Por David Sánchez Piñeiro

Han pasado casi 9 años desde que comenzó su etapa predoctoral. Tras varias estancias becadas en universidades estadounidenses, el próximo 17 de enero Marcos Reguera defiende en la Universidad del País Vasco (EHU-UPV) su tesis: “El imperio de la democracia en América. John O’Sullivan y la formación del concepto de Destino Manifiesto”, dirigida por los profesores Pablo Sánchez León y Javier Fernández Sebastián. Quedamos con él una fría mañana de domingo en la terraza exterior del Museo Reina Sofía de Madrid para que nos explique las conclusiones a las que ha llegado tras un proceso intelectual intenso y prolongado en el tiempo. El entrevistado señala lo importante que es ” tener espacios donde compartir tu trabajo, donde debatir y donde ver que no estás solo” durante la elaboración de la tesis doctoral, sobre todo en un país como España en el que actualmente “los recursos son muy escasos, hay muy pocas becas y conseguirlas es muy complicado”. 

Tu tesis se titula “El imperio de la democracia en América”. ¿De dónde viene el título?

La tesis comienza con la confesión (en broma) del robo del título. Tocqueville se debatía entre bastantes títulos para La democracia en América y uno de ellos fue El imperio de la democracia en América. A mí me pareció un título muy sugestivo para mi tesis porque la palabra imperio contiene una ambigüedad entre dos maneras de comprender el dominio. Tocqueville se inspiró en Montesquieu y en su idea del “imperio de la ley” y en ese sentido, el imperio de la democracia aludiría a cómo la democracia va impregnando todos los elementos de lo social y va haciendo que el sistema político se comporte en su conjunto como un sistema democrático.

Pero también está vinculado con su idea de la tiranía de las mayorías -que es en realidad su gran preocupación- y cómo con la transición de un sistema de constitución mixta propio de la teoría aristotélica, junto al fin del Antiguo Régimen, a un sistema democrático moderno podía llevar a que las mayorías populares impusieran de manera sistemática su voluntad a lo que en ese tiempo se consideraban minorías. Hoy entendemos por minorías minorías sociales; en ese momento minorías significaba la élite social, que podía verse sobrepasada por el pueblo. Esa tiranía de la mayoría él la comprendía como un imperio de la democracia. Los Estados Unidos se encontraban en ese momento en un proceso de expansión territorial y ahí imperio de la democracia puede entenderse también como democracia imperial e imperialista. Esa es la ambigüedad con la que juega el título y por la que me pareció tan sugestivo.

Una de las ideas principales de Mouffe es que el horizonte normativo de las democracias liberales modernas se caracteriza por conjugar (no sin tensiones) los principios políticos de la tradición liberal y los de la tradición democrática.

Cuando Tocqueville es elegido parlamentario en la Asamblea Nacional en 1848 dice, literalmente, que hasta ese momento la gran contraposición política había sido entre liberalismo y democracia, pero que a partir de esa revolución la contraposición será entre democracia y socialismo. Es una distinción bastante importante porque va a ser de hecho la gran contraposición con la que va a jugar siempre el liberalismo en su discurso.

Hasta 1848 el liberalismo había sido muy reticente a asumir a las clases populares, por una cuestión que tiene que ver con un prejuicio ilustrado. El liberalismo pone su foco en la representación y en el parlamentarismo, pero para que pueda haber debate parlamentario tiene que haber educación, y si las masas populares no están educadas entonces no pueden participar en el debate. El sesgo educativo funciona en el liberalismo del siglo XIX como un sesgo de clase. Veían la entrada de las clases populares, que no se encontraban educadas, y que no tenían una cultura cívica burguesa, como un peligro hacia la tiranía. El miedo de los liberales era que volviera a ocurrir lo que había ocurrido con Napoleón Bonaparte y que ocurriría luego con Napoleón III, la entrada de las clases populares en la política conllevaba el riesgo, a ojo de muchos liberales, que estas se dejasen influir por el caudillismo y regalasen el sistema parlamentario a un dictador que hiciera de su capa un sayo. Por eso al principio van a ser muy reticentes a la democracia universal, sobre todo el liberalismo doctrinario europeo. Luego cuando surja el socialismo y plantee el conflicto social ya no solamente a nivel político, sino a nivel económico, la ecuación va a cambiar completamente.

