Josef Ajram, los Emprendedores, y el nuevo sentido común

 

por Gerard Trancoso Roma

No son pocos los autores que vienen planteando desde hace tiempo que el Neoliberalismo está intentando (y logrando exitosamente) generar un nuevo tipo de subjetividad*. Digamos que de lo que se trata es que cada persona gestione su vida conforme a paradigmas empresariales, entendiéndose a sí mismo como un empresario individual echado a la selva a competir con los demás empresarios individuales para lograr integrarse en los circuitos del sistema y poder sobrevivir un mes más (a través de un salario y poco más). Un asalariado ya no es un obrero. Un asalariado ya no es un asalariado. Ahora, las diferencias entre asalariado y autónomo, o todas las categorías que queramos, están diluidas y difuminadas. Una persona es ya una mini empresa en busca de ingresos. De donde provengan estos ingresos (sea de una nómina, o de los clientes de un autónomo) ya no define quien eres en el sistema, porque eso es algo exterior, indiferente a la gestión de la mini empresa que reside en tu cuerpo. Tan solo son ingresos, que luego se van a contraponer a los gastos para obtener un saldo final. Para aumentar los ingresos habrá que invertir. Habrá que gastar dinero (que quizás no se tiene, como en el caso de las empresas) en mejorar y hacer más competitiva esa pequeña empresa que reside en nuestro interior. Por lo tanto, hacer una carrera o estudiar cualquier cosa solo tiene ya una única función. Es inversión. Las carreras universitarias solo son algo con lo que hacer nuestra pequeña empresa más competitiva. Nadie estudia para aprender, y se nota.

El paradigma de este nuevo sentido común es la figura del Emprendedor. Y esto si que es algo con lo que quedarse perplejo. Digamos que emprender es un verbo, principalmente, y quien lo realiza es el emprendedor. Emprender siempre había sido el verbo. Era una acción que alguien no tenía más remedio que hacer si quería montar su propio negocio.

Un señor quería montar una panadería. Si tenía la fortuna de poder ahorrar, la montaba, y a ver si con suerte la cosa salía bien. Por el camino resulta que había emprendido, pero eso no tenía importancia. Lo importante era montar la panadería. Este señor era un panadero, no un emprendedor. Digamos que este señor no había tenido más remedio que hacer algo a lo que llaman emprender para ser panadero y tener su panadería. Si se le preguntase por su oficio, respondería con orgullo que su oficio es el de panadero.

Actualmente, pero, se está ahondando en un discurso en el que el emprendimiento ha dejado de ser un medio, sino que se ha convertido en un fin en sí mismo. Uno ya no es panadero. Es Emprendedor.

El emprendimiento ya no es un verbo que alguien, digamos, no tiene más remedio que poner en acción para poder montar su negocio: Ya no se quiere ser panadero, y por lo tanto se emprende; Se quiere ser emprendedor, y por lo tanto se monta una panadería.

Nos encontramos con situaciones ya normalizadas, en que el discurso que se da a los hijos, a los jóvenes que se acercan a la edad de darse de bruces contra el empleo precario y la tasa de desempleo viene a ser algo como «lo mejor que puedes hacer es no tener jefes, tienes que buscar la manera de montártelo por tu cuenta, porque el trabajo está muy mal».

Ahora resulta que un chaval de 16 años se tiene que dedicar a hacer un estudio de mercado para intentar adivinar donde están los mejores nichos de negocio, tiene que invertir en su «empresarialidad» a través de una carrera universitaria que se adapte a ello (aunque además, se advierte, estudiar una carrera empieza a ser algo «inútil», porque al fin y al cabo lo que cuenta es el éxito que vas a tener emprendiendo, así que mejor ni perder el tiempo), y luego, a emprender, que son dos días.

Ha emergido la figura del Emprendedor. De lo que se trata es de montar algo, lo que sea, pero montar algo. No importa si es la venta de hortalizas, o de alfombras por internet.

Existen, incluso, estudios sobre emprendedoría. Carreras universitarias sobre ello.

Un chaval de 16 años tiene que tener muy claro que de lo que se trata es de emprender. No importa qué, pero emprender algo. Ser innovador. Salir a la selva a pelearse con otros emprendedores en busca de un mínimo agujero del que sacar los más mínimos ingresos con los que sufragar sus gastos personales. Y si se fracasa, volver a empezar. Tantas veces como haga falta, porque «quien la sigue la consigue», y “el verdadero éxito consiste en volver a levantarse”. Y si ayer lo probó con una tienda de zapatos y no funcionó, ahora que lo pruebe con la compraventa de vehículos de segunda mano. Da igual los intereses personales, o las inquietudes de cada uno. El interés es el emprendimiento en sí mismo. Hay que emprender, siempre, fracaso tras fracaso. Y endeudarse, endeudarse mucho. El emprendedor endeudado es el paradigma de nuestro tiempo.

