Por Ignacio Lezica Cabrera
Como vimos en la primera parte, Srnicek y Williams ven en la concepción folclórica de la política, basada en la adoración de lo pequeño, lo inmediato, lo local y lo simple una de las causas principales del fracaso del ciclo de movilizaciones post-2007 en su intento de tomar el poder y fundar un nuevo bloque histórico postcapitalista. Los autores señalan la importancia de crear un proyecto universalista con visión a largo plazo a través de narrativas que critiquen los límites del orden vigente y apunten a nuevos horizontes, pero que también ofrezca soluciones inmediatas a las élites en forma de políticas públicas en los momentos de crisis orgánica.
Williams y Srnicek, analizando la hegemonía neoliberal, elogian su capacidad para hacerse fuerte en dos lugares centrales: la idea de Modernidad y la idea de Libertad. La conquista de la idea de Modernidad es crucial para todo proyecto que aspira a la ordenación social, porque está íntimamente vinculada a la idea de Futuro. Ofrecer horizontes de futuro suministra combustible utópico para la movilización presente y remarca las limitaciones y defectos del orden actual, produciendo deseo común de transformación social. Así lo entendieron los soviéticos con su cartelería ilustrando las bases lunares con hoces y martillos, y así lo retrata la mayor parte de la ciencia ficción actual, que es capaz de imaginar mundos con naves que viajan más rápido que la luz pero no una sociedad sin relaciones de producción capitalistas. Ante la conquista de los imaginarios futuros por parte de la hegemonía neoliberal, el folclorismo deriva por caminos antimodernos que llevan a la idealización de lo simple y pre-tecnológico: nos resulta más fácil desear un “regreso verde” al campo que idealiza la precariedad rural que imaginar un mundo rural completamente automatizado por tecnologías robóticas sostenibles producto de la investigación en universidades públicas. Lo que subyace, obviamente, es la idea de que no puede haber un progreso tecnológico de ese tipo por fuera del capitalismo. Sin revertir ese dispositivo, no podremos vencer.
Los autores apuntan también al éxito neoliberal que supuso la apropiación del significante Libertad, hoy preñado de connotaciones económicas y formalistas. La idea de Libertad hoy en día se construye fundamentalmente en negativo, esto es, como una serie de límites garantistas frente a la sociedad, entendiendo como ideal de libertad la no interferencia de los demás en nuestra propia vida (!). En la práctica esta libertad liberal se reduce a unos cuestionables derechos frente al Estado y la “libertad”, cada vez menos garantizada con el desempleo creciente, de poder vender nuestro cuerpo y nuestro tiempo en el mercado de trabajo para poder satisfacer las necesidades de consumo que reproducen el capital. Bajo la libertad neoliberal, los ricos y los pobres son reconocidos como igualmente libres y se asume la existencia de la pobreza, hambre, falta de vivienda, desempleo o desigualdad como compatibles con la libertad. En oposición a esto, los autores hablan de una libertad “sintética”, que no existe “naturalmente” sino que hay que construirla sustantivamente, no bastando con su reconocimiento formal pasivo. Libertad sintética, libertad construida o libertad real, es tener la capacidad efectiva para poder materializar nuestros deseos, algo que sólo es posible si se tienen los medios necesarios para ello: a más posibilidades reales de actuación, más libertad existe. Por esto, en términos de libertad real vemos que el orden neoliberal sólo permite ser libres a una minoría de privilegiados que poseen los medios para ello. Esto marca un punto débil de la hegemonía vigente que debe ser explotada: el capitalismo tardío no es capaz de abastecer de medios suficientes a la mayoría de los individuos para que tengan existencias libres. Un proyecto posneoliberal, por tanto, debe tener la Libertad como significante bandera: se trata del objetivo de dotar a todas y todos de medios suficientes para decidir libremente sobre nuestras vidas.
