Modernidad capitalista y fundamentalismos

Por Albert Castañé

Entre los hilos que deja la bipolaridad política de la Guerra Fría, el triunfo de Estados Unidos, del capitalismo y de las democracias liberales como representantes universales (aparentemente) de progreso, junto con la posterior globalización (o lo que es lo mismo, mayor imposición del Norte sobre el Sur) y lo que parece ser una crisis evidente de la misma. Es ahí donde nos encontramos hoy. Un mundo en el que el conflicto social y la guerra hacen tambalear el proyecto del fin de la historia: el águila calva no parece gobernar lo que antes, como un demiurgo, organizó.

Conflicto social, por una parte, en referencia al auge del populismo como forma de hacer política, hecho que muestra la putrefacción de los sistemas democráticos occidentales. En clave zizekiana, a la “post-política” europea del consenso, de la Tercera Vía socialdemócrata, del “final” de la lucha de clases, le sucede la “ultra-política” (para Žižek, de extrema derecha) populista, del “nosotros” contra “ellos”, de la ruptura y de un supuesto anti-establishment.

Guerra por otra, con los conflictos militares en Sira e Irak, en Ucrania, las intervenciones en Libia o en Yemen, o en otros territorios que no parecen interesar tanto al ojo público, como el caso de la República Centroafricana, país que está sumido en una guerra civil desde el 2012 y en las que se disputaban bélicamente, más allá de problemáticas religiosas del asunto, intereses imperialistas entre Francia y China.

Aunque dominantes años atrás (la URSS y el mundo socialista estaban en absoluta decadencia mucho antes de su total defunción), los EEUU se embarcaron en una ofensiva política internacional tras la caída del bloque soviético. La Guerra del Golfo en los 90 no fue más que la revelación del “Nuevo orden mundial” (Chomsky) que se avecinaba. Y la antigua muralla europea con la que se protegía la Unión Soviética (Rusia), se convirtió en una punta de lanza de la OTAN. Parecía que duraría.

Parecía. A día de hoy, la unipolaridad imperial no parece estar nada clara: el auge los BRICS, el papel de Rusia en Oriente Medio y Europa, la proyección cada vez más global de China, la progresiva deterioración de la Unión Europea, son factores que señalan las crecientes y posibles contradicciones inter-burguesas, inter-imperialistas. Contradicciones que podrían derivar en conflictos de mayor gravedad, haciéndonos pagar, como siempre, a nosotros, los pobres. La incertidumbre por lo que ocurrirá mañana es, pues, norma.

En lo que sigue de artículo, y para vincularlo con la creciente extrema derecha en Europa, voy a intentar esbozar el auge del ISIS en Siria e Irak, intentando situar el integrismo islámico como la ideología política que es, ignorando las caricaturizaciones que se dan: por una parte, la que sitúa a sus militantes como simples bárbaros o descerebrados, y por otra la que relega al fundamentalismo como una mera invención extranjera, estadounidense o de las monarquías del Golfo, por ejemplo. Para ello, me baso en el ensayo “From Paper State to Caliphate: The Ideology of the Islamic State” (Brookings), de Cole Bunzel. Analizaré también otros casos que pueden tener paralelismos  al de los fundamentalistas islámicos.

El texto de Brunzel nos expone los orígenes tanto fundamentalismo y el salafismo, del surgimiento del DAESH y su expansión, así como los diversos corpus ideológicos de las diferentes ramas existentes en dicho proyecto.

Siguiendo lo que se explica en el libro se deduce que el fundamentalismo tiene origen en la entrada de la modernidad capitalista en el mundo árabe (junto con la caída del Imperio Otomano, cuyo Sultán hacía el papel de Califa del Islam). Así, en el Egipto de 1920 (controlado por el Imperio Británico), nacen los Hermanos Musulmanes, organización que veía la entrada de los occidentales como un problema flagrante, como causantes de la decadencia de la vida religiosa y tradicional de todo el mundo islámico. Más allá de ser una reacción al imperialismo en sí, la forma que adopta bien se podría leer como una reacción romántica al capitalismo, como una aspiración a volver a “los viejos y buenos tiempos”. Citando a los fundadores del socialismo científico, Marx y Engels, en el Manifiesto Comunista:

