Reseña – “Los 90: Euforia y miedo en la modernidad democrática española” de Eduardo Maura

Por Jairo Pulpillo López

“En este país, las personas de diferente ideología, credo o forma de vida están condenadas al desacuerdo (…) son muchas más las cosas que nos unen que la que nos separan”. Estamos en la navidad de 2016 y Campofrío, en un spot publicitario[i], hace esta llamada al entendimiento para salir del círculo vicioso de los “ismos” en los que ha recaído España, como un drogadicto sin posibilidad de desintoxicación. Renueva el llamamiento a la capacidad de los españoles de construir algo importantepor encima de nuestras trascendentales diferencias, bajo la fantasmagórica presencia de la Guerra Civil, manifestada en ese camión que aparece como único atrezzo.

En tanto que no deja de ser la apelación de una empresa privada, podríamos leer dicha operación discursiva desde otro prisma: la liberación de las cargas de los españoles, la ideología y la radicalidad, esa cruz que tienen que cargar como pecado original, será solo posible a través del consumo.

Pensar en los noventa es pensar en la configuración de un ciclo de sentido común en torno a la modernidad democrática española, sumando el turboliberalismo económico de carácter privatizador a la estructura de sentimiento nacional formada en los ochenta: el relato de éxito de la Transición como redención triunfante de los españoles[ii].

Esta es una de las tesis que recoge Eduardo Maura (Valladolid, 1981) en su obra, Los 90. Euforia y miedo en la modernidad democrática española, publicada por Akal en 2018. Un texto, político y filosófico, atravesado por la subjetividad experiencial del autor, que recorre las huellas y recovecos de dicha modernidad, poniendo sobre la mesa debates y posibilidades para pensar el ayer, el presente y el futuro.

No en vano, como decía Germán Labrador en Culpables por la literatura (Akal, 2017), “el futuro habla con el pasado a través de sus poéticas”. Pensar el futuro a través de los distintos pasados, como acción inherente a la configuración de nuestra subjetividad democrática, es una de las claves fundamentales que propone, a nuestro modo de ver, Eduardo Maura. Así, podemos seguir la estela del autor a la hora de apuntalar las características de la Cultura de la Transición y el papel de los noventa en dicha tarea, sin obviar los horizontes de futuro que propone esta ya fundamental obra.

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“Te gusta estar a gusto y olvidarte de los problemas, que hoy en día, la verdad es que hay bastantes. (…) Te juntas con los amigos, te olvidas de todo y lo pasas bien”. Estas son las afirmaciones de un joven, entrevistado al comienzo del documental sobre la ruta del Bakalao Hasta que el cuerpo aguante, realizado por Canal+ en julio de 1993. ¿No hay un llamamiento explícito, a través de la vorágine de la efervescencia lisérgica, a desproblematizar? ¿Qué hay, en la España postransicional, para encontrar en el olvido un refugio?

“Desproblematicé a través del olvido hasta que el cuerpo aguantó”, podría ser perfectamente el epitafio de la Cultura de la Transición, concepto que reúne el intento posdemocrático de configurar una democracia sin el demos, de establecer los modos de hacer, los modelos del ser y los modos de decir de una españolidad postransicional atravesada por el trauma de un pasado conflictivo y legitimada, precisamente, no ya por no-ser un determinado pasado, sino por negar cualquier posibilidad de diálogo con sus pasados. Un intento de ocuparse del mar sin cuidar las olas, ni la marea, apuntalado bajo las imágenes-símbolo de los noventa. Ocuparse solo de los barcos que llegan a puerto, de configurar un relato transicional bajo las banderas de nuestros padres (sin violencia centrífuga, ni guerracivilismo, con consenso). Una narrativa vencedora, un relato de éxito, para Maura, configurado en torno a lo que Raymond Williams conceptualizó como «estructura de sentimiento».

Una estructura de sentimiento que produce y adapta un relato que reúne voluntades, determina el sentido común y, en tanto que nos ocupamos de los diálogos del futuro con el pasado, cerca una «buena memoria», en términos de Ricard Vinyes[iii]. Es aquí, en esta poética, donde sitúa el autor uno de los mayores éxitos simbólicos de la construcción democrática: aquel Felipe abanderado de 1992.

