Publicación original en: https://8ctubre.wordpress.com/2016/05/28/intelectuales-organicas-y-la-torre-de-marfil/#comments
Intelectuales orgánicas y la torre de marfil
por Carlos Leaud
Hace una semana acabé el trabajo de final de carrera. Pese haber escogido un tema fascinante como es el postcolonialismo, mi sensación al entregarlo fue más liberadora que placentera. No llegué a disfrutar. La novela se llama Matigari, y está escrita por el escritor keniata Ngugi wa Thiong’o’. Básicamente, Matigari retrata la continuación del colonialismo en la Kenia posterior a la independencia y, además, da una alternativa socialista para el país en la que todos y todas caben. Y no solo eso, sino que está escrita en un lenguaje oral y sencillo accesible para que lo entienda cualquier persona, desde el obrero urbano hasta el campesino. Vamos, una llave de palabras para liberarse de la esposas de la colonización mental. Y, aún así, hacer este trabajo supuso una carga y no un placer.
Algo de culpa la tiene un texto que leímos en la clase de Raza, Género y Sexualidad en este curso de Filología Inglesa. Su nombre era “Intelectual Orgánica Certificada”, de Aurora Levins Morales. Una pasada, increíble.
Si tenéis oportunidad, leedlo, seguro que lo encontráis en pdf por internet. Volviendo al tema, Morales es una académica anti-academia, una intelectual orgánica. Me explico. Ella critica la separación entre la realidad y lo académico, señalando la creciente brecha que se abre entre el mundo real y sus gentes y los que pretenden escribir sobe ellos. Para ello, relata su experiencia feminista en Estados Unidos, en la que destaca el sentimiento de sororidad que se crea al juntarse con otras mujeres y discutir sobre cómo sufren los problemas del patriarcado. Hablaban, se escuchaban, reflexionaban, sentían, se emocionaban, empatizaban las unas con las otras. Y aprendían. Y hacían que otras personas aprendieran y se sintieran parte de un grupo que las apoyaba en el que se sentían cómodas. Es decir, que creaban conocimiento a través del grupo, de lo colectivo, formando lazos no solo culturales sino afectivos y fraternales. Precisamente Ngugi, además de escribir Matigari¸ se dedicó a ir por las zonas campesinas a hacer teatro. Algo así como La Barraca de Lorca y compañía. Iba por los pueblos y aldeas haciendo reír –y pensar– a la gente, quienes actuaban en las obras que ellos mismos producían y dirigían. Haciéndoles partícipes de la riqueza cultural del país, con numerosas etnias, lenguas y tribus. Otro intelectual orgánico.
Hace un mes, con el Word abierto y el contador de palabras de mi trabajo final en 400, no se me quitaban Aurora Morales y Ngugi de la cabeza. Joder, qué sensación tiene que ser crear y compartir conocimiento con otras personas, sentirse parte de una comunidad viva y vibrante, crear cultura desde abajo. Vamos, que ser un intelectual orgánico –o una, en el caso de Morales- debe ser increíble. Pero la realidad apartaba de un empujón a Morales de mi mente y fijaba mi atención en el pdf de estudios postcoloniales de la pantalla. Mucha mierda con muchas sílabas y muchos –ismos. Lo de siempre. La vista se apartó sola de la pantalla y se clavó en la imagen de Holden Caulfield que tengo tras el escritorio. Naturalmente, los recuerdos asociados a Holden –protagonista de El Guardián entre el centeno– afloraron en un tono rojo y gris. Aquel héroe de la adolescencia temprana que, entendiéndolo con perspectiva, no me parece tan heroico, aún teniéndolo grabado a tinta en la piel. Ese personajillo que tanto me cambió, del que tanto he hablado y al que tanto le debo. Los que me conozcan lo sabrán, soy un poco chapas. Y bueno, me encendí. Joder, imagínate la cantidad de gente que andará escribiendo gilipolleces sobre Holden con teorías complejas, de esas rollo freudiano guay, que no llegan a nadie. Que no hacen partícipe de lo que representa Holden ni contagian esa sensación antisocial tan propia de la novela de Salinger. Y me di cuenta que, para una persona apasionada por Matigari –lanovela de mi trabajo– yo sería un gilipollas. Y me sentí un poco imbécil. Me imagino a un chaval keniano sufriendo la injusticia del Estado neo-colonial de Kenia (¿no ves? Si es que mira como escribo…) mirándome mientras escribo palabrería rimbombante tomándome un café en mi habitación. Aquí, cómodo junto a mi mesita del té, mi ordenador y mis libros de teorías postcoloniales, mientras él sufre una realidad tan dura como la de la Kenia postcolonial. Como es obvio, pensaría que soy gilipollas. Y me sentí totalmente lejano y ajeno a la realidad que Ngugi critica y a la alternativa que propone. Yo solo, escribiendo en un lenguaje que comprenderán cuatro académicos a los que les interese esto y que a saber quién lo leerá (si alguien lo hace). Así no se transmite nada. Así solo se empaqueta una reflexión que yo hago y se la embadurna de palabrería que priva a la mayor parte de la gente de su comprensión.
Yo, voluntariamente, estaba envasando al vacío mis reflexiones y sentimientos ligados a la novela, fruto de mi pasión por el tema y mis ideales socialistas, para alimentar la bestia de la academia. Ahí estaba yo, en mi escritorio, enarbolando la bandera roja sentadito cómodamente citando a Gramsci y Fanon de manera enrevesada para que, al final, no lo lea nadie. Ahí, traduciendo mi pasión por la libertad y la justicia a un lenguaje que más que comunicar, confunde. Contribuyendo al empaquetamiento del conocimiento para su posterior venta en repositorios de ensayos académicos. Poniendo mis conocimientos fuera del alcance de la gente de mi clase social: la obrera. Es decir, actuando contra mis principios. Así, me di cuenta de que la pasión, el amor y los ideales no se transmiten en formato MLA, Chicago o APA.
La realidad revestida de un halo sabiondo y profundo solo sirve para que unos pocos se sientan superiores en su torre de marfil y para que separen la cultura de la gente a la que le pertenece. Un ensayo académico nunca podrá sustituir una conversación apasionada sobre política o literatura en la que transmites más con la mirada que con las palabras. Y es que, joder, he aprendido más tratando de entender a un mendigo en el metro de Budapest que leyendo artículos académicos, memorizando apuntes para vomitarlos en un examen –que esa es otra– o escribiendo un paper. He tenido conversaciones usando las manos con ancianas bielorrusas que me han enseñado mucho más que clases en las que el profesor lee un Powerpoint. No es que quiera tirar los cimientos de la academia, sino sacarla de lo más alto de la torre de marfil en la que se hospeda y bajarla al suelo. Al llano. Con nosotros y nosotras.
Más coloquios, debates, lecturas, charlas. Más crear desde abajo y para los de abajo. Más participación, colectividad y comunidad. Unámonos todos, criaturitas del señor, cerveza en mano, sedientos de saber y ansiosos de crear, con el éxtasis de la curiosidad y tics visionarios estremeciéndose en nuestro pecho. Creemos, compartamos, sintamos. Y derribemos juntos la torre de marfil.