Dentro de la tradición liberal el principio democrático no es una convicción muy arraigada. 

La tensión siempre ha estado ahí. Yo creo que la figura que ayuda a entender este debate es Carl Schmitt, precisamente por su texto sobre el parlamentarismo. Para el liberalismo lo que es fundamental es el parlamentarismo. Cómo sea de democrático ese parlamentarismo es una cuestión secundaria y con tal de salvar el parlamentarismo, el liberalismo es capaz de renunciar a cualquier cosa, incluso a la democracia.

Con tal de salvar el parlamentarismo el liberalismo es capaz de renunciar incluso a la democracia.

Consideras que la democracia jacksoniana (el nombre hace referencia al presidente de los Estados Unidos, Andrew Jackson) fue uno de los primeros populismos históricos. ¿Cuáles eran sus características? ¿Tenía algún punto en común con los populismos contemporáneos? 

Deberíamos diferenciar entre oleadas populistas y distintos momentos históricos populistas. Ahora mismo, por ejemplo, estaríamos en un momento populista caracterizado por la caída del socialismo como paradigma histórico que durante el siglo XX había vehiculizado la protesta social y el paradigma de transformación social, pero es que han existido momentos populistas previos. El populismo actual mira y bebe sobre todo el populismo del siglo XX, del peronismo y de las experiencias del populismo latinoamericano en general, que son experiencias que surgen en contextos donde el socialismo no podía arraigar porque no existía un tipo de sociedad industrial avanzada, con una clase obrera asentada, sino que existían muchos actores plurales, y una clara diferencia entre élites y clases subalternas, pero clases subalternas en plural. Eso introduce la complejidad de que no se podía hacer un discurso político monolítico, anclado en una clase con una contradicción de clase específica, sino que hay que religar todos esos distintos estratos subalternos y sus distintas demandas a través de un discurso común y de una figura que de alguna manera ayude a vehiculizar todas sus demandas.

Este modelo del siglo XX aún tiene un precedente previo dentro de los populismos modernos: los populismos agrarios del siglo XIX, que serían los primeros en surgir – y esto es una hipótesis mía- por la quiebra y por la crisis del paradigma republicano que había hecho la revolución contra el Antiguo Régimen y que había sido fundamental durante las independencias americanas. A finales del siglo XVIII hay una ruptura con todo el ámbito político precedente, que en Europa es una lucha contra el Antiguo Régimen y en América es una lucha contra las metrópolis, y el republicanismo fue la ideología que vehiculizó junto con el liberalismo toda esa transformación social. Pero hay un problema: nada más ocurrir esas revoluciones y esas independencias aparece simultáneamente el capitalismo. El republicanismo es una teoría sobre la vida cívica y de lucha contra el poder despótico, pero no tiene una teoría económica ni una teoría política que sea capaz de dar respuestas a todas las disrupciones políticas, sociales y económicas que este produjo. Ahí es donde surgen los populismos agrarios como un intento de reacción y de defensa de las clases populares ante lo que podríamos llamar como las primeras sacudidas de la modernización y de la modernidad. Esas primeras sacudidas, que produjeron mucha miseria y una destrucción de los lazos comunales y de los lazos sociales, son enfrentadas con una reivindicación del pueblo y de aquellas figuras populares que pueden vehiculizar todo ese descontento.

