Por Isabel Serrano Durán

“La realidad está definida con palabras. Por lo tanto, el que controla las palabras controla la realidad”. A. Gramsci.

Una vez más el andaluz está en el punto de mira. Nuevamente se vuelven a colocar los debates sobre las lenguas, acentos y dialectos en un primer plano. El régimen español repite, como de costumbre, la misma asignatura pendiente: la diversidad lingüística de los pueblos. Pero, entre toda la humillación a las variantes lingüísticas, Andalucía ha quedado, como ya es tradición, en la peor posición.

La apelación a la crítica sobre nuestra forma de hablar se encauza alrededor de la presencia del andaluz en los medios de comunicación y el papel que ha desarrollado en la comedia nacional. No le quito razón pues los papeles de criados, cómicos, payasos, pobres, analfabetos o marginados, son reservados para actrices y actores andaluces. La influencia de estas producciones, sumado a la invisibilidad de periodistas, intelectuales o profesorado andaluz ha hecho que se haya construido un imaginario colectivo entorno a la vagancia, la incultura y la “gracia” de Andalucía. La censura a nuestra habla se ve reflejado en personajes como Velázquez en “El Ministerio del Tiempo” que, habiendo nacido en Sevilla, en la serie de TVE tiene un “perfecto castellano” alejado de la tierra de analfabetos que lo vio nacer. Misma tierra de incultos como Lorca, Zambrano, Nebrija o Picasso, entre otros; la misma de la que emanaba el agua de las fuentes de Al-Ándalus de la que bebió la filosofía, arte y ciencia que se exportó al resto de las bibliotecas del mundo en dónde continuaban alzadas las espadas contra cualquier ápice de progreso. Tierra también de jornaleros, obreros y personas valientes que lucharon para quitarse el yugo de una oligarquía, que hasta el momento, sigue ahogando.  Pero la historia se olvida, o se modifica, y siempre acabamos en el punto de retorno: los andaluces no saben hablar. Como dijo Manu Sánchez, andaluz que lleva con orgullo la bandera de nuestro pueblo y nuestro acento, “las veces que el centralismo nos humilló sí nos entendían sin problemas”. Este análisis sobre la idea popular del andaluz, construido a través de estereotipos difundidos por los medios de comunicación y la relativa construcción de un discurso centralista, no es incorrecto. Sin embargo, creo que sería conveniente enfocarlo, además, desde una perspectiva de hegemonía y lucha de poder.

El “buen castellano” proviene de Castilla, tierra que históricamente ha albergado a personajes dominantes como los Reyes Católicos, Isabel y Fernando. Por esta razón, castellano y español son utilizados indistintamente, mostrando en la palabra “castellano” una clara referencia a Castilla. Mientras que en la meseta se encontraban reyes y familias poderosas, Andalucía era la tierra de las tres culturas, conquistadas y expulsadas. Y es que debemos recordar que al contrario de lo que se estudia en los libros de textos, la entrada de los Reyes Católicos en Al-Ándalus no fue una reconquista, sino una conquista con todos los efectos colaterales que esto conlleva. Nosotros fuimos los conquistados y, por ende, los que tuvimos que asumir el control, la lengua de los conquistadores e imitar sus conductas. De este modo, la lengua autóctona se reservaba al ámbito privado pero no deja de influir en el habla. Con esta conquista, familias poderosas se asientan y construyen en nuestros campos su lugar “de vacaciones”. Llegan y comienzan a ostentar puestos de poder, a realizar políticas que han maltratado a nuestro pueblo y que han aislado a las clases populares del progreso. De este modo, comienza a establecerse un discurso hegemónico en dónde ellos tenían el poder, la verdad, el sentido común, la producción y “el bien hablar”; mientras que nosotros y nosotras siervos, “muertos de hambre” sumidos en la pobreza éramos los bufones de esta élite dominante que nos imponía su cultura y sus políticas. Por lo tanto, podemos ver como existe una relación directa entre nivel de poder y habla hegemónica en el territorio establecida mediante la imitación de comportamientos de la burguesía y la asunción de roles y discursos que pasan a ser un “sentido común”. Esto deriva en la resignación de un pueblo que durante siglos ha estado, y está, maltratado por unas élites cuya intención es desestabilizar la lucha que emana de nuestros campos.

