Por Xavier Calafat Martínez y Xavier Granell Oteiza 

En la Transición española se consolida un bloque histórico que se fundamenta, en clave hegemónica, en la organización territorial y en el capitalismo inmobiliario. La cuestión territorial no es un asunto novedoso, ya que encontramos en la dictadura franquista un intento de reordenación autoritaria al “problema” de la plurinacionalidad. Por lo que respecta al modelo inmobiliario español, remontarnos a su origen implicaría irnos hasta quien fuera ministro de Vivienda entre 1956 y 1960, José Luis Arrese, autor de la celebérrima frase “No queremos una España de proletarios, sino una España de propietarios”. Puesto que no disponemos del espacio suficiente, nos centraremos en los aspectos más relevantes posteriores a 1978.

Estos dos aspectos, constitutivos del bloque histórico surgido del 78, son centrales para comprender la evolución y la actual situación del País Valencià. Por ello, nos detendremos en explicar cómo se ha desarrollado cada uno de éstos y qué claves nos proporcionan para rastrear las condiciones de posibilidad de un proyecto nacional-popular en el País Valencià, es decir, un proyecto que conjugue la democratización social -igualdad material y cultural- con la integración institucional. Dejamos para una segunda parte la cuestión de los principales ejes que deberían seguir los actores políticos progresistas del País Valencià para desarrollar un proyecto nacional-popular duradero.

¿Cómo hemos llegado hasta aquí? De la Batalla de València a nuestros días

El golpe de Estado de 1936 pretendía reordenar en clave autoritaria el conflicto plurinacional español que se había agudizado durante la II República. Puesto que se optó por la recentralización, se cerró toda posibilidad de integración de las naciones periféricas. La solución que se estableció en la Constitución de 1978 al conflicto plurinacional fue el Estado de las Autonomías, una descentralización territorial que, si bien era una de las demandas principales del movimiento popular (Llibertat, Amnistia i Estatut d’Autonomia) no atentaba contra el núcleo de poder oligárquico español constituido durante el franquismo (y que tiene su origen en la fundación del Estado liberal español).

La Batalla de València, que tuvo lugar desde mediados de los 70 hasta principios de los 80 (con especial intensidad en la ciudad de València), es seguramente la disputa política reciente que permite entender los elementos identitarios de la valencianidad: lengua, bandera, territorio y referencias míticas. Se contrapuso el valenciano al catalán, la actual señera (bandera oficial desde la entrada en vigor del Estatut d’Autonomia en 1982) a la quadribarrada y la denominación Comunidad Valenciana a País Valencià. La pérdida de la Batalla de València supuso la implantación y naturalización de ciertos símbolos, como la bandera, y la posterior identificación del valencianismo con el blaverismo y del valencianismo de izquierdas con el catalanismo, generando así una identidad anticatalanista que se mostró muy agresiva durante las siguientes décadas.

Para entender este conflicto político hay que entender el papel de los intelectuales colectivos, es decir, las cabeceras de los principales periódicos, en concreto, el de Las Provincias y su subdirectora Maria Consol Reyna, que fueron decisivos a la hora de ofrecer cobertura mediática e impulsar el conflicto pues, “a través de Las Provincias se persiguió y sancionó todos los intentos de enderezamiento nacional del País Valencià; alimentó y legitimó los sectores más ultraderechistas y violentos del españolismo y el anticatalanismo; y alimentó un folklore vacío”1.

Esta división ubicó al valencianismo de izquierdas en la subalternidad política y, en muchos casos, con una narrativa fusteriana-independentista que trazaba una línea recta desde el exterminio de Xàtiva por parte de Felipe V hasta el proyecto dels Països Catalans. Del mismo modo que el sociólogo boliviano René Zavaleta (1986: 10) señalaba que la crisis de 1952 en Bolivia era un momento constitutivo que explicaba el resto de la historia boliviana, para nuestro caso, la Batalla de València explica el desarrollo posterior de los sujetos clasistas que “no hacen después sino reproducir las condiciones de su actuación en aquel momento crucial”, en este caso en clave cultural.

