Por Iago Moreno (@IagoMoreno_ES)
Nadie quería creerlo; decían que aún había esperanza. Pero la recta final de estas últimas elecciones a la presidencia de Brasil ha sido la crónica de una muerte anunciada: la de la democracia Brasileña. Y ayer, tras la victoria final de Jair Bolsonaro con el 55,1% de los votos, se confirmó el desastre. 15 años después de la llegada de Lula da Silva al poder, el golpe de Estado contra el gobierno popular de Dilma Rousseff no sólo ha desembocado en la derrota del proceso de cambio en Brasil; ha abierto paso a una debacle mayor. La llegada de un gobierno autoritario dispuesto a arrancar de raíz todo lo construido durante años. La vuelta a la dictadura de los mercados internacionales, del neoliberalismo; una victoria más para la internacional reaccionaria de Trump, Salvini y Le Pen.
Hace apenas un año, nadie hubiera apostado por Jair Bolsonaro como candidato. El candidato era por visto por aquel entonces como un extremista marginal ignorado por la prensa y lejano a las mayorías. La prensa internacional le conoció el día en el que el golpe parlamentario de Tremer acabó con el gobierno de Dilma. Bolsonaro entregó su voto alabando a Brilhante Ustra, responsable militar de más de 500 torturas durante la dictadura militar. “Un diputado brasileño dedica su voto a favor del ‘impeachment’ al general que torturó a Rousseff”, titulaba La Vanguardia. Ese mismo día, su hijo, un diputado del mismo partido que el padre y conocido por alardear de su colección de armas en las redes sociales, avisó al mundo de lo que vendría. “¡Y ahora Lula a la cárcel!” gritó mientras hacía el gesto de empuñar un arma. Nadie lo creyó posible. La prensa habló de “show” y “delirios”. Y la verdad, era justo eso lo que parecería. ¿Pero cómo hemos llegado hasta aquí?
Durante las próximas semanas, un torrente de artículos intentará responder a esta amplia y compleja cuestión. Se hablará de la composición demográfica del voto, del papel de los partidos tradicionales, de la dinámicas y las tendencias de cambio a nivel regional… se harán análisis a todos los niveles imaginables. Muchos prometerán saber la razón absoluta que podía haber evitado esta tragedia y se apresurarán a repartir culpas. Este artículo se niega a caer en ese juego. Pretende ser meramente una contribución más a este debate, una pieza más del mosaico con el que tendremos que intentar explicar la razón de los hechos. Y por eso se limita a explorar una pregunta concreta. ¿Cuáles han sido las estrategias de Bolsonaro en las redes sociales? ¿Qué papel han tenido? Como veremos hay mucho de qué hablar: desde el uso de redes encriptadas hasta la apuesta por géneros de música urbana como el reggae y el trap. Pero intentaremos ser lo más sintéticos posibles.
Una red de difusión ilegal con un presupuesto multimillonario
Cuando la noticia saltó a la prensa internacional quedaban sólo 9 jornadas de campaña. El País tomó distancia, como si dudase de lo que era ya un secreto a voces: “Haddad denuncia pacto entre Bolsonaro y empresas para difamarle por Whatsapp”. Pero la situación era abiertamente clara: Bolsonaro había utilizado una trama ilegal de financiación para costear la difusión de bulos y montajes contra su adversario en paralelo a la campaña oficial. Una maquinaría de financiada por menos 156 empresas nacionales e internacionales que se dedicaba a difamar a sus adversarios, promover la lista 17, y sumir el debate nacional en un mar de Fake News . De acuerdo con las informaciones del periodista británico Tom Philipps, la respuesta de la compañía fue tajante; “hemos vetado proactivamente cientos de miles de cuentas durante esta campaña electoral” comunicó uno de sus responsables nacionales. Y avisaba: “emprenderemos acciones legales para poner fin al envío masivo de mensajes de Whatsapp por parte de compañías privadas”. Pero aquella respuesta llegaba demasiado tarde. La red, que tiene muchos indicios de haber sido construida con ayuda de personas cercanas Steve Bannon, ex-director de campaña de Trump, llevaba ya meses funcionando. “Es la clase de líder que solo aparece cada dos generaciones” dijo sobre él al diario Folha de Sao Paulo.
