Por Gerardo Muñoz y Manuel Romero
Diego Valeriano no se reconoce como pensador político ni como analista de la coyuntura. Le gusta escribir, y lo hace como quien traza una línea sobre un territorio para despejar los movimientos de vidas singulares en perpetua tensión. Recientemente ha recogido parte de su escritura en el libro “Eduqué a mi hija para una invasión zombie” (Red Editorial, 2019). De ahí que no se reconozca en herencias políticas o en el orden del archivo. Su único pariente lejano es el no-saber del viejo Fernand Deligny (con quien se ha cruzado) ante las dislocaciones que se van empalmando en la realidad. Una escritura con rigor: primero una intuición, luego la percepción de los gestos; así, hasta llegar a una potencia descriptiva. Así, Valeriano es un constructor de imágenes a partir de encuentros, y a su vez, estos encuentros generan verdades sobre la vida.
Durante los años del Cristinismo (Cristina Fernández de Kirchner), escribió con regularidad para el blog Lobo Suelto, en el cual elaboró una serie de hipótesis que constelaban lo que él llamó sin mayores pretensiones “vida runfla“, una proto-figura que buscaba dar cuenta de la tonalidad popular al interior de los territorios. La vida runfla es esa singularidad que, en su movimiento, carece de una representación ideológica superior (trabajador, militante, revolucionario) sin traducción directa a los aparatos sociales. Un movimiento especulativo y vital de escritura que buscaba tematizar el calor de las experiencias de los de abajo en un momento de bonanza económica mediante la bonanza del consumo. Las vidas runflas no se componían de los militantes portentosos, de pedagógicos autorizados, o de formas ideológicas convencionales; sino, al contrario, de aquellos que celebraban a Cristina como quien había podido entregar un tiempo de vida que podía mutar hacia la celebración y la fiesta. La vida runfla es el trazo que la intensidad del cuerpo va dejando en la realidad. Para Diego Valeriano, el runflerío no es lo que se consigue tras la llegada de un proyecto de cambio de izquierda, sino la declinación que alude, en cada caso, a la hipótesis de que el consumo libera. Lo importante es vivir y sentir la ciudad de otro modo, en línea con lo que otros amigos han llamado una posibilidad de habitar un comunismo más fuerte que la metrópolis.
La gran hipótesis de trabajo de Valeriano durante aquellos años – que el consumo de las clases populares incluía y lideraba las fuerzas de sentir, amar, y comunizar de otra manera – se hacía cargo de la fragmentación de un mundo que ya no podía sostenerse desde el rigor del concepto ideológico de la época clásica de la representación. La máquina de escritura de Valeriano, mucho antes que Michalis Lianos expusiera su tesis sobre la política experiencial para definir la praxis de los chalecos amarillos, ya venía escenificando la irrupción de las vidas errantes contra la malla consensualista del pacto social. Estas vidas runflas son indomesticables no porque tuvieran un derrotero integral de cómo lucha contra la época, sino porque nunca hay un plan de antemano se verifique en la realidad. Estas formas de vida, en cambio, podían intuir que era lo que podía celebrarse, gozarse, o destituirse en la civilización contemporánea del consumo y la provocación. De ahí que la escritura de Valeriano no intente narrar ni relativizar la forma de vida popular en la Argentina, sino más bien describir las derivas de sus vaivenes o de sus afecciones, pasajes de las intensidades al interior de cada pasaje de la experiencia. No podemos decir que Valeriano nos ofrezca otra cosa que una poética política (o una “insurrección corporal”, como una vez fue conceptualizado por Giorgio Cesarano) donde las voces y los cuerpos nos muestran los gestos que van despejando un habitar atravesado por la intensidad del deseo. Cuando se desea algo se le persigue hacia el afuera. Valeriano siempre ha querido escribir como un pájaro que canta; esto es, sobrepasar un territorio con la distancia adecuada, experimentando con cada uno de los elementos y con cada una de las cosas que se van encontrando en el camino. Lo importante siempre es el encuentro que la mirada recoge como el sorpresivo hallazgo de un niño que encuentra cosas en la arena de una playa. Ahora que una tercera fase del kirchnerismo está a punto de “volver” a la Argentina con la fórmula Fernández-Fernández, hemos sostenido este breve intercambio con Valeriano.
