Por Cristina García

“No sospechan siquiera que su historia

pueda tener alguna importancia 

y que tenga algún valor

dejar rastros documentales de ella.”

Antonio Gramsci

 

L’Obrera bajo la mole

En abril de 1919, plena guerra civil contra conservadores y liberales, algunos humildes trabajadores rusos comenzaron a reparar locomotoras averiadas en sábado, día no laborable por tradición. Así nacieron los Subbótniki o sábados comunistas, durante los cuales la gente realizaba actividades por el bien común y sin recibir dinero a cambio. Según el historiador Christopher Hill, en 1920 los Subbótniki ya contaban con 15.000 miembros del partido comunista y 25.000 obreros no afiliados [1].

“Evidentemente, esto no es más que un inicio, pero un inicio de una importancia extrema. Es el inicio de una revolución más difícil, más esencial, más radical y más decisiva que el derrocamiento de la burguesía, porque es una victoria sobre nuestra propia rutina, nuestra pereza, nuestro egoísmo pequeño-burgués, sobre aquellas costumbres que el capitalismo ha legado al obrero y al campesino. Cuando esta victoria se consolide, entonces y sólo entonces, la nueva disciplina social habrá sido creada”, dijo Lenin [2]. Ya celebrado el centenario de la Revolución rusa y desde un mundo profundamente opuesto, estudiar sus iniciativas populares abre todavía reflexiones y caminos.

Corre el mes de marzo de 2017 en la ciudad de Sabadell, Barcelona. Es domingo – día de descanso por tradición – pero toca jornada de faena y adecuación del espacio en el centro social. Arturo pasa el rodillo cargado de pintura blanca y fresca por la fachada envejecida mientras anima a unas vecinas que pasean por la avenida a participar; Óscar y Hamza ponen luces nuevas en el gimnasio; Pingo y su familia hacen un mural en la pared; David y Cristina limpian y pintan la cocina; Dani estudia los nidos que las palomas han hecho bajo el tejado subido en una grúa que nos ha conseguido Ari; Laia me ayuda a pintar de negro la tarima que hace de escenario; a Maricarmen la recuerdo con un pincel en la mano y un pañuelo morado en el pelo; Conxita y Rosa barnizan ventanas y clasifican los libros de la biblioteca; Gerard y Adrià pintan paredes y reparan puertas. Hay paella y vino para 50 personas a la hora de comer: 50 personas que se han quitado de encima la pereza, o que sencillamente han asumido que valdrá la pena ir a trabajar el lunes con agujetas.

El centro social es todavía muy joven. Fue en el Primero de mayo de 2015 cuando una plataforma de vecinas y vecinos de Sabadell llamada Recuperem l’espai comú se apropió del edificio, que llevaba 8 años vacío y sometido a la degradación. Aquel día comenzó una lucha por llenar de vida y de actividad no asalariada y asamblearia los más de 2.000 m² del inmueble, contra las rutinas de un barrio trabajador y sin prácticamente tejido asociativo. El espacio – antiguo concesionario y prostíbulo – rescató el nombre de L’Obrera, sede del movimiento obrero de Sabadell desde 1887 y desmantelado durante la Transición a la monarquía con la complicidad de la izquierda institucional.

Hoy, bajo la mole del capitalismo, las entidades propietarias del edificio – la corrupta Cajamar y los salvajes fondos buitre Haya Real Estate y Cerberus, gestionados por la familia Aznar, el clan Pujol y el asesor económico de Donald Trump [3] – han iniciado un proceso judicial de desalojo, valorando L’Obrera en más de 3.000.000 de euros. Una vez más, vecinos humildes y trabajadores en un espacio común contra banqueros y explotadores, lógicas y costumbres enfrentadas y en lucha.

