Semesterfrage Podiumsdiskussion am 16. Jänner

Por Diego Santamaría Guillén y Tomás Rodríguez Hisado

Oliver Marchart (Viena, 1981) es Profesor de Teoría Política en la Universidad de Viena. Escribió su segunda tesis doctoral bajo la supervisión de Ernesto Laclau sobre la diferencia entre «la política» y «lo político», planteándola como análoga a la diferencia entre lo óntico y lo ontológico propuesta por Martin Heidegger. Según Marchart, el pensamiento político que asumiera esta diferencia debería ser calificado de «posfundacional» y tendría entre sus máximos representantes a Jean-Luc Nancy, Claude Lefort, Alain Badiou y Ernesto Laclau. La tesis fue editada y traducida al castellano en forma de libro con el título El pensamiento político posfundacional: la diferencia política en Nancy, Lefort, Badiou y Laclau. Posteriormente ha escrito sobre las consecuencias de este pensamiento para la teoría democrática, sobre el papel del concepto de antagonismo en la ontología política de Laclau y sobre la relación de las prácticas artísticas con el activismo político.

La Trivial pudo entrevistarlo con motivo de su visita a Madrid a finales de marzo de 2023 para pronunciar dos conferencias en la Universidad Complutense sobre antagonismo y populismo, organizadas por la profesora Cristina Basili. La primera de ellas fue grabada y está disponible aquí.

¿Qué es el pensamiento político posfundacional? ¿Por qué es relevante para la política contemporánea?

Lo primero que hay que decir es que «fundacionalismo» y «fundamentalismo» no son lo mismo. Fundacionalismo es un término que se utiliza en filosofía para determinadas ideas metafísicas de un fundamento firme o «último», pero también podría utilizarse para describir algunas ideas científicas contemporáneas como la de que los genes humanos determinan nuestro comportamiento. Fundamentalismo es un término político que se utiliza para los movimientos más diversos: por supuesto, existe el fundamentalismo islámico, pero también tenemos fundamentalistas cristianos, así que se puede utilizar para muchos movimientos políticos diferentes que también buscan un «suelo firme» . Lo que hace que ese fundamento sea un «Fundamento» es el hecho de que es irreductible y trasciende nuestro mundo social, por lo que no podemos alterarlo. Ahora bien, existe un movimiento en contra de este fundacionalismo que yo describiría como antifundacionalista: de nuevo, en la filosofía y la ciencia tenemos a alguien como Paul Feyerabend, que más o menos sostiene la idea de que «todo vale». Pensar que «todo vale» significa que no se necesita ningún fundamento o base. Y lo mismo en política: una especie de pluralismo postmoderno del «todo vale» o una forma particular de anarquismo también podrían considerarse antifundacionalistas, porque creen que puedes tener una sociedad sin ninguna norma, valor o fundamento en particular.

Creo que estas dos opciones, fundacionalismo y antifundacionalismo, no tienen nada que ver con nuestra realidad política: puede que describan el final de una escala de posibilidades, pero donde nos movemos es dentro de esa escala. Me gusta describir esto como posfundacional por esa razón, lo que significa que ni vivimos en un mundo con un suelo firme ni vivimos en un mundo sin ningún suelo: vivimos en un mundo con suelos contingentes que al mismo tiempo no sólo son contingentes sino que hay un conflicto en curso sobre su definición, un conflicto de fundamentación, si se quiere. Así que cada penúltimo fundamento, puesto que no hay fundamento último, necesitará ser fundamentado políticamente. Y ése es el punto principal por el que creo que el pensamiento político postfundacional tiene mucho que ver con la política y con las cuestiones políticas, porque tenemos que preguntarnos cómo debería ser el mundo en el que vivimos y en qué tipo de fundamentos debería basarse, teniendo siempre presente que esos fundamentos son provisionales y contingentes, ya que pueden alterarse en cualquier momento. Se trata, pues, de una mirada diferente sobre el mundo desde una perspectiva posfundacional. Y, precisamente por esa razón, es una visión del mundo totalmente política.

