Por Ibai Luis de Juan (@ibaidejuan)

La crisis del Covid-19 será recordada, entre otras cosas, como uno de los múltiples acontecimientos que evidencia las contradicciones intrínsecas del modelo neoliberal hegemónico. De ello cabe esperar una reflexión acerca de las estructuras económicas y las relaciones de poder globales con las que se ve obligada a convivir la humanidad. El mundo que emerja de dicha crisis albergará nuevas problemáticas que sin duda dejarán su impronta en la geografía de nuestras ciudades como ha ocurrido en el pasado, pues la problemática social está estrechamente ligada a la cuestión territorial. En esta tesitura, es aconsejable pararse a analizar desde una perspectiva holística los previsibles cambios territoriales y cómo deben emplearse estos en beneficio de la transición ecosocial tan deseada desde una gran parte de la sociedad.

La trampa de la terciarización

Con el inicio de la agenda neoliberal en la década de 1980, se pusieron en marcha medidas para una transición económica acelerada que, en España, ha dado como resultado la hipertrofia actual del sector terciario en detrimento mayoritariamente del sector primario. Ello se debe en gran parte a la introducción exitosa del razonamiento economicista en una sociedad bombardeada con alusiones a los beneficios del libre mercado y apuntalada con supuestas biografías de éxito y fuertes dosis de individualismo [1]. En consecuencia, la dinámica adoptada favoreció que la ordenación territorial quedara más condicionada que nunca por las fuerzas del mercado.

En los núcleos urbanos turistificados como Barcelona, València o Madrid, el capital cultural, así como el espacio público sufren un proceso de mercantilización por parte de los agentes económicos que explotan las rentas de monopolio generadas por dicho capital. No obstante, como han apuntado autores como David Harvey, la comercialización de los bienes culturales de una sociedad conlleva la homogeneización de estos, pues acaban percibiéndose como una mercancía más en el juego de la oferta y la demanda. De esta forma, con el tiempo, el bien cultural pierde su naturaleza identitaria a la par que la propia identidad de la población queda desvirtuada.

Por otra parte, la mercantilización de los centros urbanos acentúa la precariedad de la población local víctima de una dinámica de acumulación por desposesión. Si bien el sector terciario es actualmente el que mayor empleo puede generar, este se caracteriza por su estacionalidad y precariedad (temporalidad, bajos salarios y contratos precarios) además de los impactos directos e indirectos sobre el medio ambiente. Sorprende ver a la Mesa de Turismo pedir la dimisión del ministro Alberto Garzón por sostener estos mismos argumentos. Todo apunta a que hemos ido en sentido opuesto al desarrollo que nos prometieron las voces del progreso.

En los núcleos urbanos turistificados como Barcelona, València o Madrid, el capital cultural, así como el espacio público sufren un proceso de mercantilización por parte de los agentes económicos que explotan las rentas de monopolio generadas por dicho capital.

Como ha argumentado el geógrafo Christophe Guilluy, se han establecido con minucioso rigor las condiciones socioespaciales de reproducción de un precariado o mundo de las periferias que vive en una constante incertidumbre y flexibilidad laboral a la par que se siente desposeído de su identidad cultural. Es importante recordar que no se trata de un rasgo atávico de nuestra sociedad sino un proceso que lleva fraguándose desde hace 40 años en todo Occidente.

Dejar a la sociedad desarmada ante las prácticas voraces del capitalismo empuja a las clases más perjudicadas hacia los únicos movimientos capaces de reescalar la percepción de las angustias individuales a un nivel social colectivo [2]. Ello se traduce en un deseo de re-territorializar el espacio y establecer nuevos límites para proteger a la sociedad.

La reconquista de la ciudad

En 2020, las ciudades terciarizadas deberán afrontar un fenómeno caracterizado por un turismo extranjero prácticamente nulo. ¿Qué futuro deparará a esos centros urbanos que, a excepción del turismo nacional, son totalmente inútiles? ¿Quién va a cambiar divisas o comprar souvenirs que en muchos casos ni siquiera hacen referencia a la identidad cultural de la ciudad? ¿Tendrán clientela los establecimientos céntricos de comida tradicional con precios desorbitados caracterizados por ser espacios ocupados por “guiris”? Los polos de desarrollo a los que durante tanto tiempo se han derivado gran parte de los recursos económicos y humanos se han vuelto inútiles de la noche a la mañana. El FMI estima la debacle española en una pérdida del 8% del PIB y un aumento del paro en un 20% en 2020.