 

Ocio y lucha de clases

La creatividad y la satisfacción en la actividad misma deberían ser características básicas de cualquier alternativa al capital. Manuel Cañada, de los Campamentos Dignidad de Extremadura y que recientemente visitó L’Obrera junto con otros militantes de la Marea Básica, escribía que “el ser humano es sistemáticamente desposeído de su humanidad. De su humanidad posible sólo quedan ecos, destellos, las astillas que, a pesar de todo, se escapan de la dictadura capitalista” [4].

En este sentido, L’Obrera ha supuesto una fuente de pequeños destellos creativos en la vida cotidiana de muchas personas; actividades organizadas colectivamente y desde abajo que ya no son mero medio para conseguir dinero. Clases de capoeira para niños y adultos; el Gimnasio Popular Rukeli donde aprender boxeo, kick boxing, muay thai y judo; clases de salsa, swing y breakdance; una recién nacida plataforma de conflictos laborales; el grupo excursionista La Màquia; un grupo de teatro y otro de artistas; el Taller de lecturas políticas; un taller casero de serigrafía; el Grupo de Mujeres de L’Obrera y el de la Plataforma de afectados por la hipoteca y la crisis; los cine-fórums; un grupo de juegos de rol; las cenas y las fiestas de los viernes…además de las veladas de deportes de contacto, las charlas formativas y las colaboraciones de barrio con la Asociación de Vecinos y centros cívicos de la ciudad.

Todas las personas que estén dispuestas a proponer, colaborar y a aprender en igualdad tienen un lugar aquí. Tal y como explicaba Albert una tarde: lo que tenemos en común es que vendemos nuestro tiempo de vida para sobrevivir. L’Obrera tiene que servir para poner sobre la mesa ese factor y actuar contra él de forma consciente, aunque sea a través de pequeñas iniciativas.

Somos conscientes de que toda aquella gente que no tiene sus necesidades básicas cubiertas y las de los suyos tal vez dispondrá de poco tiempo o fuerzas para implicarse en una iniciativa como L’Obrera. Pero permitir que personas con pocos recursos se ganen la vida en nuestro centro social, sin alquiler ni reglamentación, supondría una competencia desleal hacia mucha otra gente y generaría dinámicas distintas a las actuales. Todas y todos tenemos en común la necesidad de ganarnos la vida como buenamente podamos, y aportamos a L’Obrera igualmente lo que podemos. Y cada vez somos más.

Es cierto que se trata de actividades que afectan principalmente a las formas de ocio y tiempo libre de los centenares de personas que las organizan y practican, pero también es cierto que, aunque tan sólo sea en esa parcela de la vida, los límites entre el habitual consumo privado y la construcción colectiva se han visto profundamente transformados.

Pier Paolo Pasolini exponía en 1975 el genocidio de culturas populares que había supuesto el desarrollo del capitalismo de consumo [5]. La misma Margaret Thatcher, en los 80, hablaba de la necesidad de conquistar la vida cotidiana, el alma, de las clases desposeídas.   Heredera de esta coyuntura, L’Obrera se ubica en la lucha por un tiempo libre lo menos manipulado posible y que, siguiendo la crítica de Georg Lukács [6], asocie tiempo libre con actividad conscientemente creadora y no con ocio de consumo.

Así, nuestro centro social ha conseguido poner en evidencia la falta de espacios comunes de barrio, la imposibilidad de pagar alquileres de locales en los que desarrollar libremente actividades, la dificultad para mucha gente de pagar cuotas de gimnasios o locales de ocio de consumo y el malestar que puede llegar a generar la falta de control y de compañerismo por parte de los usuarios de estos espacios. Ha conseguido generar una hiperactividad y una emoción nada menospreciables en el ámbito de la organización social de ocio alternativo y el descubrimiento de nuevas capacidades. Carlos y Juanma nunca se habían imaginado que aprender boxeo sería una herramienta útil para la organización popular. Jessica nos cuenta que si L’Obrera desaparece su espacio de socialización más plena le será extirpado y no está dispuesta a ello. Camilo friega los platos mientras piensa qué personas y colectivos pueden sumarse a nuestro proyecto. Estas actitudes suponen un primer paso importante, pero todavía siguen teniendo mucho peso la desmovilización general y la falta de cultura política promovidas por el sentido común de consumo alienado de nuestras sociedades.

