Imagen extraída de Cultura Colectiva

Por Eduardo García (@eduggara)

Existe una máxima ideológica que tiene mucho de verdad: lo más parecido a un machista de derechas es un machista de izquierdas. Esta idea está enraizada en la convicción de que, en última instancia, si se tienen posicionamientos políticos reaccionarios, se es un reaccionario aunque se apoye la puesta de la economía en manos de la clase trabajadora. El auge de las tendencias conservadoras y reaccionarias en buena parte de América Latina y Europa exige un análisis que vaya más allá de esas similitudes entre los conservadores “marxistas” (auto percibidos marxistas, pese a que su condición de marxistas sea puesta seriamente en duda en este artículo) y los conservadores old school. Un análisis que trate de indagar en sus diferencias para comprender por qué una parte reseñable de la militancia supuestamente transformadora -especialmente de aquella estrechamente vinculada al marxismo- está abrazando ideas de corte reaccionario en materia de género, étnico-racial y de diversidad sexual.

La obra de Marx y la herramienta de análisis que nos brinda -esto es, el marxismo- nos invita a estudiar la sociedad a través de las relaciones que se producen en su seno, lo que él llamaba las relaciones de poder. Estas relaciones de poder suponen necesariamente que allí donde X domina, Y es dominado; es decir, el poder de X significa necesariamente el no-poder de Y. Utilizar el método marxista (todavía más si se quiere hacerlo de una manera ortodoxa) debería por deducción lógica requerir estudiar y poner en consideración las relaciones de poder existentes. Incluso si se quiere entender que el machismo es una consecuencia directa de las posiciones dadas en la escala de producción, es necesario apoyar el feminismo para ser marxista. Lo contrario sería descartar de la ecuación una relación de poder en la que X domina sobre Y. Lo contrario, pues, no sería marxismo.

Una vez que esto ha quedado expuesto, tiene sentido preguntarse por qué en contra de la propia herramienta de análisis de la que se hace gala como si fuese un cetro cuya mayor longitud te aporta mayor verificabilidad, una parte significativa de sus militantes y pensadores está atacando los movimientos políticos que, a veces incluso desde una óptica marxista, cuestionan las raíces de relaciones de poder tan evidentes como las derivadas del cisheteropatriarcado. Si estos ataques no tienen que ver como se ha expuesto con los fundamentos de la herramienta analítica, habría pues que volcar la mirada sobre elementos más simbólicos, emocionales y éticos.

Es haciendo este ejercicio que se consigue descifrar al mismo tiempo la gran similitud y la gran diferencia entre unos y otros conservadores. Entre los que hablan de dictadura de género y los que hablan del feminismo como agente del mal en tanto obstáculo de una supuesta revolución proletaria.

Ser conservador se vincula con un elemento de añoranza por una situación anterior que sería deseable. Los conservadores suecos añoran la ‘Suecia blanca’ de finales de los ’90 frente a la ‘Suecia islamizada’ de nuestro tiempo. Los conservadores españoles añoran la ‘España unida’ de los años ’60 frente a la ‘España rota’ de hoy. Añoranzas que pueden no sustentarse tras un estudio serio de la realidad del momento añorado -alguien podría argumentar que la España de los ’60 estaba igualmente rota y que la Suecia de los años ’90 ya era diversa en lo religioso- pero que efectivamente construyen un locus amoenus, un lugar/momento idílico al que hay que aspirar. Un deseo atravesado por la estética y por lo sensorial y en el que todo lo desencajado se encaja de vuelta.

Esta misma lógica es la que opera en la cosmovisión de los que podríamos llamar ‘conservadores marxistas’ o ‘marxistas de derechas’ (aunque, como se expuso al inicio, es muy apresurado considerárseles marxistas). También se aspira a una sociedad idílica perfectamente estructurada y en la que todas las piezas encajan como en un puzle. La diferencia, no obstante, sería crucial: mientras los conservadores “clásicos” añoran una sociedad que efectivamente plasmó una serie de valores percibidos como deseables -aunque generalmente esconden sus contradicciones como método autocomplaciente-, los conservadores marxistas añoran el contexto en el que podía soñarse la utopía proletaria.

