Por Alán Barroso
Nunca antes la izquierda de este país había estado tan cerca de formar un gobierno de coalición y, al mismo tiempo, tan lejos de mantener la iniciativa y el liderazgo político de la sociedad española. Paradójicamente, la formación de este gobierno no viene de la mano de un fortalecimiento del proyecto progresista español, sino de su debilitamiento y fragilidad. Tras una repetición electoral en la que el PSOE comprobó los límites de su ambición y Unidas Podemos vio todavía más reducida su fuerza parlamentaria, la tozuda realidad impuso el acuerdo que en menos de 48 horas se saldaba con un abrazo en una sala llena de cámaras y sonrisas. Sin embargo, en esa sala todavía había un gran ausente: un proyecto de país.
El gobierno que se dibujaba con ese ansiado abrazo es una grandísima noticia para el progresismo español; sin embargo, es un gobierno marcado por lo difícil de su contexto, con fuertes enemigos y con apoyos parlamentarios frágiles y ambiguos. Pero, sobre todo, es un gobierno marcado por su debilidad y cuya principal identidad se construye a la defensiva como reacción al auge de la extrema derecha. Desde que se produjo ese ansiado abrazo con el que se comenzaba a perfilar un gobierno progresista de coalición, la constante ha sido una suerte de asedio continuo al que solo se ha podido responder desde posiciones defensivas. Tenemos el gobierno, pero nos falta frescor, ideas y, sobre todo, liderazgo.
AUSENCIA DE PROYECTO
La moción de censura que defenestró de manera inédita al gobierno de Mariano Rajoy, lejos de ser una maniobra profundamente debatida y calculada, fue producto de una vertiginosa improvisación que, afortunadamente, se saldó con un inesperado éxito. La moción de censura pasó a convertirse en el mito de gobierno que sostendría la interina presidencia del PSOE y las -ahora más modestas- aspiraciones políticas de Unidas Podemos. Desde ese 1 de junio de 2018, la orientación estratégica del progresismo español quedó reducida a la consolidación de ese espacio heterogéneo producto de una inesperada victoria y una suma de casualidades que expulsó al PP de las instituciones. Es decir, una orientación estratégica improvisada y de escasa consistencia a largo plazo.
Tenemos el gobierno, pero nos falta frescor, ideas y, sobre todo, liderazgo.
Las diferentes elecciones (generales, autonómicas, municipales y europeas) que siguieron a esta etapa de cambios confirmaron una buena salud electoral del PSOE y, a su vez, la debilidad de un Podemos que no solo había perdido gran parte de su fuerza en el Congreso, en las Comunidades Autónomas y en los municipios, sino que además había perdido el frescor de la novedad (e importantes cuadros políticos por discusiones internas) y estaba atrapado en el corto plazo de las exigencias electorales más urgentes sumadas a su obcecación por lograr un gobierno de coalición. Esto llevó a que un PSOE ambicioso y nostálgico de buenos resultados se lanzase a la aventura de repetir elecciones a las que Podemos se sumó convencido de que su papel en la política española tenía que pasar, sí o sí, por asumir responsabilidades de gobierno en un gobierno de coalición. El cortoplacismo se volvía a imponer y el único horizonte imaginable para el progresismo era el de lograr formar gobierno con los votos del “bloque de la moción de censura” y evitar unas terceras elecciones. En todo caso, el proyecto más ambicioso dentro del progresismo era el de que ese gobierno fuese de coalición y no monocolor. Sin embargo, fuera de ese objetivo concreto de corto plazo, había una ausencia de proyecto de país.
Estoy convencido de que cualquier dirigente del bloque progresista podría contestar que sí que disponen de un proyecto desarrollado y consistente que, tras la investidura, van a pasar a aplicar. Y yo no dudaría de su sinceridad. Ni siquiera de la existencia de ese proyecto. Sin embargo, todo proyecto se convierte en papel mojado cuando solo existe en las cabezas de los que pretenden aplicarlo. Fuera de ahí no hay nada. Solo una sensación extraña de hastío, falta de dirección y ausencia de horizontes que se suple con tertulias copadas por la impertinente inmediatez que caduca a los 5 minutos y a la que no le importa el largo plazo. Agendas a golpe de tuit y de polémicas absurdas que, además de condicionar nuestros debates, nos acorralan en el espacio que quieren y nos ponen a la defensiva. Es imperativo salir de ahí y respirar aire fresco. Y no nos faltan ejemplos de cómo hacerlo.