¿Cómo seguir potenciando y ensanchando L’Obrera hasta llegar a nuevas gentes y necesidades más allá de todo lo que ya hacemos? ¿Cómo conseguir que los centenares de personas que se acercan al centro social semanalmente para practicar deporte, tomar una cerveza o participar en un espacio de debate terminen asumiendo activamente la organización cotidiana y tomen consciencia de que de sus ideas y sus manos dependerá la construcción de esta realidad nuestra? ¿Cómo pasar del ocio alternativo al compromiso contra el capitalismo salvaje y el colapso ecológico de nuestro presente y de nuestro futuro? Estos retos se corresponden con debates que no son fáciles de resolver actualmente. Y también se corresponden con un trabajo de trincheras que no acepta prisas irreflexivas ni atajos. En palabras de Hegel, filósofo de la historia, “la impaciencia pide lo imposible […] lo verdadero es el devenir […] seriedad, dolor, paciencia y trabajo de lo negativo” [7].

El presente y el futuro no son desplegables predefinidos, son terrenos de lucha y hay que pelear y aprender por cada nueva persona que quiera integrarse en nuestro proyecto. Como dice Joaquín Miras, sólo cuando la gente encuentre en su vida cotidiana y hombro con hombro cuadros políticos más honestos se atreverá a abandonar su vida anterior.

 

Educándonos: disciplina, reflexión, solidaridad y bravura

Volvamos ahora a la humildad de los proyectos concretos de L’Obrera. Me gustaría reflexionar en más profundidad sobre dos de los que más conozco y valoro: el Gimnasio Popular Rukeli [8] y el Taller de lecturas políticas [9]. Durante dos años ambas actividades han crecido y se han ido concretando a base de grandes dosis de paciencia, de debates difíciles, de avanzar y retroceder, de estar a punto de abandonarlas y rescatarlas de nuevo, de rupturas y de nuevas alianzas, porque así es como se construye siempre.

Una nave inmensa y vacía en la parte trasera del centro social. Las plazas del barrio llenas de chicos y chicas pasando la tarde con sus perros, con sus historias y con sus porros. Como el decidido Dennis de The Wire pero sin la épica absurda de las series de televisión, siguiendo la larga tradición de gimnasios populares y el auge de los deportes de contacto, alguno de los nuestros vislumbró lúcidamente la posibilidad de inaugurar un gimnasio de boxeo en L’Obrera.

Formiga, la profesora de capoeira, confirma que practicar deporte colectivo tiene sobre el cuerpo los mismos efectos que tomar antidepresivos. Gracias a la negociable cuota de 20 euros trimestrales y a la faena constante y entusiasta de muchas personas, aquella nave industrial abandonada renació llenándose con un tatami, un ring y todo el material necesario para practicar los deportes que se ofertan sin tener que comprar nada.

Más allá de la preparación reglamentaria del espacio, las contradicciones y los conflictos han servido para avanzar en la organización. Inmersos en un sentido común machista, racista y capitalista, se nos plantean las siguientes dudas: ¿cómo hacer de un gimnasio de barrio de deportes de contacto y en principio abierto a todo el mundo un espacio de transformación social? ¿Dónde están los límites entre lo tolerable y lo intolerable? ¿Con qué gente estamos dispuestos a construir proyecto político y a qué ritmo? La firme determinación de L’Obrera de ensanchar, con reflexión y cuidado y aprendiendo de los errores, el perfil de gente que normalmente forma parte de los movimientos sociales juveniles autodenominados revolucionarios ha traído escisiones y duros posicionamientos públicos por parte de algunos colectivos locales, pero también ha traído nuevas alianzas impensables antes y valiosísimas hoy. Alejarnos de la parafernalia de las consignas épicas pero vacías nos ha forzado al pensamiento y trabajo concretos y constantes, a hundirnos humildemente en la realidad de un centro social de barrio que no tiene hojas de ruta diseñadas por expertos en política.