En los Estados Unidos todo eso se concretó en la figura de Andrew Jackson y con el jacksonianismo. Andrew Jackson fue el primer presidente del país que no pertenecía a la élite que había hecho la revolución. Fue el candidato más votado en las elecciones presidenciales de 1824, pero el resto de candidatos se coaligaron entre sí y eligieron al hijo del que había sido el segundo presidente, John Quincy Adams. En ese momento Andrew Jackson entró en cólera y decidió declararle la guerra al establishment político. A la vez que eso está ocurriendo hay movimientos populares en todos los Estados para traer la democracia universal masculina y blanca. A pesar de todo el discurso que hay en en los Estados Unidos de que en la revolución americana se luchaba por la democracia, no era así; por lo que se luchaba era por la independencia, y luego a nivel de cada Estado se decidía hasta qué punto el sistema iba a ser o no democrático. Salvo Pennsylvania y otro par de Estados, la mayor parte de las constituciones estatales optaron en un inicio por democracias censitarias muy restrictivas. Por lo tanto, tras la Revolución van a surgir muchos movimientos populares que lucharán por ampliar el sufragio, y Andrew Jackson lo que hizo fue recoger todas esas luchas cuando funda el partido demócrata, de manera similar a la pretensión de Podemos cuando se propuso representar las luchas previas del 15-M.

Estamos hablando del Partido Demócrata actual…

Sí, el actual. El burro -símbolo oficial del partido- es parte de la propaganda de los adversarios de Jackson, que le criticaban diciendo de él que era analfabeto. En realidad sí sabía leer y escribir, lo que pasa es que tenía unos conocimientos muy rudimentarios de la escritura y cometía muchas faltas de ortografía. Le decían “el burro Jackson”. Jackson retomó ese símbolo, lo resignificó y dijo “sí, el burro Jackson, porque el burro es el animal del pueblo, es un animal noble, se dedica a la labranza, al trabajo agrario, es tozudo y lucha por mantenerse en su camino. Los demócratas somos burros porque queremos conseguir una democracia”.

La base social de Jackson y los demócratas estaba compuesta por una heterogénea mezcla transversal de clases subalternas y dominantes: entre las clases dominantes su mayor apoyo provino de los esclavistas, y entre las clases subalternas encontrará su apoyo en el protomovimiento obrero de las ciudades, en los movimientos campesinos y entre todos los actores que estaban luchando por la ampliación democrática, todos ellos utilizarán a Andrew Jackson como un significante vacío sobre el que proyectan sus demandas. Tanto por su modelo de líder, como por su modelo  de campaña y por cómo va coaligando a distintos estratos sociales y electorales podemos decir que es el primer movimiento populista moderno. Además, su base agraria es fundamental, pues sirvió para proponer una utopía agraria que contraponer al capitalismo y sobre la que se unificó las demandas de esclavistas y los movimientos populares democráticos del norte en lo que se llamó la “política del consenso”. El jacksonianismo se basaba en un consenso básico entre una parte de la clase dirigente y muchos estratos populares: los esclavistas del Sur, que eran una clase dirigente, se aliaban con los representantes de los movimientos sociales y de las clases populares del Norte. ¿Cuál es la paradoja y cuál es aquí el quid de la cuestión? Las clases populares del Norte y las élites dirigentes del Sur no estaban en contradicción, ya que la clase dirigente del Norte eran los industriales, los capitalistas, y la clase subalterna del Sur eran los blancos pobres y los esclavos afroamericanos. Por lo tanto ambos compartían un enemigo común, la clase industrial del Norte. Ese enemigo común les permitió alcanzar objetivos políticos sobre un pacto: “nosotros los esclavistas no nos inmiscuimos en vuestra lucha por conquistar derechos en el Norte, si vosotros no permitís que desde el Norte se ataque a la institución de la esclavitud. Nadie se mete en el patio trasero del otro y entonces todos ganamos”.

El republicanismo es una teoría sobre la vida cívica y de lucha contra el poder despótico, pero no tiene una teoría económica ni una teoría política que sea capaz de dar respuestas a todas las disrupciones políticas, sociales y económicas que el capitalismo produjo.

La democracia jacksoniana era proesclavista, expansionista… ¿Cuál era el “principio democrático” que defendían? ¿Cómo analizas la relación entre democracia y populismo?

