Reseña: “LA NUEVA LUCHA DE CLASES”. SLAJOV ŽIŽEK.

Anagrama. Traducción: Damià Alou. 112 pg. 14,90€. Barcelona, 2016.

Ya en los inicios del capitalismo John Locke teorizaba una distinción entre el ordenamiento de la metrópolis inglesa –un estado de derecho de hombres libres– en contraste con el ordenamiento de las colonias americanas –un estado de guerra, creado por los colonizadores para poner orden en medio del desorden–. Para Žižek, años después, el ordenamiento mundial sigue anclado en esta distinción lockina. Por un lado tenemos lo que él llama “la Cúpula”, un sistema perfectamente ordenado, “climatizado artificialmente” y donde el terrorismo aparece esporádicamente, perturbando la vida normal de la gente corriente. Por otro lado tenemos todo aquello externo a la Cúpula: «un mundo que, para nosotros, los que estamos dentro [de la Cúpula], aparece sobre todo en reportajes televisivos acerca de lejanos países violentos que no forman parte de nuestra realidad». El mundo exterior a la Cúpula es para nosotros incomprensible políticamente. A la vez, sin embargo, presuponemos su desorden y su terrorismo diario como si de algo natural se tratara. Se considera un sitio en el cual, en el mejor de los casos, podemos gestionar su miseria intrínseca, hacer de su vida algo menos doloroso.

Partiendo de este esquema mental Žižek hace una crítica voraz al humanitarismo. La sociedad europea ha hecho lo que creía que era mejor para los refugiados, es decir, recibirlos con las manos abiertas, mostrar simpatía y generosidad. No obstante, el humanitarismo ha conseguido gestionar la miseria y poco más. Cree Žižek  que no debemos aceptar la violencia de Oriente como algo inmutable, sino analizar críticamente el ordenamiento internacional para buscar modificarlo: «Con respecto a los refugiados, esto significa que nuestro objetivo justo debería ser intentar reconstruir la sociedad global de tal modo que los refugiados ya no se vieran obligados a vagar por el mundo. Utópica como puede parecer, esta solución a gran escala es la única realista, y la exhibición de virtudes altruistas nos impide, en última instancia, lograr ese objetivo».

La política contra el altruismo, podríamos resumir. Entonces, faltaría explicar, ¿cómo se articula tal reconstrucción de «la sociedad global»?

La lucha de clases

La «apuesta marxista», nos dice Žižek, parte del presupuesto de que la lucha de clases[i] es el antagonismo que “sobredimensiona” buena parte de los conflictos a los que el problema global remite, el significante último de la sociedad actual. No podemos entender la crisis alimentaria de buena parte del Tercer Mundo sin pensar primero en el efecto devastador que provocaron la globalización de la agricultura en las prácticas agrícolas tradicionales. Tampoco podemos entender guerras como las del Congo sin reflexionar sobre el impacto de la explotación del coltán, materia prima de los materiales de nuestra tecnología más común (móviles, ordenadores, videoconsolas). Buscar cambiar el ordenamiento mundial es a su vez buscar cambiar el capitalismo.

Así Žižek nos propone modificar radicalmente la relación que tenemos con los refugiados. No deben ser tratados como seres débiles y oprimidos con los cuales no podemos discrepar, sino que deben ser tratados como compañeros de lucha. Debemos eliminar los tabús[ii] heredados del humanitarismo y empezar a buscar caminos conjuntos en la lucha revolucionaria: «La tarea es construir puentes entre «nuestra» clase trabajadora y la «suya», para que se unan en una lucha solidaria. Sin esta unidad (que incluye la crítica y la autocrítica por ambas partes) la lucha de clases propiamente dicha se convierte de nuevo en un choque de civilizaciones».

Es importante destacar que para Žižek la lucha de clases se identifica con un momento hegeliano: el reconocimiento. Por vía de la lucha de clases, la distinción “interior de la Cúpola”-“exterior de la Cúpola” se disuelve y se abre un espacio de reconocimiento mutuo.

La violencia divina

Otro de los conceptos interesantes del libro es la actualización del concepto “violencia divina”. Sacado de Para una crítica de la violencia, de Walter Benjamin, el término se define como una violencia sin un objetivo político concreto, violencia como objetivo en sí mismo. Mucha de la violencia actual, dice, se explica en estos términos. Por ejemplo, «los atentados de Oklahoma o el 11-S. En ambos casos, nos enfrentamos a un odio puro y simple: la destrucción del obstáculo –el Edificio Federal de Oklahoma, las Torres Gemelas– era lo que importaba realmente, no alcanzar la noble meta de una sociedad de veras cristiana o musulmana. Esa fascistización puede ejercer cierto atractivo sobre la juventud inmigrante frustrada, que no encuentra su lugar en las sociedades occidentales ni un futuro con el que identificarse. La fascistización les ofrece una manera fácil de dar salida a sus frustraciones: una vida de riesgo y aventura disfrazada de dedicación religiosa sacrificial, además de placeres materiales (sexo, coches, armas)».

La violencia divina es vista por Žižek como el producto de la falta de alternativas de nuestra sociedad; es una rabia pura, sin ningún uso revolucionario. De la violencia no salen lecciones, repite Žižek sin cesar, de la violencia solo surge más violencia. De una generación producto de la violencia del colonialismo y los guetos urbanos ha nacido una rabia creciente. Cuando en 2005 ardieron los suburbios de París la izquierda buscó traducir esa rabia, analizando las supuestas razones y propuestas de cambio. No las había. «¿Qué clase de universo habitamos, capaz de celebrarse como una sociedad con libertad de elección, pero donde la única opción disponible ante el consenso democrático impuesto es una rebelión ciega?». La izquierda, una vez más, no debe buscar justificar la “violencia divina” de los terroristas y los marginados de los guetos, sino que debe crear una alternativa realista.

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Con menos de cien páginas de lectura el libro da la sensación de ser un coagulo de artículos. Es posible que el lector sienta estar leyendo un refrito de las distintas colaboraciones de Žižek en The Guardian recogidas con más vocación editorial que no filosófica. Otro de los puntos flacos del libro es la no compensación entre promesa y contenido. Žižek predica durante todo el libro sobre la necesidad de una análisis y una propuesta basada en la lucha de clases, pero siempre se queda en meras generalizaciones sin concreción alguna. Siguiendo tal patrón de generalización, el filósofo termina el final del libro con la respuesta del esperado “¿qué hacer?”. El esloveno pide la militarización de la crisis de los refugiados, la necesidad de establecer unos criterios de conducta civil comunes y la crítica al modelo económico que causa la crisis actual. La relación de sus respuestas con la lucha de clases es poco argumentada.

Sin embargo el libro adquiere sus puntos fuertes allí donde Žižek se aleja de la política concreta para hablar de temas más estrictamente filosóficos. El texto prende cuerpo en la reflexión política y ética sobre la subjetivación política contemporánea, en relación con el capitalismo global. De lectura interesante y no especialmente complicada.

[i] El traductor, Damià Alou, ha decidido traducir el titulo original del libro –Against the Double Blackmail– por un título más épico: La nueva lucha de clases. Es necesario precisar que para Zizek la lucha de clases no tiene nada de “nuevo”; la lucha de clases que él piensa es la que teorizó Marx en el s. XIX y no otra.

[ii] http://www.nuvol.com/noticies/slavoj-zizek-els-cinc-tabus-de-lesquerra-davant-la-immigracio/