Guillermo Fernández es doctorando en Ciencias Políticas, especializado en las extremas derechas europeas. Su principal eje de investigación y tema de su tesis doctoral es el caso francés, analizado a través del ejemplo del Frente Nacional (ahora llamado Rassemblement National). Es colaborador de la revista CTXT, ha participado en el volumen colectivo “Epidemia Ultra: la ola reaccionaria que contagia a Europa” y publicará en breves su primer libro “Qué hacer con el auge de la extrema derecha en Europa: el caso del Frente Nacional”. Hablamos con él en marzo de este año sobre Europa, Francia y España como terrenos en disputa en los que las nuevas derechas consiguen marcar el pulso de la agenda política.

P: En tu artículo con Javier López Alós, afirmas que lo que caracteriza al malestar del continente es la perplejidad de las fuerzas tradicionales. Explícanos qué es esto de la perplejidad y si crees que los partidos mainstream se han espabilado hoy en día.

R: Sí, creo que hay dos perplejidades. En España se ve mucho en los principales medios de comunicación que no saben muy bien cómo tratar el fenómeno de Vox. Es decir, no saben muy bien cómo reaccionar ante los mensajes que lanza Vox, muchos de los cuales tienen un contenido muy claramente provocador. Están perplejos porque por un lado son jugosas esas noticias y les cuesta mucho no hablar de ellas. Por otro lado son conscientes de que pueden estar haciendoles el juego. Esa contradicción no se termina de solventar. Esa duda también se traslada a los partidos políticos. El PP, Ciudadanos, Podemos o el PSOE no saben todavía bien cómo tratar a Vox o a otras fuerzas de extrema derecha y se balancean de un punto de vista a otro. La segunda perplejidad tiene más que ver más con lo que escribía aquella vez con Javier López. Eso lo escribimos en 2016. Creo que sí que es verdad que en Europa se está produciendo una reconfiguración de las identidades políticas y que casos como los chalecos amarillos en Francia muestran que lejos de estar todo parado en izquierda y derecha, en campos políticos muy consolidados, hay un margen para la transversalidad. Lo que ocurre es que desde 2016 hasta ahora en Francia y España se ha visto esta potencial transversalidad pero también que los partidos políticos se volvían más conservadores desde su tradición política propia. El Frente Nacional deja a un lado la apuesta por un tipo de propuesta política y de retórica populista y vuelve a posiciones más de extrema derecha clásica. En España, Podemos abandona la estrategia errejonista y vuelve a posiciones más clásicas de la izquierda. Volvemos a eso, aunque sí que creo que sigue habiendo una perplejidad transversal, una movilidad que permite reconfigurar las identidades políticas muy fuerte.

P: En la entrevista que le hiciste, Julien Rochedy (intelectual de la derecha identitaria francesa) afirma que “el sueño liberal nos dice que todo proyecto colectivo (incluso el comunista) es malo. Pero este sueño está muriendo. La gente necesita raíces”. ¿Cómo se pueden crear unas raíces europeas? ¿Qué capital identitario se puede permitir Europa?

R: Yo tengo mis dudas sobre la posibilidad de construir una identidad europea fuerte. Ahora bien, sí que es verdad que, subalternamente y no como su proyecto principal, la extrema derecha europea, y particularmente las corrientes como la de Rochedy que son más cercanas a lo que llaman los identitarios, se refieren a menudo a la existencia de una identidad europea, en la que a veces añaden a Rusia, en contraposición al Islam. En ese