Hay que aclararlo: no hablamos de beneficiarse de las manipulaciones mediáticas de uno o varios de los grandes medios nacionales. Eso, desafortunadamente, ya se ha convertido en parte del “juego electoral” de todos los países de América Latina. Hablamos de la construcción de una red de propaganda informal de un tamaño sin precedentes y un coste multimillonario. Una red construida a partir de la combinación de páginas de Facebook extraoficiales, grupos de difusión en abierto, canales de Telegram para la coordinación de campañas en Twitter, mareas de bots falsos, centenares de canales de Youtube conectados entre sí y, sobre todo, la compra ilegal de interminables listas de contactos telefónicos para la difusión de noticias falsas mediante mensajes de Whatsapp. Haddad, el candidato de Lula, prometió a los medios “hacer todo lo posible por rectificar el daño que ha hecho Bolsonaro en Internet”. Pero ya era demasiado tarde. La red de desinformación del candidato ultraderechista no era sólo imposible de desactivar en el corto plazo, sino que a muchos niveles resultaba prácticamente irrastreable. Los mensajes de Whatsapp, centrales en su estrategia de difusión, están encriptados; no era tan fácil acceder a ellos. Y Whatsapp tardó demasiado en reaccionar.
¿Había realmente una forma de desactivarla?
Bolsonaro sabía que el Tribunal Superior Electoral intervendría en Facebook en cuanto cruzase ciertas lineas rojas. Pero eso no le hizo dar la espalda a una red social que en Brasil tiene más de 130 millones de seguidores. Es algo que explicó con claridad la periodista Almudena Barrabán: sus cuentas extraoficiales de su campaña difundieron por allí bulos y mentiras incluso antes desde antes de que la campaña comenzase. Pero cuando el Tribunal Superior Electoral se vio obligado a reconocer en público que las campañas de Bolsonaro estaban “generando desinformación y perjudicando el debate político”, tuvo que atrincherarse en el uso de la mensajería instantánea. Allí, encriptados, sus mensajes se volvían imparables y difícilmente rastreables. Y no sólo eso, sino que como dice Jónatham Moriche, pasaban a moverse en un espacio “en el que resulta mucho más difícil introducir elementos correctivos como el escrutinio público o la verificación de datos”; un espacio privado en el que las fake news se propagan con una facilidad infinitamente mayor. El equipo de campaña de Bolsonaro usó las redes como simples artefactos con los que propagar el odio y el miedo, pero lo hizo de forma calculada y organizándose en profundidad. Por eso fue tan eficaz.
Bolsonaro y el Trap: la extrema derecha que viene
El despliegue de campañas de fake news y difamaciones, o la creación de sistemas de difusión en paralelo a través de la compra ilegítima de datos privados, son estrategias que cabía esperar. Sobre todo cuando hablamos de un escenario de crisis en el que poco a poco se ha ido normalizando la idea de que todo vale. Pero hay mucho más allá; porque Bolsonaro y su equipo de campaña han sido aterradoramente creativos a la hora de explorar nuevos caminos para viralizar su mensaje, y han acabado encontrando hasta en la música nuevas maneras de alcanzar a sectores que quizá jamás se hubiesen interesado por su campaña. Nuevas maneras de usar esa enorme red de difusión de la que estamos hablando.
Navegando durante la campaña electoral por sus páginas no oficiales hemos podido encontrar más de 50 canciones distintas; de los géneros más dispares que uno pueda imaginar, desde la música folk brasileira al trap y el reggaetón. Y todas las canciones están resubidas varias veces, con diferentes montajes y/o videoclips caseros, y mayoritariamente en canales que se desmarcan de la campaña oficial. No es abiertamente una campaña formal, pero es evidente que lejos de ser espontánea, está artificialmente organizada.