El populismo siempre ha de entenderse históricamente. La pregunta que habría que hacer es cómo se relaciona el populismo con la democracia en cada momento histórico. Los jacksonianos serán contrarios a la democracia censitaria,  proponiendo la creación de una cultura democrática que diera lugar a una democracia universal para los varones blancos sin importar su estrato social. Lo que van a decir los jacksonianos es que debemos alcanzar la igualdad para aquellos a los que Dios ha creado iguales. Excluyen a los esclavos, a las mujeres, a la gente de color… No va a ser una democracia universal plena. La cuestión está en quién forma parte del cuerpo político. Como los jacksonianos no concebían que la naturaleza de la mujer y la naturaleza del hombre fuera igual, para ellos iba contra natura extender la democracia a las mujeres. Paradójicamente, los whigs, que eran muy conservadores, muy elitistas y muy antidemocráticos van a estar más abiertos a conceder derechos políticos a las mujeres, porque como en su esquema mental del mundo la desigualdad era algo natural, dotar de derechos políticos a actores desiguales no era algo que fuera en contra de su ideología.

Los Estados Unidos de ese momento eran más parecidos a la Unión Europea (una unión de Estados con mucha autonomía interna) que a un Estado nación, y entonces era perfectamente posible luchar por una democracia universal prácticamente plena en el Norte y, en cambio, permitir una democracia muy restringida en el Sur. ¿Cómo se justifica una democracia en ese contexto esclavista y tan restringido? A través de Atenas. El gran teórico del esclavismo, John Calhoun, que fue el primer vicepresidente de Andrew Jackson, lo va a plantear exactamente en esos mismos términos: “¿no es Atenas, la cuna de la democracia, una polis esclavista donde además solamente participaba el 10% de la población?”.

El radicalismo del jacksonianismo y del partido demócrata se basaba en defender el sufragio universal masculino en un momento histórico en el que la mayor parte del mundo se encontraba gobernado por monarquías absolutas, y en donde los pocos sistemas representativos que había eran de una democracia censitaria y masculina muy restringida. Por otra parte, fueron los primeros en señalar la contradicción existente entre la soberanía popular y el predominio del sistema financiero en la política, y fueron los primeros en intentar frenar esta influencia llegando a cerrar la principal institución financiera del país durante el segundo mandato de Jackson. Pero en lo referido a la cuestión racial y de género, los jacksonianos eran bastante reaccionarios, por eso Donald Trump ha intentado reapropiarse de Jackson.

En Hegemonía y estrategia socialista, Laclau y Mouffe toman de Tocqueville el concepto de “revolución democrática” y citan sus palabras: “es imposible concebir que la igualdad no concluya por penetrar tanto en el mundo político como en otros dominios. No es posible concebir a los hombres como eternamente desiguales entre sí en un punto e iguales en otros; en cierto momento, llegarán a ser iguales en todos los puntos”.

En el fondo, la gran victoria del liberalismo ha sido conseguir restringir el sentido amplio de la palabra democracia para convertirla en puro procedimiento. Cuando estaba surgiendo la democracia representativa en el siglo XIX esto no era así, y por eso Tocqueville puede plantear que liberalismo y democracia son antagónicos, porque la democracia es un proyecto cultural, social y político amplio que lo que supone es una igualación de todos los actores y una igualdad de condiciones en la participación en toda la esfera pública, más allá del acto del voto en sí. Lo que hay es un espíritu democrático y eso es lo que O’Sullivan intenta hacer germinar a través de la Democratic Review. Él defiende un “paradigma organicista” y piensa la democracia precisamente como si fuera una planta y el sistema político como si él estuviera plantando una semilla democrática en la nación.  A través de los escritos, de las obras de teatro, de los poemas, de los ensayos políticos, de los periódicos y de la opinión pública en general, esa democracia recibe agua, va germinando, va creciendo como si fuese una planta y va extendiéndose a través de todos los espacios. En esa metáfora organicista hay una idea expansiva de la democracia, que puede ser hacia el orden político o puede ser una idea expansiva en un sentido imperial.

