Por Albert Portillo
Si partimos de que la academia está fracturada también por las líneas divisorias políticas existentes en la sociedad vemos que ello es particularmente cierto en el campo de las Ciencias Políticas donde podemos encontrar aquellos llamados “politólogos del régimen” y por otra parte los “politólogos partisanos o de la ruptura”.
Jaime Pastor, politólogo de la doble ruptura, doctor de Ciencias Políticas por la Universidad Complutense, a diferencia de muchos de sus colegas académicos ha entablado una decidida lucha cultural por la reivindicación de las teorías emancipadoras, centrando su objeto de estudio y compromiso con los movimientos sociales y nacionales, y, en los últimos acontecimientos políticos que han sacudido el estado español, el Mediterráneo y Europa.
Enric Juliana, el famoso gramsciano de derechas, destacaba en su prólogo del último libro de Pablo Iglesias, “Una nueva transición” (Akal, 2015), el sabor eurocomunista de Podemos. ¿Hasta qué punto es cierta esta caracterización? ¿Es acertada como hipótesis descriptiva?
Hay un referente ideológico más en Pablo Iglesias que en Iñigo Errejón respecto a lo que significó el papel del Partido Comunista Italiano de Berlinguer y su idea del compromiso histórico, pero hay que valorarlo como una hipótesis en tanto que es posible que finalmente en un sector de la dirección de Podemos pese más esa voluntad de convertirse en un partido reformista, que en un partido que no renunciara a la ruptura y que llegara a plantear un proceso simplemente de transformismo en el proceso de cambio que se está planteando hoy en el estado español.
En el caso de Iñigo Errejón el referente es más el populismo de Laclau, aunque hay puntos en común entre el Partido Comunista Italiano y los populismos latinoamericanos como el mismo Laclau explica. Claro que, la gran diferencia es que en el populismo latinoamericano la centralidad se ubica en un líder carismático y sin partido de masas militante. Mientras que en el caso español contamos con la particularidad de que Podemos es un partido que trata de paliar la ausencia de un partido de activistas, con el papel de las redes sociales.
El referente eurocomunista pesa, y pesará más, en el caso de que la dirección de Podemos se adapte a una lectura de la correlación de fuerzas estática y en nombre de que no hay una relación de fuerzas suficiente para la ruptura, acabe finalmente optando por una opción reformista.
Se atribuye al periodista Guillem Martinez, que popularizó en el libro “CT o la Cultura de la Transición” (Debolsillo, 2012), que la Transición y su cultura fueron un fraude democrático. ¿En el caso de avanzar a una nueva transición, qué forma podría tomar para no caer en los errores del pasado?
Lo principal es considerar que en un proceso de transición, en un proceso entorno al dilema reforma-ruptura, las fuerzas alternativas no nos resignemos a una lectura estática de la relación de fuerzas si no a una lectura dinámica.
Es decir, si partimos de que hoy por ejemplo hay una situación de empate catastrófico, lo que hay que buscar es el desempate de esa correlación de fuerzas en un sentido rupturista. Y por lo tanto, no aceptar las ofertas, las presiones de los poderes económicos, de las fuerzas todavía hegemónicas para renunciar a la ruptura.
Se trata de apostar por una cultura política alternativa a la que fue la Transición. En esas condiciones lo importante no es el consenso, lo importante es desbordar el marco de consenso que traten de imponer desde arriba a las fuerzas rupturistas.
¿Esta transición, o segunda transición como se dice en la prensa, en caso de implicar uno o varios procesos constituyentes, cómo debería afrontar al marco europeo definido por la Unión Europea y sus tratados?
Ahí está el gran desafío. El problema es que hoy a diferencia de la Primera Transición no podemos plantearnos una ruptura que en términos estatales no se plantee una doble ruptura, una ruptura con este régimen pero también una ruptura con las políticas austeritarias de la Troika y, por lo tanto, con la constitución económica que existe dentro de la Eurozona.
Eso exige una correlación de fuerzas mayor que la que se exigía tiempo atrás y exige buscar alianzas a escala europea, al menos de los pueblos y de los países afectados por las políticas austeritarias de la Troika.
Ligado a estos procesos de cambio hay una interesante discusión sobre la forma política del sujeto del cambio y la articulación de la hegemonía. Por ejemplo, Iñigo Errejón, en “Construir pueblo” coescrito con Chantal Mouffe (Icaria, 2015), describe las prácticas articulatorias de la hegemonía como prácticas discursivas que construyen al pueblo a partir de una estructura de significantes condensadas en una identidad popular. Por el contrario, desde lo que podría ser una postura gramsciana más clásica, se concibe la articulación hegemónica como la construcción de un bloque histórico contra hegemónico que en términos prácticos se materializara en algo similar a un Frente Popular, tal y como lo planteó Xavi Domènech en “Hegemonías” (Akal, 2014). ¿En este cruce de caminos, qué articulación hegemónica ves con más recorrido?