A través de un análisis composicionista, Srnicek y Williams observan tendencias socioeconómicas que parecen anticipar el advenimiento de contradicciones históricas que sólo podrán resolverse a través de transformaciones políticas profundas. La población que está por fuera de un mercado laboral que ofrece cada vez peores condiciones aumenta de forma sostenida, sobreviviendo gracias a ayudas estatales en declive por la doctrina neoliberal del ajuste, buscándose la vida en trabajos informales de subsistencia o a través de medios ilegales. Tanto para quienes pueden emplearse como para quienes no, sus vidas se caracterizan por una notable falta de libertad real: pobreza, precariedad, inseguridad, incertidumbre respecto al futuro… Al mismo tiempo, la automatización de la economía, entre otros factores, reduce la demanda de trabajo no creativo a un ritmo que sobrepasa la capacidad de readaptación de la fuerza de trabajo a estos cambios en las tecnologías productivas. Así, mientras las promesas neoliberales de emancipación individual a través del empleo sólo pueden ser satisfechas para reducidos sectores del cognitariado de alta cualificación (a costa de nuevos tipos de alienación asociados con el estrés y la ansiedad), los viejos consensos fordistas de sociedad disciplinaria del trabajo duro pero estable mueren junto a las generaciones que los vivieron en su esplendor, debido a las hondas transformaciones en las relaciones de producción tras la revolución neoliberal posfordista: terciarización, precarización y deslocalización. Hablamos de un proceso de desindustrialización forzosa que niega derechos democráticos a bolsas cada vez mayores de población, por vincular aquéllos a las contribuciones de un empleo menguante. Así, los autores afirman que la tendencia actual es que la precariedad de las clases trabajadoras en el mundo industrializado vaya en aumento, en tanto que las recuperaciones de las crisis económicas no restaurarán el empleo perdido y precarizarán el existente, la mano de obra empleada en el trabajo no creativo (racializada y feminizada en muchos casos) será condenada a la exclusión social en barrios con índices de criminalidad crecientes, provocando finalmente que el único mecanismo de mantenimiento del orden hegemónico posible para las élites sea la acentuación de las medidas coercitivas: aumento del antagonismo contra la población migrante, encarcelación masiva, recortes en servicios sociales.
Llegados a aquí, se ve más claramente que el proyecto emancipador capaz de iluminar un futuro democrático de libertad para todas sólo puede venir de la mano de una sociedad en la que el salario obtenido a través del mercado laboral no sea un medio indispensable para subsistir. Esto implica un emprendimiento político que cambie los consensos hegemónicos sobre la ética del trabajo (entendiéndolo como sinónimo de empleo asalariado), pero también que se haga cargo de las transformaciones económicas necesarias para provocar cambios radicales e irreversibles en las relaciones productivas, hacia una sociedad poslaboral en la que la sobrada capacidad de producción de que disponemos en la actualidad gracias al desarrollo tecnológico suponga una liberación del tiempo global y no una esclavitud asalariada en aumento.
¿En torno a qué objetivos estratégicos se concreta un programa político que aspira a una sociedad posneoliberal? Inventando el futuro, ofrece una batería de esas “reformas no reformistas” de las que hablaba André Gorz como base para un nuevo movimiento popular emancipador: la superación de la ética del trabajo, la automatización completa de la economía, la reducción de la jornada laboral y la renta básica universal.
Superación de la ética del trabajo.
Los obstáculos para la institución de una sociedad poslaboral no están sólo en el orden político y económico, sino también en la esfera cultural, debido a la fuerte implantación de la ética del trabajo. Bajo esta concepción, el trabajo asalariado es el mecanismo básico de obtención de dignidad personal y, por tanto, también de los derechos y libertades garantizados por la sociedad que de la dignidad personal se derivan. También atribuye el desempleo a un fracaso ético personal en lugar de a causas sociales, provocando fuertes rechazos culturales a mecanismos como la renta básica universal, que “subsidian la pereza” y “generan parásitos”. Estos prejuicios suelen estar interseccionados por prejuicios raciales o de género, y por esa identificación del obrero del siglo XX con su trabajo, que distingue moralmente entre quienes están empleados (“sudando mientras aprietan tuercas”) y quienes no lo están (“viviendo de las ayudas del Estado mientras otros trabajan”). El proceso de identificación con el empleo alcanza nuevas cotas con la revolución neoliberal y el mito del emprendedor: las vidas bajo la hegemonía capitalista pivotan en torno al trabajo como elemento central de realización personal y obtención de derechos, convirtiendo cualquier empleo, sin importar lo degradante y esclavizante que sea, en un fin en sí mismo y no un medio indigno de un ser humano para poder subsistir.