La gran victoria del liberalismo ha sido conseguir restringir el sentido amplio de la palabra democracia para convertirla en puro procedimiento.

Los presidentes Andrew Jackson y Martin van Buren fueron dos de las principales figuras de referencia de la democracia jacksoniana. Haces una comparación entre, por un lado, Jackson y Pablo Iglesias y, por otro, van Buren e Íñigo Errejón.  

Fue una cosa que planteé hace muchos años en un Congreso sobre Republicanismo y Populismo que organizó el profesor José Luis Villacañas. Cuando surge Podemos yo me doy cuenta de que hay algunas similitudes entre el proyecto de Podemos y sus líderes y el proyecto del Partido Demócrata y sus líderes, con muchísimas salvedades históricas.

Andrew Jackson había sido un militar muy popular que había defendido Nueva Orleans contra las tropas inglesas de Wellington en la guerra en 1812. Eso le hizo muy popular porque con 300 hombres, y además bandidos, prostitutas, unos pocos soldados y pioneros del Oeste -era como una especie de batiburrillo de clases populares- consiguieron derrotar al escuadrón de élite de Wellington que había combatido contra Napoleón en España. Eso fue una gran gesta, que le dió una gran popularidad. También había sido muy popular porque había conducido guerras contra los indios Seminola, Cherokee y Creek y les había derrotado en todo el Sur. En esos momentos matar indios daba votos. Andrew Jackson era una figura militar, heroica, muy popular, pero en el fondo sabía muy poco de política de partido.

Por otra parte, Martin Van Buren es una figura muy interesante. Fue el líder de los locofocos, la fracción radical y antiesclavista de los jacksonianos. Era un tipo muy inteligente y muy respetado por su sagacidad entre los políticos y los académicos norteamericanos, pero tenía un problema relacionado con su aspecto: era muy bajito, y muchos no le tomaban en serio. Además Andrew Jackson tenía otro elemento físico que le caracterizaba, que era su larga melena blanca. En un determinado momento se da una alianza entre estos dos personajes, que son muy distintos. Andrew Jackson pone la cara y pone la figura del líder populista y Martin Van Buren es el que construye el partido desde cero. El Partido Demócrata, de hecho, es una creación de Van Buren. Es una alianza virtuosa porque son dos figuras muy distintas, pero que se complementan. En eso se parecen a Iglesias y Errejón, pero a diferencia de ellos Andrew Jackson y Martin Van Buren nunca llegaron a pelearse, de hecho Van Buren, que fue primero vicepresidente de Jackson, le sucedió después en el poder.

El subtítulo de la tesis es “John O’Sullivan y la formación del concepto de ‘Destino Manifiesto’”. ¿Quién fue John O’Sullivan? 

O’Sullivan fue una figura muy interesante y paradójica. Es posiblemente uno de los mejores representantes del romanticismo americano y del romanticismo en su conjunto como cultura política. Nació aquí en España, en un barco inglés frente a las costas de Gibraltar. Su padre murió muy pronto, lo que hizo que su madre se mudase con todos los hijos a Estados Unidos. La madre culpó al gobierno norteamericano de la muerte de su marido y pidió una indemnización. Con el dinero de esa indemnización O’Sullivan fundará a los 23 años la Democratic Review. La revista será establecida en la ciudad de Washington en 1837 por O’Sullivan, apoyado por el presidente Martin van Buren, el segundo presidente demócrata del país. Él y sus ministro se encontraban en ese momento preocupados por el predominio cultural del partido Whig, un partido liberal y conservador que rivalizaba con los demócratas. Esto condujo a la administración Van Buren a plantearse la necesidad de dotarse de un órgano político-literario para disputar la hegemonía cultural a los Whigs.

