Hay quien dice que las segundas oportunidades nunca fueron buenas, pero yo nunca he estado muy de acuerdo en esto. Las segundas oportunidades no existen excepto en los videojuegos y desde la perspectiva de los personajes, no de quien sea que juegue. Esto es, cuando se juega a un juego de rol, cuando el personaje muere y no consigue pasarse la pantalla, el personaje vuelve a un punto de partida desde el que intenta volver a superar las mismas adversidades. Sin embargo quien juega goza de la experiencia de las ocasiones ya fallidas para aprender cómo superarlas. Esto también pasa en los juegos de deportes, si quien juega lo decide, y guarda la partida antes de jugar un partido importante y si pierde cierra la consola sin guardar la partida y vuelve a jugar el mismo partido. Las segundas oportunidades son cosas raras. Oportunidad viene de oportuno. Todo lo oportuno puede considerarse como el momento adecuado. Por tanto una segunda oportunidad es como si un momento adecuado se produce posteriormente a uno anterior. A mi modo de ver se entienden las segundas oportunidades como el hecho de volver a vivir una misma situación ya pasada, pero es un error. Creo que para tener una segunda oportunidad para algo tienen que suceder un cúmulo de hechos que permiten que una situación se produzca de nuevo, pero bajo ninguna circunstancia dicha situación se manifestará exactamente en las mismas condiciones. Para mí la vida va de esto. De cómo enfrentarse a estas segundas oportunidades que se le presentan a un individuo en el día a día, de cómo volverse a equivocar, de cómo darse cuenta de que no hay escapatoria. Por todo esto, para mí, la sensación global que me transmite el libro de cuentos de Guillermo Gómez Muñoz titulado Segundas oportunidades trata sobre lo explicado en las líneas previas: sobre la confusión humana del término de la segunda oportunidad y de cómo se estas se producen.
Al margen ha y ciertos aspectos técnicos que me apetece comentar, como por ejemplo dos series de microrrelatos que se pueden encontrar. Un acierto del autor, aunque sea un recurso que decide no explotarlo cuando personalmente me parece una de los elementos más atractivos del libro. Una de estas se titula “Variación I sobre búsqueda del príncipe azul” (un cuento de dos páginas) y más adelante aparece la segunda parte. Otra serie se titula “Creación imperfecta” y existe la (1) la (2) y la (3). Son microrrelatos también de una o dos páginas, depende de cada uno, que además de estar escritos con mucho sentido del humor porque estos tres en concreto tratan sobre cierto quebradero de cabeza de Dios, generan una sensación de expectativa agradable al lector a la espera de que aparezca la próxima parte, o incluso la próxima serie. A mi modo de ver este recurso tan genial lo introduce en los primeros cuentos del libro, pero acaba por olvidarse por completo de este y es una lástima, porque tener a quien te lee pendiente de lo que está a punto de llegar es siempre algo positivo a favor del autor, mientras que por lo contrario, demasiados relatos tan breves uno detrás del otro (66 en 197 páginas) despistan.
Uno de mis cuentos favoritos es “Luces, intermitente… se caló”, que trata sobre un hombre que va a pasar la ITV del coche acompañado de su mujer, él no sabe nada de conducción y su mujer, desde la butaca del copiloto, por lo que el relato deja saber, por lo menos sabe lo básico, es decir, poner las marchas y cómo van las luces etcétera, cosa que su hombre no. En cuatro páginas el autor tiene suficiente para que después de ese momento cambie la vida a los dos personajes. Esto ocurre en lo narrado de una manera rápida pero muy correcta. Es en las situaciones más sencillas donde hay más cargas morales de cómo se vive la realidad y en esta en particular el protagonista del relato no tendrá jamás una segunda oportunidad. Hecho que me recuerda a algo que decía Pío Baroja, algo parecido a que las decisiones más trascendentales de la vida se toman inconscientemente, casi en estado de sonámbulo, como por ejemplo el hecho de ir a pasar a ITV acompañado de tu pareja. Es algo que de entrada no se le da nada de importancia y después resulta que eso acaba por modificar por completa tu estabilidad vital. Este rasgo descrito en concreto se repite en más cuentos del libro y es algo que creo merece ser valorado positivamente. Personalmente odio la literatura de héroes y mártires que parece que actúen a favor de una idea del bien y el mal compartida por la mayoría de la humanidad y estos héroes son los encargados de volver a poner orden cuando los valores fijos se tambalean. Es por eso que prefiero cuentos como este que expliquen hechos muy sencillos, que despiertan cierta complicidad y te sacan una sonrisa al leer la última frase.
No obstante, hay un detalle en Segundas oportunidades que me molesta al leerlo, que es cuando la primera frase del cuento es a su vez la misma frase que titula el cuento. Esto produce algo asesino que es el desprecio a la primera frase del cuento, a mi modo de ver la más importante y esto es sin duda alguna un error. Si Gómez Muñoz decide titular un cuento “El viernes me declaré independiente” y la primera frase del cuento es “El viernes me declaré independiente” (punto y seguido) no tiene ningún sentido. Imagino que este recurso quizás viene de la poesía. Hay muchos poetas que titulaban sus poemas con el mismo primer verso de la primera estrofa, aunque para mí esto no es compatible con el cuento. La segunda frase de este cuento citado en concreto es: “Llevaba meses madurando la idea” (y punto y seguido). Quizás parece algo banal o ridículo pero el inicio y el final del cuento son posiciones estratégicas para captar la atención de quien lee y si cometes la equivocación de repetir la misma frase dos veces seguidas (en el título y en la primera frase del cuento) esto puede despistar y si ocurre quizás se lee con menos atención la siguiente frase y el texto impacta mucho menos. Decía Mercedes Abad que la primera frase de un cuento tiene que ser como cuando ves pasar un tren, es decir, que lo ves unos segundos y luego desaparece, que viene de lejos y que se irá lejos. Verlo arrancar, en la misma retórica de la metáfora, no es tan impactante porque el tren figura que va más lento. Ocurre lo mismo en el cuento titulado “Era una camisa blanca casi amarillenta” y no significa que esto hace que me parezcan cuentos malos, no, es sencillamente que me parecen cuentos que les falta un retoque, es decir, que si la frase ya está en el título, la primera frase del cuento sobra. O se cambia el título, o se elimina la primera frase.
Al margen de todo, uno se queda a grandes rasgos con las sensaciones y por esto son tan importantes las que seducen como las que decepcionan. No hay segundas oportunidades para una primera impresión.