Merlina del Giudice (@Mdlgiudice)

Con motivo de su participación en la Escuela de Pensamiento Feminista organizado por la Asamblea Moza d’Asturies (AMA) entrevistamos a Miquel Missè, sociólogo y activista trans. Missé trabaja como consultor y formador independiente en el ámbito de las políticas públicas por la diversidad sexual y de género y la promoción de una cultura trans plural y crítica. Es autor de A la conquista del cuerpo equivocado (2018) y Transexualidades: otras miradas posibles  (2013), publicados ambos por Egales. También ha editado conjuntamente con Gerard Coll-Planas el libro El género desordenado: críticas en torno a la patologización de la transexualidad ( 2010) y junto a Pol Galofre Políticas trans: una antología desde los estudios trans norteamericanos (2015). Charlamos con él sobre la cuestión del cuerpo, la patologización del malestar y la relación entre el movimiento LGBT y el feminismo.

Actualmente hay un un conflicto y tú señalas que no es un problema entre las feministas y la gente trans, sino que es un problema dentro del feminismo. ¿Qué opinas de este conflicto? ¿Cómo se debería abordar?

La forma en la que estamos debatiendo no es constructiva. Tendríamos que ser muy críticos y muy críticas con qué posibilidades y formas de debatir ofrecen las redes. Debemos pensar que no estamos libres de reproducir ciertas dinámicas. ¿Qué cultura del debate y qué posibilidades de crecer en nuestros debates políticos tenemos si nos tratamos como enemigos constantemente?

Yo siempre he sido muy crítico con negar al otro en su totalidad porque tiene un argumento que no comparte contigo. También con esto que está muy presente ahora de la acusación de transfobia a cualquiera que tenga una opinión crítica con la forma de pensar la transexualidad. Es un problema porque la transfobia existe y es una cosa muy grave que hay que combatir. Utilizar la transfobia para muchas expresiones de muchos tipos de cosas al final devalúa el concepto. ¿Puede haber posiciones tránsfobas entre las feministas? Sin duda, pero creo que no hay que  confundir la parte por el todo. Algunas de las feministas que hacen una crítica a las reformas legislativas, a la ley del cambio de mención de sexo y a la forma en que se piensa teóricamente lo trans, no están siendo tránsfobas, no es que sean irrespetuosas con las personas trans, es que no están de acuerdo con algunos marcos teóricos o políticos que se proponen. Para tener una discusión constructiva, tengo que querer escuchar al otro e intentar entender qué me está queriendo decir. Eso pasa por que activistas trans nos sentemos con activistas feministas. No vamos a resolver esto negándole la palabra a todo el mundo, de un lado con transfobia y del otro con misoginia.

Es una guerra de bandos bastante absurda con la que yo no me identifico y que  me parece una caricatura del problema. Se presenta como que hay gente trans contra personas que están dentro del feminismo disputándose algo y, realmente, creo que es mucho más complejo. Es decir, puede haber discursos esencialistas en lo trans que el feminismo tenga que combatir y puede haber discursos tránsfobos en el feminismo que el movimiento trans tenga que combatir, pero hay un lugar intermedio, una tercera vía en la cual se puede encontrar un consenso, que sería pensar lo trans desde una perspectiva feminista. Yo me quedaría con la crítica feminista que dice que la transexualidad tiene que ver con la estructura y no con algo innato y me quedaría con la crítica trans que dice que a pesar de eso las personas tienen agencia y legitimidad para tomar decisiones, aunque sea en un marco en el que efectivamente hay una lógica estructural sexista. De las dos ramas hay algo interesante que sacar.

Puede haber discursos esencialistas en lo trans y tránsfobos en el feminismo, pero hay una tercera vía en la cual se puede encontrar un consenso, que sería pensar lo trans desde una perspectiva feminista.

Creo que hay muchas caricaturas en este debate, por ejemplo, en cómo algunos feminismos definen a la gente trans, la agenda política que le atribuyen. Es mentira que en la agenda política trans el primer objetivo sea la modificación de la mención de sexo registral. De esto se puede generar un problema y que entonces la gente trans salga a decir algo, pero no era en ningún caso el gran tema.

