Julio Ruiz de Alda, Alfonso García Valdecasas y José Antonio Primo de Rivera.

Por Roc Solà

A raíz de la irrupción de los 12 diputados de Vox en el parlamento andaluz el debate sobre la ultraderecha, sobre los motivos de su crecimiento reciente, la composición sociológica de sus votantes y el modo de confrontarla se está situando en el primer plano de las preocupaciones políticas en nuestro país.

Es un debate, en cierto modo, complicado no solo por la problematicidad de muchos de los presupuestos teóricos, sino sobre todo por la falta de espacios de discusión y confrontación de ideas que permitan centrar bien el debate. Este texto pretende pensar históricamente nuestro presente no tratando de hacer una analogía histórica sino más bien aportar algunas guías o claves que den respuesta a preguntas absolutamente actuales. Quisiera remarcar claramente esto porque es cierto que el estudio de la historia nos puede ayudaren algo a entender el presente, pero no tanto como estudiar el propio presente.

Dicho esto, creo que es interesante pensar la ola reaccionaria de los Trump, Le Pen y Bolsonaro –y de la que forma parte Vox– no como una caída en el irracionalismo moral colectivo ni como una estrategia defensiva de las élites sino más bien con una tentativa de actualización del dominio neoliberal en su variante más autoritaria. La emergencia de estas fuerzas reaccionarias nos traslada mentalmente a los años de entreguerras del siglo pasado y creo que hay preguntas a las que la historia puede ayudar a responder. ¿Cuáles son los elementos que utilizan las élites para ralentizar o revertir las dinámicas de cambio social? ¿Cómo logra el establishment superar o incluso aprovechar la pérdida de legitimidad política?

En este texto voy a tratar de hacer un análisis de cómo se construyó este bloque histórico reaccionario en la España de los años 30 con la intención de hacer una lectura lo más “política” posible centrándome en el partido de la Falange y su relación con el campo político de la derecha

  1. Inicio: Soportes iniciales de Falange y base social

Javier Pradera considera la historia oficial de la Falange comienza el 29 de octubre de 1933 en un “acto de afirmaciones nacional” donde intervinieron Julio Ruiz de Alda, Alfonso García Valdecasas y José Antonio Primo de Rivera[1]. En noviembre del mismo año, Acción Española(revista dirigida por Ramiro de Maeztu) saludaba con entusiasmo la formación de un nuevo movimiento, del que se esperaba una leal colaboración en la común tarea contrarrevolucionaria. Primo de Rivera era descrito en las páginas de Acción Española, como una persona que había encontrado una “acogida fraterna en aquella casa y se llevó un poco de nuestra esperanza”[2].

Es importante hablar del contexto general a nivel español y también internacional, tras el putchde Sanjurjo –la Sanjurjada- de 1932, la monarquía ya no servía como unión para las clases dominantes. Además, a ojos de Pradera, la quiebra del levantamiento tuvo dos consecuencias: un sobresalto en la conciencia de la izquierda, que acabaría con la lentitud de la ley agraria y el Estatuto catalán y, para la derecha, supuso lo que Gramsci llama el paso de la guerra de movimientos, o asalto frontal, a la Guerra de posiciones. Así, nos encontramos con que el 9 de septiembre de 1932, la ley de Bases de la Reforma agraria era aprobada por 318 votos contra 19. La ley tenía una base adicional que declaraba sujetas a expropiación las propiedades rústicas de la “Grandeza de España”[3]. Hay también enfatizar que, en marzo de 1933 coincidiendo con la llegada de Hitler al poder en Alemania, había salido ya el primer número de la revista El fascioque, aunque no llegaría nunca a cristalizar, permite leer dos artículos con referencia abierta y explícita al fascismo italiano y a Mussolini escritos por José Antonio. Como escribió Ledesma, “en esas fechas comenzó a soñar con un partido fascista del que fuera el jefe”[4]. Así, con la situación preelectoral de octubre, el partido fascista español se pondría en marcha para aprovechar la visibilidad que suponía la campaña. La derecha aparcaba la vía del asalto frontal (putch), que dejaba paso a la guerra de posiciones y actuación en la sociedad civil.