El mundo idílico y sin enfrentamientos -consecuencia de la superación del conflicto de clases- era una aspiración efectiva cuando las relaciones de poder vinculadas al género o a la diversidad sexual no estaban en primera página de la agenda política. Pese a la creencia de que fueron las propias reivindicaciones las que generaron unos conflictos que no existían (noción ésta que da patadas a toda la obra de Marx), éstos ya operaban en el siglo XIX y en el siglo XX. En realidad, siempre han operado. Pero la tendencia a “mirar para otro lado” de los partidos comunistas -en realidad, de todos los partidos y movimientos políticos- al respecto de estos conflictos permitía diseñar una utopía que no incluyese las demandas feministas o lgtb, entre otras.

Cuando desde el conservadurismo marxista se plantea que el feminismo divide a la clase obrera lo que subyace es una idea mucho más perversa: que cuando los conflictos estructurales asociados al hecho de ser mujer no tenían en el discurso hegemónico un carácter político -con culpables definidos y aceptación de la existencia de alternativa viable-, la clase obrera (hombres cisheterosexuales) podía aspirar a la liberación. Ahora, según esta premisa, no. O lo que es lo mismo: ser sujeto político ‘mujer’ y ser sujeto político ‘clase obrera’ es una contradicción insalvable. Las demandas que perciben como “nuevas” -pese a que no lo son- entran en conflicto con el horizonte de liberación proletaria propuesto por el conservadurismo marxista precisamente porque desafían las estructuras que posibilitaban el statu quo anterior. Aquel en el que tenía sentido dibujar una liberación comandada por los hombres cisheterosexuales.

La firmeza estética y simbólica de la ortodoxia marxista juega un papel clave al escenificar a la clase obrera falsamente; es decir, excluyendo a una parte sustancial de su ‘todo’. Asumiendo que las madres que trabajan en el hogar sin remuneración o que los maricas que salen de fiesta después de trabajar 8 horas en un supermercado no son clase obrera. Asumiendo, en resumen, que dos identidades -la de trabajador y la de maricón- no pueden coexistir en un mismo sujeto. Cuando en un cartel que reivindica la grandeza y la pureza revolucionaria de la clase obrera no se encuentren mujeres, personas trans o personas bisexuales surge una pregunta: “¿por qué no está representada la clase obrera en este cartel que supuestamente debería representar a la clase obrera?”

La añoranza de los conservadores marxistas es, pues, esa situación en la que el único conflicto que se alcanzaba a tomar en consideración desde los proyectos transformadores era el de capital-trabajo. Echan de menos la posibilidad que te ofrecía esa situación: vislumbrar una revolución de manual, según la cual te bastaba con acceder al poder y nacionalizar la economía para liberar a los oprimidos de la tierra. Su esquema revolucionario encajaba en un contexto histórico concreto que está muy lejos de parecerse al actual y ante la posibilidad de actualizar los diagnósticos, se prefiere endurecer todavía más unas tesis ya de por sí deterministas. Al no ser además capaces de ver las posibilidades estratégicas de estas “nuevos” actores políticos, perciben que “ahora es todo muy complejo” y que “se está alejando a la clase trabajadora de su camino natural”.

La sociedad bipolar de la Guerra Fría no va a volver y los conflictos no van a volver a guardarse en un cajón. La añoranza lleva a la quietud y la quietud a la inoperancia. No obstante, el marxismo de derechas está sacando fuerzas de flaqueza tratando de impregnar a la militancia transformadora de ideas que le acercan más a Bolsonaro que a aquellos señores rusos que cuelgan en sus paredes. Quizá no está sustendado en ningún texto de Engels, pero hay algo innegable: si Lenin hubiera nacido un siglo después, hoy iría a bailar a conciertos de Sudor Marika.