
Por Álvaro Ramón Sánchez (@ArsAlvaro)
Tras el varapalo de las elecciones municipales y autonómicas, Pedro Sánchez ha sorprendido a todo el mundo adelantando las elecciones generales, el enésimo golpe de timón de un líder que si por algo se ha caracterizado siempre ha sido por su osadía —llámenlo valentía o temeridad si lo prefieren—. Esta decisión ha pillado descolocado al espacio político a su izquierda, cuyas formaciones llevan meses declarando en público que deben llegar a un acuerdo pero sin dar pasos reales en esa dirección. En el fondo, tanto Sumar como Podemos saben que es un suicidio ir en más de una candidatura y han esperado a que fuera el otro el que cediera, aunque si algo demostraron las últimas elecciones autonómicas en Andalucía además del crecimiento del PP es que dejar correr los plazos es peligroso. Podemos quería primarias para aprovechar su mayor fuerza y Sumar integración negociada tras el previsible descalabro de los primeros en las elecciones del pasado domingo; sin embargo, si bien Podemos ha perdido mucho, el fracaso en el entorno de Sumar puede ser incluso mayor con las derrotas menos esperadas de Más Madrid, Compromís o Barcelona en Comú, entre otras.
La diferencia en el reparto de poder se estaba enquistando como en el clásico juego del gallina, en el que los participantes apuran hasta el último momento pese al riesgo de destrucción mutua. Tal vez pensando en ese peligro, ya que el PSOE necesita que su socio esté fuerte para mantener el gobierno, el presidente le ha dado la vuelta al reloj de arena, que para la convergencia de la izquierda es de solo diez días. Cada uno tenemos nuestras sensaciones y nuestra opinión personal acerca de quién tiene más responsabilidad de que no se haya llegado ya a un acuerdo, pero en los juegos del gallina poco importa la asignación de culpas si el orgullo se convierte en catástrofe para todas las partes.
Las matemáticas de la confluencia
En esta última década de politización social en España se han extendido las analogías para intentar explicar fenómenos políticos, y entre ellas destacan las numéricas cuando toca hablar de elecciones. Las voces más recelosas hacia las coaliciones electorales en el seno de la izquierda nos han acostumbrado a escuchar que 2 + 2 en política no siempre suman 4, pero hay otra analogía matemática que creo que es más adecuada a este respecto. Me refiero al tema de las indeterminaciones, que trae de cabeza a muchos estudiantes de instituto, pero que nadie se asuste porque no hace falta recordar ese mal trago para entender el símil. Cuando el número infinito entra en escena, muchos límites de funciones no se pueden resolver de forma convencional y es necesario aprenderse técnicas alternativas. El problema reside en que siempre que se les enseña a los alumnos algo más difícil se corre el riesgo de que olviden las reglas generales y empiecen a intentar aplicarlo a los casos fáciles, en los que no tiene cabida. La izquierda a la izquierda del PSOE lleva meses enredada en esto, intentando encontrar el algoritmo para resolver 0 / ∞, donde cero es el número de escaños al que tiende e infinito el número de partidos de izquierda que se los disputarían al ritmo de disgregación de los últimos años. Pero 0 / ∞ no da como resultado una indeterminación, sino 0.
El siguiente paso del análisis debe ser preguntarse el porqué de esto. ¿Qué hay de especial en la izquierda española para que sus partidos tiendan a escindirse y a sus votantes haya que movilizarlos? Empecemos por la política de partidos: Yolanda Díaz afirmó hace un mes en Lo de Évole que ella sabía lo que querían los partidos, dinero y listas, y que las diferencias no tenían que ver con el programa. En realidad no hay nada de malo en lo primero, puesto que los partidos deben negociar esos aspectos para sobrevivir más allá de esta cita electoral y, de hecho, Sumar se ha acabado constituyendo en partido con el nombre de Movimiento Sumar, que pretende ser algo así como un partido de partidos. Quienes nos hemos especializado en estudiar las relaciones de poder —a eso se dedica en el fondo la ciencia política— entendemos por qué es importante que el número cinco o el diez de la lista electoral de Sumar al Congreso por Madrid caigan del lado de Podemos o de Más País, pero las diferencias no son solo personales sino que también existen importantes matices tanto programáticos como de estrategia política.
Estas disputas, que son sin duda muy relevantes, tendrán que posponerse a un momento en el que la correlación de fuerzas permita no estar tan a la defensiva. La razón de ello es de nuevo matemática, en este caso la ley electoral con su desproporcional transformación de los votos en representantes, aunque el culpable de ello no es Victor d’Hondt sino la circunscripción provincial, la clave de todo este asunto como se verá más adelante.