En cuanto a la composición orgánica, la base social y los soportes iniciales de la Falange, vemos que hay diferencias sustanciales respecto a los casos italiano y alemán. El núcleo inicial de la Falange estaba constituido por monárquicos y militares leales (grupos sociales claramente alineados con la causa contrarrevolucionaria), mientras que en el caso concreto de Italia prevalecían los hombres de “clase media”, burguesía urbana y la nueva burguesía agraria aparecida por los procesos de transformación de la propiedad rural[5]. Así, el cordón umbilical que a ligaba a Falange a las clases dominantes estaría constituido por la financiación que recibiría y por las conspiraciones con el aparato del poder. Asimismo, esta relación con las viejas clases dominantes habría estado también presente en los fascismos alemán e italiano. Sólo hay que ver como el ascenso al poder tanto de Hitler como de Mussolini tuvo el consentimiento y la complicidad activa de los gobiernos derribados, la burocracia, el ejército, la jerarquía eclesiástica y la financiación de banqueros, industriales y latifundistas.

  1. Cambios iniciales en la estrategia 

Explica Adrian Lyttelton que Mussolini, tras comprobar el fracaso en su empeño por conquistar el apoyo de un electorado netamente fascista, modificó su estrategia, dirigiéndose hacia la creación de un partido-milicia y hacia la constitución de escuadras de acción que, mediante el uso de una desaforada violencia en la lucha contra los socialistas, contribuiría profundamente a que la opinión pública enfatizara la cuestión del orden público y su necesaria defensa[6]. Así, está claro que todo análisis de la construcción de una hegemonía debería focalizar en el proceso y no en algo que se podría llamar el “fascismo en esencia” y que, por tanto, como propone Ferran Gallego, lo que es más interesante es ver el proceso de fascistización de la sociedad, como se da y qué lógicas tiene esta dinámica política. De este modo,

“La continuidad debe establecerse en un proceso constituyente del fascismo, un ciclo de fascistización de lo que el partido fascista es parte, no vanguardia dinamizadora. […] Esta competencia no se da entre identidades alternativas, sino entre programas, estilos de militancia, formas de organización, preferencias ideológicas que irán confluyendo en un solo movimiento nacional, en el que aquellos caracteres propios del fascismo, en el conjunto de las fuerzas de la contrarrevolución, sólo serán hegemónicas después de un proceso de mutación de sus signos fundacionales “[7].

Una primera fase de la historia de la Falange tendría que ver con el rol de la violencia. La creación del partido, y la incitación a hacerlo desde varios sectores de la derecha, había tenido que ver con la necesidad de una fuerza de choque que diera un toque de atención a las organizaciones obreras. Sin embargo, el partido que se reflejaba con los escuadristas italianos y alemanes, no tenía una composición adecuada para la lucha callejera. Esto es lo que Pradera quiere decir cuando habla del conflicto entre “La Causa” –contrarrevolucionaria– y su fuerza de choque[8]–su partido fascista. Así, desde el diario ABCse critica esta carencia en la Falange y José Antonio responde, “se revela contra sus censores” y eso, paradójicamente lo hace darse cuenta de que la composición social de su partido, con los apoyos de ese momento, le hacían imposible cumplir sus objetivos.

Estas primeras divergencias entre José Antonio y sus patrocinadores propiciarían el acercamiento de posiciones entre Falange Española y las JONS de Ledesma. Podríamos considerar la nueva fase que se abriría con este pacto y unión como una evolución en la lógica dentro de la Guerra de posiciones, es decir, pasar a centrar sus esfuerzos en intervenir en la sociedad civil, creando un liderazgo social e ideológico que precediera a la toma del poder propiamente dicha. En este marco es donde hay que insertar el hecho que el 13 de febrero de 1934 se firmara el acuerdo de fusión entre ambas organizaciones.