En este sentido me siento más gramsciano, ni el modelo populista latinoamericano ni el modelo frente populista que era un modelo de alianza electoral de partidos sirve. Yo creo que se trataría de actualizar esa idea de bloque, que en el caso español debería ser plurinacional y popular, dentro del cual la clase trabajadora, el conjunto del mundo del trabajo pueda tener un papel hegemónico en términos sociopolíticos, no sociológicos, sino sociopolíticos. Es decir, que realmente busque articular una respuesta común a la cuestión social, a la cuestión nacional, a la cuestión ecológica, a las distintas líneas de fractura que existen en la sociedad. Una respuesta con una visión rupturista y anticapitalista a medio y largo plazo.
¿Podemos debería repetir la estrategia seguida en las elecciones municipales, con las candidaturas municipalistas, y en las generales en territorios como Cataluña?
Evidentemente la opción por la alianza con formaciones como En Comú Podem, o En Marea, o la variante distinta a la valenciana, era asumible y nos pareció bien a los que señalábamos que una de las debilidades del discurso populista era ese concepto de patria española y ahí los líderes de Podemos rectificaron más por necesidad que por convicción.
Afortunadamente luego han asumido el discurso de la plurinacionalidad, aunque con contradicciones porque siguen dando más peso a la idea de nación española que al resto, pero en todo caso hay allí un avance.
Se debería buscar la repetición de esas alianzas aunque quizás en el caso valenciano sea más complicado, porque Compromís tiene unas características distintas a lo que significa En Comú o lo que significa En Marea y también tendría que plantearse cómo ese millón de votos que recogió Unidad Popular-Izquierda Unida se pudieran recoger también en una posible confluencia a escala estatal.
Es decir Unidos Podemos.
Es difícil, la realidad en los distintos países dentro del estado español es muy diversa. En el caso de Madrid por ejemplo, Ahora Madrid ha sido una experiencia que tuvo un relativo éxito electoral, pero está llena de tensiones internas entre sus componentes y en ese sentido va a ser difícil trasladar ese modelo. Pero des de luego hay que buscar fórmulas de confluencias que se adapten a las distintas realidades nacionales y locales.
Recientemente se han celebrado las Jornadas “Un Plan B por Europa” donde movimientos sociales y actores emancipadores han debatido sobre el reto de articular un proceso constituyente europeo. En un caso hipotético de Podemos al mando de gobierno, ¿el estado español tendría mayor margen de maniobra que Grecia frente a la Unión Europe?
Creo que sí, creo que un gobierno encabezado por Podemos que asumiera el desafío a la Troika, al Pacto Fiscal, que es fundamental, que desafiara el pago de la deuda y dijera que “suspendemos el pago de la deuda hasta que no acabemos la auditoría sobre que parte es ilegal, ilegitima u odiosa”.
Este desafío provocaría divisiones dentro de la Troika, dentro de las elites europeas, incluso dentro de los poderes económicos en un momento de profunda crisis del proyecto europeo y de riesgo de desintegración, como vimos con el pacto que intentaron abordar con Cameron para evitar el Brexit.
En este contexto se agravaría la crisis del proyecto, pero en un sentido positivo ya que cuestionaría justamente estas políticas autoritarias y tendría un efecto estimulante de protestas en el mismo sentido antiausteritario en otros países de la Unión Europea y particularmente de la Eurozona, sobre todo en los países del sur.
Aunque el peso de la economía española es muy grande podemos encontrarnos amenazas de boicot, chantaje… El desafío tendría su lado positivo, pero si ese gobierno encabezado por Podemos se limita a una batalla institucional de negociación y demás, como la lección de Varoufakis demuestra, evidentemente pesaría más la capacidad de chantaje y boicot del Banco Central Europeo. No lo olvidemos, es decir, lo que pasó en Grecia es que el Banco Central Europeo provocó el corralito.
Un hipotético gobierno de Podemos debería apelar a la movilización popular, a la demostración ante la Troika y el Banco Central Europeo de que tiene a los pueblos del estado español detrás, dispuestos a apoyarle en esa prueba de fuerzas con la Troika y el BCE.
Sería interesante que el gobierno encabezado por Podemos no se limitara solo a decir que tiene una alternativa a la austeridad a escala del estado español sino que también hay en marcha, y es posible, poner en pie un Plan B frente al Plan A de la austeridad, del empobrecimiento de la gente y del desmantelamiento de los derechos humanos. Ya que como decía Eric Toussaint: la deuda es una arma de destrucción masiva de derechos humanos.