Por David Sánchez
El plató del programa de televisión En la frontera se convirtió anteayer momentáneamente en el escenario de la enésima discusión teórica en torno a la cuestión (deseseperantemente malentendida) de la importancia del discurso en política. La novedad en esta ocasión, sin embargo, tenía que ver con los protagonistas del debate: Juan Carlos Monedero y Pablo Iglesias. Hacia la mitad de la entrevista, Monedero expresó su temor a que la izquierda pusiese demasiado énfasis en el elemento discursivo y dejase de lado la realidad material que subyace a toda práctica política. En ese momento, Iglesias salió inmediatamente al cruce con una respuesta que destilaba un aroma pre-Vistalegre II: es que al fin y al cabo, Juan Carlos, ‘el ser humano es relato’, y ‘construimos relato no sólo para explicar las cosas que hacemos, sino para crear las cosas que hacemos’. En realidad, el Secretario General de Podemos podía haber expresado la misma idea haciendo uso de una de las citas preferidas de Monedero. En la eṕoca de indignación social que sucedió al 15M el profesor no se cansaba de repetir una y otra vez en actos y mítines aquella frase tan bonita de Antoine de Sant-Exupéry: ‘si quieres construir un barco no empieces por cortar madera, buscar tablas o distribuir el trabajo. Evoca primero en los hombres y mujeres el anhelo del mar libre y ancho’. La paradoja es que muchos defensores actuales del objetivismo materialista verían en esta frase del autor de El principito un ejemplo claro de ese idealismo pandiscursivista frente al que alertaba Monedero.
Recientemente, Nuria Alabao y Emmanuel Rodríguez han publicado un artículo en el digital catalán El Crític en el que se preguntan si ‘puede haber un patriotismo de izquierdas en España’. Ellos tienen clara la respuesta: no. A continuación intentaré mostrar cómo su argumentación se ve lastrada por una dicotomía excesivamente rígida entre lo discursivo y lo material y cómo esa dicotomía está en el origen de una visión de la nación española que mira más hacia el pasado que hacia el futuro.
Alabao y Rodríguez hacen varias referencias explícitas en su artículo a la cuestión del rol del discurso. Una de sus críticas va dirigida contra la concepción de España como ‘significante’, a la que ellos contraponen la concepción de España como una ‘forma institucional y cultural’ que ancla sus raíces en las profundidades de la historia. Análogamente, rechazan las visiones que entienden la política como un ‘laboratorio discursivo’ y apuestan, por el contrario, por ‘hacer políticas y confrontar poderes’. En ambos casos, el esquema que subyace a su argumentación (que está planteada explícitamente como una crítica tout court al planteamiento político de Íñigo Errejón) es precisamente el que planteaba Monedero en la discusión con Iglesias: debemos abandonar un discursivismo que nos condena a la esterilidad política y atrevernos a modificar las condiciones materiales, que son las que verdaderamente estructuran la realidad social. Sin embargo, más allá de esta distinción tan simplista entre lo discursivo y lo material (¿cuántas veces se ha dicho ya que la ontología discursiva no niega la realidad material del mundo sino que afirma que no es posible transformar esa realidad si no es a través de algún tipo de mediación discursiva?), merece la pena detenerse a analizar cómo influye tal dicotomía en el posicionamiento de los autores respecto a la cuestión de la nación española y del patriotismo de izquierdas.
El problema principal del enfoque de Alabao y Rodríguez es que trasladan la dicotomía entre lo discursivo y lo material a una dicotomía entre la política y la historia. Su razonamiento adopta implícitamente la siguiente forma: 1) nosotros somos materialistas, 2) las estructuras materiales tienen unas raíces ancladas en el pasado), 3) si queremos abordar la cuestión de si es posible un patriotismo de izquierdas en España debemos examinar la historia de nuestro país para comprobar si existe un vínculo material entre la nación y el pueblo, 4) dado que ese vínculo está ausente en la historia de España todo proyecto político que pretenda identificar al pueblo español con la nación española está condenado al fracaso.
Son numerosos los fragmentos del artículo que ilustran esta tendencia cuasi-obsesiva a realizar un escrutinio exhaustivo del pasado para encontrar en él respuestas definitivas a los problemas políticos de nuestro presente. Los autores sostienen, por ejemplo, que ‘fundar una idea de nación progresista sobre la historia de España exigiría encontrar un hilo en el que el hecho popular, la patria de “los de abajo”, pudiese articular una narración alternativa’. En la misma línea, también se preguntan ‘de qué hilos históricos podríamos tirar para construir [una propuesta patriótica realmente emancipadora]’.
Es obvio que una vez que uno asume la premisa de que la historia de España va a ser la jueza que va a determinar nuestras posibilidades presentes de construir un nacionalismo emancipador las perspectivas de obtener una sentencia favorable se ven reducidas sustancialmente. Alabao y Rodríguez señalan acertadamente que el nacionalismo español ha sido tradicionalmente conservador, que los episodios liberales de la historia de nuestro país han sido esporádicos y poco influyentes, y que ‘en el proyecto popular-obrero del siglo XIX y del primer tercio del siglo XX apenas hay rastro de nacionalismo español’. Es cierto que históricamente ‘ni el anarquismo ni el socialismo españoles fueron estrictamente españoles’, sino internacionalistas, pero parece poco razonable extraer de aquí la conclusión de que hay algún tipo de incompatibilidad lógica permanente entre lo popular y lo nacional en España. Sin embargo, esta es precisamente la idea que Alabao y Rodríguez parecen defender cuando identifican ‘una cierta pasividad de los de abajo respecto a la patria española. Una pasividad o indiferencia que más allá del fútbol, la gastronomía y poco más, tiene un reflejo político escaso’. Conviene insistir de nuevo en que no es lo mismo plantear lo anterior como una descripción del estado actual de la situación política en España que presentarlo como un resultado inevitable de dinámicas históricas labradas en piedra en la naturaleza de nuestro país.
Es muy probable que el presente tenga razones que el pasado no entiende. Especialmente en una época en la que una hegemonía neoliberal que ya se prolonga durante demasiado tiempo ha terminado por disolver la mayor parte de los vínculos sociales que se habían conseguido construir en las sociedades europeas de posguerra. El neoliberalismo ha construido un mundo caracterizado por la fragmentación, el aislamiento y la descomposición. El proyecto nacional-popular surge precisamente como un antídoto frente a esta situación de anomia social generada por el neoliberalismo. Alabao y Rodríguez hacen bien en alertar de los peligros asociados al resurgimiento en Europa de nacionalismos de tipo identitario y esencialista, pero el problema de estos nacionalismos es precisamente que construyen su idea de nación en función de rasgos eternos de la nación y no de las posibilidades políticas del presente.
Un patriotismo de izquierdas o un nacionalismo emancipador es posible en España pero sólo si dejamos de buscarlo en la historia y comenzamos, por el contrario, a construirlo políticamente desde el presente y hacia el futuro.