©Campos Elíseos en París, Francia/
Por Rafael Ric
La revuelta de un país fracturado
«A usted le odia la gente, el candidato de la globalización y de la precariedad…estoy preocupado por mi país, que la fractura social se convierta en desgarramiento», esta carta, lanzada como un aviso por el diputado de la Francia Insumisa François Ruffin a Emmanuel Macron, en la víspera de su elección, no puede parecer más premonitoria ante la crisis social que se manifiesta en Francia desde el inicio de la protesta de los «chalecos amarillos».
La intensidad y la violencia de la protesta asombró más allá de las fronteras de Francia, en países donde el presidente Macron seguía gozando de una imagen positiva, de modernizador capaz de convertir un país refractario al liberalismo en un pilar atractivo de la globalización. Lejos de esta imagen idílica, Francia se presenta ya como un país divido, desgarrado, donde la violencia de clase se manifiesta de forma máxima.
La fractura social se vuelca en un espectáculo trágico, una lucha a muerte entre un poder elitista y despectivo que exige a su pueblo «analfabeto y refractario» comprar coches eléctricos si no logra pagar la gasolina (sic), y un pueblo rabioso que toma las calles de los barrios ricos vociferando todo su odio contra un presidente asustado que se queda, según el periódico satírico “Le Canard Enchainé”, encerrado en el Palacio del Eliseo por miedo al furor popular.
«La historia se repite dos veces, la primera como tragedia, la segunda como farsa» decía Marx [1]. Macron, con su arrogancia y su incompetencia aparece cada vez más como la farsa del rey guillotinado Luis XVI: el presidente se presentó como un « Júpiter » capaz de llenar el hueco que representaba « la ausencia del rey en la política francesa [2]» como le gustaba decir, olvidando que a los franceses solo les gustaban los reyes para derrocarlos…En los medios reina la estupefacción, se destaca el carácter imprevisible y repentino de la revuelta, sin embargo, cualquier observador serio y conectado con el país real destacaba un proceso de radicalización de la sociedad francesa, cocido hace décadas, con un estallido de su sistema político decadente por el auge de populismos de todos bandos, consecuencia del seguimiento ciego de la políticas europeas neoliberales e impopulares por parte de la gobiernos sucesivos de derechas e izquierdas. Los partidos populistas sumaron un 50% de los votos en 2017, las manifestaciones acaban sistemáticamente en violencia desde 2016, el nivel de confianza a las instituciones es el más bajo desde décadas: las condiciones estaban dadas para un levantamiento popular.
Populismo de la elite contra populismos populares
Los chalecos amarillos expresan una voluntad destituyente con su eslogan favorito «¡Macron dimisión!» substituido cada vez más por el « ¡Macron te ahorcaremos! », sus llamamientos a la unidad popular cualquiera sea la afiliación ideológica, poniendo de relieve afiliaciones nacionales populares, como la bandera y el himno nacional, parecen ser unas de las manifestaciones de lo que es tachado a menudo peyorativamente de «nuevo populismo mundial» que caracterizaría una revuelta de las clases populares y medias contra la elite. La afirmación es cierta, si admitimos que los chalecos amarillos constituyen también una forma de respuesta a otra forma de populismo, a un « caudillismo neoliberal [3] » encarnado por Emmanuel Macron, que conlleva en sí mismo las semillas de un enfrentamiento social violento y de nuevas formas de autoritarismo.
Este nuevo populismo liberal e elitista aparece como un misterio en la ciencia política, los análisis destacados son recientes, sin embargo, fue analizado de forma brillante hace 20 años por el filósofo Gilles Chatelet [4] , que comentaba las nuevas fracturas políticas que nacerían tras la victoria del «sí» al tratado de Maastricht: «por primera vez desde la instauración del sufragio universal, una fuerza política se constituyó sin, es decir en contra, de los obreros, de las clases populares. Ese acontecimiento tiene una significación, consagra la derrota política de los «perdedores sociales» que, dejando de ser árbitros de legitimación de las grandes corrientes políticas, abrazan ideas corporativistas poco compatibles con el nuevo universalismo».
La evolución política de las décadas de los dos mil le dio razón: las clases populares se refugian cada vez más en la abstención y el corporativismo nacional racista del agrupamiento nacional (RN), parecen formar ahora un bloque político que se define exclusivamente por la oposición a las franjas más favorecidas de la población, es decir caracterizadas por un nivel de educación y de renta más alta, constituyendo «la Francia que pierde, cuya aspiración socio económica se reduce cada vez más a la preservación del escalón único del estado nación, contra ricos y educados superiores, arrinconados en el apoyo de la Europa de la finanzas, comunicación, mercado y movilidad ». Hace falta subrayar, que en Francia, a la diferencia de España, la Unión Europea está identificada como el núcleo del neoliberalismo, generando una hostilidad creciente.
