Por Julio Lucena de Andrés (@julio_5lda)

¿Supone el «neo-estatismo» que está emergiendo tras la pandemia de COVID-19 el final del momento populista abierto tras la Gran Recesión de 2008? Nuestra hipótesis de partida es que este naciente neo-estatismo no implica el cierre de la ventana de oportunidad para la emergencia de discursos, movimientos y líderes populistas.

Para ello, analizaremos, en primer lugar, cómo entiende Chantal Mouffe este momento populista y su potencial declinación de izquierda en el marco de un proyecto de radicalización democrática.

En segundo lugar, abordaremos lo que Paolo Gerbaudo entiende como «neo-estatismo»: una suerte de meta-ideología que sintetiza el neoliberalismo y su inversión o reverso populista. El neo-estatismo estaría llamado a convertirse, según el autor, en el nuevo paradigma hegemónico postneoliberal.

Por último, introduciremos algunos matices a la argumentación de Gerbaudo y concluiremos que el neo-estatismo emergente puede coexistir (y, de hecho, lo está haciendo) tanto con un neoliberalismo moribundo y autoritario —que algunos autores han denominado «necroliberalismo»— como con un momento populista que no acaba de cerrarse.

El momento populista y su declinación en clave emancipadora

En su libro Por un populismo de izquierdas (2018), Chantal Mouffe defiende la radicalización de la democracia liberal a través de la construcción de un pueblo. Esta estrategia se centra en el «momento populista» que se abrió en los años posteriores a la crisis de 2008 y tiene como fin la superación del neoliberalismo[1].

En el libro Construir pueblo. Hegemonía y radicalización de la democracia publicado en 2015 junto con Errejón, Mouffe sostiene que la situación populista surge de una profunda crisis del sistema de representación, producida por «la multiplicación de demandas que no encuentran expresión por los cauces políticos tradicionales»[2]. La autora identifica dos razones principales para que se produzca dicha situación populista: la primera es el llamado «consenso al centro» que tuvo lugar en la mayoría de los países de la Europa Occidental durante los años 1990 y 2000, por el cual no existían diferencias notables entre los programas de los partidos de centro-izquierda y centro-derecha. Este hecho provocó que los ciudadanos se sintieran excluidos por las élites en el poder. El segundo motivo tiene que ver, según Mouffe, con las nuevas formas de subordinación ligadas al desarrollo del capitalismo financiero globalizado, que ha generado una serie de resistencias difíciles de canalizar a través de las instituciones existentes[3].

Una vez hemos mencionado los factores que, según Mouffe, favorecen la apertura de un momento populista, pasamos a abordar muy brevemente la tarea de construir un pueblo. Para ello, la autora entiende la política en términos agonísticos, reconociendo su dimensión conflictiva y la importancia de trazar una frontera interna entre un «nosotros» y un «ellos». Este «ellos», ya sea bajo el nombre de casta, oligarquía o 1%, funciona como un «afuera constitutivo» en la medida en que su designación como adversario resulta necesaria para la construcción discursiva del sujeto «pueblo».[4]

En el marco de esta tarea, Mouffe considera que el reconocimiento y la movilización de los afectos juega un papel fundamental. Desde su perspectiva, «la falta de comprensión de esta dimensión es una de las razones por las cuales la izquierda, encerrada en un marco racionalista, habría sido incapaz de captar la dinámica de la política»[5].

El neo-estatismo emergente: ¿el final del momento populista?

En su último libro titulado The Great Recoil: Politics after Populism and Pandemic (2021), Paolo Gerbaudo argumenta que el momento populista que se abrió tras la crisis de 2008 «puede estar desvaneciéndose, dando paso a una fase post-populista» y añade que «en un momento en el que el populismo parece haber llegado a un punto de saturación, este concepto por sí solo ya no es suficiente para captar la lógica subyacente de la política contemporánea»[6].

Sin embargo, Gerbaudo aclara que «estas tendencias no marcan el ‘fin del populismo’ en ningún sentido absoluto», ya que, según el autor, «el populismo es una característica perenne de las democracias de masas»[7].

El esquema de interpretación que Gerbaudo utiliza para analizar la política contemporánea parte de la tríada hegeliana de tesis, antítesis y síntesis: el neoliberalismo, que ha sido hegemónico desde la década de 1990 hasta la crisis de 2008, correspondería a la tesis; el populismo en tanto que fenómeno político por excelencia de la década de 2010 constituiría la antítesis neoliberal y, en tercer lugar, el neo-estatismo emergente a partir de la pandemia de covid-19, que Gerbaudo interpreta como síntesis de los dos anteriores.

Para autor italiano, el populismo es la inversión o reverso del neoliberalismo. Este carácter negativo es precisamente el límite aparente del populismo: el hecho de que, según el autor, «se detiene en el nivel de la contestación contracultural, en lugar de asumir el desafío de construir un proyecto verdaderamente contrahegemónico»[8].

Profundizando en esta idea y alejándose de la que considera como una teoría excesivamente formal del populismo (la de Ernesto Laclau), Gerbaudo llega a la conclusión de que el horizonte discursivo del momento neo-estatista viene definido por la tríada formada por la soberanía, el control y la protección, que serían algo así como «significantes maestros»[9] de nuestra época. No obstante, el autor no considera estos términos como «significantes vacíos», sino que están inscritos en la historia intelectual y en la teoría política.

¿Hacia un mundo post-neoliberal? Patriotismo democrático y populismo de izquierda para un momento neo-estatista

Una vez hemos examinado las ideas de ambos autores, no queremos dejar de enfatizar —por obvio que pueda parecer— que ni el patriotismo democrático que defiende Gerbaudo ni el populismo de izquierda de Mouffe son las únicas articulaciones políticas posibles en el actual declive de la hegemonía neoliberal. Al contrario, y tal y como hemos presenciado en los últimos años, tanto el populismo como el neo-estatismo se manifiestan a través de expresiones políticas reaccionarias y de extrema derecha.

