Por Iago Moreno

 

Hay 3 valores fundamentales que recorren con fuerza nuestras ideas. El primero, que estamos cansadas ver como venden nuestro futuro y entregan nuestra democracia al poder de unos pocos. El segundo, el que porque amamos a nuestra gente y soñamos con un país de países a su altura, no estamos dispuestas a dejar caer esta indignación en una resignación apática, y por eso queremos dar un paso adelante para cambiar las cosas. A todo esto se le suma un tercero, que es que pensamos que este paso no puede darse por los cauces tradicionales, que ya no vale repetir las fórmulas de siempre. ¿Pero qué implica todo esto a la hora de pensar para qué estamos aquí?

 

RADICALIDAD

 

En primer lugar, implica una forma de entender porqué luchamos distinta a la de otra gente. Nosotras luchamos no por una idea abstracta, ni por la honra de una etiqueta o una bandera de colores. Luchamos por transformar la realidad, por cambiar este país para devolver a nuestra gente lo que siempre le han negado. Porque creemos eso que decía Castelao de que la única radicalidad posible es la de luchar por hacer las ideas hechos y los sueños realidades. Y eso, que parecería un matiz para algunos, tiene implicaciones muy claras. Creo que nosotras entendemos muy bien que haya gente que piense que la radicalidad es una cuestión de cuanto subes el tono cuando hablas, de qué poster cuelgas en tu cuarto o cuantas veces has pasear tal o cual texto clásico bajo el brazo delante de tus amigos. Para nosotras es algo más serio. Es el poder que tienes para transformar la realidad y la voluntad de ganarlo. Es la capacidad que tienes de ilusionar y mover a la gente para dar un paso al frente e intentar, en serio, darle la vuelta a las cosas.

 

MILITANCIA

 

En segundo lugar, implica que porque asumimos un compromiso con cambiar las cosas, estimamos y valoramos la importancia de la militancia como un esfuerzo fundamental para traer el país que soñamos. Que sabemos que cuando militamos, estamos fraguando herramientas y espacios para la sublevación de los comunes, para la rebelión de los más. Estamos sembrando posibilidad de futuro bajo nuestros pies, engrasando la maquinaria que necesitamos poner en marcha en esta revuelta contra las vidas vacías y tristes a las que nos castigan, contra ese mañana apagado y conjugado en singular que pregonan desde arriba y que nos deja fuera. Que entendemos que esto no es una cuestión de “cumplir con el cacho que a cada uno le toca”, sino una tarea común por despertar la ilusión de esa posibilidad de cambio, de ruptura. Pero no solo eso: también implica otra forma de entender la militancia, que no se recluye en los esquemas clásicos, sino que intenta desbordarlos y repensarlos. Esa que se dice: si la militancia es el trabajo cotidiano de quien no se rinde, si la militancia es el trabajo por dar cauce a las ganas de cambiarlo todo, de organizar la revuelta, de construir la ruptura, entonces militar es algo que debe hacerse en cada espacio que nos acerca a ello. Desde las aulas a los conflictos laborales de nuevo tipo, desde las revistas y los fanzines a las redes sociales o las radios on-line, desde el spray hasta el teclado, desde las manifestaciones hasta el orgullo diario. Desde cada victoria, cada logro hasta cada día cansado, cada decepción por no haber podido estar a la altura. Porque incluso esa no puede explicarse sin los valores que cargan de sentido nuestros esfuerzos.

 

ESTUDIO

 

