Por Albert Castañé

“Transformar el mundo, dijo Marx; cambiar la vida, dijo Rimbaud: estas dos consignas para nosotros son una sola”. André Breton

 “Dile que le amamos / y que en el veloz flujo del tiempo / todo pertenece al porvenir. Dile que el vencedor de lívida frente / puede morir más que el vencido”. Louise Michel

A medio siglo del Mayo francés, las expectativas de una transformación radical del mundo siguen en el exilio, tal vez en aquel pantano, persiguiendo al cadáver de Lenin, tal vez en un parque donde suena trap y se juntan manos para pasarse porros. Las condiciones que llevaron a las revueltas del 68, en cambio, no parecen ser muy diferentes de lo que encontramos hoy.

“Una carencia similar afecta a las civilizaciones no industriales, donde aún se muere de hambre, y a las civilizaciones automatizadas, donde ya se muere de hastío. Todo paraíso es artificial. Rica, a pesar de los tabúes y de los ritos, la vida de un habitante de las islas Trobriand está expuesta a una epidemia de viruela; a pesar del confort, la vida de un sueco está expuesta al suicidio y al mal de supervivencia” [1]. Estas palabras podrían encontrarse en cualquier artículo crítico con el estado de las cosas de este milenio, ante el vertiginoso e incesante aumento del consumo de antidepresivos en España[2], o presenciando la ausencia de vida en cada stories de Instagram. Vi hace poco, por cierto, una cuenta en ésa red social que vendía una camiseta con esta frase escrita en ella: “May your life be as awesome as you pretend it is on instagram”. No hace falta decir mucho más cuando incluso ese mal de supervivencia que constituye el capitalismo tardío vende. El orgasmo anónimo del poder retumba en mi bloque y en mi trabajo.

Las palabras de la cita de arriba están sacadas, sin embargo, del Tratado del saber vivir para uso de las jóvenes generaciones, del situacionista belga Raoul Vaneigem, publicado en 1967, un año antes de ese Mayo. Cincuenta años y el espectáculo nos sigue haciendo danzar. “Un obrero de Espérance-Longdoz resumía como sigue su desacuerdo con Fourastié, Berger, Armand, Moles y otros perros guardianes del futuro: «Desde 1936 he luchado por reivindicaciones salariales. Tengo televisor, frigorífico, un Volkswagen. Total, que yo no he dejado de llevar una vida de cabrón». [3] La vida por y para la mercancía es inauténtica por estar cimentada en la mentira, en el dogmatismo de un irreversible cambio que no cambia nada, en la actitud contemplativa de un tiempo sin totalidad, con momentos que pretenden alcanzarla y que quedan como polvo de un pasado que, como los muertos observados por el Angelus Novus, nos recuerdan lo inapropiado de esta cotidianidad tan pobremente rica. La inacabable resaca de esto se alivia y alarga a la vez con cada nueva compra. Guy Debord, principal teórico del situacionismo, dijo en La sociedad del espectáculo:

La primera fase de la dominación de la economía sobre la vida social había implicado en la definición de toda realización humana una evidente degradación del ser en el tener. La fase presente de la ocupación total de la vida social por los resultados acumulados de la economía conduce a un deslizamiento generalizado del tener al parecer, donde todo “tener” efectivo debe extraer su prestigio inmediato y su función última. [4]

Del ser al tener, de este al parecer, y de este último, a una muerte que resulta indolora porque la vida aún sigue esperando, empujando sobre las barreras de la (pre)historia de la clase dominante. Bienestar buscado para ser publicado, momentos-para-ser-grabados, vidas vividas por el beneficio del reino absoluto de la economía. Suicidio. Pero, ¿es la sociedad espectacular, la sociedad de la mercantilización absoluta de lo cotidiano, analizada de forma primeriza y exclusiva por el situacionismo? En 1954 Martin Heidegger [5] publica la Cuestión sobre la técnica, texto en el que, desde otras perspectivas, y sin tener nada que ver con el marxismo del que beberán Debord y compañía, analiza el fenómeno nocivo de la técnica moderna, y ofrece una solución a la misma: el arte. Los situacionistas no diferirían mucho de dicho proyecto.

