Por Albert Portillo (@comunaire)

Pablo Bustinduy se ha ido. Es una noticia dura, triste, y sobre todo difícil de digerir. Pero creo que la mejor manera de honrarle a él y a los frutos de su trabajo, como diputado del cambio y responsable de relaciones internacionales, es tratar de analizar lo que parece un síntoma de época para poder hacernos las preguntas pertinentes. Cada vez parece más evidente de que no se trata de Pablo Bustinduy y sus circunstancias, de Xavier Doménech, y de tantos otros y otras que se han distanciado, se trata de que no tiene tanto que ver con situaciones personales y en cambio mucho que ver con una manera orgánica de funcionar y de cómo algunos entienden la práctica política.

Ya que cada vez más y más gente de diferentes entornos se pregunta por qué Podemos produce tanta desilusión, tanto error, y tanta combustión de talento humano en tan poco tiempo y con una progresión geométrica aterradora. ¿Será que el actual Podemos tiene alguna suerte de patente, o monopolio, de la desilusión? O, dicho de otro modo, ¿cómo se ha conseguido convertir un movimiento político popular con aspiración, y posibilidad real, de representar los dolores y las ilusiones colectivas de nuestro país, en una eficiente fabrica fordista de desaciertos, pesares y errores políticos sin tregua?

En esta línea iba la pregunta que se hacía Carlos Fernández Liria en un artículo reciente a raíz del cartel de “VUELVE” [1], con el agravante de que parece que el problema va más allá de equipos técnicos y asesores, y apunta a la raíz del núcleo. El cuál pareciera estar promoviendo de forma estajanovista una producción de desilusión política a destajo como método de trabajo, de organización y, en general, como forma de hacer política.

Este método de entender, y de hacer política, tiene varias consecuencias. La primera de ellas, que estratégicamente empuja el espacio del cambio a una subalternidad política sin capacidad de acción, sin posibilidad de vertebrar, y liderar, el bloque progresista, y peor aún, haciendo del error virtud al atribuirle siempre al error una dimensión de exterioridad totalmente improductiva. En segundo lugar, y quizás más grave aún a largo plazo si cabe, es la de generar un proceso de desidentificación con la forma política de la identidad popular que se había construido. Y esta segunda consecuencia se concreta en un desencanto cultural creciente con las ideas progresistas, pero también con el alejamiento de toda aquella gente que en un 2014 se comprometió y que ahora, de forma perfectamente razonable, vuelve a casa o mira otras opciones que mantengan vivas las ideas que motivaron la adhesión. Y en tercer, y último lugar, vemos que la consecuencia en el corto plazo lleva a un desmantelamiento endógeno que puede llegar a hacer tambalear el conjunto del bloque progresista el 28A, es decir, entregando el país, aunque sea indirectamente, a una especie de bloque a la italiana obsesionado con una visión patética, folclórica e impotente de lo que es el país.

Decía Hanna Arendt que una de las causas para entender el desmantelamiento de una identidad colectiva podía ser a raíz de la invasión de los vínculos de intimidad en la esfera pública. De forma que este tipo de vínculos funcionaran como síntoma de una exclusión como “sustitutos psicológicos para la pérdida del mundo común y visible” [2]. Quizás por esta razón, por el hecho de que algunos han hecho suya esta lógica, tenemos ante nuestros ojos el motivo por el que, cada vez más, Podemos se ha ido convirtiendo en un rosario de escándalos privados, e íntimos, en público si bien con una atención decreciente directamente proporcional a su descenso a los infiernos de Dante, en términos demoscópicos y electorales.

Hanna Arendt también señalaba que la política, como tal, consiste en la construcción de una forma de mancomunar una visión del mundo y por lo tanto eso debe llevarnos a organizar vínculos, es decir compromisos, de tipo cívico, en lugar de íntimo. Sólo de esta forma sería posible crear un nosotros que organice una respuesta al “¿Qué debemos hacer?” frente a los rumbos alternativos de acción que disputan el país.

Cómo escribía un amigo en Facebook, a cuenta del paso atrás de Bustinduy: “espero que su retirada sea temporal, táctica o estratégica pero que sirva para tomar impulso pues creo que debe ser de los que ocupe un lugar preponderante en el futuro”. Creo que el optimismo de la voluntad es una necesidad histórica para construir nuevos vínculos cívicos que restauren el entusiasmo, la adhesión y la pasión por decantar nuestro país del lado de las mayorías sociales progresistas y feministas que hoy existen a pesar de los errores y las desilusiones enunciadas por Podemos.

Frente al estajanovismo de la desilusión hay que volver a la originalidad creativa, a la ilusión desbordante que vimos en 2014, pero no como repetición condenada a la nostalgia sino cómo superación virtuosa que abra paso a una nueva etapa. Y en buena medida podemos encontrar una guía en aquel Gramsci de los Cuadernos de la prisión cuando se preguntaba:

«¿Cuál debe ser la actitud de un grupo político innovador con respecto al pasado, especialmente con respecto al pasado más próximo?”

Respondiéndose Gramsci con esa audacia tan singularmente suya al decir que:

“Naturalmente debe ser una actitud esencialmente “política”, determinada por las necesidades prácticas, pero la cuestión consiste precisamente en la determinación de los “límites” de tal actitud. Una política realista no sólo debe tener presente el éxito inmediato (…), sino también salvaguardar y crear las condiciones necesarias para la actividad futura y entre estas condiciones está la educación popular. Éste es el punto. La actitud será tanto más imparcial, o sea históricamente “objetiva”, cuanto más elevado sea el nivel cultural y desarrollado el espíritu crítico, el sentido de las distinciones»”[3].

Así pues, ante esta disyuntiva histórica que nos pone sobre la mesa la dicotomía de o fordismo de los pesares o bien más virtud, es hora de escoger el rumbo que instale modelos de ejemplo, de emociones comunes por una causa que haga de nuestra patria un lugar más feliz y a sus ciudadanos un pueblo más orgulloso.

Notas:

  1. Fernández Liria, Carlos. ¿Hay en Podemos un secretario de comunicación? Cuarto Poder, publicado el 11 de marzo de 2019. Disponible aquí:
    https://www.cuartopoder.es/ideas/2019/03/11/cartel-pablo-iglesias-vuelve-podemos-secretario-comunicacion/
  2. Citada en Passerin, Maurizio (2012). Hanna Arendt y la idea de ciudadanía, en Dimensiones de democracia radical -pluralismo, ciudadanía, comunidad-, coord. por Mouffe, Chantal. Prometeo, Buenos Aires, pp. 185-214.
  3. Cita tomada de la guía docente del curso de lo nacional y popular de La Trivial. Véase aquí:
    https://cursnacionalpopular.wordpress.com/guia-docent/