Los entrenamientos de boxeo son la actividad más consolidada actualmente, con una treintena de alumnos en cada clase (aunque comienzan a coger volada otras disciplinas como el el kick boxing o el judo). ¿Qué tipo de gente asiste a los entrenamientos? Chicas y chicos que en el Gimnasio aprenden nuevas formas de hacer las cosas y de vivir su tiempo. Luis, mientras se quita los guantes, nos cuenta que siempre que sale de fiesta con sus compañeros de instituto todos terminan metidos en peleas arbitrarias de calle y él se aleja asqueado; entrenar tranquilamente le produce más satisfacción que la violencia individualista de las selvas del ocio nocturno. Hamza está triste porque tiene el brazo lesionado de descargar camiones durante el día y no puede entrenar con la intensidad que querría. Andrés nos abraza feliz al despedirse; si no fuera por el Gimnasio nunca nos habríamos conocido ni habría participado en un proyecto colectivo, y eso le aporta una felicidad nueva. Marc, Óscar y Pol, chicos que llevan años entrenando en gimnasios reglamentarios y que luchan muy bien, asisten ahora a los entrenamientos de un gimnasio okupado y ponen su tiempo y sus conocimientos al servicio del resto. Los y las que veníamos de militar en los clásicos movimientos sociales juveniles, dedicados principalmente a las performances supuestamente transgresoras y a las consignas que a menudo no conseguían articular proyecto sólido, nos hemos transformado también de arriba a abajo gracias al torrente de aire fresco y el sudor del Gimnasio, a las relaciones en bruto y a los retos que hemos vivido. El Gimnasio Popular Rukeli ha sido una escuela para nosotros, porque, como escribe Joaquín Miras, “los cuadros no son las personas surgidas del aparato de formación de un partido político […]. Por contra, son el conjunto de individualidades, surgidas de la propia lucha, formadas en la actividad cotidiana, que se han sostenido en continuidad dentro de la actividad organizada, que han generado pacientemente nuevas capacidades […]. La actividad que ellos protagonizan da un sentido diferente a la vida. […] Asumen preservar y transmitir o democratizar el nuevo saber hacer que va generándose en común; asumen no olvidar […]. Son los que están en primera línea, tanteando el terreno, equivocándose […]. Individualidades que se sienten más interpeladas por las relaciones sociales cotidianas […] Pero no son diferentes de la inmensa mayoría, toda ella formada por biografías singulares con capacidad inherente de reflexionar sobre su propia experiencia de vida” [10].

¿Y qué ocurre con las mujeres? También las hay, cerca de una veintena y cada vez más. Helena, Júlia, Lorena, Eli o Meni pegan fuerte y con un control que impresiona a las principiantes; Sara, Virgi, Mireia y Paola están comenzando a ordenar su cuerpo, a descubrir su propia fuerza y a ver que no pasa nada por tocarle la frente a la contrincante con un buen jab durante los ejercicios. Las que llevan más tiempo en el gimnasio acogen y acompañan a las más nuevas. La experiencia me ha enseñado que para muchas mujeres y para mí misma no resulta fácil ni natural aprender a pegar, pero a la vez termina siendo interesante y grato desfogar en un ring la violencia cotidiana que muchas de nosotras almacenamos debido a años de desprotección y ataques sin respuestas contundentes.