  1. Confluencia entre Falange Española y las Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista (JONS)

Desde los primeros meses de 1934, la actuación de Falange se moverá en una contradicción muy profunda que tendría consecuencias decisivas en el porvenir de la formación. Por un lado, servir de fuerza de apoyo en el campo de las organizaciones que tienen como fin último la destrucción de la República o, por otro, constituirse como fuerza dirigente en el conglomerado contrarrevolucionario[9]. La tensión entre la pérdida de la ayuda financiera y la constitución de una autonomía política –y por lo tanto la perspectiva de poder hacer una política hegemónica– es lo que constituirá el centro de esta fase de la evolución del partido en el campo contrarrevolucionario. El mismo Ledesma indicó que la unificación –vista desde la perspectiva de las JONS– se realizó por dos causas: la imposibilidad de crecimiento jonsista y la esperanza de poder modificar la línea de Falange desde el interior de una nueva organización[10]. Así, esta unión era indisociable del nuevo escenario creado con el triunfo conservador en las elecciones de noviembre de 1933 y la ruptura política entre Gil Robles, que estaba de acuerdo en participar en las elecciones del Régimen republicano, y el nacionalismo reaccionario de los monárquicos, que no lo estaban[11]. Durante esta fase, la constante búsqueda de un espacio político diferenciado, en especial dada la yuxtaposición ideológica con la derecha católica facistizada, llevaría a la Falange a cuestionar la alternativa corporativista, que se identificaba mucho con la CEDA y, por tanto, reducía las posibilidades de atracción de capas de la sociedad rural y conservadora castellana[12]. Esta situación paradójica de hegemonía del posibilismo en la derecha, es decir, la confianza en una colaboración con la República y de una posible alianza con los republicanos conservadores y católicos era lo que había generado las condiciones políticas para la unión entre Falange y las JONS[13].

Ramiro Ledesma y Primo de Rivera en 1934

Así, este acercamiento entre las dos organizaciones proveería a la Falange consignas, símbolos, lemas, nuevas prácticas y, sobre todo, mayor solidez ideológica. Un intento de buscar la base social que había permitido a los italianos y alemanes construir un movimiento a gran escala con el objetivo de destruir la República de Weimar y de controlar el movimiento obrero que había ocupado fábricas en el norte de Italia y, además, tener un rol hegemónico en esta tarea. La unión suponía la “síntesis entre el clasicismo elitista de Falange con las actitudes románticas populistas presentes en las JONS. […] Síntesis, sobre todo, en el tema fundamental: que la organización fascista apareciera como resultado y formando parte del proceso de movilización y radicalización de las derechas, es decir, de la fascistización que iba a caracterizar su dinámica en los próximos años”[14]. Un proceso que “no fue la impregnación de la sociedad por las ideas  lanzadas desde el partido fascista”[15], sino la formación de un movimiento nacional unitario que cuyo cemento ideológico y su composición social eran heterogéneos y no monolíticos. E pluribus unum.

  1. 1934; Divergencias estrategicas entre Ledesma y José Antonio

La crisis de la República durante 1934 provocaría conflictos en el interior de la reciente confluencia política, Falange Española de las JONS. Estas dificultades deben ser pensadas en estrecha relación con un momento preciso de la historia de la República: la manera en que la extrema derecha responde al desafío de la izquierda cuando la izquierda trata de defender un régimen que cree en peligro. El levantamiento de octubre de ese año en Asturias y la declaración del “Estado Catalán” dentro de la “República Federal Española” por parte de Companys en Cataluña tendrían mucho que ver con la crisis entre José Antonio y Ledesma. Aun así, es cierto también que ya habían surgido discrepancias entre ambos con anterioridad –sobre todo debido a que Ledesma reclamaba más claridad estratégica y la realización de una verdadera línea política en lugar de hacer “agitación nacionalista” sin enmarcarla dentro de ninguna estrategia determinada. Pero la gota que colmó el vaso fue el apoyo a la represión prestado por José Antonio al gobierno de cedo-radical de Lerroux en la crisis de octubre, en vez de buscar una estrategia de ruptura con la República que se solicitaba desde los medios de la derecha.

