La fantasía como guión

 

Por Àlber Blanc

Cuando indagamos sobre la ideología, como opera, como modifica comportamientos (sean a nivel individual o a nivel colectivo) es inevitable pensar en aquellas series que recientemente han tratado en profundidad la ideología a través de las fantasías. La tercera temporada de Black Mirror y la primera de WestWorld son dos referencias clave para entender como toda una serie de ficciones y símbolos, que usamos para entender nuestro mundo, nos evitan observar aquellas distorsiones que no cuadran.

Black Mirror y el discurso del superego

Estrenada en 2011 de la mano del guionista Charlie Brooker lleva ya tres temporadas a cuestas. La última fue lanzada este pasado octubre por Netflix. Vale la pena detenerse en la última temporada cuyo relato estructurador de los capítulos no es otro que el de un incesante acoso de la fantasías que diría el psicoanalista Slavoj Zizek.

En lo fundamental, en la tercera temporada vemos un bombardeo sistemático del discurso del superego sobre las protagonistas. Estoy pensando concretamente en los capítulos de ‘Caída en picado’ y ‘San Junípero’. Allí, lo que se nos muestra es la primacía del superego sobre el ego y el ello. Entendiendo que la lógica del superego no es otra que la de actuar como un agente sádico que bombardea al sujeto con exigencias imposibles de realizar.

La genialidad de Black Mirror, en los capítulos arriba citados, estriba en mostrar el discurso del superego que ordena una sociedad concreta. En la cual se bombardea a los sujetos con demandas imposibles de realizar para satisfacer el goce. Las cuestiones clave que cabe preguntarse aquí son; quien emite dicho discurso y cuál es la traducción social del superego. Es decir, que actor colectivo representa que obtiene su goce del fracaso del conjunto de todos los demás sujetos subalternos.

En Black Mirror encontramos, de hecho, las respuestas a estas preguntas justo en el primer capítulo de la última temporada, haciendo las delicias del escritor de ‘La Miseria de la filosofía’ (1847). En Marx, la tecnología no era una variable independiente sino que ejercía un papel de mediación, es decir, de representación de otras lógicas. Del mismo modo, entender Black Mirror significa pensar en qué lógica, y su discurso, ha llevado a que tengamos que obtener nuestro reflejo distorsionado ideológicamente gracias a la pantalla negra iPod.

El horror de lo Real en WestWorld

Si Black Mirror se centra en la primacía del superego como discurso nodal, WestWorld más bien se centra en el discurso del Ello. En dicho discurso, las fantasías juegan un papel clave ya que, como explicaba Zizek en El acoso de las fantasías (Siglo XXI, 2011), las fantasías, en términos psicoanalíticos, nos ocultan el horror de lo Real, al mismo tiempo que son parte constitutiva de lo reprimido.

La doble tarea de estructurar la realidad como una ficción que podemos aceptar y a la vez representar ocultamente sus traumas, genera tensiones, es decir inconsistencias, que pueden amenazar con hacer saltar por los aires la fantasía que sostiene un determinado edificio ideológico. thumbnail_westworld-original-poster

Es por ello que la fantasía necesita sostenerse en un determinado contexto ideológico con grietas, inconsistencias, mínimas. Pero qué ocurre si el contexto ideológico se derrumba y la fantasía ya no se sostiene a causa de la evidencia de sus inconsistencias. Esta es la pregunta de partida de WestWorld, de Jonathan Nolan y Lisa Joy, inspirada a su vez en la película del mismo nombre de Michael Crichton de 1973.

Las y los protagonistas de esta serie, quizás también inspirados en la colección de relatos de Isaac Asimov ‘Yo, Robot’ (1950), se enfrentan a sus propias fantasías en estado puro y al horror real que reprimen y constituyen a la vez, cuando su sostén simbólico cae en la quiebra.

La última cuestión que queda por formular respecto a las fantasías es la de pensar, a la hora de hacer un análisis concreto de una situación concreta, que antagonismos están reprimiendo las fantasías y de qué ficciones ideológicas imposibles son partes constitutivas. Ya que al final lo que formulan dichas ficciones son unas coordenadas por las que se guían los sujetos.

Lo más interesante de WestWorld y Black Mirror es que plantean que las fantasías y las ficciones ideológicas son partes constitutivas de las identidades individuales y colectivas. Muy en la línea, de hecho, de Althusser (en ‘Freud y Lacan’ 1964) cuando decía que los sujetos reales solo reconocen su ‘yo’ a través de formaciones ideológicas.