Desde L’Obrera hemos apostado por convertir el Gimnasio en un espacio feminista, es decir, en un espacio de lucha, reflexión y autoconsciencia sobre las discriminaciones hacia las mujeres, un espacio en el que el trabajo no se termina nunca. Los deportes de contacto pueden ser un barrizal en estos aspectos, pero también constituyen una herramienta interesante de convivencia y respeto. Además, el Gimnasio arremete de forma inesperada contra la tradicional presión estética hacia el cuerpo de las mujeres: aprendemos a valorar las posibilidades y volúmenes de nuestro cuerpo, nos sentimos más fuertes y seguras, aprendemos entre nosotras y de los hombres pero también les enseñamos. Evidentemente, el camino hacia unas relaciones de igualdad satisfactoria entre mujeres y hombres es todavía largo, pero en el Gimnasio la disciplina, la amistad, la reflexión y la organización colectiva comienzan a transformar realidades.

A pesar de no establecer una jerarquía personal entre alumnos y entrenadores -la gestión del Gimnasio es colectiva y entre iguales- me gustaría hablar brevemente sobre los primeros. Es el cumpleaños de uno de los entrenadores y le llevamos un pastel adornado con unos guantes de boxeo de chocolate; nos lo agradece loando la labor de organización popular y compromiso que todos los alumnos llevamos a cabo en L’Obrera. Otro de ellos trasciende su figura de entrenador queriéndose integrar en el Taller de lecturas políticas y nos propone un seminario sobre ecología marxista. Un tercero nos transmite los valores del boxeo cubano no-profesionalista y, como aquel campesino de John Berger [11], al terminar los entrenamientos recapitula y reflexiona sobre todo lo hecho para decidir cómo vamos a mejorar, tanto en el deporte como en la vida cotidiana y las relaciones sociales que estamos creando.

El Gimnasio Popular Rukeli es una relación estrecha entre deporte y organización popular. Nos gusta ver los grandes combates de boxeo profesional, pero tenemos muy presente que esos luchadores viven para boxear, están bien cuidados y alimentados milimétricamente, dan rienda suelta al individualismo feroz y se lucran a base de millones. Todos nosotros trabajamos, estudiamos, no obtenemos beneficios económicos del deporte, pasamos frío en invierno y calor en verano, tenemos goteras cuando llueve, nos alimentamos como podemos y entrenamos al anochecer después de largas jornadas. Pero estamos orgullosísimos. Justin Trollmann Rukeli, boxeador gitano de los años 40 que da nombre a nuestro gimnasio, luchó contra las vejaciones, torturas y reclusiones del régimen nazi hasta que terminaron con su vida.

 

Sin voluntad de establecer límites irreconciliables entre el trabajo intelectual y el trabajo neuro-muscular – ambos componentes están siempre presentes en la práctica humana -, toca dejar el Gimnasio para hablar ahora del Taller de lecturas políticas de L’Obrera.

Nació como escisión de una moribunda comisión de formación de un colectivo socialista, escapando así de la rigidez y el desinterés que le dedicaban la mayor parte de sus militantes. Desde hace dos años y con paciencia y dedicación, se han llevado a cabo diversos seminarios abiertos a los que han asistido personas con gran variedad de edades, procedencias y sensibilidades: una lectura crítica y detenida de El segundo sexo de Simone de Beauvoir [12], el Manifiesto Comunista, Dimitrov sobre el fascismo, una antología de textos de Antonio Gramsci y La revolución rusa de Christopher Hill.

La lectura y los debates se suceden con naturalidad y respeto, hasta el punto en que los domingos por la tarde del Taller se han convertido para algunas personas en una rutina interesante. Conxita, antes de recluirse en el infierno de la preparación de oposiciones, siempre traía meriendas caseras buenísimas para acompañar los coloquios. Con paciencia se fue constituyendo un espacio humilde y cálido en el que aprender colectivamente y plantarle cara con orgullo al elitista mundo de la lectura, la historia, la filosofía, la política o la economía. Apareció un espacio de tranquilidad y reflexión en medio del mundo caótico y precario en el que vivimos y en el que, en soledad, muchas veces no tenemos valor ni tiempo para realizar según qué lecturas y debates.

