Fernando Ramírez de Luis (@voicilefer)
El análisis del discurso forma parte de la caja de herramientas de la izquierda para analizar la hegemonía conservadora iniciada en 1979. Ello se justifica por su eficacia retórica en una coyuntura propensa para la reacción como la crisis de 1973. Que esas ideas sigan en boga tras una crisis del capitalismo y una pandemia son testimonio de su resiliencia.
De los muchos trabajos dedicados a esa cuestión, merece especial mención La retórica reaccionaria, del economista alemán Albert O. Hirschman. Es una obra de clave analítica frente a otros autores, como Lakoff, que proponen usar las herramientas o categorías mentales del adversario. El estudio se basa en tres grandes categorías en un análisis sincrónico de la modernización del Estado. Así se plasma la retórica conservadora ante las revoluciones liberales, el sufragio universal y el Estado del Bienestar como saltos democráticos: modernización económica, política y social.
Este artículo se basa en la obra de Hirschman y la traslada a la coyuntura conservadora de la España actual. Citando al propio autor, es una técnica mejor que otros análisis del conservadurismo. Algunos, como la fijación en el adversario y sus cualidades, pueden ser contraproducentes. Pensar que Isabel Díaz Ayuso posee dotes irresistibles es desmoralizador e impide trascender el personalismo en política. Superar la brecha supuestamente insalvable redunda en el beneficio de la causa progresista y la democracia.
La tesis de la perversión
Hirschman enuncia la tesis de la perversión como una de efectos secundarios no deseados. Esta idea es constante en la historia del pensamiento, ya presente en la división hybris-némesis de la mitología griega, contrastando heroísmo y escarmiento, y se repite en los tres casos examinados.
La Revolución Francesa, para Burke o Schiller, equivale a la hecatombe y la barbarie. La libertad, igualdad y fraternidad lleva a la muerte y a los abusos del Comité de Salud Pública. Si para el Marx hegeliano la historia está del lado socialista, es la Divina Providencia la que castiga al revolucionario. La modernización política supone que la ineptitud de la masa es perversa y conduce al desgobierno. Según Burke, el peluquero o el barrilero no poseen facultades para el gobierno; votar es dar el poder a la ineptitud; para Nietzsche imperará el instinto del rebaño; para Flaubert a la reproducción de la estupidez de la minoría burguesa en la mayoría social. En el Estado social, perversión es dependencia y la vagancia. En el siglo XIX, las Poor Laws institucionalizan la mendicidad y por eso se transforman en un régimen de trabajo forzado en 1834. El Estado del Bienestar y la economía mixta del siglo XX equipara la asistencia social estatal a la extinción de la familia, la Iglesia y la comunidad.
La retórica conservadora española, en cuanto a modernización política, se centra en la tesis tecnocrática y meritocrática. Los gobernantes deben ser expertos en las materias a tratar o altos funcionarios; lo contrario es el caos o defender a la casta política. Lo vemos en los ataques a miembros del Consejo de Ministros por sus ocupaciones previas. Son frecuentes los memes y zascas a Irene Montero por haber trabajado como cajera en el pasado. La idea de separar la política del trabajo es también deudora de esta idea. En el fondo, aún resuenan ecos de las Reflexiones sobre la Revolución Francesa de Burke: ¿qué separa al peluquero de Montero, la cajera mujer de?
La perversión del Estado del Bienestar es la más relevante en la actualidad. La debilidad frente a las okupaciones acabará con la propiedad privada. Las ayudas conducen al fraude de prestaciones (los «mantenidos» de Díaz Ayuso) y a su abuso por inmigrantes ociosos e inadaptados. El Ingreso Mínimo Vital conduce a la dependencia del Estado. Incrementar el salario mínimo supone paro, inflación, y colapso económico. Llevada al extremo, si en el siglo XIX se afirmaba que con el seguro de accidentes, los obreros se lisiarán para cobrarlo, las feministas TERF proclaman que los agresores se harán mujeres con la Ley Trans para seguir abusando de las víctimas o entrar en baños de mujeres.
¿Cómo responder a estas ideas? Me gustaría citar el guion que José Sacristán recitaba en un spot de Unidos Podemos en las elecciones de 2016: «No hierven los lagos, ni se abre la tierra y el fútbol no deja de ser el deporte nacional, ni el perro el mejor amigo del hombre». Probablemente, la mayoría de cosas que otrora se veían como horribles ahora son normales. La profecía no se cumple; la política pública u opción política se implementa exitosamente. Incluso si se cumple parcialmente la predicción (hay polizones de las ayudas sociales, o llevar cinturón aumenta los accidentes por exceso de confianza), los beneficios mayoritarios superan con creces las externalidades negativas anecdóticas.
La tesis de la inutilidad
Hirschman califica la inutilidad como insultante para la izquierda. No le falta razón; afirmar que nada puede cambiar y acusar de hipocresía al progresismo es doloroso. Este recurso retórico se vincula al sarcasmo y por eso muchas veces es patrimonio de los trols de internet. En ese sentido, su combinación con el nihilismo social puede ser preocupante, y crear profecías autocumplidas.
La Revolución Francesa fue inútil porque llegó a los mismos resultados que el absolutismo, afirma Tocqueville en El Antiguo Régimen y la Revolución. El sufragio universal es inútil para intelectualidad italiana del XIX. Mosca, Pareto, y luego Robert Michels, lo consideran una farsa. Dar el voto a los pobres reforzará el clientelismo con la clase política. No habrá opción a redistribuir la renta, porque existen leyes de la economía que lo impiden. La Ley de Hierro de la Oligarquía impide la consecución del poder proletario. Lampedusa repite esta misma idea en el Gatopardo: cambiar todo no cambiará nada.
