Sexo, capitalismo y cosificación.
Por Sil Tomas
Desde hace un par de años hasta el día de hoy, las aplicaciones como tinder, wapa, wapo y todas sus respectivas variables, han supuesto una revolución a la hora de las relaciones entre las personas. No hay que negar que, por una parte, esta revolución ha sido en positivo ya que desde el anonimato, la distancia y con la pantalla de un teléfono móvil como muralla, es más fácil entablar conversaciones con personas desconocidas; conversaciones que probablemente no comenzaríamos en una discoteca o un bar. Si bien es cierto que sólo la necesidad de que existan estas aplicaciones que nos ahorren el mal trago de tener que hablar en persona, son una herramienta social que el capitalismo ha construido en torno a la falta de seguridad y autoestima con el que él mismo ha pintado las vidas de toda la juventud con el fin de sacar un beneficio económico, hay que admitir que , entendiendo dicha contradicción, estas aplicaciones se han convertido en una herramienta útil y cada vez más utilizada por los y las jovenes.
Ahora bien, estas nuevas formas de relacionarse también han tenido su efecto “rebote” puesto que ya no se entablan conversaciones con personas que pueden parecer interesantes sino que se ha vuelto al punto de primar la imagen frente a otras cualidades de las personas. Con esto quiero decir que, en la actualidad, todo depende del simple gesto de desplazar la imagen hacia la derecha o hacia la izquierda en función de si esa persona es atractiva o no en la fotografía de perfil.
Se están perdiendo las historias de los bares, y esto es un problema. No es lo que parece a primera vista, no es que el romanticismo esté en peligro de extinción. Es que con estas aplicaciones hemos caído de lleno, con los ojos vendados, en las lógicas capitalistas que buscan la individualización de las personas frente a la posibilidad de socializar, de conocer a las personas y de compartir experiencias que pueden enriquecer ya no sólo a las personas como individuos sino muchas veces a la sociedad. Es una forma rebuscada de aprovechar esa falta de autoestima que el sistema ha implantado en nosotras para crear otro frente que dinamite las relaciones humanas que llevan a la autocrítica. Para el sistema es un problema que nos relacionemos.
Una vez conseguido todo esto, no se ha quedado ahí. Toda esta situación ha calado tan profundamente en nuestras mentes que hemos deshumanizado a las personas. Estas aplicaciones, así como estas clases de relaciones en general, sólo han servido para terminar de objetivizar a las personas como si fueran meros objetos de silicona que vibran al encenderse y que el único problema que tienen es que de vez en cuando hay que cambiarle las pilas.
La sociedad, y en especial la juventud, ha caído en esta espiral de alienación patriarcal y capitalista y nos hemos creído el cuento de que rompemos los esquemas del sistema mediante el amor libre. Es cierto, sí, pero dependiendo de lo que se entienda como amor libre. Autoras como Coral Herrera siempre han manifestado la capacidad transformadora y la necesidad de conseguir una sociedad donde el amor libre sea una forma digna y no tan minoritaria de amar, pero este se ha de basar en el respeto y en la capacidad de alejar el sentimiento de posesión de las personas. No en consumirlas. Y este es el problema primordial que se ve engordado por estas aplicaciones de las que hablábamos al principio. Además esto tiene a su vez doble efecto en las mujeres pues somos nosotras las que sufrimos la objetivizacion constante de nuestros cuerpos mediante unos cánones de belleza – entre otras muchas cosas- que se ven potenciados mediante estas aplicaciones. No suficiente con eso, los hombres, por sus privilegios otorgados por el sistema patriarcal, son lo que menos perjudicados salen de este proceso de objetivizacion puesto que somos nosotras las que, siempre, acabamos aguantando conductas y comentarios que rozan la misoginia y nos denigran a ser ese objeto de placer que debe cumplir unos estándares de belleza y sexuales que al final hacen saltar por los aires nuestras autoestimas ya fracturadas por todo el sistema patriarcal. Nosotras somos sus objetos a pilas que no merecen ni respeto, ni un minino de cariño o atención, ni un sentimiento de humanidad.
Estamos consumiendo personas, nos estamos consumiendo entre nosotras dinamitando nuestras propias autoestimas. Hemos destruido la imagen de humanidad y ahora solo somos maquinas, objetos de usar y tirar. Ya no buscamos conversaciones agradables que acompañen al sexo, aunque esto sólo sea sexo. No, ahora sólo buscamos un placer carnal por el que “yo me corro, tú te corres, dos besos y hasta nunqui” lo que supone un duro golpe para las relaciones entre las personas – no como parejas sino entendido esto en un nivel más amplio que repercute a la estructura social- puesto que si no hay conversaciones, si no hay conocidos, si sólo hay una relación material como es el dar y recibir placer sexual únicamente, no sólo deshumanizamos a las personas convirtiéndolas en vibradores sino que le estamos haciendo el juego al neoliberalismo que pretende convertirnos en máquinas individuales incapaces de relacionarse.
No es ningún secreto que el devenir de la sociedad neoliberal busca la individualización de los seres humanos a todos niveles, desde lo económico con el falso espíritu emprendedor y el coaching hasta en nuestras relaciones sexuales. Retomando una de las ideas anteriormente expuestas, no es el triunfo del romanticismo lo que debemos buscar – pues este también potencia una clara relación de poder del hombre sobre la mujer así como los cánones establecidos por la sociedad patriarcal- sino que debemos perseguir el fin de conocer a nuevas personas, ajenas a nuestros círculos. Debemos conocer las historias de la gente que nos rodea, mantengamos sexo o no con ellas, pues esto significa un enorme paso en el camino de una sociedad unida y empática, la misma que el sistema neoliberal intenta destruir debido a que esta puede suponer que este sistema comience a resquebrajarse, ya que frente a su modelo individualista en el que sentimos los problemas como propios y por lo tanto sentimos la culpa de estos, aparecerá un modelo comunitario y popular, interclasista, que sea consciente de que problemas como los desahucios o la precariedad no son culpa nuestra por no emprender sino que son problemas comunes y por lo tanto son problemas sociales.
Es por esto, por la destrucción de las relaciones empáticas entre las personas, por lo que las aplicaciones como tinder tienen un peligro social real. Porque más allá de la objetivizacion de las personas y en especial de las mujeres, es una herramienta para aislarnos de la sociedad que nos alimenta y por lo tanto alejarnos de la oportunidad de conocer a otros y otras jóvenes que compartan su alegría y rebeldía.
En conclusión, no pretendo decir que hay que dejar de usar estas aplicaciones, sino que debemos ser conscientes del peso para el cambio social que tienen. Es vital que para conseguir la sociedad igualitaria, solidaria y feminista que queremos no permitamos que el sistema imperante dinamite las relaciones personales. Pues el día en que dejemos de ser una persona sola para ser dos, tres, cuatro…el día en que la empatía y las redes personales surjan, ese día será el día en el que sistema capitalista patriarcal y neoliberal, tiemble.