Ernesto Laclau influyó mucho en la izquierda española a través de la recepción que hizo Podemos de su obra y su posterior aplicación de sus tesis sobre hegemonía y populismo. En su opinión, ¿cuáles son los puntos fuertes de la teoría de Laclau que podrían ayudarnos a trazar una estrategia radical hacia el socialismo? ¿Cuáles son sus debilidades?

Creo que su principal fortaleza es el realismo político que hereda de Antonio Gramsci y Nicolás Maquiavelo. Laclau consigue aportar al marxismo una visión política particular: no se apoya en lo que para los marxistas tradicionales sería el determinismo económico —la idea de que la base económica determina la superestructura política—, lo que da una nueva y muy amplia vía a la acción política. De ahí se extrae que la acción política sea una forma de cambiar la sociedad y la forma particular de acción política que él prefiere es el populismo. En este sentido, dice que el populismo es la «vía real» hacia lo político, lo que significa que un planteamiento político que quiera cambiar la hegemonía —el consentimiento y el consenso generalizados sobre la forma en que vemos el mundo, según Gramsci— hacia una dirección más progresista tiene que organizar la política de forma populista erigiendo un antagonismo entre el pueblo y la élite o la oligarquía. Creo que ésa es la verdadera fuerza de su teoría, aunque también podría ser una debilidad en los momentos en que la antagonización no funciona. Chantal Mouffe escribió un libro, Por un populismo de izquierdas (2018), donde afirma que estamos en un momento populista, pero hay que reconocer que no siempre estamos en un momento populista. En ciertas coyunturas políticas, una estrategia populista de movilización podría ser menos efectiva que en otras, y es una cuestión de juicio político ver qué en una coyuntura particular podría ser más efectiva.

En Nuevas reflexiones sobre la revolución de nuestro tiempo (1990) Ernesto Laclau da un paso atrás respecto a su visión sobre el antagonismo en Hegemonía y estrategia socialista (1985), hablando en su lugar de «dislocación» para aclarar que no todas las dislocaciones desembocarían necesariamente en antagonismo. En Thinking Antagonism (2018) criticas este movimiento. ¿Por qué?

Porque es una forma de despolitizar uno de sus mayores logros, que es el concepto de antagonismo. En cierto modo, retrocede y no vuelve a aferrarse a la primacía del antagonismo, sino que propone que hay algo aún más primario: la dislocación, que no es en sí misma política. Creo que con ello despolitiza en cierto modo su propia ontología —que a mí tampoco me convence del todo—. Por supuesto, el antagonismo, en un sentido político muy estricto, no siempre está ahí, de eso no hay duda, pero en el sentido estructural en que él presenta el concepto es el fundamento de toda formación de sentido, de todo discurso, de toda identidad social, política o cultural. En ese sentido, por ser para él esta instancia formativa, instituyente, lo es todo el tiempo y en todas partes. Ahora bien, para Laclau el antagonismo no sólo tiene esta función instituyente, sino también una función destituyente: el antagonismo mismo es fuente de perturbación y yo diría de dislocación.

Laclau, sin embargo, termina diciendo que —y eso es lo que le dijo Žižek— existe lo Real lacaniano, no sólo el antagonismo. Aferrándose al punto, añadió que también hay formas de lo Real que no son estrictamente políticas. Pero si lo piensas, si intentas pensar en las posibilidades de cualquier cosa que pueda ocurrir que no sea aparentemente política, digamos un acontecimiento natural, una erupción volcánica o lo que sea: tan pronto como ocurre ya está inscrito en los discursos políticos y sociales, porque le damos sentido, así que ya está ocurriendo dentro del horizonte del significado y por esa razón la forma en que lo construimos como un fenómeno natural, como un castigo de los dioses o lo que sea es profundamente política y tiene que ver con el antagonismo. Creo que nunca se puede eludir el antagonismo porque es el único punto de entrada para todo lo que sucede. Y por lo tanto, propongo que pensemos en el antagonismo como la ontología fundamental de lo social.

