Fermín López Costero in memoriam.

 

Una vez tuve un profesor de historia que comentó en clase que el fin de año era una fiesta de simbolismo inútil, que el fin de año real tendría que celebrarse al empezar el verano o acabarlo, pues en relación al curso, ya no escolar sino de cualquier cosa, tendría mucho más significado. Decía que no le encontraba ni un sentido a celebrar el fin de año tan solo tres meses después de haberlo empezado. Más allá de esto, para mí, El verano ya no está aquí de Cristina Gálvez es un libro de cuentos que va sobre inicios, sobre lo nuevo que se asoma, sobre lo venidero. Aunque dichos comienzos siempre se ubiquen en el último párrafo de cada uno de los relatos.

Después del verano siempre viene septiembre y a partir de aquí es un volver a empezar con todo. Esta es la sensación que a me han provocado sus cuentos. No porque sean historias que transcurran explícitamente en verano, sino por el hecho de aquella sensación que se siente cuando finaliza una etapa y se está a la expectativa de la siguiente. Cada uno de estos cuentos se podría acabar con el dicho “no hay mal que por bien no venga”, porque da igual completamente cualquier mal y mucho más cualquier bien. Por esta razón me ha hecho pensar en un libro y una película: Filtraciones, de Marta Caparrós y Septiembre, de Woody Allen.

El libro de Caparrós son cuatro nouvelles o novelas breves, como se le quiera decir, que más o menos tienen por hilo argumental un mal que se filtra de aquello que los protagonistas nunca creerían peligroso y desencadena una concatenación de hechos culpable de un proceso psicológico en cada uno de los personajes principales hasta la resolución, o bien el hecho de asumir, dicho conflicto. Cada uno de las nouvelles acaba con la sensación de que a partir de la última línea de cada uno de esos textos las vidas de los personajes van a vivir cierto cambio. Pues es exactamente esta la misma sensación que he experimentado en estos relatos de Cristina Gálvez. Pienso que en cierto modo esta manera común entrambas autoras de transmitir la desgracia o lo cansino que a cada uno/a le toca vivir en su día a día, pero matizarlo con esa mirada en perspectiva de las cosas y darle ese punto final en cierto modo optimista deriva del momento político que han vivido la misma gente de sus generaciones en su país. Este final característico que encuentro similar en los diferentes textos de los dos libros, a mi modo de ver, constata cierta manera de vivir común en toda esa juventud con la visión de un futuro no demasiado próspero, que a pesar de las dificultades hizo lo posible para labrarse un presente digno.

En cuanto a la película de Woody Allen no es que me recuerde por el hecho de que se titule septiembre, es decir, el mes siguiente al verano referente al inicio de aquella hipotética nueva etapa que comentaba, si no por uno de los personajes que es escritor. Dicho personaje dice buscar inspiración, la cual no consigue encontrar, para transmitir en una próxima novela la dureza y la dificultad de la vida, en definitiva haberla de vivir con fuerza. Hábilmente Woody Allen supo representar en el camino de ese mismo personaje una vida con la que lidiar bastante complicada que a mi modo de ver dibuja precisamente lo que ese mismo autor le gustaría encontrar en los demás para inspirarse sin darse cuenta de que es el mismo quien lo vive. Esta situación aparece en algunos de los cuentos de Gálvez.

Las dos referencias con las que comparo El verano ya no está aquí me sirven de mucha utilidad para expresar lo que a mi entender expresan cada uno de sus cuentos, que es precisamente aquella situación en la que lo viejo no termina de irse y lo nuevo no acaba de llegar.

En la biografía de la autora se comenta que la lectura de Cortázar y Dostoievski es un elemento clave en su formación como escritora. Hay que decir que es algo que se nota en su voz narrativa. A pesar de que Cortázar y Dostoievski tengan un estilo muy distinto el uno del otro, siempre he pensado que hay algo en ellos que los asemeja. En concreto es su visión sobre el significado o sentido de la vida, que es cero. No lo tiene. Así Cortázar se obsesionó con sus cronopios o con sus fichas de instrucciones de uso y Dostoievski lo hizo con personas que les daba completamente igual apostar todo su dinero, acabar en la cárcel o en la calle sin techo. Esta visión estricta sobre la vida misma se encuentra en la paciencia con la que se desarrollan cada uno de los relatos de Cristina Gálvez, pero que acierta en saber distanciarse de ella y añadir allí esa mirada entusiasta de lo que está por venir.

El verano tampoco está en la literatura de Cortázar y Dostoievski, como en la de Gálvez. Pero sus cuentos enseñan que el verano volverá a llegar y se volverá a ir. Porque mientras no nos quieran allí arriba, nos quedaremos aquí abajo, con un libro o un teclado en frente, muchos cigarros, café y alcohol. Al fin y al cabo summer is not coming, para qué engañarse.