Gerardo Muñoz y Manuel Romero: Últimamente en la coyuntura argentina se habla de “volver”, aunque sabemos (tampoco hay que elevar la discusión al psicoanálisis) que lo que vuelve nunca coincide con lo mismo que alguna vez fue. El mismo Alberto Fernández ha dicho que, por ejemplo, “no vuelve”. Tu has venido reflexionando sobre este gesto en tus últimas notas: ¿realmente qué es lo vuelve con un supuesto triunfo de la nueva etapa kirchnerista?
Diego Valeriano: En el plano que nos interesa, en el plano de lo genuino, de lo vital, de lo que realmente pasa sin tanto análisis, ni interpretaciones de la real politik, podemos arriesgar que lo que vuelve es una especie de estado de ánimo, algunas viejas alegrías y ciertas prepotencias plebeyas. Vuelven alianzas difusas que nunca fueron expresadas pero que son toda una potencia. Vuelve el desdén de los pibes cuando los para la policía: hoy las razias y las requisas a los pibes y pibas en plazas, transporte público o la calle misma son moneda corriente. Sabemos que no van a dejar de existir estos procedimientos, ni las fuerzas de seguridad se van a volver democráticas, pero los pibes van a saber qué pueden hacer una más, que pueden ir un poquito más allá, dar otra discusión, que sus protestas van a tener otro eco. Van a poder estar más tranquilos en plazas fumando hasta cualquier hora, van a entrar a la comisaría creyendo que tienen una posibilidad más. También lo que vuelve es cierto llamamiento al silencio de los ortibas: de las personas que ante cualquier movimiento llaman a la policía, que festejan la muerte de los ladrones, que tienen el dedo acusador, sobre las vidas de los demás, demasiado fácil. Y, además, vuelven las vidas runflas, la vagancia, las pibas a saber que el Estado no va a ser tan hostil como en estos últimos años, que hay algunos nuevos salvoconductos. No es que vuelva la libertad y la no represión, el Estado sigue siendo el Estado, pero vuelven ciertas complicidades no dichas, ni escritas. Esperemos también que vuelva el billete a moverse por los barrios, que las cosas no sean tan inaccesibles, que las carnicerías vuelvan a ser una fiesta, que los cumpleaños no sean tan austeros y que haya más salidas para los guachos que dejar parte de la vida siendo Glovo, Uber o transa.
G. M. y M. R.: Mario Riorda en su libro Cambiando (2016), en el que hace un recorrido por los discursos políticos de las últimas décadas hasta la llegada de Cambiemos, llega a la conclusión de que todos aquellos que aspiran a gobernar Argentina deben enviar un mensaje que diga: “La historia comienza conmigo”. Es también la tesis sobre el significante “en nombre de Mayo”, del que habla Bruno Napoli. ¿Sería, entonces, el triunfo de Alberto Fernández el retorno de épocas pasadas, lo que vuelve, o, por el contrario, el inicio de una nueva etapa en la historia política Argentina?
D. V.: Alberto ya dejó claro que la historia empezó con él, Néstor y un poco Cristina. Lo dice y lo repite como mantra, como escena de algo que fue bueno y tranquilo. No sabemos qué nos depara el triunfo de Alberto, ¿cómo saberlo? Puede iniciarse una nueva etapa política en Argentina, cuando decimos política hablamos de ciertos lenguajes mediáticos, formales y económicos. Lo que no puede reiniciarse, no por el momento, no por mucho tiempo es el vínculo afectivo y vital de Cristina con la vagancia. Cristina es guiño, segundeo, cuotas, vacaciones, y pura fiesta. Es una etapa en donde se fue feliz, en donde los que gobernaban, sin que entendiéramos muy bien, estaban de nuestro lado. Es cuotas con la tarjeta, electrodomésticos, desmesura, miles de motitos los sábados por la noche, gaseosas de primeras marcas… Eso lo inició Cristina, eso sigue estando y es un recuerdo que no van a poder formatear. Hay un legado de prepotencia plebeya que se instaló en los cuerpos y que va a ser casi imposible arrancarlo.
