Por Jordi S. i Carbonell
“Surgida de los estratos marginados de la sociedad argentina, su indiscutible liderazgo de las grandes masas desposeídas la lleva, en unos años en los que era impensable que una mujer pudiera desarrollar cargos públicos y tomara parte en las grandes decisiones políticas, a ocupar esferas reservadas a los hombres y alentar a las mujeres que la siguen a la participación activa. Su carácter intransigente y su entrega fanática a la causa que postula modifican la sociedad argentina de su tiempo”.
Este es el pequeño resumen de la vida de Eva Perón que aparece en la sinopsis de la biografía de Evita llevada a cabo por la escritora Beatriz Doumerc. Y es que, después de que en el peronismo estén hoy más vivos que nunca los debates sobre el feminismo, en la figura de Eva Perón, y su figura, suscite enormes controversias, he creído necesario volver al origen y analizar y contextualizar la vida de esta figura femenina que tantos años después guía cual faro a los movimientos de emancipación popular que tienen lugar no solo en América Latina sino en los cinco continentes del globo.
“Los Toldos tiene cerca de tres mil habitantes y sus calles de tierra se estiran hasta los campos (…) mucha tierra dividida en enormes estancias que pertenecen a unos pocos hombres, mientras otros son medianeros trabajando de sol a sol a cambio de magros jornales y habitan en humildes casas de ese pueblo que ha nacido en torno a las vías del ferrocarril, como tantos otros en la provincia y el país”. Así describe Beatriz Doumerc el pueblo donde Eva Duarte nació el 7 de mayo del año 1919. Es la menor de cinco hermanos, y es mantenida por su madre. Su padre, a diferencia de a sus hermanos, no la ha reconocido y ha abandonado a su familia a su suerte. Desde bien pequeña sabedora de que es diferente al entorno que la rodea, pronto se da cuenta de que esa vida de desasosiego no era para ella.
Tras vagar por diferentes ciudades de Argentina ganándose la vida como podía, Eva llega a Buenos Aires a sus dieciséis años en el 1935. Al igual que el resto de muchachitas de provincia que huían desde el interior hasta la gran ciudad, Eva llegó a Buenos Aires cargada de “sueños e ilusiones de todos los tamaños y colores”. La Argentina de aquel entonces se debate entre golpes de Estado y fraudes electorales que, en última instancia, apuntalan un régimen de desigualdad capitaneado por unos pocos terratenientes, con el cereal y la carne como motor de su economía y como sus principales productos de exportación. Con una supeditación cuasi total a los designios de la burguesía británica, comienza en Argentina una época marcada por una dictadura militar, que será conocida futuramente por el pueblo argentino como la “década infame”.
Paulatinamente, Evita va labrándose un porvenir en el mundo del teatro y la radio, asumiendo papeles de cada vez mayor envergadura. Duerme en pensiones infames, en habitaciones compartidas y come cuando tiene el dinero para ello, interpretando papeles sin importancia que le permiten tener algo que llevarse a la boca. Ella no desfallece y continúa conociendo “compañeros que sufren iguales padeceres, la solidaridad entre pobres, las ciudades que se visitan por primera vez y se descubren de apuro, entre ensayo y función”. Ya en el 1939 llega al radio-teatro, concretamente a la obra Los jazmines del ochenta, la primera obra que la llevará al gran público argentino, a esos descamisados para los cuales trabajará en un futuro no tan lejano sin cesar hasta la hora de su muerte.
El 4 de junio de 1943 un golpe militar derroca al presidente Castillo. Una Evita que ya contaba con la simpatía de la mayor parte del pueblo argentino a través de las ondas consigue que el coronel Imbert, interventor de Correos y Telecomunicaciones, le firme el permiso correspondiente para aparecer en la radio —el nuevo Gobierno controlaba las emisiones—, que la catapultará a los oídos de todos los argentinos y a una mejor vida y que la pondrá al servicio político del nuevo Gobierno militar. Allí comienza a rescatar heroínas del pasado histórico de la Argentina. Al tiempo que Evita consolidaba su carrera, “un coronel del Estado Mayor se estaba convirtiendo en el protagonista de un nuevo drama, cuyo libreto se escribe día a día, hora tras hora. Poca gente conocía al general Juan Perón hasta ese momento”. Tras la insurrección del 4 de junio, que pretendía acabar con la “década infame”, un grupo de militares decidía sobre el rumbo que debía tomar Argentina tras años de expolio y de corrupción en Argentina. Pronto Perón comenzó a sobresalir entre ellos, pues tenía una idea muy clara de la Argentina que quería.