Lo que quiero decir es que algunos altavoces del feminismo tienen tanta proyección que tienen la capacidad de definir a la gente trans y a su lucha política. El movimiento trans y los feminismos interesados tienen que redefinir el marco de la discusión y no dejar que se lo impongan. Ahora estamos hablando del borrado de las mujeres y de si el sexo es biológico. La mayoría de  gente trans que conozco tienen súper claro que tienen un sexo de partida que no se puede cambiar. En cambio, el relato mediático es que la gente trans estamos iluminados y que no creemos en el sexo. No digo que no haya gente trans que lo piense, pero no diría que es mayoritario.

La única manera que tenemos de salir de aquí es pensar honestamente dónde tenemos el problema, si es por una reforma legislativa, por algunas teorías filosófica feministas que están creciendo mucho, porque hay derivas del movimiento trans que son problemáticas… Podremos estar de acuerdo en muchas cosas y también habrá que definir la discusión. Ahora creo que estamos un poco lejos de eso.

En la Escuela de Pensamiento Feminista de AMA Asturies pediste abandonar el “corporativismo trans”. ¿En qué consiste ese corporativismo?

Las luchas políticas que me han interesado no han estado necesariamente relacionadas con que la gente que luchara en ellas compartiera una identidad. Vengo de una tradición del movimiento trans que no es identitaria. Siempre ha habido gente que no era trans militando en ella y trabajando. Dentro del movimiento trans hay distintas discusiones políticas, hay tensiones y no toda la gente trans está de acuerdo. Hay disputas permanentes e históricas sobre los límites de quién puede ser trans y quién no, sobre el origen de la transexualidad y sobre cuál es la mejor manera de conseguir este objetivo político.

Las luchas políticas que me han interesado no han estado necesariamente relacionadas con que la gente que luchara en ellas compartiera una identidad. Vengo de una tradición del movimiento trans que no es identitaria.

Cuando hay una confrontación tan fuerte desde el exterior es muy fácil que a la interna haya un repliegue y, aunque no se esté de acuerdo con ciertas personas, si se meten con la gente trans cerramos filas. Yo no estoy de acuerdo. Si hay gente con la que no estoy de acuerdo o discursos con los que no he estado de acuerdo nunca no veo por qué ahora me he de replegar con ellos y creo que se está produciendo una especie de corporativismo o identitarismo. La idea de que porque nos ataquen hemos de esconder o dejar de lado nuestras divergencias internas me parece un error. Creo que si históricamente alguna gente trans nos hemos distanciado de otros movimientos trans porque nos parecía que no tenían un análisis feminista, ahora no hay razón para juntarnos con esos discursos. Quiero trabajar con la gente con la que estoy de acuerdo, no porque sean trans. Habrá mucha gente trans con la que estaré de acuerdo, pero habrá otras que no y no me gustaría que esta disputa al final acabara homogeneizando la pluralidad de voces que tiene el movimiento trans. Ahora escuchamos solo una. Yo creo que en este debate hay muchos activistas trans que están en silencio, muchísimos. Creo que también es un detalle importante lo que tendrá que decir esta gente sobre el tema.

¿Cómo valoras el proyecto de Ley de Identidad de Género que se está debatiendo?

Hay que trabajarlo mucho. Pensé cuando lo leí en su momento, antes de toda esta polémica, que había cosas que había que acabar de afilar. Sin ir muy lejos, se critica que la categoría identidad de género es muy subjetiva como para utilizarla en legislaciones que, por ejemplo, tratan de acabar con según qué desigualdades. Es verdad que es una categoría que puede llegar a no ser muy operativa porque se depende de una autopercepción -que es muy legítima, una cosa no quita la otra. Pero, independientemente de cómo tú te percibes, luego hay una percepción social de ti y esa es la que jugará más fuerte cuando tengas que encontrar un empleo o cuando caminas por la calle solo o sola, más allá de cómo te sientas tu.