G. M. y M. R.: Durante el segundo gobierno de Cristina, lanzaste la hipótesis de las “vidas runflas”, una forma de vida popular, anárquica, siempre en flujo, que en aquellos años parecía desbordar el espacio integrador del consumo. ¿Cómo ha sido la confrontación entre el runflerío durante el macrismo? ¿Pudiéramos hablar de resistencia o de éxodo de su coartada contra la posibilidad de goce de las vidas runflas?
D. V.: El runflerío también se expande en épocas de pocos recursos. Hay que salir a buscar el mango más allá de los límites conocidos. Lo hace como subsistencia manija, para no extinguirse, como forma de resistencia, y así devenir fiesta. Las calles, las esquinas, los furgones de los trenes, los pasillos, las tomas, las jodas y las ferias fueron demostraciones de resistencia desde el primer momento del Macrismo. Los verdaderos enemigos de Macri, los que no se juegan nada en cada elección, los que se plantaron desde el minuto uno a la prepotencia policial y al ajuste. La vagancia indócil (sin tanta bandera, sin tanto discurso, sin ser parte de la discusión mediática) puso sus cuerpos como freno territorial y epidérmico contra los que querían quitar las libertades obtenidas. El enfrentamiento contra el macrismo por parte de las vidas runflas además de económico es profundamente ideológico y es muy anterior a la llegada de este gobierno. Es ideológico en tanto formas de vida, de vivir los vínculos, el consumo y la fiesta totalmente enfrentados. Es un enfrentamiento por el lenguaje y el territorio. Este gobierno de empresarios nunca va a comprender otras formas de vida que no aceptan las regulaciones de mercado, las imposiciones de la vida familiar, del trabajo ni el ordenamiento de las ciudades blancas. Son chetos que temen y desprecian a los cuerpos negros, a las gordas, a los sucios, a las gedientas, a los intoxicados, o a las vagas. Y las vidas runflas desprecian y combaten esas vidas chetas, ordenadas, con proyección de futuro, desde una felicidad tenue y regulada.
G. M. y M. R.: En cuanto a lo que “vuelve”, ¿no te parece que figuras como la de Axel Kicillof o Alberto Fernández le ponen límites al desborde de la fiesta (sobre todo pensando que Kicillof es un economista y Fernández un profesor de derecho penal)?
D. V.: Tal vez lo intenten, tal vez no. La alianza de Cristina es una alianza con la vagancia, es algo vital y solo después político. Por eso creo que siempre se van a desbordar los límites que se quieran imponer.
G. M. y M. R.: Y, por continuar explorando los márgenes de lo festivo, en una entrevista a Franco Berardi, Bifo, en Lobo Suelto, este declara que, contrariamente a las revueltas de mayo del 68, en las que se buscaba explotar los límites del goce, de la aventura, en una coyuntura como la actual, de aceleración y angustia, la buena vida puede ser volver al aburrimiento ¿No podría interpretarse la amplia victoria de Kicillof y Fernández en las PASO como una pulsión de retorno al aburrimiento contra la inagotabilidad del deseo neoliberal?
D. V.: Hay sectores medios y hasta medios bajos que si quieren volver a esa especie de aburrimiento o mejor dicho a que se les vuelva a ordenar la vida y es más que lógico. Vagar, ranchar, consumir y festejar es parte de la constitución de las vidas runflas. La amplia victoria de Kicillof y Fernández en las PASO se puede leer en ambos planos: pulsión hacia el aburrimiento y pulsión hacia lo vivo. Porque lo que principalmente se lee es que con la derrota del Macrismo vuelve la plata a la calle. También creo que esa especie de aburrimiento debe leerse muy distinto en un laburante del conurbano bonaerense que vuelve a tener estabilidad laboral y más plata en el bolsillo y de esa manera puede volver al consumo, a los encuentros con amigos y familiares, a los asados, a los festejos, a los cumpleaños de 15 con la barra libre con escabio para todos, o a las vacaciones. Acá se trata del retorno a la buena vida, a la estabilidad; un aburrimiento se parece bastante a un asado con achuras, carne, postre, gaseosa chorras y mucha cerveza que a otra cosa.