Ya en 1944 un terremoto asola San Juan y Eva Duarte va a recoger fondos junto a una comitiva de actrices y actores. El Gobierno decide organizar un espectáculo en homenaje a las víctimas, donde Eva asiste de público. Es allí donde, deslumbrada, “busca un lugar junto a Perón (…) No lo abandonará jamás”. A las semanas, ambos pasan a vivir juntos y “Eva sirve café al enjambre de políticos, militares, intelectuales y sindicalistas” que pasan día tras día por el despacho de Perón. Si bien es verdad que en aquel mundo todavía existe un machismo descomunal que aísla a las mujeres de la vida pública, “al contrario que sus compañeros de armas, el coronel brinda a su compañera un lugar de consideración”. Tras una vida de penurias, Eva Duarte comienza a darse cuenta de que son causas políticas las que condenan a la mayoría de argentinos a la miseria y a las mujeres argentinas a una supeditación hacia el hombre. De la mano de su maestro Perón, Eva comienza un proceso de politización constante, que se complementa con el nuevo programa de radio que locuta: “con el más estricto propagandístico, destinado a hablar de los propósitos y logros de la Revolución de junio”.
Tras una gira por la España franquista, donde, como rezaba un periódico del momento “representa brillantemente su papel (…) hablando de los descamisados de su Patria y de Perón”, Eva es recibida entre aplausos por todo el pueblo italiano , excepto por una gran masa de militantes del Partido Comunista Italiano, que la increpan “con gritos hostiles a Perón y al fascismo”. En el discurso que da en Roma hace su primer gran alegato público en defensa de la mujer, donde exalta los grandes ideales de la mujer argentina y reivindica “la consecución de espacios para las mujeres en el mundo”. En este viaje se reúne, entre otros, con el Papa o la Asociación Italiana de Mujeres. Tras visitar otros países europeos como Francia o Suiza, Eva, consciente de que cuanto ha visto en materia de obras sociales no le resulta placentero para importarlo en Argentina, vuelve con una certeza: “es inútil hablar de paz mientras continúen las diferencias sociales (…) Los hombres son solo mano de obra en la paz y carne de cañón en la guerra, y eso no tiene nada que ver con la soberanía”.
Desde 1911, alrededor de 30 proyectos propusieron la obtención del voto femenino, con resultado nefasto. Esto se debió a que la lucha por el voto femenino fue una lucha llevada a cabo desde la burguesía, y que en muchos casos se conformaba con un voto calificado, para alfabetas de edad mayor que los hombres y voluntario (cuando para los hombres este contaba con carácter de obligatoriedad). Fue a partir de la Revolución de junio del 1943 cuando “las descamisadas que han elevado su nivel de vida al gozar sus maridos de mejores salarios, o que ven el propio ya casi equilibrado al de los hombres y mejoradas sus condiciones laborales, encontrarán en el peronismo su trinchera”. Lo que ya estaba claro es que las mujeres habían comenzado a involucrarse en la vida pública argentina de la mano de Perón y su correa de transmisión Evita.
