Reseña de “Un feminismo del 99%” (Lengua de Trapo, 2018)
Por Beatriz Moreno (@beatmoreno)
En la semana del 8M y con un escenario de incansables pugnas alrededor del movimiento feminista, es necesario volver a textos que nos ayuden a re-enfocar y re-pensar por qué tipo de feminismo estamos poniendo el cuerpo. Acostumbrado a vivir en los márgenes e históricamente supeditado a otras luchas, este movimiento está viviendo, desde hace ya algún tiempo, un resurgimiento que lo ubica no sólo como una cuestión central, sino también ineludible. Como elemento coyuntural, el feminismo se ha convertido en aquello capaz de articular nuevas —y no tan nuevas— mayorías sociales, y por tanto, de disputar hegemonía, que no es otra cosa que poder.
Las autoras de Un feminismo del 99% (Lengua de Trapo, 2018) reflexionan acerca de los retos y límites que este inédito lugar de privilegio y disputa comporta para el movimiento feminista. Influenciadas por el manifiesto homónimo firmado por Nancy Fraser, Angela Davis, Cinzia Arruzza y otras pensadoras clave de los feminismos contemporáneos, apuestan por seguir construyendo un feminismo emancipador y de mayorías frente al feminismo neoliberal, individualista y excluyente.
En ese sentido, Clara Serra plantea que el feminismo hay que entenderlo como algo ya hegemónico: sólo así podemos interpretar la enorme permeación que sus prácticas, lógicas y discursos han tenido y tienen. Por lo tanto, tal y como afirma María Castejón, podríamos asumir que el feminismo es un sentido común ya establecido, una batalla discursiva ganada. Los límites de esta victoria los encontramos en que éste se ha tornado un significante vacío hegemonizado, esto es, un concepto tan hueco y maleable como potente: ¿qué es y qué no es el feminismo? Esta indeterminación plantea infinitas posibilidades de reapropiación y resignificación, o lo que es lo mismo, un campo de significantes en constante disputa, como enuncia Nuria Alabao. Esta indeterminación da cuenta no sólo de su capacidad como elemento articulador, sino de su carácter absolutamente político.
¿Qué es y qué no es el feminismo? Esta indeterminación plantea infinitas posibilidades de reapropiación y resignificación, o lo que es lo mismo, un campo de significantes en constante disputa
Ante este significante vacío hegemonizado, es tarea y reto de los feminismos definirlo, constituirlo parcialmente —porque por mucho que lo fijemos hoy, la contingencia nos dice que nunca hay que dar ninguna batalla por ganada— y determinar a qué demandas, luchas y subjetividades responde esta hegemonía. La propuesta de Fraser se basa en aprovechar esta ventana de oportunidad para construir una alternativa progresista al neoliberalismo, en un campo que, según Serra, es uno de los más fértiles —sino el que más— para erigir un nuevo proyecto que nos distancie de la amenaza de las derechas.
¿Cómo podemos llenar ese significante vacío y a la vez, construir un feminismo del 99% emancipador e inclusivo, que sea una alternativa al neoliberalismo? Las autoras nos proporcionan ciertas claves para trazar una línea entre la particularidad de nuestro contexto y el resultado de disputas de sentido previas. Así, Fefa Vila propone que, si por un lado se plantea lo queer como aquello que cuestiona al sujeto político del feminismo como algo dado, y por el otro, se pone a la vez el foco en la necesidad de una transversalidad interseccional entre distintas luchas al interior de los feminismos, podemos iniciar la tarea de llenar de sentido este significante.
La primera cuestión responde a las inacabables pugnas internas por la ampliación o no del sujeto político del feminismo, o lo que es lo mismo, asumir lo queer como parte indisociable del feminismo contemporáneo que nos lleve a desterrar la idea de que sólo hay una forma legítima de ser mujer. Ante esto, cabe argumentar que si asumimos la contingencia y leemos el feminismo según lo que plantea de Luciana Cadahia, es decir, a través de las propuestas del populismo, asumimos la imposibilidad de que existan subjetividades que constituyan identidades o den pie a procesos identitarios previamente constituidos. Por lo tanto, debemos huir de los esencialismos categorizantes y optar por una construcción amplia del sujeto feminista, que asuma la diversidad absoluta desde la interseccionalidad. Para ello, Cadahia propone releer el antagonismo mouffiano en términos de amor: el adversario —en este caso, lo que queda fuera del imaginario feminista, lo simbólicamente machuno— no debe ser entendido como lo que debe ser eliminado, sino como aquello que también constituye al sujeto feminista en sus diferentes tensiones, en tanto un no-ser, una definición por oposición.
Debemos huir de los esencialismos categorizantes y optar por una construcción amplia del sujeto feminista, que asuma la diversidad absoluta desde la interseccionalidad
En lo referente al segundo punto, que tiene que ver con transversalizar las demandas, Tatiana Llaguno propone la construcción de un sujeto-en-común relacional. Si el feminismo del 99% tal y como lo entendemos plantea una ampliación de derechos, es necesario partir de la representación y del reconocimiento de los distintos sujetos de esos derechos. Una vez en ese punto, es indispensable tejer alianzas al interior del movimiento feminista entre las distintas diversidades. La pluralidad y lo común, nos avisa la autora, deben ser ejes vehiculares de la politización de las identificaciones subjetivas. En otras palabras, en esa heterogeneidad de identidades entrecruzadas se encuentra la clave de la inclusión.
A pesar de todo, no podemos obviar las dificultades y resistencias que subyacen a la masividad del movimiento feminista. Según las autoras, una de las cuestiones a las que debemos prestar especial atención es a la cooptación discursiva de prácticas y lógicas. En ese sentido, cabe asumir que el hecho de que el feminismo esté de moda comporta el fin de la “ghetización” del movimiento y sus demandas. Según Serra, es una oportunidad que debemos aprovechar para explotar sus contradicciones y brechas, de tal forma que nos permita seguir avanzando. Si hay conflicto, avisa Justa Montero, es porque hay una pugna por el sentido del feminismo: una lucha por ponerle nombre y apellidos, por definirlo y acotarlo. Así, nuestra capacidad de agencia mientras se da la disputa política determinará en qué términos se da la fijación de sentidos. A todo aquello que nos bloquea —luchas estériles, posiciones internas irreconciliables y líneas rojas— hay que dejarlo formar parte, ubicándolo, eso sí, en posiciones subalternas.
La voz colectiva y articulada recogida en estas páginas presenta ciertas herramientas para la construcción y defensa de un feminismo de mayorías, y plantea muchas más preguntas que respuestas cerradas. Así, su aporte principal son las claves que nos empujan a seguir repensándonos mientras somos capaces de aprovechar este momento de conquista hegemónica y lo conducimos, en común, hacia la construcción de un feminismo plural, incluyente y una alternativa al neoliberalismo como parte de un proceso emancipador.