La cuestión de fondo de este conflicto tiene que ver con la coincidencia del “I Consejo Nacional de FE de las JONS” con la revolución de octubre. En esta primera reunión del “Consejo Nacional”, sería donde Primo de Rivera asumiría la “Jefatura Nacional” mientras que la organización sería incapaz de aprovechar el momento crítico para, a la vez que ofrecer el máximo apoyo al gobierno de Gil Robles y Lerroux, convertir el hipotético apoyo en las bases para conseguir una mayoría fascista y acabar con el Régimen del 31. Ledesma le reprocharía a Primo de Rivera –como explicaría posteriormente en su libro ¿Fascismo en España?– no haber aprovechado la coyuntura para sacar rédito político[16]. La Falange se había entregado incondicionalmente al lado del gobierno pareciendo su subalterno. Error.

  1. Organizar la contrarrevolución: La Falange, un grupo minoritario

Primo de Rivera escribió, entre septiembre de 1934 hasta mayo de 1936, tres cartas dirigidas a los militares donde se ejemplifica la entrada en la nueva fase. A partir de ellas, Pradera explica el análisis de la situación que hace José Antonio, las propuestas y las consecuencias políticas para Falange de los hechos ocurridos. En la primera de las cartas, se dirige al general Franco para avisar del levantamiento revolucionario inminente y de la necesidad del ejército de actuar en la represión. Primo de Rivera creía que, con la participación también de Falange junto con el ejército en esta restauración represiva del orden, se instauraría una dictadura militar y además el ejército dejaría de confiar en la CEDA para depositar en su partido el rol hegemónico y dirigente de la contrarrevolución. Pero se equivocaba[17].

En la segunda carta, ya se empieza a vislumbrar el nuevo posicionamiento táctico donde Primo de Rivera quería dar al partido una identidad revolucionaria –de una revolución alternativaen la línea de Ledesma, que ya no formaba parte de FE de las JONS debido a las discrepancias con Primo de Rivera. La profundización en un discurso anticapitalista –financiero– y la renuncia a la monarquía eran los dos rasgos distintivos de esta nueva fase que se abría tras la frustración de octubre de 1934. Una nueva fase en la que “Falange para poder destruir la República, necesita proclamarse republicana. Si no lo hiciera, no estaría en condiciones de interpelar amplios sectores de las “clases medias” sentimentalmente republicanas que, vacilante en su adhesión a las fuerzas democráticas, desconfían radicalmente los planteamientos transparentemente reaccionarios de los monárquicos[18].

Falange iba a tener la voluntad de llevar a cabo la tarea de penetración y movilización contrarrevolucionaria de la burguesía comercial manufacturera y rural, de la pequeña burguesía de la ciudad y del campo y de las “nuevas clases medias” mediante una estrategia de subrayar y destacar las contradicciones entre clase obrera y los estratos inferiores de la burguesía. La disputa ideológica iba a ser central en la tarea de desanudar al bloque progresista y acentuar al máximo sus contradicciones. Así, la retórica anticapitalista falangista podía atraer, de una manera mucho más eficaz, a los sectores descontentos de la pequeña burguesía y los “white collar” siempre que se combinara con una línea discursiva que destacara las contradicciones entre la tradición nacional-republicana y la socialista –los dos núcleos ideológicos más potentes del bloque progresista. Finalmente, otra cuestión que destaca Pradera es el papel central del temor a la clase obrera y al capitalismo financiero en la tarea de aglutinar negativamente a esas capas intermedias y heterogéneas.

