Por Tatiana Llaguno
La imponente huelga feminista del 8 de marzo que, por segundo año consecutivo, ha conseguido sacar a la calle a millones de mujeres alrededor del mundo –con un éxito llamativamente particular en España— ha logrado poner sobre la mesa preguntas profundas sobre los distintos tipos de desigualdades que atraviesan nuestra sociedad. Entra ellas, se encuentra la cuestión de los cuidados, uno de los cuatro ejes alrededor de los cuales se articula justamente la convocatoria del 8 de marzo –los otros tres siendo la huelga laboral, estudiantil y de consumo. Pero ¿qué significa hablar de huelga de cuidados? ¿Qué potencialidades de emancipación habitan dentro de esa idea? ¿Hacia qué horizontes nos dirige? En este artículo se intentará esbozar una pequeña genealogía del debate en torno a la reproducción social, posibilitando así la contextualización de la discusión sobre los cuidados, y la reactivación de un vasto trabajo teórico y político llevado a cabo durante años por el movimiento feminista. La crisis vivida por nuestras sociedades en el ámbito de la reproducción social no es una crisis con efectos parciales, ni tampoco una crisis que afecte solamente a las mujeres o las “personas dependientes”; más bien al contrario, se trata de una crisis que exigirá una rearticulación de la organización social a gran escala. Pero dicha articulación no está dada, y la solución, siempre contingente, a la que se llegue, no tiene porqué resultar, necesariamente, en una mayor emancipación. El cierre a la apertura provocada por dicha crisis puede también ser reaccionario, y es justamente por ello necesario darle espacio a los análisis llevados a cabo, durante décadas, por la teoría feminista. Ni replicando recetas ni ignorando el conocimiento construido hasta el momento, la mejor manera de proceder será empapándonos del mismo para pensar nuevos enfoques y propuestas a partir de él.
Pensando desde la morada (aún más) oculta de la producción
La permanente referencia que viene haciéndose en los últimos años desde el feminismo en general y desde la economía con perspectiva feminista en particular[1], a la llamada “crisis de los cuidados” deja claro que no se trata ni de una cuestión nueva ni de una cuestión menor. Siguiendo a Pérez Orozco, podemos describir esta crisis como el “proceso de desestabilización de un modelo previo de reparto de responsabilidades sobre los cuidados y la sostenibilidad de la vida”[2] que, si bien responde a una multiplicidad de causas, debe ligarse de forma concreta con la actual fase financiarizada del capitalismo. En ella, la combinación de precarización laboral y desinversión pública acentúan aún más las contradicciones capital-vida[3]. Pero, antes que nada, ¿qué entendemos por cuidados y reproducción social? Básicamente todos aquellos procesos que posibilitan la reproducción de la vida en su sentido amplio, incluyendo el “trabajo socialmente necesario —mental, físico y emocional— dirigido a la provisión de medios histórica, social y biológicamente definidos para el mantenimiento y la reproducción de la población”[4]. En otras palabras, la materialidad sobre la cual reposa la vida. La razón por la que el feminismo se ha preocupado por esta cuestión es doble, aunque bastante evidente: por un lado, responde al depósito mayoritario de dichas tareas sobre los cuerpos y vidas de las mujeres, que han sido históricamente relegadas al hogar y al mantenimiento de la comunidad; pero también, a una falta de atención, nula en el pensamiento económico clásico e insuficiente en el marxismo, a la cuestión reproductiva y de cuidados.