Frente a la España gris del franquismo, la polarización o el cainismo, la Europa moderna y liberal, la España de Felipe. Como afirma Eduardo Maura, en las que sin duda son unas de las páginas más interesantes del libro, dentro de aquel símbolo se agrupan significados poderosísimos: el rey más preparado, el rey del deporte, más digital que su padre y mejor gestor, rey empresario y administrador del futuro. Una imagen que sirve como oposición al rey conseguidor, débil frente a las pasiones de la carne y campechano. “No se mira en el espejo del padre, sino en la bandera que sí une a los españoles, la del estadio olímpico de Montjuic 92”, dice Maura al respecto. Felipe, con esta poderosísima imagen obtiene una legitimidad no solamente democrática, afirma el diputado vasco, sino culturalmente progresista, frente al blanco y negro y la voz en off del NO-DO del desfile de coronación de Juan Carlos.

Esa imagen-símbolo contiene no solo lo ya indicado, sino también la euforia de la modernidad democrática española, la euforia de 1992. Un año que triunfa como momento temporal escogido para la erección de una nueva identidad española, marcada por la necesidad de dejar de ser una comunidad premoderna, salir del ostracismo y del aislamiento, como señaló Cristina Moreiras en su complejísima y fundamental obra Cultura herida: literatura y cine en la España democrática(Ediciones Libertarias, 2002). Lejos de un diálogo futuro-pasado, es el presente el lugar al que toda reflexión debe dirigirse, puesto que es el único momento capaz de hacer que la integración de España en la modernidad internacional se lleve a cabo.

Un presente y una narrativa que excluyen a quién entorpece la euforia: “Europe´s living a celebration”, cantaba Rosa López en Eurovisión en 2002. “Nuestro sueño una realidad”. Del aislamiento a una Europa desatada. Si en los 90 entramos aún con el virus del cainismo remitiendo, sería esta década la que permitiría sanar definitivamente el cuerpo de los españoles a través, no solo de Felipe, sino también de Europa y el nuevo marco económico abierto tras Maastricht y constituido en realidad en 2002 con la llegada del Euro. “No se oirán jamás las voces que no nos dejen dar el paso final”. Voces que entorpecen, que ensucian el recorrido, voces tóxicas que enturbian el triunfo de la españolidad triunfante: otros, otras, otres, otrxs.

Si hibridamos a Moreiras y a Maura, podemos entender la narrativa eufórica de los noventa como momento de consolidación del proceso de homologación democrática a Europa, cuestión que debe analizarse desde la vertiente desproblematizadora de la CT, pero también desde su capacidad ordenadora. El fuego olímpico de Montjuic 1992 no solo forja una legitimidad culturalmente progresista, sino que también marca claramente los límites del edificio institucional de 1978.

Unos límites marcados, a la izquierda, por el PSOE: “Tenemos una monarquía renovada y ejemplar en la figura de Felipe VI”, afirmaba recientemente Pedro Sánchez. ¿Fue ejemplar el reinado de Juan Carlos I? le pregunta otro periodista: “También, también”[iv]. Todo, con un Juan Carlos cada vez más acorralado por los escándalos de su gestión y con la sombra de aquella poderosísima antorcha olímpica: Urdangarin condenado a seis años de cárcel por prevaricación, malversación, fraude, tráfico de influencia y dos delitos fiscales.

Estos límites quedan meridianamente definidos no solo en su vertiente regia, sino también de cara al mercado. No en vano, lo que bajo la bruma del cambio político tras la moción de censura a Rajoy se asemejaba a un poderoso velero, pronto apareció como un triste catamarán, y es que hay límites intocables, que ya se encargó de señalar Patricia Botín cuando afirmó en un tweetque el nombramiento de la ministra de Economía, era “una garantía” para que España aumentase su peso en las instituciones europeas

La capacidad ordenadora de la CT, leída desde Rancière[v](voces lógicas-fónicas) o desde Deleuze (encuadre-fuera del campo), desde Luisa Elena Delgado, Guillem Martínez, Amador Fernández-Savater[vi]o Eduardo Maura, se fundamenta en un reparto de lugares en el orden simbólico. Puede silenciar al ruido (Voces que no se oirán jamás), o reconocerlo como válido cuando lo que está fuera del marco súbitamente ocupa el centro. Las líneas receptáculo de los noventa, que recogen la narrativa de éxito, el epítome modernizador con el 92 como momento de entrada triunfante en la modernidad, son solo una parte del todo, aunque aspiren a ser el todo de una parte. Los noventa fueron también años de crisis, duras reconversiones industriales, de juventudes entregadas a la diáspora lisérgica de la Ruta Destroyo de violencias machistas.

