Nosotras, Andalucía

Por Isabel Serrano Durán.

 

                La historia del pueblo andaluz es la de un pueblo castigado por unos señoritos, que utilizando sus políticas caciquiles, sometían a unos jornaleros que trabajaban de sol a sol por llevarse un trozo de pan a la boca. A pesar de ser un pueblo luchador, siempre han denigrado y desprestigiando todo lo que brotaba de nuestras tierras. Este tratamiento al que hemos estado sometidos durante siglos se justifica entorno a unos tópicos y prejuicios que intentan aducir el atraso económico provocado por la difamación de todos aquellos que nos veían únicamente como un lugar de “risas y panderetas”, de siestas, pereza y analfabetos.

                Sin embargo, estos tópicos interesados, nada tienen que ver con la verdadera Andalucía, la Andalucía que conozco, la de mis padres y abuelos. La Andalucía que ruge y lucha por su futuro, la que no se deja pisotear. Para apreciar esto, tan solo hay que observar el desarrollo histórico-social, tanto de las ciudades y pueblos andaluces, para ver cual es el verdadero valor de esta tierra rica y expoliada.

                En la caricatura creada de lo que somos, con su imagen interesada y distorsionada de la realidad, nos encontramos con la idea que atormenta a cada andaluz donde quiera que vaya: la vagancia. Pensar en Andalucía es pensar en personas sin ganas de trabajar, sin motivación, sin ganas de emprender o estudiar. La palabra siesta y andaluz, muchas veces van juntas. Pero, sin embargo, la historia de Andalucía está escrita con el sudor del trabajo de los jornaleros, sometidos a “señoritos” que paseaban a caballo por sus latifundios robando el fruto de nuestras manos. Miles de andaluces y andaluzas, cuándo nuestra tierra no les brindaba las oportunidades que necesitaban, tuvieron que hacer las maletas y marchar. Nuestro pueblo ha sufrido, tanto o más que el resto de España, el fenómeno de la emigración. ¿Qué sería de Cataluña sin el esfuerzo de tantos obreros que tuvieron que marchar para allá? En cambio tenemos que aguantar como Artur Mas realiza declaraciones desprestigiando al pueblo andaluz.

                Mas en sus declaraciones afirmaba que “allí hablan en castellano, efectivamente, pero a veces no se les entiende”. Con esto ponemos en relevancia el segundo tópico que persiste en el ideal andaluz: la incultura. El acento andaluz se asocia a la ignorancia, al “no saber hablar” que tanto nos echan en cara. Pero, realmente, nuestro “dialecto” es el más rico y evolucionado, pues, si tenemos en cuenta el desarrollo y el progreso del lenguaje, éste siempre tiende a la economía lingüística. Además, el andaluz cuenta con más vocales, con un vocabulario más rico debido al intercambio de culturas que a nivel histórico se ha dado en nuestras tierras y muchas veces, con menos palabras, somos capaces de decir lo mismo. Muchas veces, las tasas de abandono escolar son utilizadas como ejemplo de incultura. Sin embargo, nadie pone el foco de atención en la precarización de la educación andaluza, en las clases masificadas, en la falta de presupuestos, los recortes de profesorado o las aulas con materiales obsoleto. Disociar el abandono escolar con la falta de recursos en la educación pública es esconder que son ellos quienes frenan el futuro de nosotros, los jóvenes; imposibilitando el crecimiento de una Andalucía donde haya hueco para la cultura, investigación, educación y el saber.  Del mismo modo nos hablan de que no apreciamos la cultura. Esto tan solo puede afirmarlo aquel que ignora la pasión con la que nuestro pueblo ha sentido, y siente, el arte. ¿Qué sería de España sin los versos de Machado, Lorca o Alberti; sin el llanto de reivindicación que cada febrero se disfraza de carnaval; sin la voz de Morente, Camarón o el punteo de Paco de Lucía, sin la filosofía de Zambrano o los lienzos de Picasso o Velázquez, entre otros? Grandes personajes que llevaron a Andalucía por bandera, demostrando que la cultura y el arte se escriben con A de Andalucía.

                El tercer, pero no último tópico, que acecha a los andaluces es la sumisión. Cierto es que tiempo atrás tuvimos que agachar la cabeza y seguir trabajando cuando pasaban los señoritos por nuestro lado. Y cierto es, también, que seguimos tolerando las políticas de Susana Díaz. Esas que producen un estancamiento de nuestro futuro, a pesar de ser una tierra rica, formada por gente humilde y trabajadora; pero, a pesar de ello, no nos dejan labrarnos un mañana propio ni ser protagonistas de nuestro presente. Sin embargo, las calles de Andalucía, se pintan de blanco cuando la “marea blanca” sale a la calle exigiendo un mayor desarrollo de la sanidad andaluza, que no se cierren hospitales o que se mejoren las condiciones de los trabajadores en sanidad. Estas mismas calles se pintan de verde cuando toda la comunidad educativa sale a exigir más presupuestos en educación, la bajada de la ratio, que no se clausuren escuelas rurales o el aumento de las becas para que todas y todos los andaluces tengan acceso a una educación pública, gratuita y de calidad. No solo tenemos que agarrarnos al presente más inmediato para ver ejemplos donde el pueblo andaluz luchó por sus intereses. Basta con tornar la mirada a lo que significó para Andalucía y el resto de pueblos de España un 4 de diciembre de 1977. Ese día luchamos en contra de unos estatutos de autonomía que nos relegaban a una comunidad de segunda sin tener en cuenta nuestro recorrido histórico en las luchas autonomistas, intentando robar nuestra identidad. Esa mañana de invierno del 77, cerca de dos millones de andaluces tomaron las calles de todo el país para exigir los derechos que nos negaban, derrumbando el mito de que el pueblo andaluz no tenía un sentimiento diferenciador, ni intención de tener unas instituciones políticas propias, ni espíritu, fuerza o ganas de luchar por su propio futuro. Ese domingo de diciembre Andalucía se reafirmaba como tal, luchando por sí y para sí; caminando sin miedo a perder, sabiendo que lo que se podía ganar era muchísimo más. Esta fuerza, ilusión y lucha con la que gritaron nuestros padres y madres sigue vigente, sin olvidar esos días donde la bandera blanca y verde decoraba los balcones.

                En conclusión, Andalucía es un pueblo construido por el sudor de sus trabajadores, los versos de sus artistas y las luchas de su gente. Nuestra tierra sigue construyéndose, fijando sus intereses. Nosotros y nosotras, las jóvenes, debemos seguir haciendo crecer nuestra tierra, convirtiéndola en el lugar que queramos. Construir, así, una Andalucía donde quedarse. Construir una Andalucía orgullosa de nuestro acento, de nuestras tradiciones y nuestro arte. Una Andalucía de nosotras y para nosotras. Cada vez que suena el himno andaluz, con orgullo lo cantamos, lo sentimos y vibramos. “¡Andaluces, levantaos!” y seguimos en pie, como en aquel 4D, exigiendo lo que es nuestro; reivindicando la verdadera Andalucía, la que merecemos, la real, la de la gente, la que día a día seguimos construyendo todos y todas desde abajo. Porque Andalucía somos nosotras, porque nosotras, somos Andalucía. La Andalucía que queremos, siendo lo que somos; sabiendo que somos, porque fuimos.