Desde el feminismo se hace la crítica de qué pasa con las leyes que buscan combatir una desigualdad estructural entre hombres y mujeres si de repente la gente puede autodefinirse. Esta es una pregunta muy buena, por que hay que pensar de una forma más compleja. Es lo que decía en la Escuela Feminista, después de muchos años de patologización, donde un tercero decide lo que somos, la mejor idea que hemos tenido hasta ahora es la autodeterminación. Si alguien tiene una mejor que la exprese. Es verdad que no está exenta de problemas, no es la solución perfecta, pero hay que ver cómo la trabajamos.

Otra reflexión que me genera la ley trans, pero también las leyes LGTB, es que a veces tengo la sensación de que son leyes que tratan de poner un parche a un problema, pero no van a la estructura. Es decir, esto no va solo de que la gente trans pueda cambiarse el nombre u operarse con la mayor libertad posible. Va también de qué es lo que genera que exista la gente trans, qué es lo que genera que exista la exclusión de la gente que tiene expresiones de género no normativas, qué es lo que genera que una persona considere que la única forma de habitar el mundo es cambiando de sexo. Esas preguntas, que son profundas y que son feministas, creo que no las resuelve ninguna de estas leyes, porque no van al fondo. El articulado de estas leyes no tiene una mirada más estructural, por ejemplo, en relación a cómo se configuran las expresiones de género en la infancia. ¿Por qué no tienen ningún tipo de articulado que se haga preguntas respecto a cómo acabamos con una sociedad que le exige a la gente una categoría de género definida, una orientación sexual definida? Son leyes que cogen lo LGTB y lo convierten en una identidad o en una esencia, es decir, hay una gente en el mundo que es así, pues vamos a crear el departamento para esta gente. Pero es que la gente LGTB no es que sea en sí misma algo, es que son categorías que se hicieron para explicar el mundo. A veces cuando uno explica esto es muy fácil calificarlo como un relativismo. Claro que existen esas categorías, pero la cuestión es si decidimos reificarlas o no.

Otra reflexión que me genera la ley trans, pero también las leyes LGTB, es que a veces tengo la sensación de que tratan de poner un parche a un problema, pero no van a la estructura.

Me interesa más trabajar por políticas públicas que le den más libertad a todo el mundo para pensar su deseo, no que hagan que a los gays no les peguen, sino que también trabajen con la gente que todavía no sabe qué es. Las otras son leyes que fijan a estos sujetos a unas identidades y tratan de que una vez tú eres esto no te pase nada. Pero antes de llegar a ser eso, a la gente le pasan cosas. Antes de que una persona se identifique como LGTB le pasan cosas. Sobre esa gente no trabajamos, todo el mundo es susceptible de ser LGTB en algún momento de su vida, no es un tipo de persona. Los discursos más esencialistas dirían que sí, que hay gente que de nacimiento es así y otra que no. Hay personas que pensamos que no va de eso, sino de  las posibilidades que has tenido para pensarte y de los referentes que has tenido.

Para mí una política trans potente sería inundar nuestro mundo de referentes de hombres femeninos y mujeres masculinas. Eso no existe para nada en una ley trans. Porque tiene que ver con la transfobia. Son leyes que resuelven problemas una vez asumimos que hay gente trans en el mundo, pero no se hacen preguntas sobre por qué hay gente trans en el mundo. Son necesarias políticas públicas que transformen ese mundo para que pasen otras cosas.

En la Escuela también dijiste que “los hombres deberían estar en el feminismo, estamos llegando tarde a interpelarlos y a seducirlos”. ¿A través de qué tipo de discursos se lleva eso a la práctica?

Unos discursos que tomen a los hombres como iguales en la lucha feminista, es decir, que confiaran en los hombres como sujetos del cambio. Porque si nosotros no lo hacemos alguien lo hace por nosotros. Estos hombres están siendo interpelados, para empezar por la extrema derecha, pero no sólo, también por algunos líderes de la izquierda que se quejan de un feminismo que es muy exclusivo. A veces tengo la sensación de que son hombres de izquierdas que les hubiera gustado participar del feminismo a los que se les dijo que no y entonces se rebotaron y derivaron en cosas peligrosas.

