Por Sil Tomas

Todo empezó un 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer Trabajadora, día que como cualquier 8 de marzo en la actualidad, las mujeres en Rusia salieron a la calle. Pero estas contaban con algo con que las mujeres españolas no contamos: la Primera Guerra Mundial; una guerra que había terminado de hundir la economía rusa así como con el régimen zarista que permitía las hambrunas y la pauperización de las vidas del pueblo ruso.

Era este contexto de miseria y pobreza social en el que se encontraban esas mujeres que, no suficiente con ser las eternas trabajadoras domésticas, también se encontraban esclavizadas por las nuevas industrias y la tiranía de la burguesía zarista del momento. Fue esta situación la que llevo a la convocatoria de huelga y  manifestaciones multitudinarias para ese ocho de marzo, día en que las trabajadoras decidieron ir de fábrica en fabrica llamando a los trabajadores (hombres) a que se sumaran a la huelga ya que la situación laboral y económica del país era insostenible y había llegado el momento del levamiento popular. Fue entonces, cuando los hombres se sumaron a la huelga de las mujeres, cuando se dio por comenzada lo que años más tarde estudiamos como la Revolución Rusa.

Es curioso, cuanto menos, darse cuenta de que ese lema de “sin mujeres no hay revolución” que cantan las feministas en sus manifestaciones de hoy, es totalmente cierto pues, sin la acción y la implicación de las mujeres en la Revolución de Febrero (según el calendario ruso en aquel momento) es probable que la Revolución Rusa no se hubiera dado, al menos, no como se dio en ese momento. Fue una revolución comenzada por mujeres, mujeres invisibles que la historia ha silenciado tanto por cuestiones patriarcales – como se han invisibilizado a la gran mayoría de mujeres en la historia- como por cuestiones geoestratégicas del bloque occidental.

Ahora bien, más allá de la labor militante fundamental de las mujeres rusas en la revolución, esta supuso no sólo un giro en la política rusa – y mundial- sino también un giro en la vida y en la imagen de las mujeres por diversas cuestiones. Tras el proceso revolucionario llega el momento del establecimiento del gobierno socialista de Lenin que contará por primera vez en la historia con una mujer como Comisaria del Pueblo, encargada del área de bienestar social. Esta mujer era Alejandra Kollontai, la que años más tarde con la llegada de Stalin y la necesidad de este de enviarla lejos de Rusia se convertiría también en la primera mujer diplomática. Esta fue la primera revolución para las mujeres, por primera vez en la historia una de ellas ostentaba un alto cargo político, por fin se había abierto brecha en la política para hombres. Durante su mandato, Kollontai destacó por su labor feminista, bajo el lema de “lo personal es político” recorrió las fábricas donde trabajaban las mujeres llamando a estas a la emancipación. Entendía que una vez hecha la revolución socialista era el momento de hacer la revolución en sus casas de tal forma que consiguieran independencia del marido y libertad sobre ellas mismas.

No suficiente con eso, Alejandra Kollontai, recogiendo las demandas feministas de ese momento, empezó a legislar, desde su posición dentro del Estado, por y para las mujeres. Demandas que en la actualidad siguen vigentes en occidente e incluso en Rusia, debido a que su deriva política ha hecho que se retroceda en lo que a la cuestión de género se refiere. De tal forma que penalizó la prostitución a la vez que despenalizó la homosexualidad y el aborto, algo que las feministas españolas tenemos reciente debido al intento del Partido Popular de legislar sobre nuestros úteros. No suficiente con eso, Kollontai junto con el movimiento feminista consiguieron implantar medidas de igualdad que redujeran la brecha salarial por género así como buscaban la igualdad laboral de hombres y mujeres, la creación de guarderías estatales que facilitaran la incorporación de la mujer al mundo laboral o la alfabetización de estas. No son más que unas pinceladas, unos pocos ejemplos de lo que la Revolución Rusa supuso para la emancipación de las mujeres rusas.

Pero esto nunca se cuenta, estas mujeres que dejaron sus casas y sus puestos de trabajo para salir a las calles aquel febrero de hace cien años para reclamar igualdad y justicia frente al  régimen zarista han sido invisibilidazas, bien por el propio sistema patriarcal que se empeña en hacer creer que la historia pertenece  a los hombres y las mujeres apenas han sido meras observadoras sumisas que han acatado el devenir histórico que les ha tocado sin poder participar en él. Pero no es así, miles de mujeres han participado de los procesos históricos hasta el punto de, como en este caso, empezar revoluciones que cambiaron la forma de leer el mundo. Unas mujeres que pusieron un punto de inflexión en la historia política de occidente que a día de hoy sigue abierto. Pero no sólo han sido olvidadas por el patriarcado.

Tras la Revolución Rusa llego la II Guerra Mundial y tras esta una cruenta Guerra Fría que dividiría “el mundo” (desde ópticas totalmente eurocentristas y occidentalistas) en dos bloques eternamente enfrentados. No queda espacio para la duda acerca de quien salió victorioso de esta Guerra Fría. En un intento de demonizar todo lo que sucedía en el bloque soviético, Estados Unidos y sus aliados crearon un relato propio de la historia en el cual ellos eran los auténticos salvadores de la humanidad, y por tanto de las mujeres. No podían admitir ni reconocer que los mayores avances en la igualdad de género y en la libertad de las mujeres se habían dado hacia años en Rusia. Avances, como el sufragio femenino, que en países de occidente apenas llevaba años en vigor. No podían dar la imagen de que habían sido las comunistas rusas las primeras en dar un salto a la esfera pública, abandonando su eterno rol de amas de casa y ostentando, por primera vez en la historia, altos cargos políticos como fue el caso de Alejandra Kollontai.

Este año se cumplen cien años de la Revolución, y es por eso – por todas esas mujeres que la historia ha callado- que se debe releer “con gafas moradas” este proceso histórico al que tantas veces se recurre y que pocas veces protagonizan mujeres. De la misma forma, aprovechando este aniversario, es de obligatorio cumplimiento apostar por la visión crítica y analítica del proceso revolucionario de 1917, alejado de los romanticismos del marxismo ultra ortodoxo pero también del discurso creado por las potencias occidentales que ha conseguido calar y mantenerse todos estos años. “La historia pertenece a los vencedores” y estos siempre son hombres, ahora es el momento de devolverla a las vencidas.