HIPÓTESIS TUERKA
Un 18 de noviembre de 2010 comenzaba, desde un plató destartalado de la vallecana Tele K, un experimento mediático que entendería eso de que la hegemonía se construye desde los dispositivos culturales. Desde ese momento, La Tuerka se convertiría no solo en el altavoz ideológico de una izquierda alternativa, sino que además funcionaría como un novedoso centro de creación de ideas y difusión de argumentario progresista. Su labor se centraría, básicamente, en dos ejes: en primer lugar, construir ideas y proponer debates que hasta entonces se habían circunscrito a lo académico o a círculos políticos muy aislados y, en segundo lugar, repartir munición para los combates políticos cotidianos, muy frecuentes y, sobre todo, determinantes para la conformación de algo tan fundamental como el sentido común imperante.
Al cabo del tiempo y tras un éxito nada desdeñable, la apuesta por la hipótesis Tuerka fue absorbida por otra hipótesis mayor: aprovechar el capital mediático que La Tuerka había conquistado para “asaltar” las instituciones. Este salto a lo institucional era la consecuencia lógica del desarrollo de esta hipótesis (el logro de la hegemonía se antepone siempre a la construcción institucional) y acabó probándose correcto con la irrupción del primer Podemos en el parlamento europeo (2014) y en el Congreso de los Diputados (2015) con unos resultados muy importantes (además de ayuntamientos y Comunidades Autónomas).
Sin embargo, para lograr esa sorprendente irrupción que transformó para siempre el sistema político español fue necesario que todos los esfuerzos que se habían dedicado a construir ese espacio de creación y difusión de ideas que fue La Tuerka (que en definitiva actuaba como think tank mediatizado), ahora se centrasen en la construcción de esa maquinaria de guerra electoral en la que se convirtió Podemos. Todos esos esfuerzos pasaron a dedicarse a la innumerable y estresante sucesión de citas electorales a la que hemos acudido desde ese 2014 que lo cambió todo.
Evidentemente, como si de vasos comunicantes se tratase, a la vez que el espacio institucional del cambio se iba solidificando (y requiriendo más trabajo) el espacio de think tank y de carril largo asociado a la producción y difusión de ideas, quedó encorsetado por esas necesidades institucionales más acuciantes y, poco a poco, fue perdiendo vigorosidad y entereza para acabar languideciendo. La Tuerka dejó de emitirse como antes para pasar a ser tan solo un programa de entrevistas de Pablo Iglesias y, si bien es cierto que Fort Apache en Hispan TV mantuvo cierta continuidad, la relevancia y el alcance de sus programas era más limitado y extremadamente vinculado al desarrollo de Podemos y de su líder.
Tampoco quiero que se me malinterprete, porque lejos de reprochar esta realidad de declive a sus protagonistas, la entiendo. Puesto que era necesario poner todos los esfuerzos posibles en consolidar un espacio político como el que representaba Podemos. De hecho, ese fue el objetivo desde un primer momento. No nacimos para resistir, nacimos para vencer. Tampoco nacimos para quedarnos en la televisión y en la discusión de ideas. No era una opción quedarse en la tranquilidad de los platós donde, a pesar de haber mucho grito, uno no se tiene que enfrentar al riesgo real de gobernar. No obstante, eso no me impide alertar de que esta es una realidad que no podemos ignorar y que, ante esa orfandad de referentes que nos ha dejado la -tan necesaria- incursión institucional de los que en otro momento fueron la punta de lanza del principal think tank progresista que ha conocido España en la última década, demos un paso adelante y recojamos el testigo de esta tan necesaria tarea.
A la vez que el espacio institucional del cambio se iba solidificando (y requiriendo más trabajo) el espacio de think tank y de carril largo asociado a la producción y difusión de ideas, quedó encorsetado por esas necesidades institucionales más acuciantes y, poco a poco, fue perdiendo vigorosidad y entereza para acabar languideciendo.
Hace falta volver a dedicar recursos para la discusión a largo plazo. Hace falta presentar un proyecto de país. Hace falta dejar de reaccionar a la defensiva. Hace falta volver a representar la novedad. Hace falta volver a repartir argumentos entre la juventud. Hace falta proponer espacios donde discutir. Hace falta dejar de repetir los mismos argumentos para convencidos. Hace falta repartir munición para los combates cotidianos. Diez años después, hace falta volver a la hipótesis Tuerka.
Estamos a las puertas construir un novedoso gobierno de carácter progresista que vamos a tener que apoyar y acompañar. Precisamente por eso, el mayor favor que le vamos a poder hacer es dotarle de ideas frescas, de debates actualizados, de cuadros intelectuales renovados, de caras nuevas y, sobre todo, de la recuperación de la iniciativa en el debate público. Hace falta volver a dar la batalla cultural. De nada nos sirve ganar el gobierno si perdemos el país.