, lo cual recuerda a aquello que advertía Gramsci cuando nos hablaba de la “coexistencia contradictoria de fuerzas reactivas y emancipadoras habitando en la cultura popular” (Cadahia, 2018: 11). Creer que una alternativa política progresista puede permitirse el lujo de no partir de las condiciones y límites que hoy en día presentan nuestras sociedades no es más que un ejercicio estéril de posmodernismo desfasado.

Una de las potenciales contradicciones del capitalismo es la confrontación entre concebir la riqueza basada en el valor y concebir la riqueza basada en el tiempo invertido. Esto no debe llevarnos, como hacen algunos, a reivindicar el pasado fabril y criticar la “trampa de la diversidad”, pues queda claro que este camino solo conduce a reproducir la situación de esclavitud que Marx y Engels ya denunciaban en el Manifiesto. Al contrario, debe encararse a la ofensiva, tal y como hace el feminismo: horizontalmente, sin líderes, sin programa, sin límites. El feminismo como crítica de la economía política, siguiendo a Silvia Federici (2018), plantea un nuevo orden que modifica las estructuras existentes y que sitúa la vida en el centro, tanto individual como colectivamente. Con el feminismo, encontramos que podemos crear nuevas formas de bienestar y reformulación del trabajo no ligadas a las relaciones de producción capitalistas, así como nuevas formas de organización que rompan con la concepción individualista que rige el sujeto en las democracias liberal-representativas. La crisis de cuidados, unida a la crisis del trabajo, dibuja la crisis del modo de acumulación capitalista.

Por su parte, la RBI contribuye a desvincular empleo y existencia material, cosa que puede solucionar la crisis del empleo en la que nos encontramos inmersos6. Ahora bien, fetichizar esta medida –sin tener en cuenta que la disputa entre los reaccionarios (participantes en el Foro de Davos) y los progresistas (republicanos) va a ser constante durante los próximos años–, pensando que es la solución mágica a todos los problemas que se derivan de las dinámicas de cambio de época, es un error. La lucha por sistemas de bienestar, esto es, servicios y prestaciones que, más allá de la RBI, garanticen el bienestar de la ciudadanía, será lo único que pueda permitir el desarrollo de una verdadera libertad republicana (Raventós, 2018). De ahí la lucha por el tiempo garantizado, a saber, la lucha por asegurar que cada persona disponga del suficiente tiempo no subordinado a ninguna relación productiva para hacer, en definitiva, lo que más satisfacción le produzca. Esta será, seguramente, la única forma que nos queda de romper con la disciplina coacher que nos impone el neoliberalismo.

4. Referencias

Bedoya, Mauricio y Alberto Castrillón (2017): “Neoliberalismo como forma de subjetivación dominante”, Dorsal. Revista de Estudios Foucaultianos, n.º 3, pp. 31-56.

Cadahia, Luciana (2018): “Las fisuras del ethos neoliberal”, Reporte Sexto Piso, n.º 44, pp. 11-12.

Federici, Silvia (2018): El patriarcado del salario. Críticas feministas al marxismo, Madrid, Traficantes de Sueños.

Gramsci, Antonio (2017): “Racionalización de la producción y del trabajo”, en Antonio Gramsci, Escritos (Antología), selección, introducción y notas de César Rendueles, Madrid, Alianza, pp. 376-384.

Harvey, David (2004): El nuevo imperialismo, Madrid, Akal.

Marx, Karl (1968): Salario, precio y ganancia, Madrid, Ricardo Aguilera Editor.

— (1971): “Glosses marginals al programa del Partit obrer alemany”, en Karl Marx y Friedrich Engels, Crítica dels programes de Gotha i Erfurt, Barcelona, Edicions 62, pp. 13-36.

— (1990): El Capital. Crítica de la economía política. Libro I: El proceso de producción del capital, 3 vols., México, Siglo XXI.

— y Friedrich Engels (2015): Manifiesto del Partido Comunista, Madrid, Alianza.

Moruno, Jorge (2015): La fábrica del emprendedor. Trabajo y política en la empresa-mundo, Madrid, Akal.

— (2018): No tengo tiempo. Geografías de la precariedad, Madrid, Akal.

Raventós, Daniel (2018): “La concepción histórica de la libertad republicana para entender el mundo actual. Y una propuesta inmediata”, Sin Permiso, 15/02/2018, disponible en http://www.sinpermiso.info/textos/la-concepcion-historica-de-la-libertad-republicana-para-entender-el-mundo-actual-y-una-propuesta [consulta: 24 de junio de 2018].

Rendueles, César (2013): Sociofobia. El cambio político en la era de la utopía digital, Madrid, Capitán Swing.

Smith, Adam (1996): La riqueza de las naciones, Madrid, Alianza.

 

[1] Gramsci creía que solo en Estado Unidos era posible, por el momento, introducir esta nueva forma de organizar la producción, ya que ni las clases altas ni las clases trabajadoras arrastraban ciertas formas sociales anacrónicas (“residuos pasivos”) que impedían el desarrollo de la individualidad del trabajador, contrariamente a lo que acontecía en Europa. Es por eso que incluso los grandes millonarios norteamericanos continuaban trabajando hasta que la vejez o la enfermada se lo impedían.

[2] “Los valores de las mercancías están en razón directa al tiempo de trabajo invertido en su producción y en razón inversa a las fuerzas del trabajo empleado” (Marx, 1968: 46).

[3] Es importante, pues, diferenciar los términos “trabajo” y “empleo”. Si el primero hace referencia, desde la antigüedad, a la capacidad de “creación” propia, antropológica, del ser humano, el segundo es una forma social que ha tenido lugar durante un periodo muy corto de tiempo, concretamente, durante lo que podríamos denominar los “30 años gloriosos” del Estado del bienestar. A saber: el empleo no es solo el trabajo productivo por el cual el empleado recibe a cambio un salario, sino el mecanismo principal de acceso al bienestar.

[4] En palabras de Jorge Moruno (2018: 49), “el verdadero éxito del capitalismo es conseguir imponer, como único horizonte posible, aquello que no es natural: subordinar la vida a la producción”.

[5] La “acumulación por desposesión” es un término acuñado por el geógrafo David Harvey (2004) que, aplicado a las relaciones internacionales, reformula el concepto marxiano de expropiación originaria. En líneas generales, hace referencia al mecanismo que mercantiliza cada vez más procesos y que actúa como factor primordial en el desarrollo del imperialismo capitalista, en tanto en cuanto libera un conjunto de activos a un precio muy bajo (o prácticamente nulo), de modo que el capital sobreacumulado puede apoderarse de ellos y darles un uso rentable.

[6] De hecho, esta última se arrastra desde la llegada de los monetaristas a las estructuras de poder; la financierización de la economía y el creciente monto de deuda han sido parches que, sin embargo, no han podido parar el desenlace final.