El empeño del bloque político elitista, nacido de las nuevas fracturas económicas y educativas de la sociedad postmoderna, de cumplir con un programa neoliberal que convertiría Francia en bueno alumno de Europa y de la economía mundial a costa del bienestar de las clases trabajadoras dirigió el sistema político hasta su muerte, y a una gran parte de la población hacia el empobrecimiento, radicalizando todas las posturas políticas. Desde hace veinte años, Francia es un país cada vez más desigual, donde los servicios públicos retroceden ante las políticas de recortes realizadas para financiar una deuda cada vez más insostenible, el paro se mantiene a la cifra insoportable de un 10%, incluso del 20% en algunas regiones que experimentan una bajada concreta del nivel de vida; los sueldos congelados y la explosión de los alquileres expulsa una parte de la población de los centros de las dinámicas metrópolis, agudizando la fractura territorial: así no es por azar si los chalecos amarrillos encontraron un éxito máximo en zonas rurales o periurbanas desfavorecidas, y gozan de una buena imagen en los barrios desfavorecidos de las grandes ciudades.
El estancamiento del nivel de vida medio a 1700 euros al mes, el nivel de 2008, esconde un crecimiento de las desigualdades a favor del 10% más rico y un aumento de la pobreza, especialmente de los más jóvenes y de las regiones desindustrializadas: el país contaría más de 9 millones de pobres en 2018. Estas cifras, aliadas a la de una deuda que alcanza el 100% del PIB, un retroceso permanente de los servicios públicos y la desertificación económica de regiones enteras nombradas la «diagonal del vacío» dan la impresión en la población de un declive imparable del país; especialmente en la “Francia periférica”, fomentando un rechazo popular del proyecto político de las elites.
A pesar de la expresión de este rechazo en el referéndum sobre la constitución europea de 2005 que consagró la victoria del “No” en un 55%, los partidos políticos dominantes, Los Republicanos (LR) a la derecha y los socialistas (PS) no cambiaron de rumbo, al contrario, agravaron la intensidad de las reformas bajo la presión de la crisis, destacando una ortodoxia intelectual realmente sorprendente. Favoreciendo las rentas más altas de forma sistemática, los dos partidos tradicionales hicieron estallar los bloques políticos que les legitimaban: artesanos que votaban LR, obreros y empleados a socialistas, así que los jóvenes fugaron masivamente hacia la abstención, los votos RN y más recientemente, a Francia Insumisa. En consecuencia, los dos grandes partidos sumaron los peores resultados de su historia en las generales de 2017: el PS alcanzó un ridículo 6,3%, mientras que los LR, arrinconados en un electorado de pensionistas, no lograron sobrepasar un 20% a pesar del desastre del mandato del Presidente Hollande.
Parafraseando el antropólogo y politólogo Emmanuel Todd [5], podemos afirmar que el sistema político francés dejó de funcionar, permitiendo la emergencia de un monstruo político: el “bloque burgués” augurado por el sociólogo Bruno Amable [6], compuesto de las franjas más neoliberales y favorecidas de los electorados del partido socialista y de la derecha, reunidos por fin detrás del partido “La República en Marcha (LREM)” de Emmanuel Macron, un antiguo banquero de Rothschild que emprendió medidas de desregulación de la economía francesa cuando era ministro de la economía de Hollande. Con una pandilla de fieles seguidores, aficionados y ambiciosos que escaparon de las naves del PS y de los LR antes de su naufragio, prometió abiertamente una radicalización de las reformas neoliberales para “modernizar el país”. Su gobierno, apoyado por las franjas las más ortodoxas de la tecnocracia francesa, en un estilo que recuerda formas de cesarismo autoritario, inició una política cuya violencia social contra las clases populares no tenía un precedente así desde hacía décadas.
Los recortes presupuestarios en varios ministerios, como el de la vivienda y de la sanidad, las privatizaciones, las subidas de impuesto junto a la congelación de las pensiones, la disminución de las ayudas a la vivienda y las reformas laborales agresivas fortalecieron el pesimismo ambiental de una sociedad que ve como único horizonte la disminución de la calidad de vida y de los servicios públicos. Este espíritu de resignación, así como la debilidad creciente de los sindicatos que no agrupan más de un 6% de los asalariados, impidió la emergencia de un movimiento social de masas organizado capaz de hacer retroceder el gobierno, como en 1995 y 2006 contra las tentativas de debilitar la seguridad social y precarizar el contrato de trabajo.