En este sentido, Gerbaudo señala que «si bien el neo-estatismo post-neoliberal parece ofrecer una ventana de oportunidad para políticas socialistas, la situación actual se comprende mejor como un nuevo campo de batalla político e ideológico en el que la derecha nacionalista y la izquierda socialista luchan por definir el mundo post-neoliberal»[10]. A su vez, el autor advierte a la izquierda del peligro que representa caer en el extremo opuesto de la «estatofobia», a saber, la «estatolatría» entendida como «el culto al Estado en tanto que actor infalible»[11].

Teniendo esto en cuenta, Gerbaudo apuesta por un proyecto político basado en un patriotismo democrático que asuma que «la democracia es siempre patriótica, porque, por definición, es el poder de un demos particular que habita un territorio específico e implica un sentido de pertenencia y orgullo por parte de sus miembros”[12]. Este énfasis tanto en la especificidad históricas de las distintas democracias como en la importancia política de los afectos acerca nuevamente el patriotismo democrático de Gerbaudo al populismo de izquierda de Mouffe.

Dos reflexiones en torno al análisis de Gerbaudo sobre el «neo-estatismo»

A continuación, introduciremos un par de comentarios al análisis de Gerbaudo sobre el neo-estatismo. Antes de nada, queremos aclarar que dichos comentarios no son tanto objeciones como matizaciones a la visión del autor sobre el momento político actual.

A diferencia de Gerbaudo, quien considera al neoliberalismo, al populismo y al neo-estatismo como tres fenómenos diferenciados, pero dialécticamente interrelacionados que han sido —o podrían ser— hegemónicos en distintos períodos de tiempo —durante las décadas de 1990-2008, 2010 y 2020 respectivamente—, en el momento presente identificamos una superposición entre los tres. Esto es, asistimos a una recomposición histórica con elementos propios de un neoliberalismo languideciente, pero con un potencial destructivo a nivel social, económico y ecológico considerable; a un populismo en transformación tras el fin de la fase de impugnación y la pandemia de COVID-19; y a un neo-estatismo emergente que podría convertirse en el nuevo paradigma hegemónico en el futuro próximo.

Más concretamente, podemos afirmar que la crisis de representación que comenzó hace más de una década se ha cerrado en falso y la brecha entre las élites y el pueblo —y entre unas facciones de las élites y otras— sigue aumentándose, agravando así el descontento entre cada vez más sectores de la población. Una de las razones es que, como afirmaba Mouffe, las demandas de la ciudadanía cada vez tienen más dificultades para encajar en los canales institucionales tradicionales. Si a lo anterior le sumamos la crisis económica provocada por la concatenación de una pandemia y una guerra, la creciente relevancia de los «hiperliderazgos» en la política actual y las transformaciones que están sufriendo la forma partido, nos encontramos con el cóctel idóneo para que sigan emergiendo populismos de todos los signos (izquierda, derecha y tecnocrático-centrista).

Un segundo interrogante que planteamos al análisis discursivo de Gerbaudo sobre el neo-estatismo tiene que ver con el hecho de que, desde nuestra perspectiva, «soberanía», «protección» y «control» sí pueden interpretarse como «significantes vacíos»: el propio autor admite que estos tres términos pueden articularse políticamente tanto desde coordenadas progresistas como reaccionarias. El simple hecho de que el autor hable de «proteccionismo propietario» y «socialismo protector» demuestra que estos tres significantes pueden ser utilizados desde enfoques ideológicos distintos e incluso opuestos. Vemos, pues, que soberanía, protección y control se resisten a adquirir un significado evidente y unitario y, en cambio, se definen más bien por su carácter abierto y objeto de disputa.

Conclusión

A modo de broche final, concluimos retomando nuestra pregunta inicial, a la que podemos responder reafirmando nuestra tesis según la cual el neo-estatismo que está emergiendo tras la pandemia y que está condicionando enormemente el margen de actuación de la práctica totalidad de los gobiernos, no supone el fin del momento populista, ni sepulta definitivamente al neoliberalismo que, aunque moribundo, sigue generando destrucción en todas las esferas de la vida.

Por ello, resulta más urgente que nunca profundizar en la construcción de un proyecto político emancipador que, ofreciendo un horizonte común de profundización democrática para amplias capas de la ciudadanía, represente una alternativa atractiva y no meramente defensiva a la salida reaccionaria del actual momento populista con características neo-estatistas.


[1] Chantal Mouffe, For a left populism (London & New York: Verso, 2018), 12–19. 

[2] Íñigo Errejón and Chantal Mouffe, Construir Pueblo (Barcelona: Icaria, 2015), 88. 

[3] Errejón and Mouffe, Construir pueblo, 88–89.

[4] Mouffe, For a left populism, 63. 

[5] Ibíd., 72.

[6] Gerbaudo, The Great Recoil, cap. I. 

[7] Ibíd.

[8] Gerbaudo, The Great Recoil, cap. I. 

[9] Ibíd.

[10] Gerbaudo, The Great Recoil, cap. VIII. 

[11] Ibíd.

[12] Ibíd.


Bibliografía

Errejón, I. y Mouffe, C. (2015). Construir Pueblo: Hegemonía y radicalización de la democracia. Barcelona: Icaria.

Gerbaudo, P. (2021). The great recoil: Politics after populism and pandemic. London & New York: Verso.

Mouffe, C. (2018). For a left populism. London & New York: Verso.