La relación entre poder y cultura se puede extrapolar dentro de la misma Andalucía. Entre los que “hablamos mal”, tenemos la concepción de que hay gente que “habla peor”. El andaluz es tan rico y variado que las distinciones entre provincias, pueblos y ciudades es enorme y se encuentra manchada, también, por un clasismo de lo más rancio. Entre las variantes del andaluz vemos como hay un “andaluz ejemplar” que sería el proveniente de Sevilla. Esto debemos analizarlo, de nuevo, en términos de poder. Sevilla, fue la capital que albergó uno de los puertos más importantes por dónde entraban los barcos cargados de oro de las Indias. Esto provocó que se asentara en la ciudad una fuerte oligarquía que ejerció el control de la riqueza, y por tanto del poder. Al desplazarnos hacia las zonas rurales vemos como la humillación es aún mayor. Estas zonas han sido doblemente castigadas por la pobreza y la explotación inhumana de señoritos que durante años han hostigado a nuestro pueblo. El “zezeo” es utilizado para imitar a “catetos” e ignorantes que hasta los mismos andaluces caracterizamos. Por esto, como pueblo, debemos hacer autorreflexión y aceptar nuestras ricas variantes sabiendo que todas estas “diferencias” que creemos que nos separan son producto de una clase hegemónica que ahogó en la miseria a nuestros abuelas y abuelos. Para comenzar a divulgar nuestra riqueza, debemos empezar por creérnosla y comprenderla. Aprender la historia de nuestros pueblos es el camino para el empoderamiento de los que durante siglos han luchado por una Andalucía libre. Crecer y construir pueblo frente a los caciques y oligarquía que en vez de enriquecernos, se aliaban para frenar el progreso y sumirnos, aún más, en la carencia.

Hablar con un acento, con una lengua o un dialecto diferente no implica tener más conocimientos, ser más poderosos, pobres, graciosos o tener la capacidad de poder mirar por encima del hombro al resto de los pueblos de España. Todos tenemos un enemigo común: una clase dominante que ha maltratado a nuestra gente y ha hecho que nos dividamos para evitar la suma y el crecimiento que surge cuando nos unimos. Pero hoy, 28F, día que el centralismo implantó como “día de Andalucía”, hago referencia a mi pueblo, el pueblo andaluz: él que se levantó un 4 de diciembre y llenó los balcones y las calles con el color de los olivos y el blanco de las azucenas. Tenemos la obligación como pueblo de reivindicar nuestra tierra, nuestras diferencias, nuestra cultura, nuestro saber estar y, por tanto, nuestra habla. Fuimos tierra conquistada, humillada y olvidada. Más tarde Franco fusiló los poderes soberanos de nuestra patria y tras Franco muerto y un rey puesto, los grilletes siguen impidiendo nuestro vuelo hacia la conquista de proclamas  como las de Carlos Cano y Blas Infante. Nosotras y nosotros, somos herederos de los andaluces y andaluzas fuertes que con valentía lucharon por nuestro pueblo. Hoy, aunque nos duelan los pies de arrastrarlos, seguimos con aquella insurrección pues seguimos llorando la sangre de Caparrós, de cunetas, “desbandás” y explotación. Andalucía es una patria que pertenece a su pueblo y su gente; esa que lucha y habla. Habla y grita. Grita y se levanta. Se levanta y reivindica la dignidad, igualdad y soberanía que nos pertenece. Andalucía habló, habla y hablará, porque sí sabemos hablar. Pues, no es que no nos entiendan, es que no quieren escucharnos.