Yo puedo entender la cultura de la no mixticidad, entiendo que son necesarios espacios llamados de “seguridad”. Pero mi pregunta es si esto es un medio o un fin. Porque si es un fin, entonces nos tenemos que preguntar sobre la heterosexualidad. Es una pregunta latente. Tiene que haber una discusión pública más honesta sobre si nos parece que la heterosexualidad es mala. Porque al final en mi tradición política se me hace muy raro ir a una asamblea a la que mi pareja no pudiera ir. Me parece una cosa súper marciana, un movimiento político en el que la persona que tú eliges como compañero de vida hace ese lugar peligroso. O bien no lo hace tan peligroso o bien, ¿por qué la eliges entonces?

Se me hace raro ir a una asamblea a la que mi pareja no pudiera ir. Me parece una cosa súper marciana, un movimiento político en el que la persona que tú eliges como compañero de vida hace ese lugar peligroso.

Puedo entender que hay una determinada socialización que hace que a pesar de que tú piensas que este hombre es maravilloso, para organizarte políticamente necesitas espacios sin hombres. Lo puedo entender, pero en algún punto vamos a tener que decidir cómo se forman los hombres en el feminismo. Y se forman igual que las mujeres, empezando sin saber nada, yendo a reuniones y diciendo tonterías hasta que te enteras de algo. Pero los hombres, al parecer, esas preguntas no las tienen que hacer, tienen que aprender entre ellos porque nosotras no vamos a hacer pedagogía. Pero vamos a ver, un movimiento social está para hacer pedagogía, ¡claro que hay que hacer pedagogía! Yo a la gente que no es trans le tengo que hacer pedagogía todos los días y no le digo a la gente cis que se reúnan en su casa y lo piensen. Porque mi objetivo es que esa gente se acerque. En algunas luchas feministas y también LGTB da la sensación de que el objetivo es que no se acerque nadie. Creo que es un éxito que los tíos quieran ser feministas y no empiezo la discusión pensando que es porque quieren puntos o quedar bien, pienso que parte del interés genuino de la gente. Esa desconfianza al final es agotadora para los hombres. Yo tengo muchos amigos que en algún punto deciden pasar del tema por culpa de esto y es una derrota.

Tenemos que intentar que vengan a las asambleas, que escuchen y obviamente si alguien se excede, ya se le dirá. Pero es infantilismo pensar que vendrán y lo ocuparán todo. Cuando veo hombres en espacios feministas en general no hablan. No veo que vaya a haber una inmersión de tíos que lo ocupen todo. Y si así fuera se les paras los pies, que también es parte de ser feminista.

¿Es posible definir al sujeto político transexual?

Es problemático. Las definiciones siempre dejan a gente fuera. Yo creo que el sujeto trans se va modificando a lo largo de la historia. Cuando yo empecé mi transición se definía como transexual a la gente que estaba operada. Ahora ya no. En un primer momento fue definido por la medicina y la gente trans ha ido haciendo pequeñas revoluciones sobre esa definición para abrirla más. El hecho de proponer el término trans como término paraguas habla de esa voluntad de asumir que hay fronteras difusas. Al final, ¿cómo de lejos está la mujer transexual de una travesti? ¿Cómo de lejos está la travesti del tío con mucha pluma? Hay una gradación que es interesante conservar.

Para legislar uno tiene que poner límites, pero así como definición, yo diría que la gente trans es la gente que vive en un género que no es el que se esperaba de ellos. Ahora, el cómo lo vive (modificaciones corporales, legales, si se cambia el nombre…), creo que está bien que siempre haya una cierta ambivalencia con eso. Y sí, puede pasar que de repente alguna gente que no tiene nada que ver con lo trans empiece a decir que es trans y cuando eso pase habrá que discutir cómo solucionarlo.

¿Son las experiencias corporales de las personas cis y las personas trans opuestas o totalmente diferentes? ¿Qué pueden aprender las personas no trans de la experiencia trans con el cuerpo?