Y en tercer lugar, a nuestro compromiso emotivo y pasional con la emancipación de nuestra gente le sigue un compromiso crítico, lúcido; una voluntad constante de repensar las formas en las que otros han intentado emprender la tarea que ahora nosotras nos proponemos, y que nos sujeta a una honestidad intelectual irrenunciable: poner siempre por delante a nuestro pueblo frente a la comodidad de la reflexión de salón y del dogmatismo pedante. Ponemos nuestras mejores reflexiones al servicio de nuestro país y nuestra gente, entendiendo que no son fines en sí mismas, sino que serán útiles en tanto que seamos capaces de traducirlas a nuevas formas de intervenir en nuestra realidad concreta y cercana. Por eso cada una de las militantes del movimiento asume una responsabilidad personal apasionante, el estudio como tarea para comprender la realidad de maneras progresivamente más útiles para la liberación de nuestro pueblo, debatiéndolas en común, horizontalmente, entendiendo que sólo de forma colectiva podemos sacarle todo el partido a nuestros esfuerzos individuales por pensar la realidad. Las ideas no son objetos de adorno ni patrimonio personal de nadie, sino herramientas de propiedad común que sólo funcionan cuando son engrasadas por varios pares de manos. Aprendamos a manejar estas herramientas, conjugando la capacidad de indignarnos ante la injusticia con la de estudiar sus bases para subvertirlas.

 

COMPROMISO

 

Hay otra razón por la que esos 3 valores compartidos nos hacen ver de forma distinta las cosas. Y es la fuerza de nuestro amor por los nuestros, por nuestra gente. Ese cariño por lo propio, por lo de los más, que nos hace estimar el valor de lo común. Que nos hace admirar y apreciar más la fuerza de la gente de este país de países. Que nos lleva a preguntarnos qué sería de nuestro presente si quienes antes estuvieron en nuestro lugar no se hubiesen rebelado por la justicia, por la dignidad de los suyos y por la libertad de todos.

 

El país de los pueblos valientes, el de las gentes en pie, el que pide “tierra y libertad” en sus himnos. La que como el 2 de Mayo, no se deja dominar: la España rebelde. La que no se arrodilla ante la tiranía, la de torrijos, la de los comuneros, la de los indignados. La España Insumisa, como Fermín Galán. Esa que salió frenar el atraso y el terror en los años de la guerra. El que resistió a las fuerzas Nazis y Fascistas de Hitler y Mussolini. Aquí, cuando vinieron a hacerle el trabajo sucio a Franco y a usarnos de campo de entrenamiento para su gran guerra, pero también en Francia, con La Nueve liberando parís con la cabeza alta. La de Aida de La Fuente y la Dinamitera, de Federica Montseny y Marina Ginestà. La España que habló decenas de lenguas y nunca la entendieron en su congreso. La que resistió a la dictadura cuidando los sueños de libertad que intentaron exiliar, la que brillaba cada vez que un exiliado pensaba en su tierra. La España perdida que echó raíces allí donde le tocó. Esa que después volvió sin haberse ido. La que tuvo que aguantar el teatrillo de los de arriba una vez más en la transición y en estos últimos 40 años más perdidos. Esa que aún así no se rindió.

 

Ese país de esfuerzos heroicos pero invisibles, que no salen en los libros de textos ni en las historias oficiales. El de cada trabajador que se dejó la piel en las huelgas que durante la Transición hicieron nuestro país el mayor foco de conflictividad de clase de toda Europa. El de todas las personas que lucharon por la amnistía. La de las familias reencontrándose, no en los pregones vacíos, sino en las estaciones de tren tras tanto tiempo esperando para poder volver. La que aguardó tanto para recibir tan poco, y la que aún así nunca se rindió. La fuerza de esa España de países dignos que cuidaron su lengua y su cultura de las garras de la larga noche del franquismo. Las que seguían cantando, soñando, besando, escribiendo en la lengua de sus abuelos. Esa que nunca olvidó que nuestros mayores no lucharon por una bandera o por 3 colores, que lucharon por su gente y por su futuro. Esa España humilde pero orgullosa, que siempre sonrió al recordar que tiene una historia de luchadoras incansables, poetas comprometidos, trabajadores en pie, mujeres valientes. Ese es el país que no olvidamos, que no vamos a dejar que nos roben. El que llevan las estudiantes que defienden la educación de sus asaltos, las trabajadoras de la sanidad que defienden un país para todas, el de los jornaleros que defienden sus derechos, el de las abuelas y los abuelos que al besar a sus nietos y a sus nietas piensan: esta vez puede ser .