Por José Miguel Rojo y Alejandro Soler
El colectivo Hazte Oír señala un enemigo común, el establishment progre, sobre el que intenta construir un espacio político legítimo
Uno de los acontecimientos políticos más importantes y mediáticos de los últimos tiempos, la victoria de Donald Trump en las primarias republicanas y posteriormente en las elecciones presidenciales de EEUU, ha encontrado una de las claves de su éxito en mostrar al magnate como candidato de oposición al establishment, al sistema, en definitiva, al statu quo. El establishment, concretando más, el establishment “progre”, es el principal enemigo al que Donald Trump apela en su discurso. Para entender la efectividad de esta fórmula discursiva, uno de los elementos principales a estudiar es el concepto de exclusión, dialéctica presente en los discursos del candidato republicano, donde son frecuentes las alusiones a una masa de ciudadanos estadounidenses que son olvidados por la vida política y pública, heroificados en este olvido y, en resumen, no representados en sus demandas.
La exclusión de las demandas como elemento de indignación política está íntimamente ligada a la demonización de lo políticamente correcto. Lo políticamente correcto es percibido por Trump y sus seguidores, hablando en sus términos, como una suerte de censura casi dictatorial implantada por los sectores progresistas para salirse con la suya, apartando del poder y la política a todo aquel que tenga opiniones diferentes, para evitar que alguien pueda “decir las cosas como son”, sobre todo en temáticas contradicursivas característicamente conservadoras como feminismo, LGTBi o inmigración.
¿Por qué hablar de Trump en un artículo sobre la asociación ultracatólica española Hazte Oír? La importancia del ejemplo yankee para hablar de HO radica en la forma, explicada anteriormente, en la que se ha construido un sujeto y espacio político concreto: la apelación a sectores que no se sienten representados en ningún modo por lo que es percibido como un establishment progresista que ha impuesto la lógica compartida de lo políticamente correcto, una lógica que coarta y presenta como inaceptables sus demandas político-sociales. A pesar del relativo poco tiempo que Hazte Oír lleva siendo ampliamente conocido por el público general en España (desde la polémica del autobús tránsfobo) su modo de actuar parece apuntar en una similar dirección que el de Trump.
Si bien, lógicamente, al no ser Hazte Oír un candidato a unas elecciones presidenciales o un partido político, no cuenta con propuestas económicas o un programa de gobierno completo, sí podemos analizar su discurso social, que es el campo preferencial en el que se mueve la plataforma. HO defiende un modelo de sociedad y de familia conservador, basado en valores religiosos (creó la asociación antiabortista “Derecho a Vivir”) y abiertamente opuesto a lo que diversos grupos de derecha y neoconservadores etiquetan como “ideología de género”, en un intento por desacreditar a los movimientos feminista y LGTB.
Enmarcado en estos valores, la asociación denuncia el ejercicio de una censura silenciosa sobre las posiciones sociales y políticas que defiende y no duda en utilizar expresiones como “dictadura de género” para expresar esta idea en su discurso. Esta última expresión, en concreto, fue usada poco después de que los Mossos inmovilizaran en Cataluña el autobús de Hazte Oír con un mensaje tránsfobo, de forma que se constituyen en movimiento revolucionario (en tanto que opuesto a lo dado). La plataforma persigue presentarse como damnificados de un discurso social progresista constituido como elemento totalitario, que impide la expresión de unas preferencias políticas que consideran perfectamente legítimas en un clima de tolerancia democrática “absoluta”. Este es el principal esfuerzo estratégico de la plataforma: plantear una cuestión de legitimidad sobre sus reivindicaciones presentándose como sujetos censurados por el progresismo y la “dictadura gay”. La libertad de expresión es esgrimida por la plataforma para abrir un hueco en el espacio político, una falla de impugnación al sistema de valores no conversadores. Su utilización del marco democrático para, en última instancia, colaborar en su destrucción, está abriendo un debate en distintos sectores sobre la legitimidad o no de ejercer acciones como la de Hazte Oír con el autobús y dónde están los límites de las reivindicaciones políticas y la libertad de expresión.