G. M. y M. R.: ¿Dirías que Cristina F.K sigue siendo la figura que inspira al runflerío? Asumimos aquí que lo que inspira es irreductible no a una mera conducción sino a una apariencia que en su estilo descarga las posibilidades de la fiesta…
D. V.: Cristina y el runflerío tienen una alianza silenciosa e irrompible. Cristina es la conductora de la vagancia. El runflerío no la invoca, no la grita, no va a sus actos (a menos que le paguen) nunca irían a la presentación de su libro. Ella no habla con ellos, no los nombra abiertamente, no los convoca. Se inspiran en silencio. Es una alianza de modos de vida donde sobran las palabras. Es una alianza de consumos, de vitalidades, de nuevas formas de libertades. Una alianza llena de complejidades y complicidades por fuera de el lenguaje político.
G. M. y M. R.: ¿Cómo se vive hoy la ciudad desde las formas de vida runfla? ¿Sigues pensando que los cuerpos que se desplazan en la metrópoli siguen siendo ingobernables, o el macrismo ha podido ‘’resignificar’’ la metrópoli en estos años debilitando ese deambular contra-metropolitano?
D. V.: La ciudad no se vive, la ciudad es estar en guerra. Vagar es una urgencia que el macrismo no ha podido evitar. Porque es mejor vagar que ser empleada, Glovo o gato del plan. Mejor andar enfierrado, buscando una oportunidad y hacerse respetar que cortar el pasto; o mejor escruchar que barrer cordones en una cooperativa, mejor esperar en el rancho jugando al FIFA que movilizar un día entero y volver a la tarde por un bolsón flaquito. Se vaga más porque el billete cada vez está más lejos, más difícil y vale menos. Es mejor vagar, ser transa, trapero, chorro, puta…todo eso es superior a llevar un CV, o esperar una hora en la vereda para ver si te toman en un trabajo de mierda, o terminar la escuela, o tener 15 días de vacaciones, o ir al centro comunitario a hacer talleres imbéciles, o limpiar. Es mejor rajar sin nada que quedarse sentado en los pasillos a esperar que la base le coma los pulmones.
G. M. y M. R.: Bello eso que dices. Vamos cerrando. Se ha hecho viral un vídeo en el que cientos de personas congregadas en una calle o en una plaza bailan cumbia y corean al unísono: “Macri ya fue, Vidal ya fue, si vos querés… Larreta también”. ¿Hay aquí un regreso de las formas de vida runfla? ¿Es ya el encuentro corporal habitando los espacios públicos una forma de oposición a las pasiones tristes insufladas por la gestión de Cambiemos? ¿Cuál crees que será el orden de los cuerpos después de la celebración, en el momento de volver a casa y comenzar, una vez más, con la rutina?
D. V.: “Si vos querés” no es una expresión runfla ¿hay acaso posibilidad de viralizar y organizar expresiones runflas? Quienes bailan al ritmo de Sudor Marika son las mismas personas que van, libro en mano, a la presentación del libro de Cristina, todos muy vinculados a la ciudad de Buenos Aires y ya caídos al parangón de la estrategia electoral. Son sectores medios urbanos, muy politizados, pero que tienen opinión de todos los temas. El runflerío nunca querría formar parte de una estrategia de este tipo. El runflerío, en cambio, son como bombas pequeñitas, imposible organizarlo y a su vez imposible de pararlo. La fiesta callejera runfla es pura desmesura y se parece más a un disturbio que a un baile viral bien organizado.