Como explica la filósofa Nancy Fraser, Marx consigue en El Capital, desentrañar el misterio detrás de la producción, desafiando la supuesta expansión del capital a través del intercambio de equivalentes, y evidenciando su origen en la explotación –esto es, en la no compensación del total de tiempo invertido por el trabajador en su trabajo[5]. No obstante, existirían según Fraser, una serie de “condiciones de posibilidad de fondo”, una “morada aún más oculta de la producción”, previas al momento de explotación salarial, que deben ser evidenciadas[6]. Entre ellas, y en lo que aquí nos concierne, encontramos la reproducción social que, si bien no entra, de forma generalizada, en la lógica del salario, posibilita que otros y otras sí puedan hacerlo. Ciertamente, el trabajo asalariado solo nos mantiene bajo la ilusión de obtener “aquello que merecemos”, pero, como bien aclara la teórica italiana Silvia Federici, al menos dentro de él, es posible negociar y luchar. Y si bien tanto el trabajo asalariado como el trabajo de cuidados han sido impuestos, éste último “ha sido transformado en un atributo natural de nuestra psique y personalidad femenina, una necesidad interna, una aspiración, proveniente supuestamente de las profundidades de nuestro carácter de mujeres”[7]. Aquello que sucede fuera de la relación salarial, aunque la posibilita, es naturalizado, romantizado –he aquí el “ellos dicen que se trata de amor, nosotras que es trabajo no remunerado”— y despolitizado. La recompensa con reconocimiento social –se es una “buena mujer” o una “mujer fuerte” si se asumen cuidados sin rechistar—es también una trampa, ya que como afirma Firestone, “ser objeto de adoración no es sinónimo de libertad”[8]. ¿Qué hacer entonces con este problema? ¿Cuáles han sido las respuestas del movimiento feminista? ¿Y qué pueden decirnos en nuestro momento actual?
Del reparto de cuidados a la redefinición de la familia
Aunque como afirma Angela Davis, “la posibilidad — real— de transformar radicalmente la naturaleza del trabajo doméstico” es “uno de los secretos más celosamente guardados en las sociedades del capitalismo avanzado”[9], el movimiento feminista ha hecho gala de una creatividad política remarcable en su búsqueda de alternativas. Ya en 1916, Alexandra Kollontai publicaba el panfleto “La mujer y madre trabajadora”, donde señalaba las diferencias de clase que atravesaban la experiencia de la maternidad, y concluía con la necesidad de permisos de maternidad, prestaciones sociales y escuelas infantiles, pero sobre todo defendía la idea de que, en último término, la sociedad –esa “gran familia”— era responsable del cuidado de niños y niñas (en oposición a que lo fuesen exclusivamente las madres)[10]. Unos años más tarde, en 1920, la famosa sufragista Sylvia Pankhurst publica amplios comentarios sobre su experiencia con las labores domésticas y de cuidado bajo la forma de cooperativas que intentaban desarrollarse en la Unión Soviética[11], impulsadas justamente por mujeres como Kollontai o Inessa Armand. Desde muy temprano pues, el reparto social de los cuidados, a través de una profunda transformación de la organización de la sociedad, es visto como una solución a la desigualdad sufrida por las mujeres. Pese a que, en la Europa occidental, el desarrollo del Estado de Bienestar conlleva la puesta en marcha de ciertas medidas como el desarrollo de un sistema público de sanidad y educación, importantes ya que reposan en la idea de que la reproducción social en su sentido amplio no puede recaer solamente sobre familias e individuos, éstas resultan claramente insuficientes.
En los años sesenta, veremos pues el surgimiento de nuevos reclamos, como el de la famosa campaña “Salario para el Trabajo Doméstico”, surgida de la mano de feministas principalmente italianas y norteamericanas, vinculadas al movimiento autonomista. Dicha campaña, en su exigencia de un salario para un trabajo que las mujeres simplemente habían hecho “toda la vida”, supone la oportunidad de visibilizar una labor naturalizada por la sociedad, forzando su desmitificación, así como el comienzo de un proceso de desidentificación de la mujer con las tareas de cuidado. Como nos explica Kathi Weeks, “al nombrar parte de lo que sucede en la familia como trabajo, la demanda de salarios confunde la división entre el trabajo como un lugar de coerción y regimentación y la familia como un sitio concebido libremente por relaciones auténticas y puramente voluntarias”[12]. En realidad, sus defensoras veían el reclamo por el salario como el primer paso para el rechazo del trabajo –o como mínimo, para el rechazo del trabajo doméstico como expresión de una supuesta naturaleza femenina. Como afirma Federici: “La demanda de salario para el trabajo doméstico es tan solo el comienzo, pero el mensaje es claro: a partir de ahora tendrán que pagarnos porque, como mujeres, ya no garantizamos nada”[13]. El carácter provocativo e inspirador de la campaña dio lugar, no obstante, a una serie de críticas previsibles. Por un lado, muchas afirmaron que acentuaría la división sexual del trabajo en lugar de eliminarla y por otro, se le acusó de, en último término, reforzar el sistema salarial. Además, podemos añadir que la demanda pecaba de una homogenización excesiva en su análisis del colectivo “mujeres”, lo cual le llevaba a ignorar, por ejemplo, la situación de las mujeres afroamericanas, que como bien matiza Davis, llevaban para entonces “un sinfín de décadas recibiendo salarios por el trabajo doméstico”[14], sin que eso supusiese una liberación.
