Por Roc Solà y Jaume Montés

 

“El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer.
Y en ese claroscuro surgen los monstruos.”

Antonio Gramsci

“Existen muchas “cuestiones” de los jóvenes. Dos me parecen de especial importancia: 1) La generación “vieja” cumple siempre con la educación de los “jóvenes”; habrá conflicto, discordia, etc., pero se trata de fenómenos superficiales, inherentes a toda obra educativa y de contención, a menos que se trate de interferencias de clase, es decir, que los “jóvenes” (o una parte sustancial de ellos) de la clase dirigente (entendida en el sentido más amplio, no sólo económico, sino también político-moral) se rebelen y pasen a la clase progresiva, que se ha hecho históricamente capaz de tomar el poder; […].”

Antonio Gramsci

 

Antonio Navalón se pregunta en el último escrito que ha publicado en El País si “vale la pena construir un discurso para aquellos que no tienen la función de escuchar”, es decir, los millennials. Se trata de un nuevo artículo (y ya van unos cuantos) en contra del supuesto desinterés por parte de los jóvenes de la vida pública, más preocupados por la cantidad de likes y seguidores en las redes sociales que del devenir del mundo. Según el articulista, no hay constancia de que nosotros, los jóvenes, hayamos nacido y crecido con los valores de civismo y responsabilidad y, dejando de lado nuestras preferencias tecnológicas, tampoco parece ser que mostremos ningún tipo de inquietud política o social. En otras palabras, la indiferencia ante el pasado y el presente es lo que mejor nos caracteriza, creernos con todos los derechos pero sin ninguna obligación. De hecho, Navalón nos desafía a que le digamos alguna idea millennial más allá de filtros de Instagram, aplicaciones para el móvil o vídeos de YouTube, nos retraer la alta abstención en las últimas elecciones mexicanas o el ascenso de Trump a la Presidencia de los Estados Unidos y, no suficientemente contento, se cuestiona si “vale la pena dar un paso más en la antropología y encontrar el eslabón perdido entre el millennial y el ser humano”.

Querido Antonio, tenemos que decirte que, desde tu respetable posición como articulista de El País, no has entendido nada. No entiendes que nosotros, los jóvenes, viviremos en un mundo que vosotros, seres humanos llenos de civismo y respeto, habéis destruido. No entiendes que nosotros, los jóvenes, somos el motor del cambio que ha apostado por la transformación social a villas, barrios y ciudades, mientras que vosotros, personas con grandes inquietudes políticas y sociales, habéis perpetuado un modelo que ya hace tiempo que se ha demostrado caduco. No entiendes que nosotros, los jóvenes, vemos normales el aborto, el matrimonio homosexual o la libertad sexual, derechos que vosotros, que no pertenecéis a esta generación, intentáis constantemente reprimir. En definitiva, no entiendes que mientras vosotros votáis a Trump o sois la causa de la desafección política que impregna la sociedad actual, nosotros nos indignamos y defendemos nuestro país.

Así pues, en vez de escribir preciosas columnas a El País con aires de pseudointelectual, haz el favor de preguntarte qué pasa para que haya una brecha generacional tan grande entre vosotros, retrógrados, y nosotros, los jóvenes. Y sí, como buenos millennials que somos, publicamos nuestras críticas en Facebook, Twitter o revistas que editamos de forma muy precaria, ya que entendemos que Internet nos da mucha más difusión que tus columnas periodísticas que nadie lee. Sin embargo, que cualquiera tenga un perfil en redes sociales no lo convierte en algo inferior al ser humano, por mucho que te empeñes en tratar de encontrar el “eslabón perdido” entre el millennial y la persona, principalmente porque tú también tienes una cuenta en los Instagram, Facebook y Twitter que tanto criticas. Al fin y al cabo, nosotros, los jóvenes, parece que somos mucho más respetuosos y cívicos que vosotros, pues en otra época posiblemente ya te hubieran metido un piolet en la cabeza.

En su artículo, además, Navalón dice, textualmente, “que sepan [los jóvenes] que el resto del mundo no está obligado a mantenerlos simplemente porque vivieron y fueron parte de la transición con la que llegó este siglo del conocimiento”. Más allá de obviar el modelo de país con el que nos hemos encontrado, que nos relega al más del 40% de paro juvenil, por decirlo simple y llanamente, de esta frase se trasluce algo que va más allá del desprecio moralizante de un viejo que no tiene ninguna capacidad ya de educar a los jóvenes. Cuando Navalón habla de “la transición con la que llegó este siglo del conocimiento”, habla desde un determinismo tecnológico que no considera que se necesiten cambios políticos importantes para maximizar la utilidad social de la tecnología. Y, en segundo lugar, por ponerlo en palabras de César Rendueles, considera que la tecnología es una fuente automática de transformaciones sociales liberadoras. De hecho, más que de determinismo tecnológico, habría que hablar de fetichismo tecnológico o, dado que la mayor parte de esa ideología se desarrolla en el terreno de las tecnologías de la comunicación, de ciberfetichismo.

Te contestaba Pablo Padilla que habéis sido vosotros quienes habéis roto el pacto intergeneracional. Habéis sido vosotros los responsables del modelo de la sociedad del pelotazo, de la precarización de los puestos de trabajo, del recorte en becas, del encarecimiento del precio de la vivienda, de la falta de empleo, de que tengamos una tasa de paro juvenil superior al 40% o de que más de dos millones de jóvenes hayan tenido que exiliarse a otros países. Sin ir más lejos, el mismísimo ex Conseller d’Empresa i Ocupació, Francesc Xavier Mena, aconsejaba a la juventud catalana que tomáramos el primer vuelo a Londres para ponernos a servir cafés.

Después del revuelo que causó la publicación del artículo, Navalón se disculpó por (qué sorpresa) Twitter y, en resumen, reconoció que se había equivocado al generalizar, se congratulaba del nivel de debate y alentaba a que los jóvenes tomáramos rápido el poder para solucionar los desastres que nos deja su generación. Agradecemos sus disculpas, pero que sepan que continuaremos luchando por el cambio que ya estamos abanderando; tan solo hay que ver qué votamos en las últimas elecciones británicas, francesas y españolas. Cansados de trabajos precarios, es hora de alzar la voz para que los que no quieren ver ni oír nos escuchen con más fuerza que nunca.