En septiembre del 1947 se produce una sesión plenaria histórica para el Pueblo argentino. Así, con un vibrante hemiciclo repleto de mujeres se aprueba que “las mujeres argentinas tendrán los mismos derechos políticos y obligaciones que los hombres, las mujeres extranjeras inclusive”. La mañana siguiente, desde el balcón de la Casa Rosada, Evita enuncia estas palabras ante una multitud: “aquí está, hermanas mías (…) una larga historia de luchas, tropiezos y esperanzas…”. Insaciable por continuar el camino hacia la justicia social, Evita crea —a partir de 1948— la Fundación Acción Social, en la que, una vez más consciente de que mujeres, ancianos y niños no tenían “acceso a sindicatos u organizaciones sociales (…) o no se beneficiaban de las nuevas leyes sociales como sí hacían otros sectores”. Enemiga del papeleo y la burocracia, Evita atendía hasta la madrugada a miles de descamisadas en su despacho. Al fin y al cabo, “¿qué documentos necesita una vieja mísera para demostrar que es mísera y vieja?”.
Es a partir de este momento que Evita decide que “por toda la República anden las mujeres organizadas en las Células Mínimas captando las necesidades de los más marginados y transmitiéndolas a la Fundación”. Aquí se pone una vez más de manifiesto la relevancia que Eva Perón da al activismo de las mujeres, y el notorio papel que les da en la Revolución que estaba sacudiendo la Argentina. Acusada de favorecer la caridad para no atajar las necesidades sociales de la población, Evita dejó siempre bien claras dos cosas: que para los descamisados iba a haber los mismos lujos que para un burgués y que su “ayuda social” no era más que justicia para poder paliar necesidades existentes al tiempo que las desigualdades estructurales iban gradualmente corrigiéndose con los planes quinquenales del Gobierno de Perón. Como ella mismo dijo: “el día que desaparezca la ayuda social será porque los argentinos ya no necesitan más que un poco de esperanza y consuelo”.
Evita siguió durante años su imparable camino hacia la justicia social y la consecución de derechos de los descamisados, dentro de los cuales las mujeres partían de una posición sustancialmente inferior a la de los hombres. Es por ello por lo que, además de aquellas empresas de las que ya hemos hablado, Evita “organiza y preside el Partido Peronista Femenino y promueve con tesón las Unidades Básicas Femeninas, que brotan como hongos por el territorio. [Estos] son centros de aprendizaje, actividad y adoctrinamiento político de millones de mujeres”. El 26 de julio de 1952 la llama de Evita se apagó. Miles fueron quienes intentaron borrarla de la Historia quitando su nombre a todos aquellos colegios y hospitales que lo llevaban. Su cuantioso patrimonio y su fundación fueron cedidos a Patrimonio Nacional. Incómoda para la oligarquía (…) pasarán más de 20 años hasta que pueda volver a descansar para siempre en Los Toldos, la tierra donde nació”.
Tranquilos: no me he olvidado de la pregunta que encabeza esta reflexión: ¿era Eva Perón feminista? Para saberlo deberíamos consensuar una visión unívoca de feminismo. Esta, a día de hoy, no existe ¿Ayudó a millones de mujeres de toda la Patria argentina? Sin lugar a dudas. ¿Consiguieron las mujeres argentinas emanciparse en la sociedad del momento? Por supuesto. Ahora bien: ¿se consideraba a sí misma feminista? No. ¿Qué significaba para ella el feminismo? “La corriente de mujeres resentidas con los hombres porque no las dejaban ser como ellos. Ellas quieren ser hombres. Es como si para salvar a los obreros yo les hubiese querido hacer oligarcas. Me hubiese quedado sin obreros (…) y no creo que eso nos hubiese podido ayudar en nada. Esa clase de feministas reniegan de la mujer (…) ¿Y si lo que necesita el mundo es un movimiento político y social de mujeres? (…) Tal vez la mujer pueda salvarnos cuando deje de imitarnos. Esa imitación es el paso que va de lo sublime a lo ridículo” [1]. ¿Fue feminista y no lo supo? ¿Abogó quizás por el feminismo de la diferencia? O… ¿puede que el problema aquí sean los conceptos y las definiciones?
Notas
Eva Perón. Biografía por Beatriz Doumerc. Editorial Lumen, 1989.
[1] Ver Eva Perón contra el feminismo en https://www.youtube.com/watch?reload=9&v=JarNWIpNXXE