O’Sullivan generó la Democratic Review como un experimento que combinará en un solo formato el ensayo político con poemas y relatos de viajes, desde un prisma muy preciso: todo lo que se publicaba en la Democratic Review tenía que reflejar de una manera o de otra lo que él entendía que era el espíritu democrático, para de esa manera ir generando una idea de democracia en el público que fuese favorable a las políticas y al proyecto del Partido Demócrata. La idea de O’Sullivan era bastante sofisticada, porque no se trataba de hacer panfletos favorables a la democracia, sino de sugerir la democracia a través de relatos culturales. Tenía un sistema de suscripción, sería una cosa muy parecida al Neftlix de la época. De hecho consiguió un éxito muy rápido, no solamente a nivel nacional, sino internacional. La Democratic Review fue la primera revista que se va a leer en las distintas capitales europeas y fue el primer dispositivo de transmisión de la cultura norteamericana a través de los relatos de sus propios escritores.

La idea de O’Sullivan era bastante sofisticada, porque no se trataba de hacer panfletos favorables a la democracia, sino de sugerir la democracia a través de relatos culturales.

 O’Sullivan fundó con tan solo 23 años la Democratic Review, “una revista literaria que presentaba y defendía la perspectiva político-cultural del partido demócrata”. En ella colaboraron, entre otros, Emerson, Thoreau, Whitman o Allan Poe. Aseguras que “la revista supuso un auténtico experimento de producción de hegemonía gramsciana”. ¿Qué aprendizajes se pueden extraer de esta experiencia?

En ese momento existían revistas parecidas a la Democratic Review en las que se publicaban ensayos de carácter político y piezas literarias, pero eran revistas que estaban pensadas para una alta burguesía y desde una perspectiva elitista. También eran muy populares este tipo de revistas político-literarias en Europa, sobre todo en Escocia. La Edinburgh Review es la que marca la referencia en el siglo XIX. O’Sullivan había vivido un tiempo en Inglaterra y había tenido contacto con la Edinburgh Review y con todas esas revistas. Cuando llega a los Estados Unidos lo que plantea es hacer este tipo de revista pensada para las clases populares y por lo tanto con un lenguaje mucho más sencillo, sin pretender imitar a los escritores ingleses. Esto es muy importante para O’Sullivan: la idea de buscar una voz que sea nacional y popular. Ahí es donde está su intento de construir un proyecto populista pero que sea hegemónico, porque él lo que plantea es -y lo dice en el manifiesto inaugural de su revista- que la sociedad norteamericana está en proceso de construir una democracia, pero que en su ámbito cultural está constantemente imitando a las revistas de referencia inglesas, que son aristocráticas, elitistas y antidemocráticas. Si se quiere construir una democracia plena se necesita tener un órgano cultural que refleje esas ambiciones y esa cultura popular y democrática.

¿La revista tiene éxito entre las clases populares?

En ese momento las revistas eran por suscripción, por eso planteo, un poco de broma, que era como el Neftlix de la época. Los Estados Unidos tenían una particularidad con respecto a Europa, pues a mediados del siglo XIX el 70% de la población ya estaba alfabetizada. La potencialidad de influir mediante escritos ensayísticos y literarios entre las clases populares era muy alta porque estas ya sabían leer. El problema estaba en que lo que no existía era una cultura de lectura entre la mayor parte de la población. La cultura predominante era oral en ese momento. No existía la costumbre de leer novelas ni de leer en general. Estas revistas son pioneras a la hora de ofrecer un primer contacto que no sea la Biblia. La Democratic Review y otras revistas lo que presentan es un primer acercamiento al público a la palabra escrita, pues a través de relatos se podían transmitir ideas políticas complejas si estos hacían referencia a tradiciones populares, a cuestiones referentes a la vida cotidiana y luego también mediante relatos fantásticos, porque es la época del romanticismo. A través de todos estos elementos en donde lo popular está muy presente, O’Sullivan irá vinculando de manera indirecta la imagen de la nación con la idea de democracia, formulando de esa manera una idea popular e igualitaria de la democracia.  Para ello contará con la colaboración de distintos escritores. Algunos ya eran famosos pero otros no. Por ejemplo, Walt Whitman se hace famoso a través de la Democratic Review. Poe, Hawthorne, Whitman… todos estos autores son leídos en el extranjero por primera vez a través de la Democratic Review.