Según los autores, el elemento central de la ética del trabajo tiene reminiscencias religiosas: la idea de que la remuneración de cualquier tipo tiene que estar vinculada al sufrimiento. En palabras de Williams y Srnicek: “miremos donde miremos, hay una pulsión por hacer sufrir a la gente antes de que puedan recibir una recompensa. Los adjetivos dedicados a los vagabundos que piden en la calle, la demonización de los parados, los “trabajos sin sueldo” para aquéllos sin experiencia previa…”. Un enfoque contrahegemónico, pues, debe subvertir las ideas vigente sobre la necesidad y deseabilidad del trabajo, y de la imposición del sufrimiento como prerrequisito para la remuneración. Existen elementos culturales latentes que permiten imaginar esta reconducción del deseo: escasos sectores de la población están conformes con su trabajo, en tanto que la extensión de la ética del trabajo sólo es comparable al desprecio que la mayoría precaria siente por una vida laboral esclavizante. Debemos señalar el carácter degradante que tiene la búsqueda de empleos en extinción para acceder a un derecho a la vida que, por otra parte, está garantizado sin necesidad de trabajar para las personas más ricas de la sociedad (“los ricos ya cobran una renta básica sin trabajar”).
La automatización completa de la economía
La automatización completa permite liberar enormes cantidades de tiempo de vida anteriormente destinados al trabajo precario y al mismo tiempo producir cantidades crecientes de riqueza. Como afirman Srnicek y Williams: “sin automatización completa de la economía, los futuros poscapitalistas deben elegir necesariamente entre la abundancia a costa de la libertad (recordando a la sociedad “trabajocéntrica” de la Unión Soviética) o la libertad a costa de la abundancia, representado por las utopías anarcoprimitivistas”. De esta forma, se demanda el desarrollo de una tendencia ya impresa en el capitalismo actual hasta límites que desbordan la capacidad de sus relaciones productivas: el problema no es la automatización del trabajo en tanto que libera tiempo de vida, sino el modelo actual, que expulsa a población “sobrante” del mercado laboral (y con ello, del derecho a la libertad y a la vida) en lugar de repartir el empleo existente y redirigir los beneficios obtenidos por la productividad creciente tras la automatización hacia la libertad de todas y todos.
Así, un gobierno comprometido con la superación del capitalismo tardío debe fomentar la inversión pública en I+D orientada a la automatización de todo trabajo no creativo (sea intelectual o manual), a la vez que decreta por ley la subida de los salarios para incentivar a las empresas a la automatización en lugar de la contratación, eliminando tiempo de trabajo humano necesario para producir iguales cantidades de riqueza. Según estudios citados por los autores, entre el 50% y el 80% del empleo actual podría ser automatizable en el próximo siglo. ¿Qué empleos sobrevivirían a la automatización? Precisamente aquéllos que, a la vez que no pueden ser realizados por máquinas, son indispensables para la realización personal del ser humano: los trabajos creativos basados en la sensibilidad y el conocimiento, y las tareas afectivas de cuidado que nos ponen en comunión con el otro.
Reducción de la jornada laboral
Hasta la aparición del consenso keynesiano socialdemócrata, el movimiento obrero enarbolaba una demanda central, largamente olvidada a partir de la segunda mitad del siglo XX: la reducción de la jornada laboral sumada a un crecimiento absoluto de los salarios. Por el contrario, el disciplinamiento fordista primero, y el mito del individuo neoliberal posfordista después no sólo han estancado la tendencia reduccionista del tiempo de trabajo, sino que además han difuminado la distinción antes clara entre el trabajo y la vida, gracias a un uso esclavizante de tecnologías como el teléfono móvil o la conexión a Internet. Esto vuelve a poner en el punto de mira la demanda de libertad real como elemento central de un programa poscapitalista: un individuo no puede ser libre si dedica la mayor parte de su vida a la reproducción de la riqueza ajena a través del empleo, a la vez que sus propios medios de subsistencia están en declive. La reducción de la jornada laboral no sólo permitiría la reducción del desempleo al redistribuir el empleo disponible, sino que también contribuiría a la reducción de las emisiones contaminantes si el recorte de jornada adopta la forma de un día más de descanso semanal (“fines de semana de tres días”).