Poco a poco hemos llegado a ser 15 personas un domingo por la tarde, día de descanso por tradición, leyendo a Gramsci o a Hill. Compañeros como Arturo o Juanma, brillantes personas que han estudiado la carrera de historia, democratizan sus conocimientos para iluminar entresijos y contextos del siglo XX; luego está Sion, estudiante de filosofía, y David, con sus aportaciones sobre qué entendemos por fascismo, y las horas hablando con los encantadores hermanos Anglès, el uno físico y el otro trabajador de la viña, sobre cómo aplicar nuestros aprendizajes del Taller a L’Obrera en general. Algo muy importante es que todo el mundo participa en los debates, porque todo el mundo se siente cómodo para plantear dudas o aportar cualquier reflexión sobre coyunturas actuales o aspectos de la vida cotidiana. Como decía Antonio Gramsci: nos hemos dado cuenta de que todo hombre (y mujer) es un filósofo [13].

Nuestras concepciones del mundo y nuestra praxis han cambiado gracias a este espacio. Pol se ha peleado como un pit-bull contra las teorías biologicistas de la naturaleza humana, Rosa ha comprendido de nuevo qué mecanismos organizativos generan la conciencia de clase, Glòria ha reconsiderado sus ideas sobre la necesidad de tener élites políticas. Bajo mi punto de vista, este tipo de estudio crea modos de aprender distintos a los que se dan por buenos oficialmente en la escuela o la universidad. La lectura y reflexión colectivas son la herencia recogida de personas como las que participan del colectivo Espai Marx, que velan por democratizar la investigación y la conservación de la tradición política que comprende y toma partido en la lucha de clases.

El Taller también se ha preocupado por organizar gratas reuniones de intercambio de experiencias. Hace un año nos visitaron las vecinas y vecinos del barrio combativo de La Chanca, Almería [14]; Manel Márquez y Nando Zamorano celebraron el 25 de marzo con nosotros hablándonos de las okupaciones de tierras de los jornaleros extremeños en 1936; Joan Tafalla nos contó sus investigaciones sobre la cultura popular de la Revolución rusa de 1917 para celebrar su centenario; hace pocos días nos visitó el mencionado Manuel Cañada acompañado de otros militantes de la Marea Básica de distintas ciudades del Estado español; Miguel Ángel Doménech acaba de hacernos una interesante introducción a la Teoría Política Republicana. Todos estos encuentros han sido profundamente emocionantes y no han dejado indiferente la praxis cotidiana de L’Obrera.

Todavía queda mucho trabajo honesto por hacer para seguir democratizando todas estas costumbres, para volver nuestras ideas coherentes, lúcidas y útiles. Sería positivo que todas las actividades que se llevan a cabo en L’Obrera terminasen interesándose por la formación, y sobretodo tomasen conciencia de los valores y educación populares que ellas mismas están generando; que la gente que viene a bailar salsa o a cenar los viernes comience a dilatar su potencial transformador.

La última iniciativa del Taller de lecturas, que comienza en el presente mes de febrero en colaboración con la entidad local Sabadell per la República, consiste en un seminario compuesto de pequeños fragmentos que repasen la tradición republicana desde la antigua Grecia hasta la actualidad. Gerard lo ha preparado con gran paciencia y afecto, y con la esperanza de que sirva para trascender la reflexión sobre los límites de la democracia electoralista.

Y es que L’Obrera sirve para ir más allá de la política comprendida como maniobras y tempos electorales y representativos; sirve para capacitarnos a nosotros mismos en la soberanía de ciertos ámbitos de nuestras vidas, es decir, en convertir la política, la deliberación y el auto-gobierno, en costumbres cotidianas. No me extiendo más.

 

La casa del barrio

Edu es un currante incasable; en la cocina, un viernes mientras preparamos pinchos para cenar, me dice que estamos llenos de amor y de dedicación. Poco a poco nos hemos ido uniendo en forma de intelectual colectivo, pero sabemos que falta mucho por construir.