La continua reacción a los avances de los movimientos feminista y LGTB de Hazte Oír encuentra sus réplicas en diversas páginas web y blogs que utilizan un lenguaje similar (la retórica del antiestablishment progre, la nominación de “ideología de género…) y apuntan también a un neoconservadurismo social, páginas todas estas que en los últimos años han crecido en visitas y número. Así, por ejemplo, podemos ver como ante la polémica del autobús tránsfobo uno de estos blogs publicaba un artículo titulado “7 cosas que hemos aprendido (o que hemos confirmado) gracias al autobús de Hazte Oír“, favorable a la acción de la asociación y que abunda en la retórica y características anteriormente descritas. En páginas y blogs similares encontramos también artículos de apoyo al gobierno de Trump.
El auge de la ideología neoconservadora social es un nuevo hecho mundial. Sus características, estrategia y retórica ha venido siendo descrita a lo largo de este artículo al hablar del ejemplo de Hazte Oír, de Donald Trump, o de las páginas web que les han dado apoyo. Estas opciones neoconservadoras tratan de construir un nuevo espacio político legítimo, cuya formulación empezaría con la activación de una base social susceptible de apoyarlo, mediante la estrategia de apelación a los olvidados o a los no representadnos por la política, estando en esa situación precisamente por la primacía de un establishment progresista que los deja sin voz mediante la acción de filtro de lo “políticamente correcto” y la legitimidad de este espacio vendría dada por la retórica de exclusión, al señalar que hay un sector y unas ideas excluidas injustamente del juego político, que deberían formar parte de él dado que no plantean nada “inaceptable”. La actual situación política en Occidente apunta a la emergencia de estos movimientos en algunos países, si bien ya son varios aquellos donde de hecho ya existen estos movimientos. En el caso de España, Hazte Oír es el primer movimiento que coincide con claridad con estas características y, de momento, el principal actor aspirante a la constituir un verdadero espacio político efectivo.
Debemos precisar algo importante de HO, y es su carácter principalmente social, pues aunque la plataforma también se pronuncie respecto a temas como la libertad económica, la regeneración política o los nacionalismos soberanistas, su principal eje lo constituyen asuntos de índole social, olvidando deliberadamente aquellos más económicos o puramente políticos. Esto no significa que la ideología neoconservadora se defina únicamente en términos sociales, pero sí indica que, al menos en España, es el modo principal en el que dicha ideología va a tener un desarrollo. Es preciso señalar, además, la diferencia entre el neoconservadurismo y movimientos postfascistas que se han desarrollado en la actualidad (el FN de Le Pen, por ejemplo). Si bien tienen varios rasgos comunes, no son el mismo tipo de movimiento, y se dan países con distintas características y particularidades. Dentro de estas diferencias, Trump, Hazte Oír o, en menor medida, Farage y el UKIP, caerían del lado del neoconservadurismo, mientras Le Pen, Wilders o Alternativa por Alemania entrarían en la categoría del postfascismo. Así, por ejemplo, vemos como el presidente de Hazte Oír profesa una simpatía por Trump, pero rechaza a Le Pen, pues como él mismo dijo “Le Pen me asusta y Trump me calma”.
Un aspecto clave respecto a estos movimientos es la relación entre los mismos y la centralización política de los partidos tradicionales. Hemos visto a lo largo del tiempo como, desde los 70, los partidos socialdemócratas se alejaban de la izquierda en lo económico con el deslizamiento a posturas socioliberales, resultado del triunfo de ciertos postulados económicos neoliberales, que forzaron a un cambio programático-ideológico de la socialdemocracia. Para ilustrar este suceso podemos mencionar una declaración de Margaret Thatcher, formulada al hacérsele la pregunta, tiempo después de abandonar su cargo, de qué es de lo que más orgullosa se siente de todo lo que hizo en el gobierno. A esta pregunta, Thatcher contestó que “Tony Blair y la Tercera Vía”. A lo que la política británica se refería es precisamente a esta mutación de la socialdemocracia, por la vía de la derechización, como su gran éxito.
