Por Alberto Jiménez García (@albejg)

La actuación de Iñigo Errejón, uniéndose junto a Manuela Carmena con el objetivo de ganar Madrid, pese a la reacción negativa de la dirección de Podemos, puede interpretarse como el intento de escapar de unas dinámicas políticas que prevén un futuro desalentador para las aspiraciones de cambio en España. Parece como si los resultados electorales en Andalucía del pasado mes de diciembre hubieran servido para poner en cuestión la deriva a la que se dirige la izquierda española.

El derrumbamiento del PSOE como el eterno ostentador del poder político en Andalucía no conlleva buenas noticias, tras la emergencia de la extrema derecha agrupada en Vox y el aumento de escaños de Ciudadanos, formando así una coalición de ambos partidos junto al PP que plantea el avance de la derecha política en todo el país. La incapacidad de Adelante Andalucía para representar a los ciudadanos andaluces, más allá de los convencidos, evidencia la problemática de tal fuerza política, que trata de representar la nueva izquierda y que años atrás, aspiraba asaltar los cielos.

Así, este artículo busca analizar la estrategia política de Podemos como principal representante de la lucha por el cambio político en España durante los últimos años, pretendiendo descubrir las claves de su encerramiento discursivo llegando a la situación actual, para entender el porqué de la necesidad de cambiar de rumbo.

Han pasado casi ocho años desde que España experimentó el gran viraje político que significó el movimiento 15-M. La puesta en escena de los indignados exigiendo mayor participación democrática y soberanía frente a políticas emanadas de un poder público sometido a intereses de los actores financieros internacionales supuso la ruptura de lo que teóricos como Zizek acuñaron como “postpolítica”, trayendo a la esfera de lo político asuntos que habían quedado despolitizados y en manos de actores privados. La importancia del movimiento es clave para entender cómo han evolucionado las fronteras variables de la política en el ámbito de la sociedad española, al provocar un nuevo modelaje de los bandos políticos, que construyendo un nuevo discurso, han desencadenado la guerra de posiciones de la que deriva la situación política actual.

En concreto, la aparición de Podemos en 2014 como el actor canalizador de esas nuevas demandas puestas en el tablero político desmontó los análisis que la izquierda tradicional europea se había planteado para comprender los fenómenos sociales. Demostró como en torno al panorama que vivía la sociedad española de exigencia de cambios y el descontento por las consecuencias de la crisis económica, la “izquierda” tenía que dejar de caer en la trampa de dar las posiciones y sentidos políticos por consolidados, ampliando su enfoque a generar sentidos compartidos por diferentes actores que pasarían de ser minorías excluidas de la toma de decisiones a integrarse en una mayoría social. Iñigo Errejón ya explicaba antes de la formación de Podemos como se podía construir hegemonía a partir de la creación de “identidades políticas”, concepto sacado del cuerpo teórico de Ernesto Laclau que hace referencia a los procesos de elaboración de solidaridades a partir de elementos comunes que conformen un discurso que aglutine a dichos actores excluidos contra un antagonista común. Podemos consiguió representar a todos aquellos sectores de la sociedad civil española que se habían visto desamparados políticamente, más que aglutinando siglas, creando un sentido amplio entre diferentes actores que representaban los diferentes grupos sociales que abogaban por el cambio, es decir, un discurso transversal donde cupiesen todos.

Podemos comenzó sus andadas por la política española buscando crear una narrativa global de la realidad del país exaltando el término de ciudadanía como el conjunto social emancipado contra una minoría privilegiada que tiene el poder político sin representar la voluntad general. Atraer a las masas sociales hacia la deslegitimación del poder político es el principal factor para la construcción de hegemonía. Sin embargo, tras éxitos electorales como alcanzar las alcaldías de las ciudades más importantes de España y conseguir el voto de más de 5 millones de españoles en las generales de 2015, el cambio político no ha alcanzado todas las expectativas que se esperaban al inicio del movimiento. Paralelo a este hecho, una derecha que durante estos años ha estado aglutinada en el PP y Ciudadanos, y que está variando a un discurso más radical, sumando no solo votos sino también con la posibilidad de construir hegemonía en un sentido ideológico reaccionario al que se pretendía construir tras el 15-M. A pesar de no ser hegemónico, este discurso se consolida y ha adquirido fuerza política. Tal discurso busca el antagonista en el conjunto social que se adhiere a las diferentes actitudes políticas progresistas, un conservadurismo que toma papel activo banalizando los rasgos de la izquierda actual y táchandolos de absurdos o radicales (como por ejemplo, la postura de Vox en contra de las políticas que mueven los movimientos feministas y LGTB, o las demandas que recoge la derecha de controlar la oleada de inmigración, que empieza a ser común entre las demandas de la derecha europea).