sentido sí que hay una movilización discursiva de esta idea de una identidad europea. Pero tengo la impresión de que es más para atacar al mundo musulmán y justificar ciertas políticas, que algo que realmente piensen que se puede hacer. Sobre todo porque su proyecto actual tiene que ver con deshacer en parte o cambiar totalmente la UE. En la medida en que la UE es equivalente, o se considera equivalente, a una cierta identidad europea, y ellos la quieren deshacer, es porque esa identidad les molesta. Entonces ellos se dicen: “reforcemos las identidades nacionales y después hablemos de identidad europea para enfrentarnos al enemigo exterior o como ellos dicen al otro civilizatorio”. Pero yendo al fondo de la cuestión, creo que en esa entrevista Rochedy dice cosas muy interesantes, como que nuestras sociedades atomizadas necesitan puntos de anclaje que permitan una solidaridad, una pertenencia a algo común, algo que vaya más allá de uno mismo. Esa idea como anhelo sí que existe en muchas capas de la población. Ese anhelo se puede articular de muchas maneras, una de las cuales puede ser el nacionalismo o el patriotismo, también el nacionalismo a la VOX, con las evocaciones al antiguo Imperio, a los tercios de Flandes, Abascal llevando el casco… No hace falta que lo desarrolle pero apuntan a esa idea de “usted pertenece a un proyecto común civilizatorio de siglos de antigüedad y usted tiene que continuar contra sus enemigos”. Creo que esa idea a la que apunta Rochedy es interesante y por tanto sería bueno que tuviera algún tipo de desarrollo por parte de las fuerzas progresistas. No para proponer exactamente lo que hace la derecha pero sí para darse cuenta de que hay lo que en la politología se llama una “demanda” de esto. Cuanto más individualizadas son nuestras sociedades más deseo hay de eso que nos falta. No tengo dudas de que exista este anhelo, creo que existe. Ahora bien, es verdad que la gente de menos de 45 o 40 años, tenemos unas vidas tan particularizadas y fragmentadas que no sé hasta qué punto realmente nos interpela ese deseo de comunidad tan fuerte. Es como un deseo que se pelea por él pero en el fondo uno no quiere conseguirlo. Creo que queremos comunidad, pero al mismo tiempo no sé hasta qué punto estaríamos a gusto con esa comunidad. Por un lado estamos muy habituados a esta vida sin demasiadas relaciones o sin demasiadas ataduras y echamos de menos a veces ese tipo de compromisos y esto motiva una cierta acción política. Pero al mismo tiempo hay algo que nos gusta de esta forma de ser atomizada. Yo mismo, que acabo de decir esto sobre la comunidad, muchas veces visto desde fuera cumplo el estereotipo de individuo del neoliberalismo contemporáneo. Creo que la vida de muchas personas que conozco de la política en las fuerzas del cambio, vistas desde fuera, podrían ser ejemplos de ese tipo de vida que promueve el neoliberalismo. Nuestra forma de vivir es un ejemplo de eso y sin embargo luchamos contra eso. En esa ambivalencia se mueve la acción política y la lucha por un proyecto que refuerce los lazos colectivos.

P: ¿En qué escala debería la izquierda construir Europa? ¿Nacional, subregional o transeuropea?

R: Esa es una de las grandes preguntas. Un tipo de proceso regional de varios países a veces es posible cuando se tiene un enemigo perceptible en común y contra ese enemigo se pueden lanzar argumentos que han sido más o menos construidos históricamente, que están ahí en los libros, en la historia. Simplemente para movilizarlos. En el caso de la Europa del Sur, efectivamente hay toda una literatura de los lazos que unen a los europeos del Sur frente a esa Europa del Norte que es completamente diferente. En Francia esto se

ve muy claro porque siempre tienen esa dualidad. Yo recuerdo leer a Maurras, que es uno de los grandes ideólogos de la extrema derecha de final del siglo XIX y principio del siglo XX. Él era del sur de Francia y hace toda una parte de su obra dedicada al elogio del Mediterráneo por oposición al mundo germano. Ahí hay material que se podría movilizar. Esto ya se comenzó a hacer en una fase muy preliminar al principio de la existencia de Podemos porque, efectivamente, era más posible movilizar un clivaje norte/sur de Europa. Poner a Merkel como la déspota que quiere convertirnos en súbditos de Alemania. Este discurso yo creo que lo han abandonado prácticamente todas las fuerzas políticas en Europa, las de izquierdas y las de derechas, desde hace un par de años como mínimo. ¿Pero la situación europea actual permite este tipo de oposición como la que hizo Podemos al principio? Creo que no. Si va a haber una frontera, es la frontera Este-Oeste. Es una frontera que conviene más a los intereses de los sectores más progresistas o más liberales. Es toda la pelea que hay entre democracias liberales y democracias iliberales. Y bueno quizá hay una pelea en el futuro dónde la izquierda pueda librar una batalla ahí. Si en Europa del Este el autoritarismo avanza mucho y arrastra a los conservadores en el Oeste, pues a lo mejor sí que hay una batalla que dar por la democracia y las libertades. Pero sería más en ese frente de la democracia y las libertades que en el de la redistribución de la riqueza.

P: ¿Qué pasó con la alianza de la République en Marche de Macron y ALDE en las europeas?