Aun así, y a pesar de este nuevo planteamiento, Falange iría dejando atrás, por impotencia política, su pretensión hegemónica por una “solicitud de un puesto en el combate”. Esta fase de petición de un levantamiento al ejército, de impotencia de la Falange y de disputa con los sectores monárquicos –como los requetés carlistas de Comunión Tradicionalista–  del apoyo y confianza del ejército, que iría de finales de 1934 hasta mayo de 1936, tiene mucho que ver con el contenido de la segunda carta, “Carta a un militar español”. El líder de Falange escribiría que el orden constitucional estaba en quiebra. Era imposible la convivencia en una patria totalmente polarizada y que hacía falta una fuerza –“ni de Derechas ni izquierdas”– que tuviera capacidad integradora[19]. De este modo, esta voluntad de presentar a Falange como una fuerza capaz de representar el orden a través de la reconciliación nacional en una especie de “revolución alternativa”, de tercer actor, junto con la interpelación del ejército, habría de ser leída como la propuesta de una solución cesarista.

En ocasiones, la resolución de una situación de crisis social se ve bloqueada por un equilibrio de poder catastrófico entre dos o más fuerzas opuestas y que se equilibran de modo tal que la continuación de la lucha no puede concluir más que con la destrucción recíproca. Cuando aparece una tercera opción que permite romper este impasse y dar una salida a la crisis, Gramsci habla de “cesarismo”. Un concepto que para el pensador sardo representa una forma de reorganizar y reagrupar a la clase dominante (grupos financieros, empresarios, políticos …), de producir cambios que permitan superar la amenaza proveniente de otros grupos sociales en momentos en que ni el bando conservador ni el progresista tiene fuerza para imponerse y que además implica también un reacomodamiento de la “visión del mundo” que tiene la clase dominante y no una defensa de la existente previamente a la crisis.

  1. Crisis de la República: Victoria del Frente Popular, el golpe y la Guerra Civil

La teoría del Estado que se construiría en el régimen franquista posterior a la Guerra Civil reconstruiría la memoria del levantamiento de 1936 como una respuesta a un sistema político doblemente ilegítimo: por una ausencia de españolidad y por la crisis general del Estado liberal en Europa[20]. A pesar de ser una (re) construcción histórica franquista, hay una parte a tener en cuenta. Cuando se habla de esta ilegitimidad doble, en el fondo, se está hablando de crisis orgánica, o de autoridad. Para Gramsci, se da una crisis del Estado en su conjunto, cuando la clase dirigente viene puesta en tela de juicio su “autoridad”, sea por un fracaso propio en una empresa política de envergadura, o sea por la movilización activa y consciente de amplias capas sociales antes inactivas[21]. Así, y aunque las interpretaciones historiográficas sobre las causas de la caída de la Segunda República son múltiples y numerosas, la crisis de Régimen solo puede entenderse en relación a la capacidad de la República para integrar a los sectores conservadores en tensión con el proceso de fascistización –uso de la violencia, negación de la legitimidad del adversario político. De este modo, a partir de la victoria del Frente Popular, los afiliados a la Falange iban a crecer de una manera muy notoria con parte de nuevos militantes provenientes de la Acción Popular de Gil Robles –católicos que hasta entonces habían aceptado la participación en el Régimen republicano– y otros a los que no se les conocía militancia previa[22]. Falange dejaba de ser un partido minoritario. Aquello que ofrecía el partido era entonces congruente con la fase concreta en la guerra de posiciones –y que ahora pasaba a ser guerra de maniobras– del campo contrarrevolucionario. Aun así, aun con una movilización reaccionaria y violenta de masas, la construcción de un bloque histórico reaccionario y la construcción y consolidación del Régimen franquista iba a requerir una Guerra Civil de casi 1.000 días, 150.000 españoles asesinados y 400.000 presos en campos y cárceles[23], por no hablar de la liquidación de las culturas políticas libertaria y nacional-republicana. El hecho que tuvieran que dar un golpe de Estado y que el pueblo español se resistiera casi durante 1.000 días nos indica la debilidad de las fuerzas reaccionarias en España en ese período pues tanto en Italia como en Alemania el fascismo había llegado al poder con mucha más facilidad y connivencia con el poder establecido.