Retrospectivamente, podemos afirmar que la chispa vino de los aspectos más caricaturales del trágico reino de Macron, sus insultos repetidos al pueblo francés, tratado de “galo refractario” o “gente de nada”, la medida abiertamente injusta y vergonzosa de financiar la supresión del impuesto sobre las grandes fortunas (ISF) por un aumento de impuestos sobre los trabajadores, como la tasa sobre el carburante, hicieron estallar una marmita que hervía desde hacía meses, en una protesta que dejó atrás los sindicatos debilitados. Agrupando en piquetes y cortes de carreteras gente desafiliada políticamente con militantes más radicales, especialmente de derecha nacionalista y de izquierda radical, los chalecos amarillos se convirtieron, como lo destacamos, en un movimiento populista con objetivos destituyentes. Este carácter apareció concretamente en las manifestaciones parisinas que terminaron en disturbios y saqueos, con el objetivo central de acudir al centro del poder: el Palacio presidencial del Eliseo. También sobresalía en las manifestaciones, la voluntad de sus participantes de acudir y rodear todos los distintos centros del poder: el senado, la Asamblea nacional y los medios de comunicación, recordando las protestas que sacudieron al principio de la década; Islandia, Grecia y España. Asustado, el gobierno terminó retrocediendo, cancelando el aumento del impuesto sobre el carburante y los pensionistas, tras tres semanas de gestión catastrófica de la crisis que envenenó la situación y destacó la desconexión entre el ejecutivo y la ciudadanía. El presidente piensa, con esas medidas, acabar con la protesta, un deseo que parece muy optimista, tomando en cuenta el nivel de animosidad que reina entre los chalecos amarillos y el gobierno.
¿Y Ahora… ?
En un momento en que la protesta, debido a las fiestas de navidad, parece perder gas sin que se alivie la rabia popular, nos podríamos preguntar si los chalecos amarillos podrían convertirse en una fuerza política popular capaz de derribar la hegemonía neoliberal encarnada por Emmanuel Macron. Un escenario en el que quiere creer el politólogo Jerome Sainte Marie [7], que ve posible la gestación de un « bloque popular » opuesto al « bloque burgués » macronista, pero que, al igual del primero, reuniera electorados de derecha y de izquierda detrás de un programa en contra de la globalización y del neoliberalismo.
La retórica patriótica, la voluntad claramente expresada de fomentar un Referéndum de iniciativa popular (RIC), y las hostilidad manifestada a la Unión europea en los grupos de los chalecos amarillos en las redes sociales entra claramente en contradicción con el proyecto antidemocrático de un bloque burgués que no tiene otro proyecto que de seguir ciegamente los neoliberales tratados europeos, escogiendo un rumbo cada vez autoritario que se ilustró en la criminalización de la protesta: durante las manifestaciones del 8 de diciembre, 1200 personas han sido detenidas.
Una represión sin precedente que nos indica, como lo afirma Todd contra Yascha Mounk [8], que no es el pueblo, sino la elite, que arremete contra la democracia en su obstinación en imponer un programa político impopular.
Sin embargo, del otro bando, como lo constató Bruno Amable, la constitución de un «bloque popular» parece obstruida por las brechas internas en las clases medias y populares: la fuerte influencia que ejerce el RN en ellas mismas, sobre todo en el norte y el este del país aparece como un factor importante de división del mundo popular. La implantación de un RN opuesto a un mejor reparto de las riquezas destaca el arraigamiento del neoliberalismo en su bando autoritario incluso en las partes más desfavorecida de la población. Además, las propuestas de los chalecos amarrillos traducen una cierta incoherencia en términos económicos, combinando elementos del programa izquierdista de Mélenchon y propuestas que la derecha y la extrema derecha no rechazarían. Estos elementos dificultan la constitución de una oposición popular capaz de derrocar al macronismo neoliberal, que podría, al fin y al cabo, fallecer de sus contradicciones internas. El poder sufre, además de su incapacidad en convencer sus propios ciudadanos, de dificultades en constituir un bloque político coherente y extenso. La ideología de las Start Up y del modernismo liberal no logra consolidar un bloque burgués dividido sobre temas de primera importancia como el grado de liberalismo económico y de inmigración a aceptar. Peor, el estado vive una crisis interna debido a sus divisiones internas entre un ministerio de le economía bajo la influencia del neoliberalismo del mundo financiero empeñado en llevar a cabo las reformas [9] y los otros cuerpos del estado conscientes de la necesidad de interrumpirlas ante el riesgo de explosión social.
