Lena Macau Sanz
Me preguntaba el otro día cómo siendo Dios tan distinto en su perfección al ser humano, podía tener una apariencia corporal como la nuestra. Unos pies que necesitan de algún suplemento que los aísle del suelo porque de lo contrario sufren dolor y magulladuras más pronto que tarde, unos ojos que no pueden mantenerse abiertos si tienen el sol de cara o ésta incapacidad de volar que nos caracteriza, entre otras limitaciones.
Éste amor occidental por la figura humana perfecta, éste Narciso que se enamoró de él mismo y agachado mirando su reflejo en el agua se llevó a sí mismo a la desgracia por no pensar un poco. El hombre como la medida de todas las cosas, decía Protágoras; que viniera Gurb de Mendoza y lo juzgara él. El delirio por el cuerpo humano volvió el siglo XVIII de la mano del Neoclasicismo, habiendo estado en auge en la época clásica siglos antes o con el poder del humanismo en el Renacimiento. Y parece que no va a parar. Maniquíes de plástico imitando posturas y variedades distintas de cuerpos relucientes, modelos de carne humana y espejos; la reproducción de la figura humana se extiende infinitamente.
Menos mal que tenemos claro el sentido de los antónimos y que para que pueda existir la proporción, hace falta la desproporción. A eso se dedicaron artistas como Fernando Botero, Amedeo Modigliani, Pablo Gargallo, Alberto Giacometti y todos aquellos que cada uno pueda recordar, que son muchos y muy distintos. A estirar estas proporciones a lo alto o a lo ancho, a quitarles rigidez, a humanizar trozos de carne. Supongo que deberíamos entender que el 90 60 90 no es más que una moda transitoria, que crear un ideal de belleza que nos creemos nos hace más dominables y nos centra en el continente y no en el contenido. Supone un mal trago llevar una talla de ropa “L” para una chica de dieciséis años, en vez de comparar las medidas de tal pieza con otras que quizás miden igual y se llaman “S”. Vuelve a importar más el continente que el contenido, que el significado de las cosas.El porqué.
Y aunque en la mitología griega volaran, no olvidemos que sus dioses tenían ya el mismo cuerpo que nosotros. Cierto es, que como Vitrubio y Leonardo Da Vinci estudiaron, el cuerpo humano cumple con la proporción llamada áurea, o divina en muchas de sus partes. Pero, la verdad, ni siquiera el ideal de belleza griego plasmado en las estatuas que tantas veces hemos visto está inspirado en ningún cuerpo humano existente. Parece que ya ellos pensaron que el humano no era ideal. Europa, dicen —descendiente de Ío en la mitología griega— sedujo por su belleza al dios de los dioses, Zeus, quien se convirtió en toro para atraerla a ella y así raptarla dando rienda suelta a su placer. El cuerpo humano, como el espacio Schengen, parece actualmente la medida de todas las cosas. Como si todo lo que no estuviera dentro, no estuviera a la altura. Pero al final son solo cuerpos que pierden el alma por encajar en este sistema de medidas sin cuestionar si otro sistema sería mismamente bueno, sin analizar lo que se planeta como un ideal. Cuerpos que, disfrazados de toros blancos al mismísimo estilo de Zeus, así pueden jugar al placer de laseducción.
Si solamente tuviéramos menos cuerpo y más cabeza, veríamos que los caracoles también cumplen con la proporción áurea y son, pues, igual de divinos que el ser humano.