Uno de los mayores éxitos, a nuestro modo de ver, del autor en este libro, es su capacidad para entender y explicar cómo y por qué casos como los asesinatos de Alcàsser o la ruta valenciana ocuparon el centro del encuadre de una manera peculiar. En tanto que posdemocracia, la respuesta ante excesos perturbadores como estos se caracterizó por su incorporación al discurso, pero desde la cancelación de lo político, una reacción desde un punto de vista moral –“son salvajes, les pasa algo”– e individual –“¿qué hacían Miriam, Toñi y Desirée haciendo autostop?”–. Una despolitización de la desaparición con el fin de no alterar la normalidad democrática –que España respire tranquila–, que entendió perfectamente la periodista Belén Remacha, cuando escribió el siguiente tweet: “Cuántos crímenes que se nos han vendido como sucesos, España negra, misterio, morbo… han acabado siendo lo mismo: violencia machista”.

De entre todas las virtudes de la ola democrática post-15-M politizar el amor, el dolor, la pérdida, y, en definitiva, la vida, quizá sea una de las más perdurables. Ante los intentos de cancelar lo político de la Cultura de la Transición y el sistema político edificado en 1978, la marea -y el movimiento feminista- situaron en el centro del debate público elementos que habían sido despolitizados, individualizados. Jorge Bustos, como si escribiese desde una atalaya de nostalgia enrabietada ante la deriva del país, ironizaba en otro tweetsobre la politización del dolor: “Van 17 muertos en España por la ola de calor. Quizá sea esta la única causa que queda por politizar en la sociedad terapéutica de víctimas privadas y culpables públicos. El sol es el último inocente. Veremos por cuánto”. Como si en las muertes por golpes de calor entre trabajadores en horario laboral no hubiera responsabilidades estructurales.

De todo lo dicho subyace la necesidad de la modernidad democrática española de erigirse en torno a una dialéctica consenso-conflicto en el que el primero, afirma Eduardo Maura, funciona como antídoto del segundo. Es una lógica inmunitaria, tal y como ha estudiado Pablo Beasdesde Roberto Espósito: para sobrevivir, no conviene eliminar la violencia, sino asumirla en pequeñas dosis.

Es en esta dialéctica donde Maura sitúa a ETA como punto cardinal, junto con el símbolo 1992, de la configuración de la modernidad democrática española en la que la violencia, como ya advirtió Walter Benjamin[vii], es importante sólo si viene de fuera; es decir, no depende de su magnitud ni legitimidad, sino de su ubicación. Solo así puede entenderse que, frente al exceso violento y entorpecedor de ETA, se configure, en la narrativa, ycomo éxito, la construcción pacífica y consensuada del edificio democrático español. Es en los noventa, con el «aznarismo» como protagonista, y a partir del asesinato de Miguel Ángel Blanco y del atentado de Hipercor, donde se configurará dicha construcción discursiva. Una construcción basada en el péndulo PP-Democracia / ETA-Barbarie que estrechó, aún más, los límites de lo decible. No en vano, bajo las fauces de dicho relato, solo explicar ETA se convierte en una poderosa arma para expulsarte del tablero. Que le pregunten a Pablo Iglesias[viii].

Las reflexiones de Eduardo Maura sobre esto cobran un valor especial, no solo ya por su experiencia propia como vasco (“Yo he odiado a ETA toda mi vida, pero también he sufrido la violencia de sentir que no me dejaban hacerlo con mis palabras. Tenían que ser las suyas”, afirma en una parte del libro), sino por sus repercusiones en nuestro presente político. Este estrechamiento de los límites del ser bajo los paradigmas de lo posible de la CT, de hecho, lo han sufrido el 15-m y sus mareas y Podemos especialmente, en tanto que excesos perturbadores que llevaron al centro debates que se salían de la lógica del juego de la diversidad y la baldosa. La comparación con ETA no ha venido solo de los rivales políticos de Podemos, sino también desde uno de los pilares mediáticos de la CT, El País, con titulares que dejan poco espacio a la imaginación como “Colau pide libertad para los titiriteros que ensalzaron a ETA”[ix], o columnas de opinión como “Veamos a quién admiras”, de Javier Marías, dónde directamente asemeja a Podemos con Arnaldo Otegui o Bildu.