R: Me pareció llamativo uno de los últimos discursos que hizo Macron y una carta que hizo hace poco sobre el proyecto europeo. Llama mucho la atención porque efectivamente abandona ese espíritu europeísta ingenuo y parece en algunos aspectos acercarse a posturas más proclives a introducir cambios en la Unión Europea, en la línea contraria al federalismo. Parece más bien un eurorrealista. Tengo dudas de que ese cambio responda a un cambio en las convicciones de Macron. Puede tener más que ver con una táctica electoral de cara a las europeas para ganarse el voto de la derecha clásica de los Republicanos. Creo que este giro tímido a una postura un poco más reticente al federalismo tiene que ver con competir en los sectores de derecha que ven mejor a Macron al luchar con dureza contra las protestas. Desde el centro hasta la frontera con Dupont-Aignan, quiere ganarse todo ese sector. Creo que una vez pasada la campaña Macron acabará en el ALDE, en aquel lugar donde pueda liderar algo. Parece que al final será la primera fuerza en Francia aunque, como ya ocurrió en 2014, haya una abstención fortísima en las europeas. Dentro de esta abstención, puede ser la República en Marcha la que acaba sobresaliendo. Hay unos códigos no escritos en el Paramento según los cuales el partido que queda en primer lugar en su país tiene una cierta primacía en los grupos políticos que se constituyen. Ahora tal y como están las cosas es difícil crear un grupo aparte. ¿Con qué otro partido se iría si no? ¿Con los populares? Es complicado. Probablemente él promueva una especie de reformulación del ALDE donde tal vez incluya al Partido Democrático Italiano y algún partido socialista despistado. Yo creo que eso es lo más posible. Sobre todo si la derecha más extrema tipo Frente Nacional, o la derecha radical tipo PiS polaco logran un gran resultado, las presiones para que Macron lidere algún tipo de gran coalición entre lo que quede de los socialistas, el EPP y ALDE van a ser muy fuertes. En este caso también hay que contar con qué va a pasar con el Brexit, porque está la posibilidad de que UKIP

esté en el Parlamento Europeo. Esto altera la situación de la extrema derecha y de la derecha radical. En el grupo de los polacos (ECR) estaban también los Tories y tienen un peso importante.

P: ¿Cuál es el rol del Brexit en esta nueva distribución de fuerzas?

R: Si se produce, va a afectar notablemente al grupo de los socialistas y demócratas, al perder al Labour que es una de las delegaciones más potentes. Después, desde el punto de vista de los euroescépticos, el hecho de que se vaya UKIP y Farage, que enfrenta en el liderazgo de la extrema derecha europea con Marine Le Pen, abre las posibilidades de unirse a otros. Lo que ha pasado en este año es el crecimiento espectacular de la Liga Norte y que ese grupo de euroescépticos moderados que es el ECR ha constituido un movimiento light con capacidad para influir en el Partido Popular europeo, trayendo a más gente que la extrema derecha. Quieren causar tensiones y discrepancias dentro del PPE. Esto es una consecuencia lejana del Brexit, en la medida en que ha alterado el equilibrio de los grupos políticos dentro del Parlamento Europeo. Está siendo tan difícil el proceso del Brexit, que cada vez tienen menos prestigio ideas de Frexit como las que defiende Philippot o incluso el Italianexit y cada vez tiene más predicamento la posición de los euroescépticos light de la Europa de las naciones, que buscan sobre todo controlar mejor los flujos migratorios. Es lo que dice VOX en España: “la UE no me molesta particularmente, solo quiero que me dejen poner vallas en las fronteras y que no se metan en mis asuntos nacionales”. Quieren reducir el poder de la Comisión en concreto para que no se metan en el tema de Catalunya. Al final, la última de las consecuencias del Brexit es la pérdida de predicamento de opciones como las del FN y ganan mas fama las opciones intermedias que combinan una propuesta muy liberal en política económica con visiones extremadamente conservadora de la familia y de la sociedad.

P: ¿Hasta dónde puede llegar el poder de las fuerzas euroescépticas? ¿Cuáles son los verdaderos pronósticos de cara a las elecciones de mayo? ¿Qué poderes se les anticipan? ¿Salvini será capaz de congregar a una derecha euroescéptica unitaria?

R: El plan inicial del supergrupo era juntar a todos los euroescépticos para bloquear el proyecto federalizante de Macron. O mejor dicho, aprovechar la crisis de la socialdemocracia para unir a toda la extrema derecha y con eso romper la coalición. Ahora se ha cambiado a una maniobra que es más de corte hegemónico. Vamos a tratar de influir al PPE para que poco a poco se vaya alejando de ALDE y de los socialdemócratas. Es un proyecto que puede funcionar relativamente bien. Estamos viendo que funciona bien a escala nacional. Estamos viendo como VOX consigue suscitar muchas dudas en el PP. A nivel local, es dramático para el PP la cantidad de cuadros que se están yendo a VOX. Eso también está pasando en Francia con la crisis de los Republicanos que no saben qué hacer con la pinza que les hace el FN por un lado y Macron por el otro. En este panorama, la gente más inteligente de la extrema derecha tiene esto en cuenta. La posibilidad de crecer y de implementar su proyecto está en aprovechar la debilidad de los partidos conservadores.