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Para Heidegger, la pregunta por la técnica (tecnología también sirve, y así se traduce al inglés) y por su esencia, se basa en la necesidad de una relación libre con la misma. Con técnica no se refiere exclusivamente a las formas de producir modernas sino a todo aquello que históricamente haya servido para crear (pone el ejemplo de un platero que crea un cáliz). La definición “instrumental y antropológica” de la técnica la sitúa como un medio y un fin para los seres humanos. Dice Heidegger: “[…] Lo que queremos, como se suele decir, es «tener la técnica en nuestras manos». Queremos dominarla. El querer dominarla se hace tanto más urgente cuanto mayor es la amenaza de la técnica de escapar al dominio del hombre” [6]. Y, cómo no, el espectáculo y la mercancía escapan y se ubican por encima de las clases sociales.

La esencia de la técnica es, para Heidegger, la ale¯theia, el desvelamiento, la verdad como desocultamiento (y no como veritas, como correspondencia entre lo que decimos y lo que hay). La técnica trae-adelante, y toda producción proveniente de ésta, supone revelación. “Es la región del desocultamiento, es decir, de la verdad”. La palabra técnica, tecnología, proviene del griego, es el technikon, perteneciente a la techné, y esto último, no hace referencia exclusivamente al hacer-saber de un trabajo manual, sino también al arte. “La techné pertenece al traer-ahí-delante, a la poie¯sis; es algo poiético”. Es decir, el arte, como creación, también tiene la misma esencia que la tecnología: revela, desvela, está en la verdad y desoculta a la misma. El arte trae delante lo que se nos presenta como oculto.

Al hablar de la técnica moderna, como diferenciada de la primigenia técnica cuya esencia está en una ale¯theia que desvela de forma originaria, Heidegger dice: El hacer salir lo oculto que prevalece en la técnica moderna es una provocación que pone ante la Naturaleza la exigencia de suministrar energía que como tal pueda ser extraída y almacenada”. Es decir, la técnica moderna crea para almacenarse, para acumular, y como veremos, esa ale¯theia queda contaminada. Reproduzco por completo dos párrafos en los que se leen la crítica a la mercantilización de la vida por la existencia de la “tecnología moderna”:

Para calibrar, aunque sólo sea desde lejos, la medida de lo monstruoso que se hace valer aquí, fijémonos un momento en el contraste que se expresa en estos dos títulos: «El Rin» construido en la central energética, como obstruyéndola, y «El Rin», dicho desde la obra de arte del himno de Hölderlin del mismo nombre. Pero, se replicará: el Rin sigue siendo la corriente de agua del paisaje. Es posible, pero ¿cómo? No de otro modo que como objeto para ser visitado, susceptible de ser solicitado por una agencia de viajes que ha hecho emplazar allí una industria de vacaciones.

El modo de hablar tan corriente de material humano, de activo de enfermos de una clínica habla en favor de esto. Hoy en día, el guardabosques que en el bosque mide con exactitud la cantidad de madera cortada y que, a juzgar por lo que se ve, recorre los mismos caminos forestales que su abuelo, y del mismo modo como los recorría éste, tanto si lo sabe cómo si no, está emplazado y solicitado por la industria del aprovechamiento de la madera. Está solicitado a la solicitabilidad de celulosa, provocada a su vez por la necesidad de papel, emplazado por los periódicos y revistas ilustradas y puesto a la disposición de estos medios. Éstos emplazan, por su parte, a la opinión pública a engullir letra impresa a fin de que esa opinión sea susceptible de ser solicitada para conseguir una organización emplazada y solicitada de la opinión. [7]

Vaneigem, una década más tarde, dirá:

Incluso un placer tan humilde como un paseo en coche, se mide habitualmente por el número de kilómetros recorridos, la velocidad alcanzada y el gasto de gasolina. Al ritmo con que los imperativos económicos se apropian de los sentimientos, de las pasiones de las necesidades, pagando al contado su falsificación, pronto no le restará al hombre más que el recuerdo de haber sido. La historia, allá donde se viva retrospectivamente, consolará de la supervivencia. ¿Cómo podrá resistir la verdadera alegría en un espacio-tiempo mensurable y mensurado? Ni una carcajada. A lo más, la grosera satisfacción del que-paga-con-su-dinero, y existe a este precio. No hay más mensurabilidad que la del objeto, por ello todo intercambio reifica. [8]

