Por Alejandro Pérez Polo

Sabemos que estamos ante una de las películas de la década cuando se genera un debate social que trasciende los límites de la conversación cinéfila. En este sentido, Joker ha logrado ocupar la centralidad de muchas discusiones de sobremesa y ha inundado páginas de críticas en los distintos periódicos. Hacía bastante tiempo que una película no lograba impactar con tanta fuerza en el día a día de la cotidianidad. Durante la década 2010-2020 únicamente las series han logrado ese efecto. Tenemos que celebrar que, justo en la bocina del cambio de década, una película haya logrado salvar a la industria del cine en el sentido más cultural.

Joker no deja indiferente. No quiero centrarme en los aspectos técnicos del film (a mi particularmente me ha fascinado en lo estético pero no soy especialista en ese campo) sino en su dimensión política y filosófica. Algunas personas han intentado calificar la historia como reaccionaria, pero el Joker no es reaccionario sino incómodo.

Hay una escena del film que determina su carácter ideológico. Arthur Fleck acude, por última vez, a visitar a su especialista que le comunica que debido a los recortes sociales ya no podrá atenderle ni suministrarle los medicamentos que necesita para tratar su enfermedad mental. Este elemento es crucial para definir la dimensión política. El Joker es, a partir de ese momento, un monstruo creado por el neoliberalismo. Se le podría haber tratado su enfermedad mental si se hubieran aumentado las partidas sociales pero el recorte de las mismas desencadena la catarsis del personaje.

El mundo en el que crece el Joker es un mundo salvaje, despiadado, donde impera la ley del más fuerte. Es una distopía contemporánea donde se descomponen los lazos sociales y existe un sentimiento de venganza sostenida contra los perdedores y los pobres. Una descripción sórdida de la sociedad americana contemporánea. Un mundo implacable que únicamente deja como salida la violencia contra los culpables. El Jóker se convierte de esta forma en la víctima social preferida por la socialdemocracia.

El mensaje político que hay detrás de la película parece que se da por sobreentendido: si corregimos los efectos perversos del neoliberalismo salvaje tendremos estabilidad social y no emergerán los jokers. El director ha buscado humanizar al Joker y nos lo presenta de forma exagerada como víctima de multitud de humillaciones. Una racionalidad que presupone un axioma filosófico: el ser humano es esencialmente bueno por naturaleza y, por las consecuencias de la vida, puede volverse malo.

Esta justificación moral del personaje choca de frente con los anteriores Jokers y, especialmente, con el Joker de El Cabellero Oscuro. Éste tiene un origen indeterminado y no tiene motivaciones especiales para hacer lo que hace. Es, en esencia, un agente del caos que juega con la representación, la comedia y el espectáculo como herramientas para perforar las reglas sociales.

En un sentido político, el Joker de Joker es un socialdemócrata (no por sus acciones, sino por su construcción) y el Joker del Caballero Oscuro es un anarquista/autónomo. De hecho, hay una escena que delimita bien la diferencia fundamental entre ambos Jokers: en El Caballero Oscuro el joker explica cómo le maltrataban sus padres de pequeño para, acto seguido, reírse de esos maltratos neutralizando así el factor explicativo sobre sus acciones en el presente. La fuente de sus acciones emana de su libertad y no de un turbio pasado de maltratos como sí ocurre en el Joker de Phoenix.

El otro gran villano al que nos remite el Joker es a Alex de La Naranja Mecánica. Si en Joker, Arthur es víctima de la sociedad en La Naranja Mecánica Alex es anterior a la misma. La complejidad del personaje de Alex radica precisamente en la inversión de los factores en la historia: Alex se nos presenta en su Estado Natural, en un estado de inconsciencia donde brota la violencia juvenil y nihilista que es autodestructiva. Aquí no hay esencialismos ni juicios morales. Hay contingencia e inmanencia. En La Naranja Mecánica el proceso de civilización de Alex es igualmente traumático. No hay una frontera clara. La civilización de Alex es igual de violenta y cruel que su Estado Natural. Al final de la película, vemos a un Alex que vuelve a su Estado Natural desde la maduración y la adopción de una conciencia, con una última escena sublime en la que él y una mujer retozan ante una multitud vestida con trajes victorianos.

Tenemos pues tres villanos y tres formas diferentes de complejizarlos y, en este sentido, es donde más ha fallado Joker. No encontramos la sofisticación ni la problematización que exigiría un villano de estas dimensiones pese a ser una ejecución brillante en otros aspectos. Al final tenemos un monstruo del neoliberalismo pero que, evidentemente, no puede ser ejemplo para nadie. Ningún trabajador va a seguir a un asesino solitario ni va a entender que éste sea un libertador. Un villano políticamente correcto.

La solución de la película es externa a su personaje principal, que siempre es víctima y cuando pasa a la acción lo hace desde la venganza personal. La película puede ser incómoda por este aspecto, por pensar una solución violenta individual a un sistema injusto. Pero me parece que el mensaje es anterior y exógeno al personaje. Se busca comprender y, por otro lado, que no se creen las condiciones de posibilidad de surgimientos de Jokers: “si seguimos así habrá jokers por todos lados” parece decirnos el director. Nos describe un presente pues en EEUU ya hay cientos de llaneros solitarios perpetrando matanzas desde una lógica individualista y desesperada. La fantasía Incel que se puede hacer carne por la absoluta impotencia de los movimientos transformadores de posicionar una alternativa creíble a la deriva capitalista.

La insistencia en el carácter enloquecido del personaje refuerza la dimensión de víctima de un Arthur al que en realidad se le ha robado la capacidad de decidir. El Joker nunca decide y eso es un elemento trágico del mensaje político y filosófico de la película. Todo son consecuencias de su circunstancia y aquí radica el miedo socialdemócrata a la libertad.

Lo más curioso de los efectos provocados por esta película es que sean precisamente los anarco-capitalistas, Alt-Right, Incels o ultraliberales desvariados los que hayan recogido el testigo del Joker. Es un síntoma de la inconsistencia de muchos posicionamientos dominantes en el pensamiento de izquierdas contemporáneo. Humanizar a un villano que es producto del neoliberalismo convirtiéndolo de esta forma en un posible símbolo para gran parte de los Incel. Piruetas del sentido que nos remiten a la importancia de generar y crear símbolos que encarnen en sí las ideas, motivaciones y valores que permitan hacernos avanzar. Capitán América (el héroe antifascista) o V (el héroe anarquista) trabajaban en esa dirección.

Los villanos siempre son interesantes porque escapan a la banalidad de lo considerado como “Bien” de forma hegemónica. Necesitamos unos villanos que también trabajen en favor de una realidad nueva o que nos ayuden a imaginar un sistema otro o un mundo otro. La tarea queda pendiente.