Puede haber bastantes lugares de conexión, pero la gran diferencia entre la experiencia trans y el resto de experiencias corporales es que es una experiencia en cuyo relato tú como persona trans tienes muy poca agencia. Lo intento explicar en el libro: es algo que ha pasado sin que tú pudieras elegirlo, realmente ha habido un error, a ti te tocaba otra cosa mejor. Esa experiencia también te quita mucha responsabilidad, a diferencia de otras experiencias corporales de la gente cis. Como ejemplo, en el libro hablo de la gordura, que es un caso muy paradigmático de cómo tienes toda la responsabilidad.

Una de las cosas más violentas de la experiencia trans es esa sensación de sentirte atrapado. Y eso es un imaginario, porque no es que estés atrapado, pero has aprendido eso, has aprendido a hablar en esos términos de tu cuerpo. También te coloca en un lugar muy concreto. La gente gorda no utiliza nunca la expresión del atrapamiento porque no ha tenido ese relato disponible. Si a esa gente le dijéramos que realmente existió otro cuerpo posible y que por un error no lo ha tenido quizá tendría sensaciones muy parecidas.

La sensación que sí podemos compartir tiene que ver muchas veces con la vergüenza, ya no tanto en relación a la posibilidad de cambiarlo o no (que sería más la cuestión de la agencia) sino que hay mucha gente que no es trans pero tiene cuerpos que les da vergüenza mostrar, que les hacen sentir inseguros en una entrevista de trabajo, una relación sexual o en una piscina y a causa de ello los ocultan. Eso es algo  con lo que mucha gente que no es trans puede sentir empatía.

¿Qué podría aprender la gente de la experiencia corporal trans? Pues yo casi te diría que la pregunta la haría al revés. Creo que la gente trans tiene mucho que aprender de otras experiencias corporales que no han tenido el relato del cuerpo equivocado y se han tenido que buscar la vida. Y ahí creo que sí que hay mucho que pensar.

Hay mucha gente que no es trans pero tiene cuerpos que les da vergüenza mostrar, que les hacen sentir inseguros en una entrevista de trabajo, una relación sexual o una piscina y a causa de ello los ocultan.

Como señalas en tu libro, las modificaciones corporales para ser más deseables para los otros no son algo que solo atañe a las personas trans. ¿Qué alianzas se pueden construir si dejamos de lado esa jerarquía de los malestares? ¿Existe un cuerpo correcto?

 Yo creo que la alianza principal es reflexionar sobre la normatividad corporal y cómo expulsa a mucha gente del centro. Las cuestiones de peso, de raza, de clase social – por qué hay gente que tiene todos los dientes-, los cánones de belleza o la condena de ser una persona que en nuestra sociedad está considerada fea… Socializar entre mucha gente distinta haría que no estuviéramos compitiendo por nuestros relatos, porque la gente trans cuando dice que lo suyo no es cirugía estética lo hace como diciendo que no es esa cosa frívola que hacen esas tías petardas. No sé por qué hay que ser irrespetuoso con la necesidad corporal de los demás. ¿Por qué tu necesidad es más importante?

Por otro lado, tenemos que tener una discusión sobre el passing de todo el mundo y cómo de felices eso nos hace. De alguna manera todo el mundo modifica cosas de su cuerpo para ser aceptadas socialmente. ¿Qué pensamos de que nuestro país esté en el top 10 de cirugías estéticas? No es tanto impedir que la gente se haga cirugías estéticas (que la gente se haga lo que quiera), pero trabajemos por un mundo en el que nos aseguremos que la gente lo hace porque es una elección libre y no porque si no lo hiciera su cuerpo no valdría. Creo que muchas veces la gente cambia su cuerpo no porque el otro también está bien pero le gusta más de otra manera, sino porque el otro es una mierda.

Hasta que no vivamos en un mundo en el que todos esos cuerpos valgan seguiré defendiendo que muchas de las modificaciones corporales se hacen bajo tensiones. Eso no quiere decir que no sean legítimas y que la gente que las haga no tenga personalidad o sea influenciable. Todos estamos sujetos a las presiones. Todos queremos ser queridos en un puesto de trabajo, tener una pareja, que no nos miren mal por la calle. Y es verdad que es la sociedad la que vivimos hay muy poca gente que cumpla con todo eso.