Desde un punto de vista gramsciano podemos decir que en el terreno económico la hegemonía había sido capitalizada por el neoliberalismo desde los 70 y 80, forzando a los partidos socialdemócratas a esa transformación económica que los llevó más a la derecha, reduciendo su distancia económica con sus adversarios. Esta es una muestra de la centralización de los partidos tradicionales a la que nos referimos. La cara económica de la centralización la constituye esta transformación de la socialdemocracia por asimilación desde los postulados neoliberales. Tras este suceso, acompañado en esa época y la anterior del surgimiento de nuevos movimientos de izquierda con reivindicaciones no económicas y postulados como los de la Escuela de Frankfurt que buscaban una atenuación del economicismo en el marxismo, diversos analistas consideran que el único eje verdaderamente importante en el que se distinguieron los partidos tradicionales (de centro izquierda y centro derecha) es el social, en temas como feminismo, derechos LGTB, valores familiares y de autoridad y orden.
Si el fenómeno neoconservador se manifiesta en España principalmente mediante aspectos sociales, ha debido haber también una cierta centralización de los partidos políticos o del espectro ideológico en lo social. Los procesos centrípetos han descrito tal grado de fortaleza que han acabado por significar un pacto ideológico por el que la izquierda se convertía al liberalismo económico mientras que la derecha abandonada el fascismo social. Esta centralización en lo social viene dada por la moderación de posturas de los partidos de derecha tradicionales. Al “abandonar” la izquierda el eje económico, centró sus fuerzas en temas sociales (temas sociales no relacionados directamente con la economía) y logró ciertos triunfos y avances que la sociedad acabó por aceptar con cierta firmeza, creando un efecto de path dependency que motivó la moderación en el eje social de los partidos de derecha tradicional. Este efecto de path dependency y aceptación de consensos en lo social en los partidos tradicionales de derecha se puede ver ilustrado en las siguientes declaraciones de Clara Serra, responsable del área de Igualdad de Podemos, sobre el Partido Popular y Ciudadanos. “Ciudadanos”, argumenta Serra, “es un partido que en algunas cuestiones es más reaccionario que el PP en materia de igualdad de género”. Es ilustrativo de este punto el descontento de grupos antiabortistas con la gestión del tema que hizo el PP y su anulación de la reforma de la Ley del aborto, llegando a declarar en el 2014 Benigno Blanco, presidente del Foro Español de la Familia, que “los ciudadanos estamos cansados de que se nos toree, tras tantos meses de retrasos y promesas incumplidas por parte del PP”.
La oleada necesaria de posturas fuera del centro político normativo que se da en Europa y EEUU en los últimos tiempos viene favorecida por el propio hecho del centrismo como enfermedad política moderna. A la hora de llegar una crisis económica, si no es resuelta por los partidos de centro derecha/centro izquierda, las soluciones se buscan fuera del centro, e igualmente, el propio hecho de la centralización antes descrito deja insatisfechos a tantos votantes cuyas demandas se ubican externamente que, a propósito de la articulación populista, no es difícil organizar una respuesta política nueva.
En este último fenómeno se pueden enmarcar movimientos neoconservadores como HO, en este caso concreto como reacción a la moderación del PP en el eje social, respecto a lo que esperarían del principal partido de derecha los votantes más conservadores del país. Como manifestación del fenómeno anteriormente descrito. Así, en el blog de Ignacio Arsuaga, podemos ver artículos con el nombre de “Cristina Cifuentes, inquisidora LGTB, al ataque del disidente” criticando la votación a favor por parte del PP de Madrid de la Ley de protección integral contra la discriminación por diversidad sexual y de género.
