Por Merlina Del Giudice
A raíz de dos días en los que BCN en Comú ha organizado unas jornadas sobre municipalismo Queer se ha reavivado un debate siempre presente. El mundillo feminista de Twitter arde. Y es que hay debates que son a la interna del movimiento lo que el independentismo a las cenas familiares grandes. Con ello no quiero decir en ningún momento que sean temas que no se deban discutir y hablar profundamente, pero sí que causan cierta incomodidad (y peleas en los casos más extremos) que la mayoría prefiere evitar. No obstante, soy de la firme opinión de que todo se ha de discutir a fondo para poder hacerlo bien. Así que allá vamos.
Hablamos de la prostitución, su legalización y regulación. En las mencionadas jornadas se hablaba de que sería necesaria la legalización y regulación de esta práctica, y por ello han salido opiniones discrepantes, de aire más abolicionista, a tachar de neoliberales o incluso machistas a las organizadoras y ponentes del debate.
Existen posturas muy diferentes sobre qué hay que hacer con la prostitución, desde aquellas que defienden prohibir y castigar a quien la ejerce y quien la consume, hasta quien la defiende como una actividad laboral más.
A mi personalmente, como casi todo lo que me ha hecho plantearme el feminismo, me crea enormes contradicciones.
En primer lugar es obvio que la cosificación de las mujeres es un problema al que todas nos enfrentamos, la prostitución como la conocemos hoy en día (entre otras muchísimas cosas) vende los cuerpos de las mujeres para extraer placer de ellos, no ayuda a visibilizar a las mujeres como sujetos plenos, como sujetos deseantes sino solo como sujetos receptores de deseo masculino y por lo tanto como sujetos extremadamente cosificados. En esta lucha por escapar de la cosificación, no obstante, (como señala Clara Serra) no podemos caer en el error de prohibirnos el acceso al propio cuerpo. Es decir, para acabar con la anulación de las mujeres como sujetos y su reducción a meros objetos sexuales no podemos prohibirnos, como sujetos que somos, el poder hacer uso del objeto que es el propio cuerpo, como bien lo hacen los hombres con el suyo y no por ello dejan de ser considerados sujetos.
En segundo lugar, la prostitución es la venta de cuerpo de una persona para saciar el deseo sexual de otra. En esta relación la persona deseante suele ser un hombre y la que vende su cuerpo, en general, una mujer. Vender sexo, así como vender amor, cuidados o bebés es la culminación de la mercantilización de las personas. Ahora, a partir de aquí no creo que sea lógico condenar más la relación de explotación capitalista y patriarcal que puede darse en el mercado de la prostitución que la que pueda darse en otros trabajos, es decir, no podemos caer en puritanismos (siempre sin confundir trata, prostitución y porno). El problema radica en que la prostitución implica comprar el consentimiento. Es verdad y no niego que haya trabajadoras sexuales que ejercen dicha profesión porque así lo desean, pero no por ello podemos negar que hay una gran parte que lo hace por necesidad, y que si no necesitara el dinero no daría su consentimiento.
Dicho esto creo que es importante mirar el contexto en el que debatimos esto. No hay duda de que el movimiento feminista ha demostrado tener la capacidad de poner asuntos en agenda, tanto en la mediática como en la política. Todas hemos visto al nuevo gobierno hacer un guiño cómplice con la paridad en el nuevo ejecutivo y la vicepresidenta/Ministra de igualdad. Y por otro lado, desde hace mucho tiempo en nuestro país podríamos decir que vamos ganando en la constante lucha que se libra sobre nuestros cuerpos, podemos ver ejemplos claros tanto en la rápida retirada, tras ver que no gustaba para nada, de la propuesta sobre maternidad subrogada, como en la increíble respuesta de indignación mostrada por nuestra sociedad en todo lo que respecta a la violación. A parte, en Barcelona y otras localidades a lo largo del estado encontramos a los denominados gobiernos del cambio, que nos podrán gustar más o menos pero los cuales, me atrevería a decir, son los mejores aliados que las feministas tenemos en el poder ahora mismo.
El escenario es bueno (podría ser mejor, siempre podría) tenemos a un gobierno central que ya ha visto que sin nosotras más o menos contentas no va a ningún lado y en Barcelona (y hablo de Barcelona por que es donde se está debatiendo ahora mismo) un ayuntamiento que ha demostrado estar dispuesto a escucharnos, debatir y cambiar cosas, más que ningún otro que hayamos tenido hasta ahora. Por lo menos yo no veo a Xavier Trias y CDC organizando unas jornadas sobre municipalismo Queer, y debatiendo de manera abierta sobre qué hacer con la prostitución (aunque él ya se declaró abolicionista allá por 2009).
En este campo creo que da gusto debatir estas cosas, entiéndanme, por lo menos a nivel de ayuntamiento, no estamos teniendo que discutir con posturas reaccionarias y puritanas que acusen a las trabajadoras sexuales de tener poca moral ni con posturas hiper-neoliberales que no vean la relación de explotación que puede darse en la prostitución.
El debate, entonces, está quedando por ahora en el clásico Abolicionistas / Regulacionistas. Debatiendo entre si seguir el modelo alemán, más legalista que regulacionista, pero modelo de referencia en muchos debates; o el sueco, modelo abolicionista. Dos modelos que han demostrado haber fracasado, ya que en un caso las trabajadoras sexuales ejercen en unas condiciones indignantes y sin apenas una eficaz regulación y en el otro la prostitución sigue existiendo pero de manera extremadamente clandestina y de una inseguridad tremenda para las mujeres.
Así pues quizás deberíamos plantearnos que la solución está más allá, en construir un Estado del bienestar feminista e interseccional que nos asegure unas condiciones dignas de vida, ya no solo a las trabajadoras sexuales que ejercen la profesión por una urgente necesidad económica, sino a todas las mujeres y todas las personas. Para poder legalizar y regular la prostitución de una manera eficaz, con el objetivo de que aquellas que no desean ejercerlo puedan dejar de hacerlo y que aquellas que si lo desean lo hagan bajo protección y regulación, son necesarios medios sociales como una educación gratuita y pública de verdad, un control de los precios de la vivienda, y medidas tan de sentido común como innovadoras como la renta básica. No podemos caer en el legalismo alemán y convertirnos así en un destino de turismo sexual, ni en la ceguera sueca y obligar a las trabajadoras sexuales a tener que trabajar en condiciones de ilegalidad. Tenemos la oportunidad de reivindicar cambios grandes en nuestra sociedad, ventanas de oportunidad que se nos abren si no nos encerramos en mirar las demandas de una en una sino en su conjunto. El movimiento feminista, gracias a muchos años de incansable trabajo y al escenario presente, tiene en su mano la capacidad, la fuerza y la legitimidad para reivindicar medidas de transformación muy grandes si articula bien sus demandas y juega bien sus cartas.