Por Ignacio Lezica Cabrera

En Inventando el futuro: poscapitalismo y un mundo sin trabajo (Malpaso Ediciones, 2017), Srnicek y Williams proponen un nuevo horizonte político para la superación del capitalismo tardío basado en el rechazo a la sociedad del trabajo asalariado. Para ello, recurren a una mezcla audaz y bien hilada de análisis de la composición de clase, propio del operaísmo, con la prescripción populista más cercana a las tesis de Ernesto Laclau. En este artículo y en el siguiente desgranaremos las ideas presentadas en el libro, dedicando la primera parte al análisis que hacen los autores de las razones del fracaso de las fuerzas populares para tomar el poder en el ciclo de movilizaciones iniciado en 2007, y exponiendo en la segunda su propuesta de construcción de un movimiento de masas populista que asuma la tarea de revolucionar las fuerzas productivas hacia la automatización poscapitalista, y la superación de la sociedad del empleo y su ética del trabajo.

 

¿Por qué, se preguntan Srnicek y Williams, ninguna de las movilizaciones masivas que siguieron a la caída de Lehman Brothers tuvieron éxito en la toma directa del poder político? Desde Occupy hasta el 15M, pasando por el Movimiento YoSoy132 o la Nuit Debout en Francia, todas parecen seguir el mismo ciclo de auge y caída sin lograr la transformación inmediata de sus respectivos sistemas políticos. Tras un momento de estallido inicial, las plazas progresivamente se vacían, son vaciadas, o se disgregan en multitud de colectivos incapaces de alcanzar tracción y continuidad visible a largo plazo. Sin menospreciar los importantes éxitos de estas movilizaciones dentro de la batalla cultural contra la hegemonía conservadora (ahí está la repetida tesis del 15M como tampón gramsciano frente al auge del populismo xenófobo vivido en otras partes de Occidente), Srnicek y Williams señalan que ya toca asumir que fracasaron en la consecución directa de sus demandas en el mejor de los casos, o no llegaron a cohesionarse como cuerpo social lo suficiente como para formular programa de demandas alguno en el peor de ellos. Al final, al ser incapaces de vertebrarse como un movimiento de masas duradero con un pie en la calle pero dispuesto a asaltar la institución, estas mareas populares han acabado midiendo sus éxitos por su capacidad de dar un golpe puntual pero efímero sobre la agenda pública y el sistema político.

 

Incluso si consideramos a partidos como Podemos la prueba del éxito de estos movimientos, cabe advertir que más allá de la irrupción deseable y positiva de agentes transformadores en los viejos sistemas de partidos, las formaciones de la izquierda nueva han demostrado tener una capacidad cuestionable para tomar el poder aprovechando el impulso del propio ciclo de movilizaciones post-2007, como demuestran las limitaciones de la táctica blitzkrieg (de asalto inmediato al poder saltándose la maraña de trincheras institucionales gracias al calor de la movilización de masas) vista en Bernie Sanders, Podemos, la France Insumise o Corbyn. Los autores consideran positiva esta desestabilización de los sistemas de partidos del siglo XX, pero critican su insuficiencia actual para la construcción de una sociedad poscapitalista. Dando por cerrado este ciclo de movilizaciones, Williams y Srnicek apuntan a la necesidad de construcción de un proyecto sustantivo que no nos coja con el pie cambiado para la siguiente crisis, cercana necesariamente por las dinámicas propias del capitalismo tardío (ambos autores son responsables también del Manifiesto aceleracionista), y que realice la tarea de construir un nuevo orden social poscapitalista.

Para ello, comienzan por hacer una crítica del espíritu político que animaba movimientos como el 15M u Occupy. Según los autores, el discurso de ocupación de las plazas que respondió a la contestación neoliberal a la crisis estaba fuertemente imbuido por lo que ellos llaman política folclórica (folk-politics). Esta concepción de la política, afirman, parte de perspectivas intuitivas y acríticas carentes de visión estratégica que conducen a formas caducas de lucha, vigentes durante el orden fordista pero completamente obsoletas tras la transformación neoliberal del capitalismo. En el plano teórico, la política folclórica propia de la práctica in situ del 15M (pero también de ciertos sectores de la izquierda partidista y del anarquismo más anticuado) se fundamenta en el fetichismo de la inmediatez como señal de autenticidad frente a una “izquierda vendida al sistema” y en la sospecha hacia la abstracción y la mediación política.  Este fetichismo de la inmediatez se manifiesta a través de diferentes obsesiones:

 

  • La obsesión con la inmediatez espacial, que lleva a preferir los horizontes políticos locales frente a los supralocales, las “pequeñas transformaciones” frente a los objetivos macroestratégicos, los proyectos realizables sólo a pequeña escala como la democracia asamblearia a la vez que se rechaza frontalmente el principio representativo como esencialmente corrupto y antidemocrático, los boicots al consumo realizados por adhesión libre de los individuos, etc.
  • La obsesión con la inmediatez temporal lleva a la priorización de lo táctico frente a lo estratégico, de las prácticas efímeras como la ocupación de plazas frente a las de largo plazo como la ocupación del Estado, de los mecanismos de intervención políticos conocidos (aunque se hayan demostrado ineficaces) frente a los nuevos, y del voluntarismo militante frente a unas inercias institucionales que se juzgan como antipopulares en sí.
  • La obsesión por la inmediatez conceptual, que realza la importancia de lo cotidiano frente a lo estructural, del sentimiento espontáneo frente a la reflexión que se hace cargo de lo complejo, y de lo particular frente a lo universal. Esto lleva, según los autores, a una tendencia antimaquiaveliana que acaba poniendo en un pedestal ontológico la ética frente a la política. Así, la praxis deviene una huida constante de las contradicciones propias de la política, en una retirada moral que se prefiere antes que la victoria.