En este contexto, ¿qué futuro tiene un populismo neoliberal debilitado? Siguiendo a Ernesto Laclau [10], podríamos decir que una ideología de clase, cuando pierde su hegemonía, necesita rearticularse con afiliaciones populares para recuperarse. Así pues, aconsejado por Sarkozy, el Presidente Macron parece haber escogido con el viejo fundo derechista e identitario que atraviesa una parte de la población francesa. El gobierno intenta responder a la crisis social implementando medidas « sarkozistas », como las horas suplementarias desfiscalizadas [11], suprimidas diez años antes por su ineficiencia económica, y promete también fomentar un inquietante debate sobre la « identidad profunda y la inmigración», a imagen del debate sobre la « identidad nacional » promovido por Sarkozy durante su presidencia para imponer su agenda política identitaria y reaccionaria. Esa nueva estrategia entra en plena contradicción con el discurso inicial del presidente que alababa la identidad plural y abierta de una Francia moderna e integrada a la globalización.
Así pues, el rumbo identitario y securitario aparece cada vez más como la única posibilidad de mantener un régimen político decadente recuperando una parte del apoyo del mundo popular en revuelta. Se cumpliría así el inquietante pronóstico de Emmanuel Todd: «lo que amenaza Francia no es la Revolución, sino el golpe de estado que reúna la LREM, los LR y Marine le Pen».
¿Podría ser evitado este lúgubre escenario? ¿Un populismo patriótico y progresista, como el de la Francia Insumisa, tiene la capacitad de convertirse en el mejor representante político de la protesta?
Este complejo escenario es aún más fragmentado por la dificultad que tiene la Francia Insumisa de convertirse en la oposición central que rija el debate político: los medios de comunicación y el poder macronista intentan, desde el buen resultado de Jean Luc Mélenchon en la elección de 2017, arrinconarlo en el espacio político de la extrema izquierda, vinculando su movimiento con el chavismo venezolano y a un extremismo político peligroso para la democracia.
El comportamiento agresivo de Mélenchon durante los registros de sus oficinas no ayudó en apartarlo de esta imagen de extremista colérico que desean propagar los medios. Además, la Francia Insumisa tiene que competir con otras oposiciones fuertes representadas populismos derechistas de Marine le Pen (RN) y de Nicolás Dupont Aignan (DLF[12]), estos partidos dificultan la emergencia de un populismo emancipador, porque lograron asociar el significante nacional a un proyecto racista y reaccionario.
Así, debido a la influencia de estos dos partidos, los necesarios llamamientos a la unidad popular y nacional ante la política de los tratados europeos están a menudo tachados de xenofobia y de racismo. Una bendición para el poder, cuya estrategia busca reducir cualquier movimiento popular de rechazo al neoliberalismo europeo a la extrema derecha, sabiendo perfectamente que esta etiqueta sigue siendo minoritaria en la sociedad francesa.
Así, el principal desafío de la Francia Insumisa será pelear contra la derecha populista el significante nacional, destacando la identidad de un país revolucionario y republicano, que luchó toda su historia contra el corporativismo racista que le propuso le reacción.
[1] MARX Karl, Le Dix-Huit Brumaire de Louis Napoléon Bonaparte, GF
[2] TRONCHE Sébastien, Pour Emmanuel Macron, il manque un roi à la France, lelabeurope1.fr
[3] ERREJON Inigo, Macron est un Caudillo neoliberal, lvsl.fr
[4] CHATELET Gilles, Vivre et penser comme des porcs, Folio
[5]TODD Emmanuel, Où en sommes nous, Points
[6] AMABLE Bruno, Les illusions du bloc bourgeois, alliances sociales et avenir du modèle français, Raisons d’agir
[7] SAINTE MARIE Jerôme, « les gilets font converger des électorats opposés, lefigaro.fr
[8] MOUNK Yascha, Le peuple contre la démocratie, l’Observatoire
[9] MAUDUIT Laurent, La Caste comment la haute fonction publique a pris le pouvoir, La découverte
[10] LACLAU Ernesto, Política e ideología en la teoría marxista: capitalismo, fascismo, populismo, SIGLO XXI
[11] Una medida de Sarkozy para fomentar el empleo y aumentar el poder adquisitivo desgravando las cotizaciones a la seguridad social.
[12] Siglas de Debout la France partido que se reivindica del ‘gaullismo social’ y que se inscribe en un fuerte soberanismo de tintes conservadores.