En el Estado del Bienestar americano la redistribución es injusta, pues favorece a ricos y pobres. La sanidad pública británica suele reducir la mortalidad de quienes no la necesitan. Por tanto, crear servicios públicos o impuestos progresivos es saquear a los pobres para subvencionar a la clase media.
En España, esta tesis se vincula al concepto del chiringuito. Suele ir junto a la tesis de la perversión y combinarse con alegatos de hipocresía. Los sindicatos y los movimientos sociales quieren sangrar a los pobres y hombres “oprimidos” para parasitar desde el poder. Esos activistas son unos vividores. Viven en la opulencia, y tú en un barrio inseguro con inmigrantes. Los hemos desenmascarado, son unos farsantes e hipócritas. Nada va a cambiar, así que, ¿para qué hacer nada?
Hirschman ve dos salidas a la inutilidad. Una, que caiga por su propio peso. El activismo cambia las cosas; incluso aprende de sus fallos y es más eficaz. La otra es que sea una profecía autocumplida. Es lo que hipotetiza en una Italia cuyos principales intelectuales negaron la democracia basándose en las leyes sociales que ellos mismos crearon.
La tesis del riesgo
La tesis del riesgo se vincula a la tradición anglosajona en el estudio; a lo que Constant llama la libertad de los modernos frente al republicanismo grecolatino, y a la libertad negativa de Isaiah Berlin. Toda intromisión en esta esfera pone en riesgo las libertades conquistadas. La masa iría contra las tradiciones de libertad de Reino Unido iniciadas con la Carta Magna de 1215 y extendidas por la Revolución Gloriosa. Por ello, el aumento de la franquicia electoral en Reino Unido en 1832 y 1867 se preveía fatal, conducente a la intolerancia religiosa, la supresión del espíritu emprendedor, la incultura y el rechazo a la vacunación. Incluso se vinculaba con la tesis de la inutilidad: los pobres son indolentes, por ende, influenciables por el poder. La tradición también se vinculaba a espíritus nacionales; los alemanes no eran aptos para la democracia de masas.
El Estado del Bienestar en el mundo anglosajón pone en riesgo las tradiciones de libertad basadas en el pacto de Estado mínimo, que impiden, según Hayek, que el Estado sea intervencionista, poniendo en riesgo su tradición constitucional. Para Huntington, el auge contestatario y de los derechos civiles de los años 60 postula que en Estados Unidos el giro social ha supuesto una crisis de autoridad. Lo que para el neomarxismo o para Jürgen Habermas supone una crisis de legitimidad o una crisis del Estado capitalista es para los conservadores una crisis de gobernabilidad a atajar por la vía de la libertad económica.
El riesgo supone que un cambio cancele al otro, ceci tuera cela, según Víctor Hugo, perder lo malo conocido por lo bueno por conocer; o un juego de suma cero con pocos ganadores y muchos perdedores. La tesis de la perversidad combina bien con esta otra y se usa para neutralizar el argumento de que toda reforma de izquierdas complementa a otra.
Hirschman afirma que en España no sería posible aplicar la tesis del riesgo por ser un país de la tercera ola de democratización que debió acometer las tres modernizaciones a la vez. No pudimos elegir entre una u otra; quedarnos atascados supondría no alcanzar ninguna de ellas.
Sin embargo, han pasado 31 años desde ese análisis. El ya lejano 15-M impugnó el llamado régimen del 78, y la tesis del riesgo hizo su aparición en España. Su objeto es el consenso de la Transición y la Constitución que produjo. Daba igual que esta hubiera sido reformada de manera fulminante unos meses atrás. Impugnar el régimen era arriesgar la democracia, la estabilidad y la concordia traídas por el bipartidismo. Sumado a una crisis territorial y a su ideología, el riesgo también era perverso: la ruptura de España y el socialismo chavista. El argumento económico se usa constantemente para cuestionar todo cambio en el Estado del Bienestar; las políticas progresistas ponen en riesgo las pensiones, el empleo, la economía. Debido a la estabilidad presupuestaria y sostenibilidad financiera, cualquier intento de cambio social o incluso reforma pone en riesgo las reformas estructurales.
Síntesis. Contra la simpleza argumental, también en la izquierda
El análisis de Hirschman culmina analizando algunos lugares comunes del discurso de izquierda, no ajena a esos trucos. Se recurre con frecuencia al argumento de la urgencia en actuar; se suele afirmar que toda reforma es necesariamente positiva y que no puede generar ningún riesgo o externalidad, conduciendo a justificar los excesos autoritarios de etapas como el estalinismo; o se propone que, en vez de impedir el cambio, las leyes de la historia están del lado del progreso. Esas pautas siguen estando presente en nuestros discursos. Analizarlas y cambiarlas puede ayudarnos a ganar coherencia y mejorar la propuesta progresista frente a la simpleza retórica conservadora.
El poso, aunque parezca lo contrario, no es que, como se decía en la Argentina de 2001, «se vayan todos». En realidad, si deseamos que el cambio sea duradero en nuestras sociedades, es preciso articularlo como es. Un tuit o un zasca no puede encapsular un camino tortuoso y complejo basado en el trabajo, deliberación y esfuerzo colectivos. Cambiar nuestra forma de proponer y deliberar es condición vital para garantizar una democracia socialista, popular, republicana y avanzada.