“Dondequiera que ha conquistado el Poder, la burguesía ha destruido las relaciones feudales, patriarcales, idílicas. Las abigarradas ligaduras feudales que ataban al hombre a «sus superiores naturales» las ha desgarrado sin piedad para no dejar subsistir otro vínculo entre hombres que el frío interés, el cruel «pago al contado». Ha ahogado el sagrado éxtasis del fervor religioso, el entusiasmo caballeresco y el sentimentalismo del pequeño burgués en las aguas heladas del cálculo egoísta.” Y también: “La burguesía ha desgarrado el velo de emocionante sentimentalismo que encubría las relaciones familiares, y las redujo a simples relaciones de dinero.”

El nacimiento de DAESH por su parte se remonta a un división interna en Al-Qaeda, entre los sectores más radicales del salafismo (tendencia del islam que fundamenta el sistema ideológico del integrismo), pues pregonaban la necesidad de crear un “Estado Islámico en Siria e Irak para enfrentarse a Estados Unidos y a Occidente”, a diferencia de los sectores que defendían el terrorismo individual y, si se permite la expresión, seguían una actitud más “pragmática” con respecto a sus objetivos (en esencia similares a los de DAESH). El ISIS no nace o aparece misteriosamente en 2011 como se suele creer, sino que tiene antecedentes previos y ya en 2006 intentaron crear, de manera infructuosa, dicho Estado en Irak. De manera infructuosa, puesto que el líder del momento morirá en un bombardeo estadounidense y las diversas facciones yihadistas que operaban en el país no se unificaron, diluyendo la iniciativa.

En cuanto al salafismo, es la vertiente más ortodoxa del Islam: los mayores enemigos del Islam no son tanto los occidentales o los europeos, sino los chiitas (algo llevado al extremo por el DAESH en divergencia con Al-Qaeda, más tolerante en este aspecto); que es una misión histórica e universal implantar la “Sharia” (ley universal), que la democracia es una herejía, etc. Sobre la obstinación sectaria con los chiitas, uno de los pretextos que tuvieron los fundamentalistas ya en 2006 es que Irán quería extender su influencia en Irak y Siria, y que por eso los suniitas de dichos países tenían que levantarse contra el chiismo (y, curiosamente, hoy los chiitas gobiernan en Irak).

¿Por qué irrumpe pues el ISIS en la tierra de “Sham” (Irak y Siria) a partir de 2011? Así como los Hermanos Musulmanes tienen su raison d’être en la presencia imperialista europea en el mundo árabe, así el DAESH gana fuerza por las intervenciones estadounidenses en Oriente Medio. Ante el vacío de poder que hay en Irak, la destrucción y las atrocidades cometidas en dicho país, junto con la guerra civil en Siria y la progresiva degradación del nivel de vida allí, los fundamentalistas tienen las puertas abiertas para acumular poder y militantes. Y es que de forma muy resumida, se puede interpretar que el Estado Islámico representa una alternativa para muchos musulmanes que viven en condiciones precarias, tanto en los países en guerra como aquí en Europa, de los que han partido muchos combatientes.

En una entrevista de 2014 que Ana Pastor hizo en “El Objetivo” a un simpatizante del ISIS, se revelan las principales causas por las que un musulmán podría concebir el apoyar el salafismo: promesas de un mejor nivel de vida, de progreso económico. Por su parte, el entrevistado también señaló que “[…] este proyecto no se empezó para que se detuviera en ninguna frontera, es un proyecto para todo el mundo, definitivo”. Del panarabismo secular del siglo XX, al proyecto de un gobierno universal de la Sharia.

Habiendo hecho un breve repaso de la génesis del DAESH, ¿qué otros casos de una reacción política de corte religioso encontramos en la historia para con “ellos” (opresores, occidentales, Estados Unidos, etc.)? Más allá de posibles casos en el siglo XX con tintes religiosos que podrían tener similitudes con los fundamentalistas (talibanes en Afganistán combatiendo al gobierno socialista, y financiados por EEUU), nos podemos situar también en China, en el siglo XIX.