¿Existe un cuerpo correcto? Pues es una pregunta muy interesante cuando te encuentras con alguien que a priori cumple con el estándar y luego te cuenta la vida que tiene de sacrificios, dietas, autoestima por el suelo… Hasta la gente que está más buena está acomplejada. Es que hay una industria económica detrás de ello. 

Muchas de las modificaciones corporales se hacen bajo tensiones. Eso no quiere decir que no sean legítimas y que la gente que las haga no tenga personalidad o sea influenciable.

La influencia anglosajona condiciona muchas veces de forma muy potente nuestra forma de entender los movimientos sociales. Por ejemplo, desde el feminismo entendemos el movimientos por olas, cuando esta forma de catalogarlo no coincide con nuestra experiencia histórica. Esta influencia borra particularidades que son importantes a la hora de debatir. ¿Se te ocurre algún ejemplo dentro del movimiento trans?

La emergencia del transfeminismo. En nuestro contexto emerge como una alianza, el movimiento trans llama a la puerta del feminismo en busca de ayuda con el tema de la patologización. En el contexto anglosajón es una reacción a un feminismo que no deja participar a la gente trans y no les toma como sujetos válidos. En ese contexto el transfeminismo se piensa en términos de tensión política. Es una pena cuando se importa eso a nuestro contexto y no nos quedamos con lo que ha sido aquí, una alianza. El feminismo y el movimiento trans en nuestro contexto han trabajado juntos históricamente, hay una larga tradición de diálogo. Y creo que eso hay que ponerlo sobre la mesa.

Creo que debemos celebrar más nuestra experiencia y hacer más cosas juntos o darles más visibilidad a las cosas que hacemos. También es muy importante tener en cuenta que si de verdad existían esas alianzas podremos superar esta crisis de una forma muy dialogada. Ahora vamos a comprobar qué es lo que permitían esas alianzas, porque es verdad que hay mucha gente que se está retrayendo en sus propios movimientos. Aquí se verá cómo es de fuerte la confianza y los lazos que se han creado en el día a día.

¿Qué problema tienen los discursos biomédicos? ¿Por qué llamamos esencialistas a estos discursos en torno al cuerpo y qué discursos alternativos se tendrían que potenciar desde la alianza transfeminista para que las propias personas trans, pero también las demás, puedan pensarse de otra manera?

Para mí es un equilibrio, que no sé muy bien cómo se concreta, entre, primero, reconocer que la transexualidad tiene que ver con la estructura, que no es una esencia innata. Es decir, nuestra sociedad tiene unos roles de género muy rígidos que dejan muy poco lugar a otras cosas y la transexualidad es el salvoconducto que te permite vivir de una forma más normalizada en una sociedad binaria. Muchas veces no es una elección racional, sino que es donde te llevan todas las conclusiones a las que uno va llegando. Ese análisis estructural es muy importante, pero no puede conllevar una culpabilización de la gente. Esa es un poco la vuelta acampanada que hacen algunos feminismos, que dicen que la transexualidad es patriarcal y la gente trans está reproduciendo el sexismo. ¡La gente trans y la gente cis reproduce el sexismo! En una sociedad binaria, donde estas son las únicas posibilidades que existen, el mayor ejercicio de libertad que puede hacer alguien en ese marco es transitar, ya que decidir transitar o no forma parte de su marco de posibilidades de elección.

Hay personas dicen que hay que abolir el género. Cuando llegues a la sociedad donde ya se ha abolido el género, si quieres discutimos el sentido de la transexualidad. Pero en esta sociedad me consta que no está abolido, que tiene consecuencias dramáticas en la vida de la gente. Debemos fijarnos a nivel individual en los derechos y a nivel estructural en cómo revertir esas presiones sociales. Para mí la única solución política es tener una mirada que entienda las dos cosas a la vez.

Cuando llegues a la sociedad donde ya se ha abolido el género, si quieres discutimos el sentido de la transexualidad. Pero en esta sociedad me consta que no está abolido y tiene consecuencias dramáticas en la vida de la gente.