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En definitiva, Los 90. Euforia y miedo en la modernidad democrática española ofrece, más que un análisis de carácter historiográfico, una reflexión filosófica, histórica y política con un amplio calado. La cantidad de argumentaciones que propone el autor suponen un humus intelectual sobre el que pueden crecer muchas reflexiones para pensarnos colectivamente. Su propuesta de acercamiento a los noventa como momento de consolidación de la modernidad democrática española propone una salida airosa al círculo vicioso (1978-1982-2011-2014) en el que había-mos caído buena parte de los que nos dedicamos a pensar el ayer y el hoy, dejando a la vez la puerta abierta a nuevas vías de reflexión, como los dosmil. No solo pensar a los “hijos del agobio”, sino también a los “hijos del entendimiento”, airear la habitación para que entren nuevas voces, rebelarnos contra la celebración eufórica que pretendía acallar los gritos de lxs que no tienen parte.

Como dijo Germán Labrador en Culpables por la literatura, para poder existir tuvimos que aprender a recordar distintamente. En esta lógica podría inscribirse la obra de Maura, y bajo esta promesa debemos seguir la estela de un ágora pretérita donde quepan nuestros pasados para dialogar de forma distinta con el futuro. Lo dejó escrito Javier Egea antes de acabar con su vida, en el claroscuro de la euforia y el miedo de la modernidad democrática española: Allí convoca el tiempo a los que saben /cómo duele la historia en el costado/ Por eso me alimenta la esperanza.

 

 

 

 

[i]«Hijos del entendimiento, Campaña de Navidad 2016/17 Campofrío», disponible en YouTube [https://www.youtube.com/watch?v=Imx00hOw8HY]

[ii]Sobre la narrativa redentora de la Transición, véase Jesús Izquierdo Martín, «Que los muertos entierren a sus muertos. Narrativa redentora y subjetividad en la España postfranquista.», Pandora, 12(2014), pp. 43-63.

[iii]Ricard Vinyes, «La buena memoria. El universo simbólico de la reconciliación en la España democrática. Relatos y símbolos en el texto urbano», Ayer, 96 (2014), pp. 155-181.

[iv]Europa Press, « Sánchez ve ejemplar la monarquía española y reitera su confianza en las explicaciones del director del CNI sobre Corinna», disponible en http://www.europapress.es/nacional/noticia-sanchez-ve-ejemplar-monarquia-espanola-reitera-confianza-explicaciones-director-cni-corinna-20180803144121.html(última visita, 13 de agosto de 2018).

[v]Ver Jacques Rancière, El desacuerdo. Política y filosofía. Buenos Aires, Nueva Visión, 2012.

[vi]Sobre la CT o Cultura de la Transición, son fundamentales VV.AA., CT o la Cultura de la Transición. Crítica a los 35 años de cultura española. Barcelona, DeBolsillo, 2012, Luisa Elena Delgado, La nación singular. Fantasías de la normalidad democrática española (1996-2011), Madrid, Siglo XXI, 2014, y Amador Fernández-Savater, «La Cultura de la Transición y el nuevo sentido común», disponible en Eldiario.es. [https://www.eldiario.es/interferencias/Cultura_de_la_Transicion-segunda_transicion_6_113798632.html]. Última visita, 13 de agosto de 2018.

[vii]Véase Walter Benjamin, «Para una crítica de la violencia», disponible en https://www.ddooss.org/articulos/textos/walter_benjamin.pdf

[viii]Hago referencia a las reacciones suscitadas tras las declaraciones de Pablo Iglesias sobre las explicaciones políticas de ETA. Véasehttps://www.lasexta.com/programas/sexta-columna/pablo-iglesias-decir-que-violencia-eta-tiene-explicaciones-politicas-quiere-decir-que-tenga-justificacion_201411075725b6266584a81fd883a8a3.html

[ix]Véase la portada de El País, 8 de febrero 2016.