 

Debemos muchos conocimientos de contra-poder y agradecimientos a la gente de la PAHC de Sabadell: Rosa, Julio, Mari, Juan y tantos otros. También a los comprometidos abogados que nos apoyan. Harían falta una Obrera y una PAHC en cada barrio para generar un tejido de alternativas mucho más sólido.

Y regresando ahora a la desmovilización social actual, Edgar y yo comentábamos con tristeza cómo muchos de los paseantes atomizados a los que repartíamos octavillas o parábamos para hablarles de L’Obrera y del proceso de desalojo huían con desconfianza. L’Obrera tiene entre sus manos la titánica tarea de despertar ideas y conceptos que han sido radicalmente extirpados del sentido común actual: organización popular, comunidad, auto-abastecimiento, política cotidiana, solidaridad de clase, dirigidos que se convierten a sí mismos en dirigentes…y no es fácil hallar un modo eficiente de hacerlo.

Antes de un entrenamiento de boxeo, Marc me decía con tranquilidad que no podía ser que una iniciativa como L’Obrera terminase desalojada, que aquello era sencillamente imposible. Esa naturalización es el problema; nos falta capacidad de acción. Luchar contra el desalojo implicará apoyo social, y apoyo social significa hacer cosas por mucha gente y con mucha gente; ser un lugar de referencia que resulte útil a la gente y donde la gente se sienta útil.

Si logran desalojar L’Obrera y no hallamos una alternativa eficiente significará que hemos sido subsumidos por el capitalismo. Pero nosotros sabemos que tan sólo somos semillas plantadas en los procesos de larga duración histórica, y que, más allá de las paredes de un edificio concreto, nuestra Atenas estará donde estén los atenienses.

Este artículo pretendía abandonar los complejos estudios sobre la mole capitalista para alumbrar un poco qué hacemos en nuestra pequeña trinchera. Escribo para dejar rastros documentales de nuestra labor y de nuestra vida, para mis compañeros y para todos. Pero los destellos de nuevos mundos son limitados en medio del capital, y por eso nuestras reflexiones al respecto también lo serán.

 

Referencias

[1]. Hill, Christopher (1981): La revolución rusa. Barcelona, editorial Ariel. Pág. 187.

[2]. Lenin, V.I. (1961): Obras escogidas – Tomo III. Moscú, editorial Progreso. Pág. 122.

[3]. Dosier L’Obrera vs Cajamar: https://issuu.com/lobrerasabadell/docs/4_5938287852931514927

[4]. Cañada, Manuel (2017): La dignidad, última trinchera. Barcelona, editorial El Viejo Topo.

[5]. Pasolini, P.P. (1975): Cartas luteranas. Madrid, editorial Trotta.

[6]. VVAA, (1971): Conversaciones con Lukács. Madrid: Alianza editorial. Pág. 107.

[7]. Hegel, G.W.F. (2014): Fenomenología del espíritu. Madrid: Gredos. Pág. 21.

[8]. https://www.facebook.com/gimnaspopularlobrera/

[9]. https://www.facebook.com/lecturespolitiquesobrera/

[10]. Miras, Joaquín (2016): Praxis política y Estado republicano – Crítica del republicanismo liberal. Barcelona: editorial El Viejo Topo. Pág. 201.

[11]. Berger, John (2016): Puerca tierra. Barcelona: editorial Alfaguara.

[12]. La teoría feminista y las subculturas femeninas. Apuntes tomados después de la lectura y debate de algunas obras de Simone de Beauvoir.  Puede consultarse aquí: http://catxipanda.tothistoria.cat/blog/2016/07/13/la-teoria-feminista-y-las-subculturas-femeninas-apuntes-tomados-despues-de-la-lectura-y-debate-de-algunas-obras-de-simone-de-beauvoir-per-cristina-garcia-i-gerard-marin/

[13]. Gramsci, Antonio (1974): Antología. Madrid: Siglo veintiuno editores. Pág. 437.

[14]. Aquí la crónica de su visita: http://www.espai-marx.net/es?id=10303