El votante de izquierdas
Volviendo al tema del electorado, ¿es acaso la gente de izquierdas más exigente, o por el contrario le interesa menos la política? ¿O será por el purismo ideológico, que en el peor de los casos impide a algunos votar a un partido con el que «solo» esté de acuerdo al 99%? Como en cualquier análisis de una cuestión social compleja seguramente haya un poco de cada causa, pero creo que la razón principal es más simple. A veces se llevan las analogías políticas hasta el extremo, pero aquí es necesario presentar la segunda de este artículo.
Una ilustre profesora de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense de Madrid comenzaba una de sus clases preguntándonos a sus alumnos si nos gustaba el balonmano. Cuando dos o tres levantábamos, desorientados, la mano, ella desarrollaba su hipótesis según la cual la política es como el balonmano, en el sentido de que en realidad le interesa a poca gente. Los que seguimos con pasión los debates, enfrentamientos y polémicas de la política nacional somos una minoría, y la mayoría de esa minoría lo hacemos porque nos va la vida en ello, porque nos dedicamos a la asesoría parlamentaria, el periodismo, la tertulia o la investigación de temas políticos. Recuerdo que me sorprendió lo evidente de la comparación y lo poco que los expertos en política lo tenemos normalmente en cuenta.
Por su parte, el resto de la población española está ocupado con preocupaciones como si su empresa les puede despedir o si con su sueldo van a poder pagar el alquiler el mes que viene —en realidad nosotros también, así de precaria es la situación en los trabajos que he citado—. Y, en nuestro tiempo libre, preferimos seguir el partido de fútbol de nuestro equipo, o ver nuestra serie o nuestro programa de entretenimiento preferido, o simplemente tomarnos algo con nuestros amigos y hablar de cualquier cosa menos del tweet sobre el núcleo irradiador que se le haya ocurrido al intelectual de turno.
Las preocupaciones materiales son eminentemente políticas, pero como analistas, y aún más como activistas o militantes políticos, el mayor error que podemos cometer es mirar a la gente que dice no tener interés en la política por encima del hombro. Esta desidia no se debe a que sean ciudadanos irresponsables, sino a un conjunto de factores como la naturaleza de la democracia representativa, las condiciones materiales de vida y los errores de la izquierda. En la antigua Grecia se debatía en las plazas de grandes cuestiones de filosofía moral y política, de acuerdo, pero la cara menos amable y recordada de la historia es que lo podían hacer cuatro privilegiados mientras el resto, mujeres y esclavos, se encargaban del trabajo sucio.
No se le puede exigir a nadie que de camino al trabajo vaya leyendo a Gramsci o a Piketty, sino que la izquierda partidista tiene la obligación de aterrizar su bagaje teórico en propuestas concretas que en su mayoría salen de la sociedad civil y ya están en el debate público. El votante progresista se pierde entre una marea de siglas electorales, y no es justo culparle por ello, pues sería como enfadarte con tu compañero de piso porque se queda dormido mientras le intentas explicar el pasivo y las exclusiones tras una extenuante jornada de explotación laboral.
Cuando la izquierda se centra en politizar las dificultades socioeconómicas de los ciudadanos estos se politizan, como demostraron el 15-M y su traducción partidista en el primer Podemos. La política que se parece al balonmano, la que solo nos interesa a los muy cafeteros, es el politiqueo de partidos; pero la política real, la de las políticas públicas, no puede no interesarnos a todas las personas porque determina nuestras condiciones de vida.
Mucho más que un acuerdo de mínimos
Es evidente que la imagen transmitida por la disgregación de la izquierda como resultado del enfado entre unos antiguos amigos es desmovilizadora para el electorado de izquierda, que no quiere escuchar ese ruido cuando llega a casa. El problema es que también lo están siendo los debates programáticos y estratégicos entre organizaciones que comparten un porcentaje muy alto de afinidad ideológica. Cada minuto dedicado a discutir, en público y con recaditos multidireccionales, es una oportunidad perdida de que a la gente le llegue el mensaje de luchar por el acceso a la vivienda, la reducción de la jornada laboral, la detención del desmantelamiento de la sanidad pública o la progresividad fiscal.