Una vez expuestos los factores que contribuyen al auge de un movimiento como Hazte Oír, queda reflexionar cómo podría configurarse el espacio ideológico que la plataforma pueda representar en un país como España. El primer punto a tratar es que Hazte Oír no es un partido político, algo totalmente medido, ya que su estrategia consiste en la negación de la política para ganar el desencanto. La transformación de Hazte Oír en un partido no es algo que se pueda descartar a la ligera, no obstante, de no parece que apunte en esa dirección inmediatamente, ni que su impacto sea de la magnitud necesaria como para que la formación se atreva a dar el paso de transformarse en un partido, o que sus afiliados monten uno. Si descartamos (de momento, por lo menos) la posibilidad de que a partir de Hazte Oír se forme un partido, solo nos queda dirigir la mirada hacia los partidos ya presentes en la sociedad, y preguntarnos cuál de ellos podría recoger las demandas de Hazte Oír y capitalizar un movimiento antiestablishment neoconservador. Podemos descartar de entrada el Partido Popular, pues hazte Oír se ve como rival del mismo, como hemos expuesto anteriormente. El siguiente partido más importante en el espacio de la derecha española, Ciudadanos, recibe una mejor valoración por parte de Hazte Oír que el PP según la guía de voto de la asociación (http://www.hazteoir.org/noticia/89241-descarga-tu-guia-voto-2015), pero sigue sin distanciarse mucho en nota de los populares. La mejor opción para Hazte Oír, tanto orientándonos por la guía de voto (se llevan la puntuación máxima en todos los temas) como simplemente analizando al partido, parece ser Vox. Empezando por la máxima calificación que le da Hazte Oír en su guía de voto y siguiendo por las declaraciones de miembros del partido sobre el autobús de la asociación en la misma línea que las de Hazte Oír y el ideario del partido, coincidente plenamente con el de la organización. También son muchos quienes hablan de una relación cordial entre los presidentes de ambas organizaciones, Arsuaga y Santiago Abascal, este último premio Hazte Oír en 2012.
¿Qué apoyos y bases sociales podría tener un espacio político como el que intenta abrir Hazte Oír? Si atendemos a los barómetros del CIS (tomando los datos de febrero de 2017), en concreto a la sección de autoubicación ideológica en la escala de 1 a 10, observamos que la mayoría del electorado español se encuentra entre el 1 (extrema izquierda) y el 5, quedando en el espacio de la derecha una menor cantidad de población. Si tomamos como suposición válida que se podría dar un trasvase significativo de voto descontento con la moderación en temas sociales del PP a una opción del ideario de Hazte Oír, podemos fijar que dicha opción jugaría en un espacio (siguiendo con la escala ideológica antes mencionada) entre el 7 (donde se ubican la mayor cantidad de votantes del PP) y el 10, quedando una proporción de en torno al 11,3% en dicho espacio (dejando de lado consideraciones sobre la existencia de encuestados que modera conscientemente su autoubicación, y que distorsionarían en la realidad los cálculos). Dentro de este cálculo, podemos suponer los apoyos que tendría una opción del estilo de HO según los sectores sociales. Una de las características que guían los principios de la asociación es su defensa del catolicismo. Así, encontramos que defienden la enseñanza de religión en las aulas, o que esgrimen ciertos valores religiosos para oponerse al matrimonio homosexual o el aborto. De hecho, en otros países, el movimiento neoconservador no ha mostrado una faceta religiosa similar a la de Hazte Oír, siendo esta faceta probablemente una singularidad española como consecuencia de una historia que ha favorecido la mayor pervivencia de la religión y un menor laicismo a nivel de estado que en otros países del entorno. Respecto el tema religioso, continuando con los datos del barómetro, la proporción de creyentes que declaran ir a misa y oficios religiosos varias veces al año o más es de un 26,72%, entre los cuales se hallaría un sector que podría sentirse identificado con las posturas de la asociación o de una opción política de iguales postulados. En cuanto a otros criterios de clasificación de la población, el voto a la derecha (si tomamos como muestra los datos relativos al PP y asumimos que el espacio que se abriría lo haría a partir de una fuga de votos del mismo) tiende a aumentar conforme aumenta la edad del votante, conforme disminuyen sus estudios, y a hallarse en más proporción en zonas rurales y entre clases medias autónomas. Si consideramos posible también un trasvase de voto desde un sector de Ciudadanos, cabría incluir como sector posible, pero secundario, de voto un electorado joven o de mediana edad, con más estudios, de perfil más urbano y de clase más alta. En cuanto a la cuestión de la edad, si bien podemos imaginar que recibiría una cantidad importante de voto de la tercera edad, el discurso antifeminista del estilo de Hazte Oír y los críticos de la “ideología de género” se está abriendo un hueco entre el sector joven, con lo cual tampoco sería de extrañar que una opción de este estilo contara con apoyo en este sector poblacional. Podríamos concluir también que el programa conservador y antifeminista restaría voto urbano y femenino y ayudaría a ganar voto rural, y sería difícil de igual modo que hubiera una cantidad significativa de voto de minorías como la inmigrante o el colectivo LGBT. En cuanto a ideologías concretas, en torno a un 14,1% de la población se considera conservadora. El balance general es que podría abrirse un espacio político significativo, aunque quedándose en un tamaño más bien moderado.