A día de hoy, con dichas limitaciones en mente y con las fronteras entre trabajo productivo y reproductivo cada vez menos claras, una parte considerable del movimiento feminista ha pasado ha aliñarse con la demanda por una renta básica –universal, individual, incondicional y continua. En efecto, la RBU cuestiona la relación entre trabajo y remuneración, a la vez que proporciona una base material mínima (pero suficiente) que abre un espacio de libertad para el individuo más allá de su posicionamiento social. Si bien es justamente su “neutralidad de género” lo que hace sospechar a algunas autoras, resulta claro que una renta básica universal sería capaz de atajar la feminización de la pobreza y de proveer al menos de mayor autonomía y capacidad de negociación y decisión a todo aquel que la reciba[15]. Inevitablemente, la reorganización de la reproducción social requerirá de algo más que una RBU, y desde el movimiento feminista se deberá continuar debatiendo e impulsando reformas, como la equiparación de permisos o la reducción de horas de trabajo, que formen una constelación de medidas transformadoras capaces de dar paso a una mayor igualdad y una mayor libertad –esta última entendida no como una fantasía individualizada de soberanía, sino como una realidad colectiva de liberación del tiempo, la creatividad y el deseo. El desligamiento de la posibilidad de una vida digna del empleo remunerado parece ir al menos en la estimulante dirección de una resignificación de pilares básicos como la ciudadanía y los derechos –llevándonos tal vez hacia un modelo de “cuidador universal” como el esbozado por Fraser[16].
Escenarios de futuro
La cuestión de la reproducción social, en su sentido amplio y no en su reducción al campo de lo doméstico, es de vital importancia para el momento feminista actual, y constituye uno de los espacios de disputa con mayor capacidad transformadora. La denuncia de la injusta carga que sufren las mujeres tiene que continuar dando paso a una agenda política que proponga un modelo de sociedad radicalmente sostenible, capaz de poner la vida en el centro. La aparente salida a la actual crisis de los cuidados en una organización dualizada de la reproducción social, donde algunas mujeres se vean capacitadas para retribuir a otras que se encarguen de sus tareas, seguirá dando lugar a las inasumibles “cadenas globales de cuidados”. Esta es la respuesta de un “feminismo” para unas pocas, que deposita la carga en mujeres pobres, migrantes y/o racializadas. La discusión en torno al nuevo modelo de sociedad que queremos tendrá que darse muy lejos de esas coordenadas, pensando por lo contrario en la mayoría social, y en íntima relación con debates en torno al cambio climático y la sostenibilidad del planeta, el desarrollo tecnológico y su potencial emancipador[17], o el rol otorgado al Estado en el proceso de socialización de tareas, entre otros. Una reorganización del ámbito de la reproducción social no será la panacea ni tendrá la respuesta a todos nuestros problemas, pero si camina en la dirección de la transformación social podrá, entre muchas otras cosas, liberar tiempo y espacios de la mediación salarial, pluralizar la familia a nuevas formas más allá de la familia nuclear, intervenir en la inaceptable jerarquía entre géneros y sexualidades, crear (y recuperar) espacios comunes, así como lisa y llanamente reconocer la interdependencia vital como condición existencial. El debate de los cuidados nos permite ver que la desigualdad que atraviesa nuestra sociedad no es accidental ni corregible con medidas superficiales y nos obliga a hacer de la necesidad virtud: de la necesidad de justicia, virtud feminista y democrática.