Este tipo de discurso se ha reproducido y ha llegado a los jóvenes por todos los medios posibles. Los políticos, las televisiones no han parado de remarcar la importancia del emprendimiento en tiempos de crisis (a lo políticos habría que recordarles que el país con más autoempleo de la UE es Grecia). Y los padres, bien intencionados y preocupados por el futuro de sus hijos, lo han comprado y les intentan dirigir hacia ese éxito personal que es el «no tener jefes» y «montárselo uno mismo».

Las connotaciones ideológicas de la interiorización de este discurso son notables. Alguien que haya interiorizado este discurso, sencillamente ha dejado de ser un pobre, aunque viva el más absoluta de las miserias. Él ya no es un pobre, ni un asalariado ni un trabajador. Es un futuro rico. Es un futuro empresario. Se siente identificado con los ricos y los empresarios, porque sabe que su futuro está con ellos. Cuando vaya a las urnas no votará conforme a su situación objetiva (digamos, un trabajador de fábrica precario que no puede irse de casa de sus padres), sino que votará conforme a la condición que le ha impuesto este discurso, dopado con buenas dosis de coach y autoayuda (un emprendedor, una mente inquieta en busca del éxito empresarial, persiguiendo sus sueños, fuera de la zona de confort, etc…). Esta persona votará a una opción política objetivamente opuesta a sus intereses, sencillamente porque cree que sus intereses son otros. O que sus intereses futuros lo serán. Y qué decir de sindicarse, luchar junto a sus compañeros por un mejor convenio, etc. Nada de eso hará una persona que haya asumido el discurso neoliberal. Aunque no se contemple a sí mismo como emprendedor, él, como empresario de sí mismo, se encarga de su sustento, no de el de los demás, que son sus competidores. Y en su cabeza hay una vocecita que dice «yo a lo mío, que en la vida hay que espabilarse». Esa vocecita quizás sea el eco de la de su bienintencionada madre.

Además, existe otra intención, menos sutil, casi insultante, cuando este discurso lo hacen los políticos: «Somos incapaces de generar buenas condiciones para los trabajadores y crear puestos de trabajo. Lo que tenés que hacer es auto emplearos y emprender en lugar de culparnos. Siempre tenéis esa opción, si no lo hacéis es porque no queréis».

Este nuevo homo emprendedor solo sobrevive, como ya se ha mencionado, a base de dosis de coach empresarial y manuales de autoayuda. Y de referentes. En este sentido son muy paradigmáticas figuras como la de Josef Ajram.

Josef Arjam es el emprendimiento personificado, es un un emprendedor del emprendimiento. Se dedica a vender la idea del emprendimiento sazonada con buenas dosis de coach y autoayuda. Sus intervenciones y su evolución en las redes sociales, la evolución de su figura pública es algo digno de atención. Digamos que a grandes rasgos, Josef Ajram pasó de deportista de fondo llamativo por sus tatuajes, a revelarse como un cuñado político, vendehumos de profesión, y un divulgador de autoayuda barata.

Hagamos un repaso breve de su evolución, tal y como ha quedado reflejada en las redes sociales. Josef saltó a las redes como un señor con tatuajes que hacía triatlones. Supimos después que también se dedicaba a la borsa. Pero la imagen que inicialmente se transmitió de él fue la de un triatleta excéntrico. Poco a poco afloró su faceta empresarial, y se empezó a gestar la imagen del superhombre Arjam. Se describía a sí mismo como un daytrader de profesión, ultrafondista de afición. Esta combinación ganadora, triunfadora, de hombre hecho a si mismo, empezó a venderse en forma de libros, manuales, conferencias, cursos de borsa, etc. Lo que se vendía era «cómo ser como Josef». Alguien con un poco de sentido común dio en el clavo cuando dijo en alguna red social que alguien que se pasa el día con la bici, corriendo, nadando, y haciendo IronMans no puede dedicarse a la borsa para vivir. Sencillamente no tiene tiempo.