En el país asiático se dio una guerra civil que duró 14 años (1850-1864), la llamada Rebelión Taiping. De manera resumida, se trató de un conflicto entre el Imperio Qing, cada vez más aperturista y coaligado con las potencias imperialistas (a las que se subordina desde las Guerras del Opio), y el llamado “Reino Celestial Taiping”, estado que surge en 1851 bajo el mandato de un misionero cristiano llamado Hong Xiuquan. Éste se consideraba un Mesías y hermano menor de Jesucristo. Fue tachado como herético por las principales ramas existentes del cristianismo.

Más allá de la presencia europea y el servilismo de la monarquía a los estados occidentales, una serie de desastres naturales, los crecientes problemas económicos y sociales que hacían menguar la población, y el hecho de que los Qing fueran de una etnia minoritaria en el país, llevaron al auge de este movimiento cristiano, el cual recabó mucho apoyo entre los campesinos pobres del sur.

Dicho proyecto de estado teocrático sacudió todo el país, ocupando amplios territorios en el sur del país, mediante una constante guerra de guerrillas y la movilización masiva de creyentes y seguidores del nuevo “profeta”, con cifras que llegan al medio millón de combatientes. El objetivo era implantar una teocracia cristiana en toda China, expulsando así a los decadentes monarcas Qing y a los imperialistas. Con la posterior intervención de Gran Bretaña y Francia, el suicidio de Xiuquan y la incapacidad del sucesor condenaron a la rebelión al fracaso. Las víctimas de la guerra se cuentan entre los 20 millones.

 

Aparte del caso Taiping, también podría mencionarse la rebelión campesina que dirigía Thomas Müntzer en las Guerras de la Reforma, siglo XVI, cuyo objetivo era el de restaurar la Iglesia, corrompida por los jerarcas eclesiásticos, con el apoyo del pueblo pobre y constituir una sociedad más justa e igualitaria, siguiendo la fe cristiana. Citando a Müntzer, cuyas palabras nos remiten a la idea de la “hipótesis comunista” de Badiou:

“Mira, los señores y los potentados están en el origen de cada usura, de cada apropiación indebida y cada robo; ellos toman de todos lados: de los peces del agua, de las aves del aire, de los árboles de la tierra (Isaías 5,8 – Ayes sobre los malvados). Y luego hacen divulgar entre los pobres el mandamiento de Dios: “No robar”. Pero esto no vale para ellos. Reducen a miseria a todos los hombres, despellejan y despluman a campesinos y artesanos, y a cada ser vivo (Miqueas 3,2-4 – Acusación contra los dirigentes de Israel). Y para ellos, la más pequeña falta justifica el ahorcamiento.”

Evidentemente, las tres situaciones expuestas, aunque tengan nexos que las vinculan, son totalmente distintas por el contexto: el DAESH nace después del siglo XX, después de la Guerra Fría y tras las cenizas del marxismo del pasado Ciclo, mientras que por lo que respecta a la Rebelión Taiping y al anabaptismo, no existía ni el proletariado, ni había surgido el fascismo ni la modernidad burguesa como tal.

A modo de conclusión, con respecto al fundamentalismo islámico, una cita de Walter Benjamin será muy apropiada: “Cada ascenso del fascismo es testigo de una revolución fracasada”. Y es que como ya se ha mencionado, en los países árabes donde ahora tiene presencia el fundamentalismo o movimientos integristas, antes existían gobiernos progresistas, con movimientos populares fuertes, que seguían la estela del panarabismo secular e incluso algunos, como Afganistán, eran directamente socialistas. Además, tanto en Irak como en Siria hubo gobiernos ba’ath, anti-imperialistas y con influencias marxistas.

Ante la decadencia de estos proyectos y la situación de pobreza, opresión e inseguridad en los respectivos países árabes, los salafistas, al igual que los fascistas en su día (ayer, y tal vez hoy) se encuentran con unas masas desheredadas completamente de su ideología a las que envenenar, a las que embaucar. Aunque totalmente opuestos, populistas de extrema derecha y fundamentalistas, parece que a ambos les une la misma raíz: el capitalismo.