En conclusión, creo que sería interesante pensar la victoria del Frente Popular, el golpe de Estado y el comienzo de la Guerra Civil como el inicio de la movilización activa y consciente –y violenta– de amplias capas sociales antes inactivas y la extensión de un “espíritu de escisión” entre ellas. Algo así como la expansión del deseo de un Estado o Régimen organizado de una manera diferente, que puede manifestarse en el impulso a construir una cultura política propia, separada y potencialmente contrapuesta a la de las clases entonces dominantes. De esta manera, la Guerra Civil sería el proceso por el cual el campo de la contrarrevolución fortalecería la causa antidemocrática a través de la adhesión de capas y sectores sociales que vacilaban entre los dos bloques históricos polarizados antagónicamente.

Bonus Track: La institucionalización de las relaciones laborales a través del sindicalismo vertical

Para terminar, asumiendo que el “bloque histórico” sería la unidad compleja y conflictiva de la estructura productiva, la superestructura política y los elementos ideológicos y culturales que forman una sociedad en un momento determinado[24], en la configuración de este bloque histórico reaccionario en España habría que insertar, al menos, algunas reflexiones sobre la estructura productiva –aunque esta cuestión especialmente requeriría un trabajo mucho más extenso y detallado. Así, Gramsci, en sus reflexiones sobre “Americanismo y fordismo”, expone su interés y sus consideraciones sobre la potencia del capitalismo norteamericano de principios del siglo XX, los métodos de administración científica de F.W. Taylor y las políticas laborales de Henry Ford. Explica cómo el fordismo había conseguido aumentar el rendimiento productivo a través de un proceso de racionalización y reorganización del proceso productivo compatible con salarios altos y jornadas de trabajo relativamente reducidas. Es importante en este punto destacar que también estuvo muy interesado por las formas de vida y los cambios en la subjetividad compartida de aquellas estructuras productivas nuevas[25]. En esta dirección, y principalmente en el artículo “Racionalización de la producción y del trabajo”[26], Gramsci no separaba las iniciativas puritanas de los industriales estadounidenses y el proceso de maquinización de los trabajadores para aumentar su eficiencia. Al contrario, Gramsci comprendía ambos procesos dentro de su concepción integral del Estado que fue desarrollando a modo de aportación conceptual al Marxismo occidental para entender las nuevas mutaciones capitalistas y el surgimiento de un fenómeno político nuevo: el fascismo[27].

Este enfoque permitiría encarar el debate sobre la función social del fascismo y su propuesta ideológica de una forma más esclarecedora. Nos acercaría a la superación de la tesis según la cual el fascismo sería la forma política del capitalismo ya que, en primer lugar, “lo que caracterizó al fascismo fue la capacidad de integrar un orden productivo disciplinado, jerárquico y organicista en una propuesta de conjunto que realizaba estos principios gracias a un esfuerzo de movilización, integración y control de masas”[28]. Esta concepción orgánica del Estado se podría percibir, en el caso español, en la unión de trabajadores y empresarios en el “Sindicato Vertical” y estaría vinculada a la percepción de la voluntad de armonizar los grupos sociales en una nación en la que sus integrantes van en la misma dirección, aunque tengan funciones sociales diferentes. Así, como explica Francisco Bernal García, la “Ley de Bases de la Organización Sindical”, de 1940, y la “Ley de Clasificación de Sindicatos”, de 1941, acabarían dando carta de naturaleza al sindicalismo vertical falangista, vertebrado a través de veintitrés “Sindicatos nacionales”, en los que se reunirían tanto los trabajadores como los empresarios, sometidos ambos a la disciplina política falangista[29].