Pese a la terrible tragedia que constituye la crisis del COVID-19, tras este fenómeno se abre una ventana de oportunidades para revertir los procesos de “disneyficación” y reconquistar la ciudad para la población local. En los próximos meses, es previsible que asistamos al movimiento por parte de la sociedad civil con el objetivo de reorganizar los centros urbanos a fin de devolver a estos una verdadera utilidad para la ciudadanía. Gracias a esta dinámica, el capital cultural, así como la identidad territorial quedarán revalorizados.

Sin duda alguna, la iniciativa de reapropiación de la ciudad debe nacer de los movimientos sociales urbanos. Estos movimientos deben esforzarse por hallar un nexo entre sus diversos y legítimos intereses. Ese punto en común podría ser la geografía urbana y los valores identitarios que esta les aporta. La ciudad constituye en mayor o menor medida el plano de actuación de muchos colectivos que, conscientes de las contradicciones intrínsecas del modelo neoliberal, abogan por un modo de vida basado en la sostenibilidad y equidad entre los individuos. En consecuencia, los espacios públicos deben entenderse como la proyección geográfica de los derechos de la ciudadanía. Nuestras plazas han sido, son y seguirán siendo lugares de encuentro y reflexión donde ningún individuo es vetado independientemente de su condición [3]. De esta forma, los espacios públicos de la ciudad no constituyen solo un símbolo, sino también el sustrato sobre el que germinan ambiciosos proyectos de transición ecosocial y reproducción de la ciudad. Espacios donde se pone el foco en las desigualdades sociales y la sostenibilidad del territorio. Concentrar el entusiasmo de la ciudadanía en las plazas y parques urbanos puede llegar a ser una de las mejores herramientas con la que hacer frente a la posmodernidad.

En 2020, las ciudades terciarizadas deberán afrontar un fenómeno caracterizado por un turismo extranjero prácticamente nulo. ¿Qué futuro deparará a esos centros urbanos que, a excepción del turismo nacional, son totalmente inútiles? ¿Quién va a cambiar divisas o comprar souvenirs que en muchos casos ni siquiera hacen referencia a la identidad cultural de la ciudad?

Es esencial priorizar la reapropiación del centro de la ciudad por parte de sus habitantes. Los colectivos sociales deberían aunar fuerzas para presionar la iniciativa política en sentido de una regulación de los precios de alquiler, así como del turismo. Este último debería orientarse en preservar el capital cultural tanto por su propio beneficio económico como por el beneficio común de la ciudadanía. Para ello, es necesario fomentar un turismo sostenible, respetuoso y cuyos beneficios percolen hacia los estratos más vulnerables de nuestra sociedad. De esta forma se favorecería la vuelta al centro de las poblaciones locales así como de los comercios tradicionales, pues responderían a una nueva demanda de servicios. En consecuencia, se revaloriza el capital cultural urbano a la par que se blinda frente a las fuerzas de mercado que homogenizan la trama urbana en su afán voraz de explotación de las rentas de monopolio. A su vez, el fomento de la participación ciudadana en la planificación de la ciudad, así como en la gestión de una parte de los presupuestos municipales permitiría a la población interiorizar la identidad urbana e implicarse activamente en la reproducción de la ciudad y su revalorización.

Un nuevo horizonte

La situación actual exige una profunda reflexión sobre el modelo de mercantilización de nuestras ciudades, más aún ante la extrema necesidad de una transición ecosocial. La reconquista de los centros urbanos turistificados por parte de la ciudadanía puede plantearse como la primera fase de un proceso que busca revertir la terciarización de las economías occidentales y sus efectos erosivos sobre la mayoría de la población local. Los cambios que se producirán en la geografía de nuestras ciudades tras la crisis del COVID-19 (porque los habrá) deben estar acompañados de alternativas al modelo neoliberal basadas en el bien común y la solidaridad. La sociedad debe abogar por esta causa y para ello emplear los espacios públicos como símbolo de cohesión y herramienta de reivindicación por el derecho de toda la ciudadanía a una vida digna. El patrimonio común que constituyen nuestras plazas, parques y avenidas son los elementos con los que podemos abordar el inminente reto al que se enfrenta nuestra generación.

Notas y referencias

[1] Ver en Bauman, Z. y Donskis, L. (2019). Maldad Líquida. Barcelona: Planeta.

[2] Bauman, Z. (2016). Extraños llamando a la puerta. Barcelona: Paidós.

[3] Bien es cierto que la disposición de algunos espacios públicos está diseñada para inhibir la presencia de determinados grupos sociales lo cual desvirtúa su significación y favorece la segregación. La planificación debe orientarse en el sentido de reducir las desigualdades sociales, no de privilegiar o perjudicar a determinados grupos de población.