Renta básica universal
Según Srnicek y Williams, la renta básica universal no es, en contra de lo que pudiera parecer, una medida orientada a lo económico, sino una medida de tipo político, que aspira a redistribuir la libertad reduciendo la coerción sobre el proletariado en el mercado laboral e inclinando la correlación de fuerzas contra el capital. Una vez satisfechas las necesidades básicas de subsistencia, desaparece el carácter coactivo del empleo en tanto que todo trabajo se convierte realmente en voluntario, permitiendo el desarrollo de las tendencias de flexibilización laboral que hoy en día, bajo el orden neoliberal, son esclavizantes y no liberadoras. A su vez, el tiempo liberado y el aumento de los recursos personales disponibles facilita el asociacionismo obrero y otorga una base material para la proliferación de medidas de fuerzas anteriormente muy costosas en términos económicos individuales como las huelgas. A su vez, la RBU, una vez conquistada, se convierte en un éxito común a defender y consolidar, con elevadísimos costes políticos para quien pretenda eliminarla.
La renta básica universal produce una transformación radical, asimismo, del valor atribuido a cada empleo: la naturaleza concreta de cada empleo determinará la oferta de fuerza de trabajo por parte de las trabajadoras una vez que ya no se vean obligadas a emplearse para sobrevivir. Así, profesiones como la medicina dejarán de ser objeto de deseo por las posibilidades de enriquecimiento personal y la vocación pasará a ser la motivación central para su estudio, a la vez que profesiones consideradas poco agradables se revalorizarán por la falta de oferta de fuerza de trabajo. El aumento de los salarios en los peores empleos, a su vez, incentivará su automatización al disminuir la distancia relativa entre el coste salarial y el coste de automatización, liberando más tiempo de trabajo social.
Finalmente, los autores afirman que el carácter universal de la RBU rompe con la naturaleza disciplinaria del Welfare State y la ética del trabajo, desvinculando el empleo y el derecho democrático a la libertad y la vida. Asimismo, sirve para valorar socialmente las tareas de cuidados que tradicionalmente han ejercido las mujeres, carentes de prestigio social y remuneración económica. Más que como un mero reconocimiento por los servicios prestados, la renta básica universal genera una base material de autonomía para estas mujeres que les permitirá emanciparse de dichas tareas de cuidado si así lo desean, rompiendo la extendida dependencia económica patriarcal hacia sus parejas.
Estas cuatro “reformas no reformistas” expresan su verdadero poder transformador al actuar todas juntas, como un programa integral: “la automatización completa amplifica la posibilidad de reducir la jornada laboral y aumenta la necesidad de una RBU. La reducción en la jornada laboral ayuda a producir una economía sostenible y facilita el aumento del poder de clase. La renta básica universal facilita la reducción de la jornada laboral e igualmente acrecenta el poder de negociación de la clase trabajadora al acordar salarios, facilitando con esto la extensión de la automatización, al disminuir su coste comparado a la contratación de personas”. Estas reformas permiten, así, la vertebración de un proyecto político que defienda un futuro de progreso tecnológico y bienestar, poniendo en el centro de la discusión la libertad humana para realizar sus potencialidades a la vez que generan unas transformaciones en las relaciones productivas tan radicales como difícilmente reversibles.
Entre las muchas reflexiones de los autores, quedará fuera de esta reseña, para no hacerla interminable, una importante: que la superación del orden vigente no vendrá dado por soluciones de tipo tecnocrático-económico, sino por la articulación del proyecto político bajo la forma de movimiento popular. Aquí Srnicek y Williams citan casi literalmente a Chantal Mouffe y Ernesto Laclau: las demandas poslaborales del precariado deben articularse equivalencialmente con el resto de luchas democráticas (el movimiento feminista, el ecologismo, el nacionalismo cívico antirracista…) para la conformación de un sujeto popular que, en oposición a las élites, tome las riendas del Estado y una los intereses del pueblo con los de la patria.
Libros como Inventando el futuro son especialmente necesarios en tiempos como éstos, en donde la reflexión sobre la lucha obrera parece cooptada bien por el populismo reaccionario, o bien por la ortodoxia lenorista, mientras quienes abogamos por la democracia radical, plural y populista nos llevamos las manos a la cabeza al ver lo equivocados que están todos. La opresión capitalista sobre la clase trabajadora no es un espacio político marcado por la derrota y obligado esencialmente a asumir formas nostálgicas y perdedoras: eso sólo ocurrirá si la tarea de pensar la clase en el siglo XX se la dejamos a quienes desde la izquierda o desde la derecha piensan el pueblo en términos excluyentes, y no de suma y articulación creciente. Sólo así se romperá el falso nudo gordiano de identidad vs. clase que desde la idolatría “marxista” o desde la ultraderecha retrasa el momento avanzar posiciones en la construcción de una sociedad más libre y democrática.