En base a esto, permítaseme apuntar algunas de las claves que deberían guiar tanto la negociación como la campaña de Sumar. En primer lugar, las elecciones municipales y autonómicas han sido una demostración muy cruda de algo que en realidad ya sabíamos: que la fragmentación desmoviliza y potencia el efecto mayoritario del sistema electoral. La barrera legal del 5% ha impedido a muchas candidaturas entrar en corporaciones municipales y parlamentos autonómicos, con el caso de Huesca que han comentado varios autores y tertulianos como un ejemplo especialmente revelador. No obstante, este factor es aún más preocupante en las elecciones generales, cuando el mínimo de votos para entrar en el reparto de escaños es en la práctica del doble, el triple o incluso más debido al reducido número repartido en cada circunscripción provincial. Esta barrera invisible, de entre aproximadamente el 15 y el 25 por ciento según el caso, ha desangrado históricamente a Izquierda Unida, traduciendo sus cientos de miles de votos en restos sin representación parlamentaria. Tal vez en unas elecciones generales 2 + 2 no sea 4, sino una horquilla entre 3 y 5, pero lo que está claro es que por separado serán 0 y 0 en casi todas las provincias de España.
Por ello, se debe negociar a contrarreloj un programa conjunto y un reparto de poder dentro de la coalición. El primero tendrá que ser de mínimos, pero existen una actividad parlamentaria y una agenda legislativa del gobierno previas desde las que partir. Lo segundo puede ser más complicado, pero debe abordarse con la misma seriedad, así que abramos el tema de los sillones, que en este caso serán los puestos de salida en las candidaturas. Cualquiera de los políticos en activo de los partidos que pueden terminar integrándose en Sumar quiere asegurarse de que su nombre se sitúa entre los primeros de las listas de Madrid o alguna otra provincia de las más pobladas del país por interés personal, el de alcanzar o mantener el escaño de diputado, pero sobre todo se presume que por la posibilidad de luchar desde las instituciones por mejorar la vida de la gente. Sin embargo, la clave de estas elecciones, no solo para Sumar sino para todo el bloque de la izquierda, reside en la posibilidad, remota pero no imposible, de disputar una buena cantidad de escaños en provincias que eligen menos de ocho diputados, y que son la mayoría.
Esto es lo que estará en juego en campaña, y no se soluciona únicamente pactando ir juntos a las elecciones por compromiso. Una movilización de ese calibre requiere al menos una tregua de las críticas cruzadas desde los altavoces mediáticos de cada parte hasta después de las elecciones y una campaña muy bien sincronizada, en la que las voces más mediáticas del espacio político suenen como una orquesta, donde la suma de los diferentes instrumentos multiplica la sinfonía que se obtendría por separado. Podemos llegó a las dos últimas campañas a las elecciones generales débil y logró vencer a las encuestas, en parte porque estas están cocinadas por los medios de comunicación que las encargan para provocar profecías autocumplidas; pero también porque cuando su discurso directo —sin la intermediación de esos mismos medios que les han perseguido con un juego sucio inédito en democracia— ha llegado a los ciudadanos, muchos de sus potenciales votantes han vuelto a ilusionarse. Porque la capacidad dialéctica de sus líderes, en especial de Pablo Iglesias e Íñigo Errejón, era capaz de ganar cualquier debate con otros candidatos.
Por todo ello, creo que en el reparto de poder entre los partidos del acuerdo sería acertado que solo hubiera candidatos madrileños tras el nombre de Yolanda en la lista de Madrid. Por un lado, porque ya son unos cuantos solo sumando un partido casi regional como Más País/Más Madrid a Izquierda Unida y a Podemos, que siempre han tenido un exceso de cuadros salidos de las universidades públicas madrileñas. Y, por otro lado, porque se trataría de una forma de demostrar que la apuesta va en serio, que cada uno se va a trabajar su territorio de origen para superar la barrera invisible que provocan las circunscripciones provinciales, pudiendo quedarse fuera si no reciben un apoyo suficiente que permita sumar a la candidatura nacional. Ver que, por ejemplo, Alberto Garzón en Málaga o Ione Belarra en Navarra están dispuestos a jugársela al todo o nada, a la revalidación del gobierno de coalición o la caída personal en la irrelevancia política, sería una apuesta estimulante.
Conclusión
El miedo a la extrema derecha, por sí solo, no ha sido suficiente en varias comunidades autónomas ni lo será el 23 de julio frente a una contraofensiva reaccionaria que en algunos lugares parece estar constituyéndose en hegemónica en sentido gramsciano, no tanto por sus buenos resultados electorales sino por su manejo de los términos en los que se canaliza el malestar social.
Solo con más solidaridad y disciplina y menos confusión entre el adversario y el compañero podrá haber un acuerdo justo y beneficioso que movilice al electorado dispuesto a que se le den motivos para votar, pero al que la política de partidos convertida en un enfrentamiento sensacionalista por los medios de comunicación mayoritarios le interesa menos que el balonmano o las matemáticas.
La alternativa no deja lugar a dudas como las indeterminaciones: ser un grupo parlamentario minoritario más de la oposición a un gobierno de PP y Vox, uno de los muchos que podría haber a la izquierda del PSOE después de las elecciones, sería un cero.