Estuve en Bruselas hace unos días y me encontré con algún militante del ala más de derecha del PP y reconocía que estaba muy a gusto con VOX y que no sabía si acabaría

incluso votandoles. Le parecía que VOX era una fuerza muy valiente. Lo que le daba mucha envidia es que iban al choque cultural en todos los dominios. Pasara lo que pasara, incluso si el PP perdía votos, es positivo en un sentido metapolítico. Todo lo que VOX avance en este primer movimiento después puede aprovecharlo el PP. ¿Este razonamiento lo comparte más gente en Europa? Yo creo que sí y creo que ahí está uno de los asuntos cruciales para saber qué va a pasar en la Unión y también en cada país.

P: Volviendo al contexto francés, hay varias maneras de ver lo que representa Emmanuel Macron. ¿Es En Marche el recurso in extremis de un ciclo político en decadencia o se debe interpretar como una lógica política propia, un bloque diferente?

R: Yo pienso que Macron es un como un gran jugador jugando en casa propia. Juega en un terreno cultural que ya está abonado por décadas de neoliberalismo cultural. Le resulta fácil activar los núcleos de sentido común neoliberal que ya están en nuestra sociedad. Lo que no quiere decir que los del equipo rival no le odien. ¿Pero basta con eso para tumbarle? Yo creo que de momento no. ¿Es algo nuevo o no lo es? Nada es del todo nuevo. La crítica es que él no es nuevo, que ya estaba en política, etc… Pero creo que sí fue nuevo el intento de hacer ver que el paradigma ha cambiado y que la división no es entre izquierda y derecha sino entre conservadores y progresistas, entre quienes quieren cambiar las cosas y quienes no. Incluyen nuevos elementos en el lenguaje político del día a día. Yo ahí sí que estaría tentado a decir que él representa algo relativamente nuevo y con relativo futuro. Sobre todo si sus opositores están muy disgregados. Hay más personas a las que Macron no convence que a las que sí, pero a las que no convence no tienen demasiadas cosas en común o se odian mutuamente entre ellas. De algún modo, montar algo conjunto fue el intento de Philippot pero no funcionó del todo.

P: Sobre los chalecos amarillos: ¿cuál es su impacto y hasta dónde llegarán?

R: Yo suelo ser un poco escéptico con algunos análisis de la izquierda, que a partir de los gilets jaunes decían: “Macron va a caer, todo está hecho”. Yo creo que Macron es políticamente fuerte. Creó una plataforma cívica o ciudadana que después ha sido bastante inoperante desde el punto de vista político pero que en su dia le permitió disputar con el Frente Nacional la idea de ser el partido que propone una forma diferente de hacer política, que integra a sectores de la sociedad que estaban alejados de la política y cambia el balance de poderes entre progresistas y conservadores. Creo que fue inteligente por su parte. Es verdad que en la siguiente fase le ha funcionado bastante peor y ha dado lugar a críticas de que su grupo parlamentario no estaba preparado. Macron, más que apoyarse en la plataforma cívica que había creado, se apoyó en personas cercanas, en círculos de confianza. Recuerda un poco a lo que pasó en Madrid con Carmena. Pienso que, después de los primeros meses, la oposición le ganó a Macron una parte de la batalla por el relato y consiguió adosarle la etiqueta de presidente de los ricos. Creo que eso le ha hecho bastante daño a pesar de que la oposición no ha terminado de despegar del todo. Al Frente Nacional se le escucha poco en la cámara. El Partido Socialista es inexistente. La derecha no sabe cómo tratar a Macron. A pesar de la debilidad de la oposición, es verdad que la etiqueta “presidente de los ricos” está muy anclada. Sin