Notas
[1] Ver por ejemplo Pérez Orozco, Amaia (2006) “Amenaza tormenta: La crisis de los cuidados y la reorganización del sistema económico”, Revista de Economía Crítica, nº 5, pp. 7-37. Para entender que significa hacer economía feminista, y siguiendo a Pérez Orozco, podemos atender a dos presupuestos básicos: por un lado, la afirmación de que “la economía no es reductible a los mercados, sino que economía es mantener la vida, sea o no a través de las esferas monetizadas –es decir, lo mercantil forma parte del análisis de manera secundaria y no como eje central del mismo”; por otro, “que el género funciona como elemento organizador del sistema económico, por tanto, es necesario atender a las relaciones de género para poder comprender la estructura socioeconómica” (2006: 9)
[2] Ibidem, p. 9-10
[3] Fraser, Nancy (2015) “Las contradicciones del capital y los cuidados”, New Left Review, 100, pp. 111-132
[4] Brenner, Johanna y Laslett, Barbara (1991) citado en Bhattacharya, Tithi (2017) Social Reproduction Theory: Remapping Class, Recentering Oppression. London: Pluto Press, p. 6
[5] Asimismo, la teoría feminista ha complejizado la cuestión de la denominada acumulación primitiva u originaria, con la introducción de una perspectiva de género capaz de dar cuenta de la desposesión específica sufrida por las mujeres en dicho proceso. Ver por ejemplo Mies, Maria ([1986] 2019) Patriarcado y acumulación a escala mundial o Federici, Silvia ([2004] 2010) Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria. Madrid: Traficantes de Sueño
[6] Las otras dos condiciones de posibilidad de la producción señaladas son la organización política y la naturaleza. Si la crisis de los cuidados apunta a la contradicción social que habita al capitalismo, la organización política se corresponde con la contradicción política y la naturaleza con la ecológica. En Fraser, Nancy (2014) “Tras la morada oculta de Marx. Por una concepción ampliada del capitalismo”, New Left Review, 86, pp. 57-76
[7] Federici, Silvia (1975) “Salarios contra el trabajo doméstico” en (2013) Revolución en punto cero Trabajo doméstico, reproducción y luchas feministas. Madrid: Traficantes de Sueños, p. 37
[8] Firestone, Shulamith (1976) La dialéctica del sexo. En defensa de la revolución feminista. Barcelona: Editorial Kairos, p. 95
[9] Davis, Angela (2005) “El trabajo doméstico toca su fin: una perspectiva de clase” en Mujeres, Raza y Clase. Madrid: Akal, p. 222
[10] Kollontai, Alexandra (1977) “Working Woman and Mother” in Selected Writings. London: Allison & Busby
[11] Pankhurst, Sylvia (1920) “Cooperative housekeeping”, publicado en el Workers’ Dreadnought [https://bit.ly/2HBXVIb]
[12] Weeks, Kathi (2011) The Problem with Work. Feminism, Marxism, Antiwork Politics, and Postwork Imaginaries. Durham: Duke University Press, p. 129
[13] Federici, Silvia (1975) “Salarios contra el trabajo doméstico” en (2013) Revolución en punto cero Trabajo doméstico, reproducción y luchas feministas. Madrid: Traficantes de Sueños, p. 41
[14] Davis, Angela (2005) “El trabajo doméstico toca su fin: una perspectiva de clase” en Mujeres, Raza y Clase. Madrid: Akal, p. 234
[15] Para una discusión de algunas críticas a la RBU, así como las posibles respuestas, ver Martínez-Cava, Julio y Raventós, Daniel (2017) “La renta básica y la lucha contra la división sexual del trabajo: ¿una mala relación?”, Sin Permiso [https://bit.ly/2nFAuEI]
[16] Fraser, Nancy (2015) “Tras la desaparición del salario familiar: un experimento mental postindustrial” en Fortunas del feminismo. Madrid: Traficantes de Sueños
[17] La teoría feminista ha simpatizado con el desarrollo tecnológico durante mucho tiempo, desde la fe en la reproducción artificial y en la automatación de Firestone hasta las últimas corrientes como el xenofeminismo y la política de la alienación propuesta por el colectivo Laboria Cuboniks. Ver por ejemplo: [https://bit.ly/2Y3fKW5]