Para hablar de los orígenes del NSDAP, el presente comentario se estructurará en dos partes bien diferenciadas. La primera de ellas hará una breve pintura general del clima cultural, político, social, e incluso moral de Alemania después de la Gran Guerra. Esta descripción de los elementos que constituían una sociedad, que en cierto modo ya contenía elementos que harían fácil el ascenso del nazismo, servirá como base para analizar los hechos concretos del nacimiento y de las evoluciones del DAP (Partido Obrero Alemán) en NSDAP (Partido Nacional Socialista de los Trabajadores Alemanes).

 

Espacio cultural de la contrarrevolución

 

Al inicio, el nacionalsocialismo formó parte de un gran sector político de la contrarrevolución donde había muchos otros grupos, que no necesariamente tenían que ser partidos políticos. Estos nacionalistas reaccionarios consideraban la República de Weimar como algo ajeno a la tradición de la civilización alemana. Dentro de los ambientes en los que se movían, había gente que creía que Alemania no había sido invadida en 1918, incluso, gente que creía que aún no habían perdido la Gran Guerra. Se hablaba de la “puñalada trapera” de los judíos y comunistas. Este campo völkisch se caracteriza por elementos de nacionalismo racial, popular y antisemita. Tampoco hay que olvidar que no eran sólo, en sus orígenes de Múnich, pensamientos ligados a los ex combatientes o a un ambiente provinciano y agrario de una zona conservadora, católica y monárquica, sino que integrantes de la bohemia, como el poeta Stephan George, formaban parte. Estos sectores más intelectuales plasmaban, en sus creaciones, las contradicciones de la modernización sufrida durante ya la segunda mitad del siglo XIX, pero sobre todo durante la guerra. Una de estas contradicciones se hace evidente en la hostilidad hacia el régimen, pero una hostilidad fruto del resentimiento. El mismo Hitler es un personaje que la sociedad sitúa en los márgenes del orden simbólico que la rige. Estas personas, como los excombatientes o algunos artistas, presentan una oposición al sistema con un trasfondo de resentimiento, más nihilista. Cuando muchos soldados del frente regresan, ya no existe lo que habían sido sus expectativas. Se vuelve desmoralizado después “de haber visto el apocalipsis”. Estos excombatientes, encuentran en este espacio völkisch, un lugar donde militar, y, de hecho, surgieron espacios de sociabilidad en este sector, entre ellos los Freikorps (pero también otras oposiciones nacionales excluidas de la vida política en la República de Weimar: Bayer Reich, AA. PP. o Oberland). Estos sirvieron para ocupar los soldados, que al volver ya no tenían ninguna alternativa, y como ayuda para mantener el orden en las calles. Los Freikorps no venían a restaurar el viejo orden: de hecho, su fascinación por la destrucción, por la estética moldeada por la muerte, por el culto a la virilidad, la fuerza y ​​la juventud, los hacía poco sensibles a los discursos conservadores y más cercanos a un nihilismo alimentado por su vida peligrosa y por su concepción de la política como aniquilación del enemigo. Por un integrante de este grupo völkisch, el völk entra en la historia a través del movimiento. El movimiento es la nación hecha sujeto. Esta es una concepción estética, quiere decir que las cosas se manifiestan en lo que se ve. También hay que destacar que su aversión hacia el orden burgués se manifiesta en que no se quiere hacer una dictadura, se quiere acabar con la política.

Otros conceptos que se podrían utilizar para entender mejor los principios del imaginario del grupo völkisch tienen que ver con conceptos como el Darwinismo social. Esto deja entrever esta idea de “la parte más auténtica de la vida” que también guarda una estrecha relación con la violencia ontológica. Podrían bien ser enmarcadas en la crítica a la hipocresía burguesa, siempre fruto del resentimiento, que se hace desde este magma contrarrevolucionario que profesa la camaradería. Por ello, posteriormente, se hablaría de la “Guerra depredadora” poniendo de manifiesto una visión natural de la guerra y un rechazo del parlamentarismo. “Si un pueblo pierde, no merece vivir”.

En cuanto a la posición de los grupos religiosos, se puede decir que el discurso popular e incluso una adhesión ostentosa a la caridad cristiana, encontró eco entre los protestantes que identificaban a la República de Weimar no solamente como la atomización social y el egoísmo, sino como un derrumbe moral de mayor alcance. Sin embargo, los orígenes Bávaros, y por tanto una zona católica, harán de la relación entre religión y nazismo una cuestión delicada ya que Alemania es mayoritariamente protestante, menos en las zonas de Bavaria.