Hay una activista trans, una youtuber que se llama ContraPoints, que señala que esto es como estar en contra de darle derechos de ciudadanía a la gente migrante porque estás en contra de las fronteras. Puedes ser una persona que esté en contra las fronteras, pero en un mundo en el que hay fronteras, la gente que las cruza se queda sin derechos. ¿Ofrecerles derechos es reproducir el racismo? Sin duda es validar un sistema de fronteras, pero, ¿y sino qué hacemos? ¿Que vivan en el no lugar hasta que acabemos con las fronteras porque darles derechos es reconocer de alguna manera que tienen que ganárselos porque no son de aquí?

En el caso del racismo no se impide compatibilizar una crítica estructural con un reconocimiento individual de derechos, pero con la transexualidad ha habido tanto discurso biologicista que es muy difícil aunar crítica estructural y reconocimiento individual. Pero es la única solución para hacer una política transfeminista. Podríamos hacer una política trans esencialista, donde hay un tanto por ciento de la gente que es así y se merece sus derechos de nacimiento. Acabaremos muy rápido. Pero eso no resuelve el problema.

¿Por qué es tan hegemónico el discurso sobre ‘el cuerpo equivocado’? ¿Por qué incluso el primer reflejo de las personas al sentir el malestar es situar ‘lo que está mal’ sobre el individuo? ¿Hasta qué punto la lógica y el discurso neoliberal ha afectado a nuestra forma de entender lo trans y de relacionarnos con el cuerpo? 

Creo que tiene que ver más con el discurso médico, que ofrece una respuesta muy contundente a un malestar muy profundo. La respuesta médica es muy potente en el relato. Ahora, por ejemplo, que  estamos en una pandemia mundial, una de las cosas que la gente que enferma más necesita saber es si tiene o no tiene el coronavirus. Si lo ha pasado o no lo ha pasado, si tiene anticuerpos o no. Esa obsesión por saber tiene que ver con la necesidad del diagnóstico. Es decir, a mi me está pasando algo y yo quiero saber qué me está pasando y qué soluciones tiene. Pues es lo mismo. A ti te está pasando algo muy fuerte y hay un discurso que te propone una solución y comprando la solución compras el relato.

Por otro lado, porque el relato del cuerpo equivocado es muy tranquilizador. Sería mucho peor que te dijeran (que es lo que algunos proponemos) que lo que te pasa es que has tenido la mala suerte de nacer en una sociedad binaria, que tenía una expectativas sobre tu cuerpo y que te atribuye unos roles, pero que en sí mismos no son esencias y que puedes no identificarte con ellos. Esto es muy evidente con las familias de niños y niñas trans, que te señalan que está muy bien decirle a un hijo que puede ser una princesa, que no pasa nada, pero  en el mundo los niños no son una princesa. Por eso una política trans efectiva es mostrar muchos niños que son una princesa. Más allá de eso, es verdad que es más fácil pensar que tendría que haber sido una niña. Ese es todo el problema: individualizas el problema y también al individualizarlo desrresponsabilizas a todo el mundo.

¿Dónde se localiza el malestar si no es en el cuerpo?

En el cuerpo se expresa, pero no es su origen. El origen tiene que ver con la sensación de ruptura frente a lo que uno cree que debería estar haciendo. El malestar se da cuando uno no tiene referentes positivos de aquello con lo que se identifica, cuando empiezas a entrar en esa sensación tan desagradable de que no es normal, de que no eres como los demás, de que nadie te va a querer así porque la mayoría de la gente no es así. Ahí es cuando te puedes quebrar, empezar a buscar que te está pasando y en el catálogo lo primero que encuentras es la transexualidad. Si no rellenamos el catalogo de otras experiencias esta va a ser la única que tenga la gente. No porque la transexualidad en sí sea mala, sino por que no puede ser la única posibilidad. El malestar tiene que ver con una cultura muy rígida, que no representa la pluralidad de existencias. Esas personas ya existen, pero no están representadas. Tiene que ver con saber que hay otras personas en el mundo que viven como tú y eso está bien. Mientras no logremos explicar eso mucha gente acabará girando el periscopio y pensando que el problema lo tienen ellos individualmente.