embargo, aún teniendo el movimiento de los chalecos amarillos, que muestra un malestar profundo que tiene que ver con el poder adquisitivo, etc.Macron es todavía capaz de convencer a sectores muy importantes de la sociedad francesa. Porque es un destilado muy bien acabado de lo que Nancy Fraser llamaba el “neoliberalismo progresista”. Incluso con las cosas que le salen regular como el tema del gran debate. A él le sale regular pero es un hombre lo suficientemente ágil como para plantear un simulacro de debate en el que puede movilizar toda esa puesta en escena de presidente que escucha, culto, que quiere cambiar el país o algunas cosas, más bien,las que tienen que ver con reformas institucionales que no tocan a la economía. “Vamos a ver si reducimos el número de diputados”. “Vamos a ver si alguna arquitectura institucional está mal y podemos cambiarla”. En un país como Francia, donde la población reconoce su afición por debatir, abrir un gran debate nacional es una jugada que le ha permitido ganar bastante tiempo. Entre medias, los chalecos amarillos han ido perdiendo fuerza y el apoyo de la parte más a la derecha de la sociedad. Entre medias se ha ido ganando a una parte de los sectores más liberal/progresista y además a casi todos los votantes de los Republicanos. Yo soy bastante escéptico con respecto al declive inexorable de Macron. La izquierda tiende a ver en cada crisis el fin del enemigo, que luego nunca ocurre. Los chalecos amarillos están durando, mucho. Nunca se ha visto un movimiento que tuviera tanta duración y que hiciera la revolución todos los sábados. Es un movimiento bastante insólito que ofrece muchas lecciones. Hay que pensar en las posibilidades que abre y en el repertorio de acción colectiva que está utilizando antes que pensarlo como el movimiento definitivo que va a tumbar a Macron.

P: Los presupuestos de Podemos y PSOE, como los italianos, eran vistos con preocupación desde la Comisión. Ahora vemos que la Comisión se ha ablandado con Salvini porque encarna la posición del que no tiene nada que perder. ¿Deberían el Gobierno Sánchez y Podemos haber sido más “euroscépticos” y apretar más duro?

R: La palabra euroescéptico tiene muy mala prensa en España y usarla políticamente sería un error. Pero es verdad que en el caso de la negociación de los presupuestos sí que había margen de maniobra porque las condiciones ahora son débiles de la UE y porque tienen otras preocupaciones más allá de España. El PSOE podía haber apretado más de lo que lo hizo. Tengo mis dudas de hasta qué punto en España, aunque el euroescepticismo no funciona, mostrarse como alguien que va a Bruselas que para conseguir lo que es de los españoles y lo mejor para ellos puede fortalecer el liderazgo interno como lo fortalece en Italia. Creo que ahí tal vez hay un punto de cobardía política. Caminando con pies de plomo, porque es un tema muy poco transitado, pero si uno negocia bien y por un lado dice “oiga yo no quiero irme de la UE, no soy su enemigo, ya tiene otros que sí lo son, pero en cambio me preocupa tener mis presupuestos que me permitan hacer mi política social”, creo que sí que se puede ganar terreno.

P: En el discurso de Macron hay un componente reconciliatorio con el adversario. El tono elegante, su educación francesa, marcaron el ritmo de su figura pública. En una España que para muchos parece una cacofonía agresiva, ¿sería revolucionario buscar la bajada de humos y el respeto del otro?

R: Yo creo que esa es una línea de fractura que ya está operando. Por un lado tienes al PSOE que está jugando esa opción más evangélica de “vamos a rebajar el tono, convivir todos, buscar soluciones, todos cabemos aquí…”. De hecho, le está funcionando relativamente bien. El PSOE está sabiendo jugar bien con el hartazgo de una parte notable de la población sobre el ruido alto e incluso sobre Cataluña. Creo que hay una parte de la población que aún estando muy enfadada con el independentismo catalán también tiene ganas de que esto acabe. Como después de una gran gran bronca que dices, “bueno ya está, estamos cansados de tanta bronca, de tanta tensión”. Le puede seducir esta idea de “venga va, vamos a tratar de convivir”. Es el PSOE quien está acaparando este lado de la línea de fractura. Al mismo tiempo que existe este deseo evangélico de tranquilidad también existe una especie de indignación ante lo existente. La idea de que por primera vez se pueden cambiar cosas que estaban muy asentadas en Españas como las autonomías, la poca presencia de ciertos temas. Vox juega mucho a tratar de ser el partido que articula toda esa sensación de que vivimos en una especie de dictadura. Es curioso que cuando uno habla con gente diversa de izquierda, más o menos todo el mundo concuerda en querer hacer una España en la que quepan todos. Cuando se habla con gente diversa de derecha, se ve que están hartos de que se les mire desde arriba o de llevar mucho tiempo callándose. Eso de sentir “que lo que yo digo levanta escamas” es lo que Vox está sabiendo movilizar. Entonces supongo que conviven a la vez esta especie de deseo evangélico con ese deseo bélico.