En el anterior punto hemos especulado sobre un posible traspaso de votos del PP a una opción electoral del tipo de Hazte Oír, y de hecho, la apertura de un espacio político significativo de esas características implicaría abrir una brecha a la derecha del Partido Popular, necesariamente contando con voto fugado del mismo e insatisfecho con el partido. El posicionamiento en la escala del PP según la ciudadanía general hace difícil pensar en que se pueda abrir un espacio efectivo a la derecha, pero si partimos del posicionamiento que le otorgan al PP sus votantes, menos a la derecha, sí quedaría posibilidad de que parte de estos mismos votantes optaran por pasarse a una opción que consideren algo más a la derecha. No obstante, debemos tener en cuenta la cantidad de voto fiel con el que cuenta el PP, más aún habiéndose encontrado en un sistema bipartidista durante tantos años y habiendo capitalizado en solitario la derecha nacional. Asimismo, con Vox ya hubo un intento de abrir ese espacio a la derecha del PP, pero no tuvo éxito electoral.
Situándonos en el caso de que tal opción electoral se diera en España y fuera significativamente fuerte, nos encontraríamos con un supuesto hipotetizado por muchos analistas. En España habría, al mismo tiempo, un partido antiestablishment en la izquierda y otro en la derecha. Este supuesto de convivencia de opciones antiestablishment que desbordan el espectro político por ambos lados es en ocasiones rechazada bajo la base de que el voto antiestablishment es “el” voto antiestablishment. Es decir, el descontento con el sistema solo se podría manifestar de una forma y ser recogido por un único partido o movimiento. No obstante, esta consideración suele dejar fuera de los cálculos el hecho de que los movimientos antiestablishment de izquierda y derecha son distintos y reivindican diferentes cosas, además de dirigir sus denuncias contra facetas diferenciadas del sistema, aunque utilicen la misma falla amplia de comunicación. Un movimiento antiestablishment de izquierda puede denunciar la precariedad laboral, exigir aumentos salariales, exigir un sistema económico radicalmente nuevo, reclamar una legislación progresista en temas sociales y promover una nueva idea patriótica reconociendo la soberanía de los pueblos de España, mientras que los movimientos antiestablishment de tipo neoconservador dirigirán sus ataques contra objetos como la ya citada “ideología de género”, la inmigración y los separatismos. Es cierto que entre ambos tipos de movimientos pueden darse coincidencias, como un reclamo de regeneración política (simplemente de actores y no de contenidos), o una oposición al libre comercio o a ciertas facetas de la globalización, pero de ahí a que el voto antiestablishment de izquierda y derecha sean equiparables, hay mucha distancia. En el caso estadounidense, por ejemplo, eran varios los analistas que hablaban para las elecciones presidenciales de un posible trasvase de votantes de Sanders a Trump, pero a pesar de algunos rasgos similares, ambas opciones eran suficientemente distintas como para que los datos posteriores y las encuestas desmintieran que se hubiera dado un significativo trasvase de votos de este tipo.
HO tiene por delante la posibilidad de utilizar el espacio abierto por el 15M y Podemos, cambiando totalmente sus pretensiones. Esta situación demuestra que los tiempos políticos revolucionarios, en su vertiente dialéctica, son tan amplios que generan gran incertidumbre sobre sus finalizaciones ideológicas. La polémica como arma política y la necesidad compartida de renovar para siempre las élites españolas, no nos deben desviar de los antiguos valores de lucha contra el fascismo conservador. Y, para frenarles, hay que romper el pacto centrista, de forma que la izquierda vuelva decididamente a la economía, obligando a la derecha a devolver el debate público a las condiciones materiales de existencia política.