Por Alberto Baeza – (Publicado originalmente en la revista RAÍCES)
Con la perspectiva que nos da el tiempo, vemos que, ante las respuestas reaccionarias y neoliberales a la crisis global del 2008 representada en Trump, Le Pen, Orban, el “Brexit means Brexit” de May, Erdogan, Macri o la AfD en Alemania, se han ofrecido sonrisas, políticas de la diferencia o de “identidad” o, simplemente, indignación.
Cuando se atraviesan épocas de crisis, lo antiguo se derrumba, la estabilidad es sustituida por la incógnita y las certezas son eliminadas por incertidumbre y miedo. Ante la incertidumbre y el miedo, no es posible responder con medias tintas o propuestas y proyectos políticos que, a ojos del pueblo, siguen anclados en el folclore del siglo anterior o que, directamente, han perdido la conexión con las demandas mayoritarias.
Decía un italiano que había que distinguir entre movimientos “orgánicos” y movimientos “de coyuntura”. Y dice el refrán que para que un árbol se alze robusto y alto tiene que tener raíces profundas y nacer recto. Decía, también, que los primeros analizan y critican la estructura en su conjunto mientras que los segundos se paran y se conforman con los nombres o las caras visibles, es decir, se quedan en la superficie.
Las legiones romanas no se presentaban en el campo de batalla y esperaban que el “espíritu interior” les ayudara a acabar con el ejército enemigo tras un golpe de suerte. Los legionarios romanos entrenaban incansablemente y esculpían su cuerpo tras años y años de entrenamiento, y los generales exitosos lo eran porque practicaban y estudiaban el arte de la guerra y a los clásicos y solo se encomendaban a la Fortuna tras estudiar la Historia. Y así, un todo orgánico como eran las legiones romanas alcanzaban el éxito militar.
Del mismo modo que no se puede pretender armar un ejército de la noche a la mañana, pretender “asaltar” el poder político como si el paradigma fuese el Palacio de la Bastilla o el Palacio de Invierno es errar desde el principio. En un país occidental, para seguir con el italiano, hay fosos y barricadas antes de llegar al poder. Pretender cargar y saltar por encima de todos ellos y tirarse de cabeza es apostar a chocarse contra un muro en la mayoría de las ocasiones. Esto, para más inri, se incrementa notablemente cuando la perspectiva se toma desde una posición transformadora de la realidad y la vida política. La política, como la vida misma, probablemente tiene más de fango, barro y de movimientos lentos y oscuros que de épica y de victoria. Y más en tiempos de crisis.
Tiempos de crisis en los que la familia es cada vez menos un agente en el que apoyarse; los barrios sobreviven gracias a los brotes de solidaridad y conciencia colectiva del propio pueblo frente al poder; las naciones parecieron desvanecerse y las pasiones quisieron ser desactivadas. Pero no lo consiguieron, porque negar el conflicto es un conflicto en sí mismo, y porque la política es conflicto.
De este modo, ante una crisis estructural que ha afectado a la mayoría de pilares básicos de nuestra sociedad (familia, comunidad, nación, identidades, creencias y pasiones), se ha redoblado la dosis de neoliberalismo: expolio, mayor concentración de riqueza y mismas opresiones y desigualdad en cantidades (post)industriales. Tras un período en el que se ofreció como única alternativa la técnica y las identidades como única política posible, volvió el conflicto (esencia de la política, recuerden).
Por todo esto, la respuesta que hay que ofrecer a esta crisis (pueden prolongarse en el tiempo sin problema, aunque se dé la impresión de lo contrario) no puede ser un arrebato de efervescencia o un “blitz”, porque seguramente se quede corto. Seguramente un movimiento así ayude a desplazar los límites de lo posible un poco, pero también puede dar opción a que, tras su fallo, los límites se muevan pero en sentido opuesto a la transformación social en el sentido en el que queremos.
Por eso, parece imprescindible tomarse un tiempo para reflexionar: ver si las mochilas actuales son útiles o son más bien una carga; abandonar, de una vez por todas, el folclore y el autoengaño que no sirve más que para autoconsumo; fijar una estrategia; y, finalmente, conformar un movimiento “orgánico”. Evidentemente, la política no es igual que el ajedrez (aunque sí se parecen, de ahí las comparaciones): no se puede planificar todo, hay que dejar espacio a la contingencia y los fenómenos no controlados en un ambiente cada vez más cambiante. Pero lo que sí podemos controlar, como la disciplina, la melancolía de épocas pasadas (y muertas) y la confusión entre la realidad y los sueños, debemos controlarlos para no perder antes de tiempo.
Somos hijas e hijos de una época de crisis. Ni más, ni menos. Y nos ha tocado pensar lo nuevo, pero esto no significa que tengamos que inventarlo todo. Hay muchas cosas inventadas que ya funcionan: las reglas básicas de la política, la movilización social y la lectura honesta sincera de la historia de las transformaciones sociales deben acompañarnos siempre, junto a una buena dosis de cruda y enfangada realidad. Sin contar por igual en nuestro todo transformador elementos como la nación, la familia, la clase, el feminismo o el cambio climático, no alcanzaremos a pensar un orden nuevo.
Porque nos ha tocado una época de miedo, incertidumbre y desigualdad rampante es más necesario que nunca responder con todas nuestras armas por la libertad, la igualdad y la esperanza. Porque el miedo moviliza las pasiones, pero más lo hace, y en nuestro caso para la transformación social, la esperanza en la posibilidad de un orden y unas sociedades mejores. La Resistencia debe convertirse en Esperanza.