Efectivamente, Josef no se dedicaba a la borsa, al menos profesionalmente. Josef se dedicaba sencillamente a venderse a sí mismo. A vender la imagen de tío tatuado que se dedica a la borsa y le sobra tiempo para realizar gestas triatléticas bajo el logo de Redbull. Esto era lo que vendía, no lo que era. Él vivía, probablemente, de las ventas de libros, de las conferencias, de los sponsors, etc. Algún dinero ganaría con la borsa, pero desde luego, difícilmente te puedes ganar la vida con la borsa si te pasas el día en bici grabando videos. Vamos, por decirlo claro, que Josef Ajram se dedicaba a vender humo. Vivía de vender una imagen falsa de como vivía.

Esta fase se terminó, aproximadamente cuando fracasó por segunda vez con el 7 islands. Después de un tiempo de desconexión, reapareció y emprendió un nueva maquina de humo.

Como hemos dicho, ahora Josef se dedica a vender la imagen del emprendimiento como fin, ha firmado algún libro de autoayuda barata, y de paso, gracias a su aférrimos seguidos del mundo del emprendimiento, saca adelante su sicav.

La imagen que ahora vende es la del emprendedor que no recibe órdenes de nadie, la del triunfador, la del hombre hecho a sí mismo, etc. También comparte y vende autoayuda barata, y conferencias sobre borsa y ese tipo de cosas, y aún nos deleita con algún consejo deportivo de vez en cuando.

Lo que le sacó las vergüenzas fue el polémico engaño, conocido como Nocillagate. Aquello fue la evidencia de a qué se dedica realmente Josef Ajram.

Josef Ajram es un Emprendedor. Un buen empresario de sí mismo, y los buenos empresarios de sí mismos no tienen escrúpulos ni principios. Solo calculan rentabilidades. Lo que a Josef Ajram le resulta rentable es vender su imagen, ya sea literalmente, o en forma de humo. Generar un poco de ruido siempre va bien para que el fuego no se apague, y de vez en cuando va soltando algunas perlas políticas para que se hable de él, ya sea en entrevistas o en las redes sociales.

Lo que son verdaderos objetos de estudio son sus seguidores. Cuando Josef suelta algunas de sus perlas políticas, ahora llamadas «cuñadismos», casi siempre contra Podemos, o gente de izquierdas, en las redes ocurre algo curioso. Siempre hay alguien que salta a llamarle facha, cuñao, etc. Nada nuevo. Lo verdaderamente interesante son los comentarios de los admiradores de Josef, los que saltan en su defensa. Es la mejor muestra de como el discurso neoliberal, acompañado de todo el humo marca Ajram, ha calado en cierta gente hasta un punto verdaderamente inverosímil, incoherente, que casi podríamos considerar disociación psicótica. Uno no puede sino quedarse perplejo ante personas cuyas condiciones objetivas son las de, por resumir, un trabajador precario (como mucho), manifestando un discurso a medio camino entre el conservadurismo más reaccionario y el fundamentalismo de mercado más rancio, todo ello aliñado con buenas y ensalzadas dosis del emprendimiento como ideología. Despreciando a los que son de su misma condición, y ensalzando a los triunfadores que han logrado una fortuna que los vagos quieren robar con impuestos.

Los seguidores de Josef Ajram lo admiran por el humo que les consigue vender. Ven en Josef lo que él vende, no lo que es. Y como quieren ser como él, quieren ser como su humo. Y por lo tanto compran sus libros de autoayuda y de coach empresarial para llegar a ser como él. Es decir, quieren ser la figura inverosímil e imposible del daytrader triatleta, sin darse cuenta que esa figura no existe. Josef Ajram se dedica a su sicav y a vender libros, a hacer vídeos en youtube, a hacer conferencias sobre como llegar a ser una utopía neoliberal que él a inventado con humo, y que consiste en un triatleta que se gana la vida como daytrader. Se dedica a dar consejos sobre como ser una fantasía disparatada y utópica. Y esto se autorreproduce. Para que esta fantasía pueda seguir funcionando hacen falta grandes refuerzos psicológicos de la autoestima. Solo de esa manera se podrá decir que todos los que vemos las cosas como las acabo de describir, lo que ocurre realmente es que somos unos resentidos, unos envidiosos, e incluso unos fracasados. Los propios tópicos de la autoayuda nos tienen reservado un lugar como «personas negativas que minan el camino hacia el éxito de los demás», o algo así. Con esto mismo es con lo que saltan los admiradores de Ajram cuando alguien le critica. Con buenas dosis de autoestima autorreafirmante. Aunque trabajen 8 horas por el salario mínimo.

*Por ejemplo, el psicoanalista Jorge Alemán en su reciente obra Horizontes Neoliberales en la subjetividad, publicada por la editorial Grama