Ese emplazar al que se refiere Heidegger bien puede ser el fetichismo de la mercancía reinante, bien el estado de arrojados al que nos conduce el mismo. La prisa que se vive en los centros comerciales, o en los grandes almacenes, tanto por los clientes como por los trabajadores, ¿no es acaso producto de una sociedad en la que todo se hace para-ganar-más-dinero-y-más-rápido? Es interesante cómo señala el que la opinión pública se reproduce a sí misma para reproducir ese mismo emplazamiento, esta organización de la sociedad. Y son esas estructuras, las del emplazamiento, la que “llegan a hacer incluso que su propio rasgo fundamental [de la técnica], a saber,  este hacer salir lo oculto, no aparezca ya como tal”. La técnica sigue siendo una forma de desocultar, pero queda atravesada por la necesidad de convertirlo todo en productivo. Y ante esto, existe el peligro de perder la la libertad: “El acontecimiento del hacer salir lo oculto, es decir, de la verdad, es aquello con lo que la libertad está emparentada de un modo más cercano e íntimo”. Libertad y verdad son sinónimos, y lo que sale de lo oculto libera, y se es libre cuando se puede desvelar lo que hay.

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“Lo que amenaza al hombre no viene en primer lugar de los efectos posiblemente mortales de las máquinas y los aparatos de la técnica. La auténtica amenaza ha abordado ya al hombre en su esencia. El dominio de la estructura de emplazamiento amenaza con la posibilidad de que al hombre le pueda ser negado entrar en un hacer salir lo oculto más originario, y de que este modo le sea negado experienciar la exhortación de una verdad más inicial”. [9] El problema no es la tecnología en sí misma, sino el mundo en que se ve desplegada, y en resumen, en quién la despliega. Saca el alemán para comenzar a hablar de la salvación del emplazamiento un verso de Hölderlin: “Pero donde está el peligro / crece también lo que salva”, y el mismo Hölderlin, tal y como señala Heidegger, dijo también: “…poéticamente mora el hombre en esta tierra”. Las artes… “no procedían de lo artístico. Las obras de arte no eran disfrutadas estéticamente. El arte no era un sector de la creación cultural. ¿Qué era el arte? ¿Tal vez sólo para breves pero altos tiempos? ¿Por qué llevaba el sencillo nombre de techné? Porque era un hacer salir lo oculto que trae de y que trae ahí delante y por ello pertenecía a la poie¯sis. Este nombre lo recibió al fin como nombre propio aquel hacer salir lo oculto que prevalece en todo arte de lo bello, la poesía, lo poético”. [10]

Sólo el arte puede salvarnos, sólo una relación artística, poética con el mundo, puede librarnos de las estructuras de emplazamiento que suponen el ocultamiento de la verdad, la imposibilidad de libertad, el ser-para-la-producción. “Como la esencia de la técnica no es nada técnico, la meditación esencial sobre la técnica y la confrontación decisiva con ella tienen que acontecer en una región que, por una parte, esté emparentada con la esencia de la técnica y, por otra, no obstante, sea fundamentalmente distinta de ella”. [11] Esa región es la del arte. Esta visión de la creación artística nos enlaza directamente al situacionismo y a la función que pretendían darle al arte como elemento de emancipación del espectáculo, como forma de romper este. Me basaré en el artículo de Florencia Fassi: Reflexiones filosóficas sobre arte y política en la obra de Guy Debord. La creación artística como acto emancipatorio, para abordar la temática.

El espectáculo, como depredador que debe mercantilizar y hacer consumible todo lo que hay, que debe convertirlo todo en imagen, también pretende vampirizar la cultura, el arte. Y es en dichos frentes donde más se establece la hegemonía de la alienación y del poder, de la dictadura del consumo, pues no se puede ser dominante sin ser dirigente, sin tener el gobierno cultural, la dirección ideológica (o ideológicas) de la comunidad.

La cultura espectacular, que pretende borrar lo histórico para que el espectáculo siga en su constante dominio, habría de ser confrontada por una cultura y un arte contestatario, al servicio de la emancipación. “Si se entiende, tal como Debord, que la cultura es fundamentalmente un ejercicio de autoconciencia colectivo, su propósito es el de descubrirse a sí misma y al mundo que la configura, como una forma histórica y transitoria, aunque posea gran envergadura, de una sociedad concreta en un momento particular de su devenir” [12]. Y el propio Debord dirá en La sociedad del espectáculo: “El contrario de la conciencia es la sociedad del espectáculo, donde la mercancía se contempla a sí misma en el mundo que ha creado”. Así pues, el arte es el frente en el que la segunda clase llamada a hacer una revolución, puede emprender la revolucionarización conjunta de la vida y del mundo.