Es cierto que la derecha mantuvo un discurso reaccionario a las demandas del cambio desde el inicio de las mismas, y que la capacidad de atracción de su discurso se debe a conformar la oposición al gobierno socialista de Pedro Sánchez, pero innegablemente en los últimos años se ha posicionado de forma más fuerte ante un bloque progresista que no coincide con las aspiraciones a las que Podemos y la “nueva izquierda” pretendía llegar.

La abstención de muchos de los antiguos votantes del PSOE andaluz y los resultados insatisfechos de Adelante Andalucía construyen una lectura de derrota frente una coalición de derechas que ahora presiden las instituciones andaluzas. Esto se convierte en un hecho y a partir de aquí es necesario hacer un análisis de lo que ha pasado durante la aplicación de la estrategia de construcción de mayorías que otorgaría la llave de la ruptura con el poder político. ¿Se ha logrado en algún momento hacer surgir esa fuerza hegemónica? Evidentemente hay lagunas que refutan tal posibilidad, pero lo que sí se han obtenido han sido resultados sociopolíticos en la sociedad española, cuyo principal pilar argumentador es la introducción de las fuerzas del cambio en las instituciones. Y la clave que hizo aglutinar a los ciudadanos a formar parte de las nuevas fuerzas progresistas fue, como hacía hincapié al principio, crear una nueva lectura política, una nueva marca de lo que significaba integrarse dentro de un pensamiento de izquierdas. Así fue como junto a Manuela Carmena la ciudad de Madrid pudo experimentar la renovación institucional. Carmena no representaba a la izquierda como se entendía hasta entonces sino como la figura alrededor de la cual giraban las demandas de las mejoras sociales de la ciudadanía de Madrid. La experiencia no se ha basado en sumar a todas las identidades en un discurso desarticulado, sino en construir una nueva posición política que sepa identificarse como la mayoría contra un enemigo privilegiado.

La izquierda conforma una lectura que empieza solo a atraer a identidades ya bien definidas (izquierda militante, feminismo radical, animalismo, etc…) que sin duda son identidades con reivindicaciones frente al poder político y necesariamente inclusivas en un discurso contrapoder, pero que se estanca porque no conforma un discurso con proyecciones hegemónicas. El otro gran sector social que el 15 M y Podemos intentó aglutinar en su principio era todo ese conjunto que formaban las clases populares, o que se reconocían como clases medias. Hablamos de ese conjunto social que la crisis económica dejó en las peores situaciones de desempleo y precariedad y que no significaban, ni mucho menos, una minoría.

No es cierto que ese sector hoy día se esté desplazando hacia la derecha en este país (al contrario que el análisis político desde la perspectiva sistema-mundo si puede aparentar, como por ejemplo, el análisis que puede sustraerse de las victorias de Trump o Bolsonaro entre otros) porque sus intereses no son recogidos por el conservadurismo que continúa siendo en todas sus diferentes líneas profundamente liberal (o que al menos, un liberalismo que no consigue a día de hoy atraer a las clases populares), pero a su vez, ésta masa popular, de intereses progresistas, se desligan más de la fuerza del cambio de estos años atrás. Ese era el sentido teleológico de Podemos y no convertirse en un partido de “convencidos”.

Si realmente Podemos como partido está dejando de representar a las mayorías, ¿como se revive ese discurso de nuevo? Volviendo a la base teórica extraída del análisis de la hegemonía y el discurso, se llega a la conclusión de que la lectura de la realidad política busca adaptarse a la situación social y elaborarse de tal forma que tenga la capacidad de atraer a los distintos actores y que se construyan como pueblo emancipado, bajo una lectura política que deje bien delimitada la frontera entre “nosotros” y “ellos” y situar a estos últimos en desventaja. La tarea de construir un nuevo concepto de patria no es viable si no atrae, y los símbolos culturales y los significantes juegan un papel crucial. La hegemonía cultural no se alcanza pretendiendo ampliar un discurso sin perspectivas de atraer a las masas, sino elaborando un discurso que favorezca a los intereses de las mismas. Quizás Adelante Andalucía tenía que haber sabido recoger el voto del electorado que se abstuvo y no limitarse a mantener una izquierda condenada a distanciarse de construir un pueblo emancipado. Quizás, lo necesario sea prescindir de marcas que ya no atraen, y buscar asaltar los cielos de nuevo, pero no en el nombre de la izquierda, sino en nombre de los ciudadanos.