Como apunte final pues, esta primacía de la política en la organización de la producción –que permitiría una gestión disciplinada de las relaciones laborales a través del asesinato, la represión y el expolio–, debería ser contemplada dentro de la construcción de un bloque histórico que tenía que hacer frente a las contradicciones de una determinada fase del desarrollo capitalista, esto es, el Fordismo.

 

Referencias y notas

[1] PRADERA, Javier, La mitología falangista…,p. 51.

[2] GALLEGO, Ferran, El evangelio fascista. La formación de la cultura política del franquismo (1930-1950), Barcelona, Crítica, 2014, p. 29.

[3] TUÑÓN de Lara, Manuel, La España del siglo XX, París, Librería española, 1973, p. 278.

[4] LEDESMA, Ramiro, ¿Fascismo en España?, Madrid, La Conquista del Estado, 1935, citat a PRADERA, Javier,La mitología falangista…,p. 54.

[5] Ibid.,p. 59.

[6] LYTTELTON, Adrian, the seizure of Power. Fascism in Italy, 1919-1929, Londres, Routledge, 2004.

[7] GALLEGO, Ferran: “El fascismo como problema o el fascismo sin problema. La experiencia española en la crisis europea de los años treinta”, a COBO Romero, Francisco, HERNÁNDEZ Burgos, Claudio, DEL ARCO Blanco, Miguel Ángel, Fascismo y modernismo. Política y cultura en la Europa de entreguerras (1918-1945), Granada, Comares Historia, 2016, p. 85-86.

[8] PRADERA, Javier, La mitología falangista…,p. 61.

[9] Ibid.,p. 67.

[10] “Sobre la fusión de FE y de las JONS. A todos los triunviratos y militantes de las JONS”, JONS, 9 (abril de 1934), pp. 49-51.

[11] GALLEGO, Ferran, El evangelio fascista…, p. 229.

[12] SESMA Landrin, Nicolás: “La diálectica de los puños y las pistolas. Una aproximación a la formación de la idea de estado en el fascismo español (1931-1945)”, Historia y política: ideas, procesos y movimientos sociales, 27 (2012), pp. 51-82.

[13] GALLEGO, Ferran, El evangelio fascista…, p. 240-241

[14] Ibid., p. 232-233.

[15] GALLEGO, Ferran, “La formació de la cultura política del franquismo: fascistización y desfascistización (1930-1950), p. 8. Lectura online: http://grupsderecerca.uab.cat/republicaidemocracia/sites/grupsderecerca.uab.cat.republicaidemocracia/files/P_GALLEGO.pdf

[16] GALLEGO, Ferran, “Il fascismo di Ramiro Ledesma. Tra il mito della rivoluzione nazionale e l’organizzazione dello spazio controrivoluzionario,Spagna contemporanea, 48 (2015), pp. 15-36.

[17] PRADERA, Javier, La mitología falangista…,p. 78-79.

[18] Ibid., p.75.

[19] Ibid., p. 79.

[20] GALLEGO, Ferran, “La formació de la cultura política del…, p. 22.

[21] CAMPIONE, Daniel, Para leer a Gramsci, Ediciones del CCC, Buenos Aires, 2007, p. 56.

[22] PAREJO FERNÁNDEZ,José Antonio, Las piezas perdidas de la Falange: el Sur de España, Sevilla, Editorial Universidad de Sevilla, 2008, p.

[23] https://elpais.com/diario/2002/10/21/cultura/1035151203_850215.html

[24] GRAMSCI, Antonio, Escritos. Antología, edición de César Rendueles, Madrid, Alianza Editorial, 2017, p. 389-390.

[25] Ibid.

[26] Cuaderno22, §11.

[27] THOMAS, Peter, The gramscian moment, Haymarket Books, Chicago, 2010.

[28] GALLEGO, Ferran, El evangelio fascista..., p. 100

[29] BERNAL GARCÍA, Francisco, El sindicalismo vertical. Burocracia, control laboral y representación de intereses en la España franquista, Madrid, AHC – CEPC, pp. 138.