Estas canciones han sido difundidas fundamentalmente a través de las redes ilegales que Bolsonaro ha construido en Whatsapp, aprovechando la facilidad que hay para viralizar contenidos de esta manera en un país en el que el 90% de las personas que utilizan la aplicación reconocen usarla más de 40 veces al día, y una de cada seis reconoce haber recibido vídeos y mensajes políticos a lo largo de esta última campaña. ¿Pero de qué tipo de canciones estamos hablando? Sin duda las más representativas son las de Veneco, un inmigrante venezolano fanático de Bolsonaro y aficionado a la música trap. Junto a su hijo, de poco más de diez años, ha sacado más de cinco temas sobre “El capitán”; al que, como muchos de sus seguidores, llaman así por haber servido como militar durante los años de violencia y dictadura. Veneco no tiene ningún problema en animar a su hijo menor de edad a rapear pidiendo a Bolsonaro que “se levante ahora que el pueblo lo necesita” con una retórica ambigua entre el apoyo al golpismo y las referencias a la Biblia. Tampoco en empujarle a celebrar su futura victoria como “la llegada de un mito (…) destinado por Dios a gobernar la nación más grande del mundo” o a alabar “su decencia y su coraje luchando contra la izquierda”.
A los temas de Veneco se le suman decenas de raps y traps menos populares de raperos desconocidos, pero también versiones del “Despacito”, de Luis Fonsi, o “Baile da Favela” de MC João. Ambas versiones con varios millones de visualizaciones, y frases como “las mujeres de derechas son las más bellas, mientras que las de izquierda tienen más pelo que las perras”. Pero que triunfan también entre las seguidoras femeninas del ultraderechista. Parece imposible de creerlo, pero la viralidad de estas canciones ha sido tal que han llegado hasta subirse “covers”, versiones de la propia versión. Al fin y al cabo, no todo se basa en la difusión artificial de una red de contactos. La campaña se mueve en códigos culturales que permean profundamente entre los sectores más conservadores de la población; alentando a una radicalización violenta y confrontativa que consiguen apelando a una parte concreta del sentido común de época. Es una campaña transformadora, profundamente reaccionaria pero tremendamente poderosa. Por eso hay que tenerle tanto miedo: porque construye su fuerza movilizando de forma consciente miedos y frustraciones que también podrían llegarse a movilizar en Europa. Y no precisamente por minudeces. Las críticas en la versión de Baile de Favela hacia el Partido de los Trabajadores “por apoyar al Movimiento Sin Tierra, pero no dar la dirección de su casa para que la ocupen”, podrían estar perfectamente en un tema de C. Tangana contra El Nega. Pero no se trata de eso. De lo que se trata es que aunque la extrema derecha ibérica no sea tan hábil ni inteligente por el momento, experiencias como esta le están sirviendo de aprendizaje. Y sólo hay que hacer un mínimo recorrido por la comunidad tuitera de la extrema derecha en Portugal para darse cuenta. Estos mismos temas de rap, orgullosamente anti-feministas y violentamente reaccionarios, están empezando a llegar también a España. El más emblemático, “Feminazi” de Hill Kin, que junto a la aparición del canal “Un Tío Blanco Hetero” (con más de 150 000 suscriptores), anuncia un peligro en el horizonte que habría que ir tomándose en serio. La alt-right puede cruzar el charco, y va siendo hora de que hablemos de ello. Como dice Ernesto Castro, si los sectores feministas no debaten pronto cómo desactivar esta reacción anti-feminista sin que sus confrontación con ella la alimenten más y más, podría llegar a convertirse en “la nueva contracultura varonil y juvenil de Internet”. La victoria de Trump y de Bolsonaro tienen que ver, en gran parte, con la agitación de un odio anti-feminista que cada vez está siendo mejor articulado por la extrema derecha. Eso en ningún sentido debería significar que el movimiento feminista, para ganar, debiera dar un paso atrás, pero sí que debiera tener muy claro cómo adaptarse al marco de esta nueva coyuntura.