Todos estos discursos, componen la cultura que canalizaría el rechazo emotivo a la democracia en un discurso racional de la contrarrevolución. Es importante dibujar en la medida de lo posible y a grandes rasgos, el sustrato social sobre el que aparecerá el nacionalsocialismo, porque de otra manera, no se puede entender como sucedió todo. Por otra parte, tampoco se puede perder de vista que el fascismo, y en buena medida toda identidad social, se construye y se va mutando a medida que acepta más personas en el interior. Este proceso de fascistización va incorporando elementos muy diferentes. Este proceso es lo que Gramsci describe como hegemonía y que tiene que ver con ser capaz de presentar tu proyecto como universalmente válido para toda la sociedad.

Para seguir hablando de estos orígenes del NSDAP, es imposible olvidar las medidas tomadas por el bando ganador de la guerra. Siguiendo en este análisis de la Alemania de posguerra, hay que hablar del Tratado de Versalles, en el que se hacía pagar una indemnización apelando a la culpabilidad de los alemanes en la Gran Guerra. Este diktat, tal como lo llamaban todo las fuerzas conservadoras alemanas, fue percibido como una humillación para el pueblo alemán y también tuvo un papel importante en la construcción de esta “racionalidad de la contrarrevolución”, que una vez más, activaba rencor. Sin embargo, el país no quedó desmontado como sí sucedió con el imperio otomano o el austrohúngaro. Perdieron la Alsacia y la Lorena, su capacidad defensiva quedó mermada y se vieron obligados a pagar las reparaciones de guerra. Esta imposición hay que sumar a todos los conflictos internos que tuvo la república, como la híper-inflación del 1923, la ocupación del Ruhr o la falta de puestos de trabajo crónica. A todo este cóctel, a todas estas dinámicas de fondo que fue sufriendo la sociedad alemana de aquellos años, hay que añadir también la tendencia que fue cogiendo la República de Weimar hacia el olvido de todos aquellos trabajadores que no estaban sindicatos y no formaban parte de lo que podríamos considerar un obrero de fábrica. Esta tendencia, fue separando cada vez más a los comerciantes, a las personas que vivían en las provincias, en definitiva, a los trabajadores no agrupados. De esta manera, cuando el parlamento sea visto por estos núcleos excluidos, como un lugar donde se van a gestionar los conflictos de intereses de los grupos dominantes, empezarán a buscar alternativas en otros sectores opuestos al parlamentarismo, con características más populistas y de liderazgo fuerte.

En este marco general delineado hasta el momento, la historiografía ha planteado la pregunta de si todas estas experiencias de la contrarrevolución europea han sido fascismos o sólo se puede hablar de fascismos en casos muy concretos. Una posición al respecto sería el esencialismo, que considera que el fascismo sólo se dio en Italia porque es el único lugar donde se sigue exactamente sus características generales. Por otra parte, la postura contraria sería decir que en el fondo, tanto Mussolini, como Hitler o Franco, han sido fascistas ya que el fascismo se traduce de una manera concreta en cada país y con los “ingredientes” de los que dispone. Un ejemplo muy claro podría ser la contraposición del catolicismo del fascismo español frente al biologismo del alemán. Para poder meter ambos en la categoría de fascismo hay que tener claro que el fascismo es un proceso hacia la hegemonía, y que para llegar a esta hay que integrar en tu órbita muchos elementos o bien de la sociedad y su imaginario (catolicismo) o bien de las ideas que tienen prestigio en una época concreta (biologismo). Un claro ejemplo: tanto uno como otro justifican el papel de la mujer dentro en la sociedad como madre, ya sea por el carácter genético o porque lo dice la Biblia.

 

Del DAP al NSDAP

 

Una vez visto el magma social del que emergió el DAP, y luego el NSDAP, se puede, yendo del marco más general a lo más concreto, empezar a hablar de cómo un grupo de veinte a treinta personas se reúnen para escuchar a un orador que habla del mal de los judíos y del Tratado de Versalles, se convierte en un partido que termina conquistando la hegemonía del sector völkisch. Para hacerlo hay que entrelazar siempre la biografía personal de Hitler con la del partido ya que él no tiene otra vida que la militancia y la política, nos encontramos que no es posible divorciar el personaje de la persona. Hitler decidió seguir dentro del ejército después de volver del frente. De esta manera, no se desvincularía de estos valores que siempre la habían fascinado: el compañerismo, la disciplina y el orden. Debemos tener en cuenta que, para una persona nacida en Austria, pero que quiso luchar para el ejército alemán, y por tanto sin patria ni familia, aquella jerarquía militar era lo más parecido a lo que le faltaba. Aquel era el ambiente que más se acomodaba a su personalidad. Su papel en el ejército se encuentra dentro del Comando de Propaganda y, debido a sus extraordinarias habilidades de oratoria, se encargaba del adoctrinamiento de los soldados. En septiembre de 1919, sería enviado a una reunión del DAP como espía para seguir las actividades que se llevaban a cabo en el partido. Posiblemente dudó unos meses hasta entrar en el partido a principios de 1920, diferente de la explicación dada a Mein Kampf que tuvo una función de reconstrucción histórica de los hechos.