Fue un ejercicio de producción de hegemonía gramsciana. Para las elecciones de 1844, el partido Whig, que había dominado la producción cultural hasta ese momento, tiene que fundar la Whig Review para contraponerse a la Democratic Review. Ellos se dan cuenta de que han perdido en la competición de producción de hegemonía cultural, que la Democratic Review y los demócratas están marcando los términos del debate público gracias a su producción literaria y que tienen que producir una revista análoga que dé la batalla en los mismos términos.

La Democratic Review y otras revistas lo que presentan es un primer acercamiento al público a la palabra escrita, pues a través de relatos se podían transmitir ideas políticas complejas si estos hacían referencia a tradiciones populares, a cuestiones referentes a la vida cotidiana.

¿En qué consiste la doctrina del Destino Manifiesto y qué influencia ha tenido en el desarrollo histórico y geopolítico de los Estados Unidos? ¿Se circunscribe al contexto político del siglo XIX o va más allá?

El Destino Manifiesto (que es el núcleo fundamental de mi tesis, que intenta explicar su proceso de aparición) es un concepto que apareció en el año 1845 y expresa la idea de que los Estados Unidos son un país que ha sido elegido por la providencia para extenderse por toda Norteamérica. O’Sullivan va a hablar de Norteamérica pero siempre va a quedar la ambigüedad de dónde comienza y dónde termina. Tradicionalmente, desde la fundación puritana había habido siempre un discurso providencialista que hablaba de los norteamericanos como un pueblo elegido que tenía una misión providencial en Norteamérica. Eso está en el siglo XVII, está en la revolución americana y estaba en la cultura romántica del momento. En ese sentido O’Sullivan no se inventa nada, participa de una tradición muy consolidada, que es bastante más variada de lo que en principio pudiera parecer, que produjo un contexto cultural que predisponía a la población norteamericana a verse en términos de un pueblo elegido con una misión providencial que realizar en América.

Esa misión providencial podía tener muchos sentidos y lo que O’Sullivan hace es darle por primera vez un sentido expansionista claro. Esa misión ordenada por la divinidad será que los estadounidenses se extiendan por todo el continente. En la actualidad tenemos la imagen de los contornos de los Estados Unidos en un mapa bastante claro y bien definido, pero antes lo que había era una gran cantidad de espacio considerado como vacío, pero que estaba habitado por las naciones originarias, por los indios, que estaba reclamada de iure por las naciones europeas, pero sobre la cual tenían un control muy teórico. Lo que se dará entonces será un proceso migratorio por parte de los colonos americanos hacia el Oeste, que en el siglo XX será mitificado a través del del western como género cinematográfico. En ese momento significa que sabemos donde empiezan los Estados Unidos -en la costa atlántica-, pero aún no sabemos donde terminarán: puede terminar en el Pacífico -lo que hoy es California-, pueden terminar en el Mississippi -lo que es hoy Saint Louis-, en las Montañas Rocosas -lo que es hoy Nevada y Colorado-, pueden terminar en el Yucatán… o en la Patagonia.

Y lo que hace O’Sullivan con el concepto de Destino Manifiesto es acuñar un término que expresa en términos de necesidad histórica y razón de Estado los anhelos imperiales y expansionistas del país, y le dota de un contenido teórico y programático que supondrá el núcleo de la ideología imperialista americana en la posteridad. Para resumirlo en una frase: O’Sullivan, que había sido uno de los principales teóricos de la democracia jacksoniana, será el principal autor que teorizará la idea de los Estados Unidos como una democracia imperial, y esto quedará reflejado en el concepto de Destino Manifiesto.