Los seguidores de Bolsonaro y el terror hacia la “ideología de género”
A muchos les parecerá espeluznante pensar que canciones así puedan llegar a viralizarse sin que el escándalo público lleve a la autocensura, pero en Brasil la realidad es esta. Y son estrategias que la extrema derecha latinoamericana y mundial va a aprender a utilizar allá donde esté; sus nuevas formas de ser “políticamente incorrectos”, tal y como les gusta definirse. Las impactantes frases anteriores no se quedan solas. De hecho, tienen mucha competición. Y es que, además de la corrupción, sólo la denuncia de “la ideología de género” y el peligro que a sus ojos representan “las feministas” llega a ocupar una cantidad similar de tiempo. Ni el odio al gobierno de Lula o a la candidata comunista a la vicepresidencia Manuela d’Ávila llegan a esos niveles. Lo demuestra a la perfección canciones como las de SheidiS5 e P.N.D.K, (que tratan con poca fortuna de tropicalizar el sonido de PNL) o temas como “#ELA SIM” de Veneco; una ficticia “declaración de amor” a una seguidora del ultraderechista que usa el lema la manifestación feminista contra Bolsonaro ( “Ele Nao”, Él No) dándole la vuelta. “”Estilo conservador, pero muy sensual (…) Ella es una doncella, me gusta su cabello, su mirada, y encima apoya a Bolsonaro, ¡Me quiero casar!”, dice la letra. Pero esta vez, la canción sustituye el videoclip por una colección de fotos de la cuenta de instagram “Bolso-Gatas”; una cuenta de instagram donde miles de seguidoras del candidato envían fotos posando cual modelos con camisetas de Bolsonaro o banderas de Brasil para mostrar su apoyo al candidato. La cuenta no es falsa; recibe aportes individuales a través de mensaje directo y en cada publicación se etiqueta a la chica en cuestión. Ellas agradecen la difusión y comparten capturas ilusionadas y felices. Es la otra cara a la que apela el machismo de Bolsonaro. Y aterra, da vértigo; porque pensar cómo Bolsonaro ha conseguido una cantidad de voto femenino casi igual de grande a la campaña de Haddad, nítidamente feminista y autodeclarada como “la candidatura de las mujeres”, implica pensar a través de reflexiones que vayan más allá de la idea de “alienación”. . ¿Qué puede tener la campaña de un candidato como Jair Bolsonaro para movilizar una cantidad tan aterradora de votos femeninos?
Un intento de llegar a todos los mercados
La campaña de Bolsonaro no se restringe a la música urbana y al público masculino. Así como busca exprimir la reacción machista y conservadora al feminismo, también intenta ganarse el voto rural o de la gente mayor a través de canciones de estilo “sertanejo” (un género musical tradicional brasileño) o temas movidos y alegres como “Todo el Mundo es 17”, que se parecen más a géneros como “La Marchinha Forró”. Este último es asombrosamente pegadizo; basta escucharlo una vez para que no se le vaya a uno de la cabeza. Pero la canción más representativa de ese intento de llegar al voto rural sería “Es mejor Jair-se acostumbrando” de Jucemar da Silva. Una canción en la que el cantante, además de utilizar el juego de palabras que le da el nombre del candidato (Jair), habla de la pobreza, de la crisis, y de por qué sólo su voto podría salvar a Brasil del impasse histórico en el que se encuentra. El tono y la sensación que transmite son completamente distintos al de las letras violentas y confrontativas del trap de El Veneco, pero precisamente por eso le sirve para abarcar públicos inmensamente distintos. Es como si las orquestas de los pueblos de España se lanzasen a pedir el voto para la ultraderecha en las verbenas populares o utilizando los códigos culturales y musicales de la España rural. Sería imposible de evitar que tenga efecto y más, cuando uno cuenta una red de difusión capaz de hacer que estas canciones lleguen a miles de contactos de Whatsapp segmentados por edad, para apuntar justo hacia el público adecuado; o uno tiene la capacidad para pagar miles de euros en publicidad de Facebook configurada hacia un grupo de edad concreto.