 

Srnicek y Williams no realizan una impugnación total del ciclo de movilizaciones en las plazas. Las aportaciones contrahegemónicas de estos movimientos contribuyeron sin duda a ampliar el margen de lo posible en términos políticos: señalaron la emancipación de las élites respecto de nuestro pueblo, demostraron que existía poder asociativo suficiente como para imaginar la construcción de una sociedad más democrática y formaron a miles de cuadros jóvenes previamente alejados de la política que hoy nutren las filas de los partidos transformadores como Podemos, la France Insumise o el movimiento político de Bernie Sanders. No obstante, el carácter folclórico del discurso de las plazas lleva necesariamente a callejones sin salida si uno pretende construir una fuerza política no sólo capaz de tomar el poder estatal, sino de construir un nuevo bloque histórico. El folclorismo intenta hacerse cargo de un sistema político-económico globalizado bajo la premisa de que simplificar el mapa reducirá la complejidad del paisaje, a la vez que reduce problemas políticos a cuestiones de ética individual, privatizando el conflicto de facto. La política folclórica no es capaz de construir una fuerza poscapitalista triunfante por falta de ambición en la lucha por el poder y por estar conceptualmente mutilada para hacerse cargo del capitalismo tardío, que es abstracto, densamente mediado, complejo y sostenido por un discurso hegemónico universalista. En resumen: la obsesión por lo inmediato, lo cercano, lo simple y lo pequeño es un camino parcial e insuficiente para la construcción de un bloque histórico alternativo al vigente.

 

Los autores cierran la primera mitad del libro analizando cómo el neoliberalismo fue capaz de construir una alternativa histórica gestándola lentamente durante las tres (largas) décadas de absoluta hegemonía keynesiana. Srnicek y Williams señalan la clave de la avanzada contrahegemónica neoliberal en su capacidad para construir una ideología expansiva y universalista, dispuesta a hacerse cargo de la ordenación de toda la sociedad desde lo inmediato hasta lo macro en el plano conceptual, a la asunción de contradicciones nada folclóricas (por ejemplo, la utilización extensa del intervencionismo estatal para la creación de mercados allí donde no los había), y dispuesta también a pensar en términos espeluznantemente cercanos a Gramsci a la hora de tomar trincheras en la guerra de posiciones. Si ahora la cosmovisión marxista clásica se encuentra desactivada ideológicamente por su referenciación histórica inmediata al fracaso soviético, en aquella época les ocurría lo mismo a quienes abogaban por la desregulación de la economía debido a la terrible experiencia colectiva del crack del 29. Respecto a esto Inventing the future escucha atentamente las palabras de dos maestros de la política a quienes no solemos acercarnos. Por una parte, Friedrich Hayek nos cuenta que lo verdaderamente difícil no es la producción de ideas, sino su difusión exitosa a través de lo que él llama second-hand dealers, una categoría análoga a la del intelectual orgánico de Antonio Gramsci: periodistas, profesores, académicos, escritores, artistas y en general, todas aquellas personas encargadas de la reproducción ideológica desde posiciones especialmente influyentes sobre las conciencias del pueblo pero también (especialmente) sobre las de las élites. Finalmente, el bueno de Milton Friedman, traducido al sardo, nos advierte que el objetivo contrahegemónico fundamental es la producción y provisión sistemática de horizontes políticos alternativos a las vigentes, a la espera de que una crisis orgánica (siempre acaban por llegar, independientemente de nuestra capacidad para explotarlas) aumente la demanda de un nuevo bloque de políticas públicas y relatos legitimadores para ellas. Es ése el momento en el que se rentabiliza el trabajo a largo plazo de producción contrahegemónica: cuando los gobernantes buscan desesperadamente soluciones para dirigir las sociedades en momentos de crisis, sólo las alternativas universalistas capaces de dar respuestas a la conducción del Estado en su conjunto están en condiciones de sentar las bases de una nueva forma de ordenar la sociedad. Los neoliberales lo supieron hacer, y ahora nos toca hacerlo a nosotras.

 

En la segunda parte de la reseña, comentaremos la propuesta sustantiva de los autores para la renovación del proyecto emancipador: la creación de una apuesta universalista que se haga cargo de las ideas de Libertad y Modernidad, abandonadas por la izquierda, materializándolas en una sociedad poslaboral feminista y sostenible.