En cuanto a los orígenes del partido en sí, previamente a la incorporación de Hitler, en la primavera de 1918, Anton Drexler constituyó la rama muniquesa del Comité de Obreros Libres para una Buena Paz y posteriormente el Círculo Político Obrero, que era un grupo de discusión de algunos temas propuestos por Karl Harrer, proveniente de la racista Sociedad de Thule. La entrada de Hitler tuvo una importancia porque convirtió el DAP en un verdadero partido político que se dedicara a la propaganda en lugar del debate. En diciembre de 1919 compraron una pequeña sala y los mítines cada vez tenían más éxito, hasta el punto de que Hitler les hacía pagar. En este punto, Drexler había encontrado un aliado para acabar con la versión sectaria del DAP, creyendo que él podría confinar a las tareas de agitación, mientras que él se disponía a elaborar la estrategia del partido.

En esa época, Hitler fue muy activo en sus mítines. No sólo en la cantidad, pero también en la calidad, ya que tenemos bastantes testigos de la impresión que causaba su dominio de la oratoria. A pesar de ello, Drexler aún no lo consideraba el líder del partido. Fue a raíz del acto de febrero de 1920 y el oportuno cambio de nombre por el de NSDAP permitió que ambos aspectos -la fundación y el dogma- aparecieran vinculados a la persona de Hitler, pues fue él quien realizar la lectura de los puntos del programa, mientras que Drexler perdía una ocasión indispensable para indicar que quedaría irrevocablemente vincular a esa acción. El programa en sí era muy genérico, pero para Hitler lo que era verdaderamente importante era el hecho de que se pasaba a ser un partido político, y se dejaba de ser un grupo de propaganda. Durante esta época hay que destacar el papel de Hermann Esser, Hermann Höring o Ernst Röhm, que jugaron un papel muy importante a la hora de apartar a la vieja guardia. Es importante esto porque este grupo era gente ya no formada en la publicidad patriótica de la guerra, sino en la del frente. La violencia les había hecho fríos y calculadores, detestan los escrúpulos morales de la burguesía y en lugar de ello son tecnócratas que “hacen lo que no se atreven a hacer los demás para Alemania”. Su concepción de la contrarrevolución era bélica, de riesgo, de camaradería… tal era así que cualquier forma de militancia menos entregada les parecía indigno o traidora. Toda esta corriente confluyó en Hitler como líder que había compartido las trincheras con ellos, además de ser un gran orador. A partir de ahí, el programa ya no se retoca, en parte porque “no eran un partido normal” y también porque ahora se trataba de actuar. Uno de los puntos más importantes fue la equivalencia entre nacionalismo y socialismo, de hecho, el partido tomó una estética y retórica obrerista, pero siempre como alternativa a la conciencia de clase marxista.

A mediados de 1920, Hitler ya había conseguido imponer su estrategia de una propaganda que no sirve sólo para el adoctrinamiento del pueblo, sino también para preparase políticamente para la acción política. En este periodo, estaba tratando de dotar al partido de una estructura sólida de liderazgo. A finales de año, compró el Völkischer Beobachter, un prestigioso diario de la extrema derecha muniquesa. A principios de 1921, el NSDAP ya era un partido respetable entre la extrema derecha bávara con entre dos y tres mil miembros. Aquel año sucederían dos hechos que radicalizar la situación en Alemania. En primer lugar, las exigencias de la reparación de guerra por parte del bloque vencedor, y, en segundo lugar, la ocupación de la cuenca del Ruhr por parte de los aliados. A esto hay que añadir que, en febrero de ese año, Hitler pronuncia su discurso más escuchado hasta el momento titulado: “Futuro o ruina”. De esto podemos extraer una conclusión, los hechos del marco general tuvieron mucha importancia en el ascenso y la expansión del partido, no fue sólo a base de tomar el poder dentro de él. Lo que estaba por venir ya sólo era una crónica de cómo Hitler acabaría con el modelo asambleario, con lo que venía funcionando el partido hasta el momento, y con la permanencia de Drexler en un cargo nominal pero con el poder absoluto por el Führer.

 

Este trabajo sigue las líneas de investigación del historiador Ferran Gallego, desarrolladas en “De Múnich a Auschwitz. Una historia del nazismo, 1919-1945”, Barcelona, 2001, pp. 45-46.