Tal y como dice Vaneigem, “la poesía y el poder son irreconciliables”, y es que para los situacionistas, el arte, la poesía, y la praxis social, deben materializar en una fuerza unificada contra el espectáculo y el reino de la mercancía. Se trata, no simplemente de llevar a cabo los détournements, los juegos con la cultura espectacular, y otras prácticas en la esfera de lo artístico en sí mismas, sino de poetizar la vida cotidiana, de convertir la vida en artística, y el arte en cotidiano: sintetizar ambas esferas que se mantienen escindidas por el espectáculo. “[…] Pero el arte le atrae (a Debord) no en tanto experiencia de la contemplación de una cultura creada por otros, sino de la propia creación y de la vivencia del acto creativo en el que los individuos (o el grupo) son dueños de un momento y, como tales, lo determinan según su voluntad. Dicho de otro modo, y enlazando con las consideraciones previas, el arte que Debord cree capaz de negar el espectáculo es aquel que no es representación (imagen) de una ausencia, sino creación de una presencia, y que como pura actividad, no está separado de la vida, sino que es ella misma”. [13] Esto nos conduce de nuevo al “morar poéticamente” de Hölderlin, y a la salvación que el arte debe dar a la técnica moderna para Heidegger.

La revolución es pues revolución de la vida cotidiana, la inseparable unidad de los proyectos de Marx y Rimbaud, la absoluta necesidad de conquistar el pan pero también el tiempo, la libertad, la verdad, y de llenar de color y poesía el cementerio en el que nos levantamos todas las mañanas. Terminando con Vaneigem: “La poesía siempre está en alguna parte. Cuando deserta de las artes, se descubre con más claridad que reside fundamentalmente en los gestos, en un estilo de vida, en una búsqueda de este estilo. Reprimida en todas partes, reaparece en la violencia”.

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Notas:

[1] VANEIGEM, Raoul. Tratado del saber vivir para uso de las jóvenes generaciones, 1967.

[2] http://www.lasexta.com/noticias/sociedad/el-consumo-de-antidepresivos-se-triplica-y-los-suicidios-crecen-un-20-en-espana-durante-la-crisis_2016100957fa66690cf2a2e945b72f65.html

[3] VANEIGEM, Raoul. Tratado del saber vivir para uso de las jóvenes generaciones, 1967.

[4] DEBORD, Guy. La sociedad del espectáculo, 1967.

[5] Dejo en claro que sí tengo constancia de que Heidegger fue miembro del NSDAP, que fue un nazi, en resumen, que una vez terminada la guerra fue bastante ambiguo respecto a su pasado (tal y como vemos en su correspondencia con Marcuse, cuando compara a los judíos en el Holocausto con “los alemanes del este” en la posguerra), además de que en su día vio al nazismo como “una renovación espiritual de la vida en su totalidad”. Y es cierto, la Cuestión sobre la técnica podría compararse perfectamente con cualquier crítica filofascista al capitalismo o a la inhumanidad que instaura la economía burguesa, como si del poema de Ezra Pound sobre la usura se tratara. A pesar de todo eso, las soluciones al problema de la técnica moderna y al espectáculo respectivamente que dan Heidegger y los situacionistas para cada caso, parecen confluir.

[6] HEIDEGGER, Martin. La cuestión sobre la técnica, 1954.

[7] HEIDEGGER, Martin. La cuestión sobre la técnica, 1954.

[8] HEIDEGGER, Martin. La cuestión sobre la técnica, 1954.

[9] HEIDEGGER, Martin. La cuestión sobre la técnica, 1954.

[10] HEIDEGGER, Martin. La cuestión sobre la técnica, 1954.

[11] HEIDEGGER, Martin. La cuestión sobre la técnica, 1954.

[12] FASSI, Florencia. Reflexiones filosóficas sobre arte y política en la obra de Guy Debord. La creación artística como acto emancipatorio, 2012.

[13] FASSI, Florencia. Reflexiones filosóficas sobre arte y política en la obra de Guy Debord. La creación artística como acto emancipatorio, 2012.