En Thinking Antagonism (2018) afirmas que «toda política es política de protesta». ¿Por qué?

Porque es con la protesta que comienza toda política, es el momento inicial. De nuevo, como he dicho, para Laclau la «vía real» hacia la política es el populismo, y hasta cierto punto estoy de acuerdo con él, pero existe ese momento inicial de frustración, el momento en que tu propia identidad se ve dislocada por una fuerza antagonista, por algo que perturba tu forma rutinaria de vivir o tu identidad. Y no es entonces cuando empieza la política —política en sentido estricto—, porque la vida de la gente se ve perturbada todo el tiempo y no siempre se puede generar un proceso destituyente con eso. Sabemos incluso que muchas personas en el extremo inferior de la escala social dejan de hacer política precisamente porque se encuentran en una situación de opresión y subalternidad. De este modo, la mera distorsión de la identidad o rutina de vida no tiene por qué desembocar necesariamente en la acción política.

Sin embargo, es en este momento, por así decirlo dialéctico, en el que la dislocación de tu identidad se puede convertir en un momento de negación: cuando se llega a reaccionar negando todo lo dado. La «protesta» es este momento elemental de negación de lo dado que está al principio de toda articulación política. De esta negación primaria puede surgir el populismo o cualquier otro tipo de política contestataria, pero siempre precisa de este primer momento dialéctico que da vida a lo político.

Por último, nos gustaría preguntarle sobre esta frase suya: «un momento metafísico en sentido estricto no puede sustraerse a la noción de política». ¿Qué quiere decir con eso?

Hay muchas formas apolíticas de hacer política, pero, al fin y al cabo, toda forma de hacer política es política, incluso la antipolítica, postpolítica o tecnocrática. Tuvimos esta fase de política tecnocrática neoliberal que, por supuesto, era profundamente política porque trataba de negar el antagonismo, pero negar el antagonismo ya presupone que niegas algo, por lo que es antagónico y político en sí mismo. En ese sentido, creo que la política es un asunto metafísico porque no se puede eludir. Además, la política es para mí un asunto metafísico porque quizá sea el único lugar donde la metafísica tiene sentido.

En política se presupone un par de cosas que la metafísica clásica también presupone, como la idea voluntarista del sujeto que está al mando de su propia voluntad, aunque sabemos por todo tipo de críticas a la metafísica —pensemos, por ejemplo, en el psicoanálisis freudiano— que no somos totalmente dueños de nuestra voluntad. Sin embargo, no se puede pensar en ninguna política que no presuponga que las personas afirman su propia agencia como sujetos políticos, pensándose como sujetos al mando de su voluntad. Por eso la política consiste en construir una «voluntad de poder», como la llaman Nietzsche y Heidegger: necesitamos querer nuestra propia voluntad para hacer política, que es algo enteramente metafísico. La «voluntad» en sí misma es una categoría metafísica, al igual que el «sujeto» y, sin embargo, necesitamos presuponerla para empezar a actuar políticamente; de lo contrario, no empezaríamos a actuar y, en vez de ello, nos tumbaríamos en el sofá a meditar o lo que fuera. Así pues, necesitamos la metafísica y la política es profundamente metafísica.

Ya para terminar, hay otra ley metafísica política que me gusta mucho que es ex nihilo nihil fit, que significa que nada saldrá de la nada y que tienes que hacer algo para que algo cambie. Esta es una ley metafísica de la política: hay que hacer política para que ocurra algo, incluso para que surja eventualmente un antagonismo. El antagonismo no es una categoría que esté ahí fuera, objetivamente, no es una idea platónica por encima de nosotros, es el resultado de la acción política, por lo que se construye de una determinada manera a través de un proceso de negación de lo dado. Así pues, hacer política es, básicamente, dedicarse a la metafísica.