De la necesidad virtud: lo que no mata hace más fuerte
Que los asesores de comunicación de Bolsonaro estaban dispuesto a ganar a cualquier precio es algo que el lector ya puede intuir tras todo lo que he contado en estas líneas. Como dice Jorge Lago, las fuerzas más reaccionarias de toda américa Latina “han aprendido a ganar sin golpes de Estado, movilizando miedos y deseos”. Y no les tiembla el pulso a la hora de jugar sus cartas. ¿Pero hasta qué punto están dispuestas a llegar a la hora de librar su batalla cultural? Para cerrar este artículo, quisiera hacer referencia a una de las apuestas más fríamente calculadas y más aterradoramente inteligentes de la campaña en redes de Bolsonaro: la campaña comunicativa alrededor de su atentado.
Durante la precampaña de la primera ronda, el candidato ultraderechista fue increpado y acuchillado por un infiltrado en su acto. Para unos, se encontró con las consecuencias de la misma caja de truenos que él mismo había abierto; para otros, con la misma violencia opositora de la que él había advertido. Pero ese debate sirvió de poco, la atención por la salud del candidato lo eclipsó el debate político durante días, y su equipo de campaña supo hacer con ello de la necesidad virtud. Bolsonaro llevaba semanas creciendo en las encuestas y ocupando intermitentemente la centralidad del debate político. Estaba consiguiendo imponer su agenda sobre la de Haddad y lograba ser visto, cada vez más, como una opción real para ganar el poder. Así, el atentado, lejos de acabar con esa trayectoria, le disparó. Sus asesores de comunicación convirtieron la operación y su estancia en el hospital en auténtica telenovela. Exprimieron al máximo la imagen del candidato ultraderechista desfallecido, rodeado de máquinas, y tumbado en una camilla; querían tener al país en vela, sabían que una comunicación adecuada serviría podría evitar que aquello le frenase; que si sobrevivía podría lanzarle hacia el éxito. Y dejaron de lado todo pudor: directos de Facebook, emotivas declaraciones a prensas…. emplearon todos los medios a su alcance para mostrarle como una simple víctima de la violencia que él mismo señalaba; y lo consiguieron. Sus asesores de comunicación utilizaron la red de contactos comprados para propagar a través de Whatsapp montajes fotográficos en los que el agresor parecía acompañar a Lula en una manifestación: la idea de que el atentado había sido un producto de la oposición de izquierdas al avance de Bolsonaro se fortaleció entres sus seguidores.
Si quería superar las limitaciones de su discurso del odio y su tono militar, Bolsonaro debía parecer una víctima. Y aquel era el momento perfecto. Por eso, con medio Brasil en vilo, sus asesores se lanzaron a subir a la red cientos de cartas de apoyo, mensajes de solidaridad y demás muestras de afecto intentando aprovechar fría y calculadoramente la situación. Como la canción que una niña de quince o dieciséis años le dedicó mientras estaba en sus momentos más críticos. Esta última, llegó a subirse a más de 100 canales distintos: a veces a canales oficiales, como el del propio Bolsonaro, otras a canales aparentemente personales, y otras a canales con nombres como “Brasil, Pátria Livre do Comunismo”, que se dedican exclusivamente a bombardear de propaganda anti-Lulista las redes sociales. La canción es sin duda capaz de enternecer a cualquiera, tanto que cuesta creer que haya sido escrita para un siniestro personaje como él. Pero explica porqué a partir del atentado, en vez de recriminarle abrir la caja de los truenos, hubo tanta gente que empezase a verle como un héroe; como una persona capaz de resistir cualquier adversidad. Se hizo verdad el dicho: lo que a uno no le mata le hace más fuerte; aunque en lo que a la democracia Brasileña se refiere, es muy difícil que podamos asegurar lo mismo.