Así, el fantasma del catalanismo fue (y es) utilizado por el PP, y ahora también por Ciudadanos y por Vox, para plantear la frontera lingüística y cultural como la división fundamental de la sociedad. Es más, y en esto la derecha valenciana es indistinguible de la española, esta frontera se construía (y se construye) sobre la negación de la valencianidad del adversario, lo cual suponía no solo la partición del país en dos, sino la negación de cualquier otra identidad valenciana legítima. La aplicación de políticas anticatalanistas durante el gobierno del PP se evidencia, por ejemplo, con las multas impuestas por la Generalitat a Acció Cultural del País Valencià (ACPV) por la emisión de TV3 hasta que la asociación se vio obligada a dejar de emitir en el PV por imposibilidad de hacerse cargo de las multas. El PP consiguió ubicarse como el partido que había conseguido un “renacimiento de la valencianidad” que, como veremos más adelante, vinculado a la ciudad ‘marca’ de València, a las grandes construcciones y a la oligarquía económica, realizó una destrucción creativa del territorio y sembró unas condiciones político-culturales ineludibles para cualquier actor que se pretenda (contra)hegemónico.

El intrusismo partidista que hizo el PP con la fiesta popular fallera, es un buen ejemplo de a qué nos estamos refiriendo. Una fiesta que nació como tradición pagana que servía para ahuyentar los malos augurios, pasó a convertirse en una representación mítica del proyecto oligárquico, permitiendo hacer pasar un proyecto particular de país como el único proyecto posible para el mismo. Si bien el Govern del Botànic puso fin al gobierno del PP, quien durante décadas han convertido el valenciano en una lengua minorizada, las comarcas del sur, de tradición castellanohablantes, se ubican, y en estas elecciones autonómicas así lo hemos visto, más cercanas al campo conservador que al campo progresista. Esto significa que, pese a que el intento del PP, Ciudadanos y Vox de volver a la visión excluyente de la identidad valenciana no ha dado resultado, existen indicios de que la fractura lingüístico-territorial configura unas precondiciones políticas desfavorables a la hora de utilizar la lengua como el denominador común principal. Como indican los recientes artículos del semanario El Temps, el mal resultado de Compromís en las últimas elecciones del 28A está vinculado con que “hi ha una part del País Valencià que s’hi sent exclòs i no compra, electoralment parlant, aquest discurs [valencianista]”2.

El propio Amadeu Mezquida, desde el think thank Fundació Nexe, vinculado al partido valencianista Compromís, reconocía que el País Valencià sufría una importante pérdida de su identidad nacional propia, y que fruto de la integración subordinada en forma de regionalismo de la valencianidad de la mano del Partido Popular, hoy “la fotografia identitària dels valencians és semblant a la d’un territori de matriu castellana” (Mezquida, 2015: 64). Esto no supone, por parte de un proyecto nacional-popular, la renuncia a la implementación de políticas públicas encaminadas a proteger y salvaguardar el valenciano, sino que, debido a la sedimentación política y cultural que surge de los años 70 y se prolonga hasta la actualidad, el factor lingüístico tiene dificultades para configurarse como el agregador principal a la hora de trazar una frontera favorable al campo popular. Si bien es imprescindible para conseguir la igualdad intercultural (y así se ha empezado a notar en el Govern del Botànic), proponerlo como el dispositivo afectivo principal que guíe el conjunto de la acción política supondría abonar un terreno idóneo para el crecimiento del blaverismo. En este sentido, un proyecto nacional-popular en el País Valencià debe hacerse cargo de la tarea de normalizar el valenciano para al conjunto de la sociedad, pero para ello deberá integrar en su seno a otros sujetos sociales y atender un conjunto de demandas más amplio, si aspira a configurarse como un proyecto hegemónico.

El bloque histórico oligárquico en el País Valencià: neoliberalismo

Rastrear las condiciones de posibilidad de un proyecto nacional-popular, requiere interrogarse por las formas de dominio del bloque histórico que pretendemos derrotar. Para ello nos proponemos analizar cuáles fueron los ejes que alteraron la composición social sobre los que se sostuvo el dominio ininterrumpido durante 25 años del PP. Desde varios estudios (Romero, et al., 2015; Cuco et al., 2013) se ha señalado la especial agresividad que tuvo el neoliberalismo en València, representado por unas élites políticas y económicas que llevaron al extremo las políticas que iniciaron Reagan y Thatcher. Este neoliberalismo actuó como una argamasa que proporcionó un proyecto y una idea concreta de la política al bloque histórico que se configuraba en el resto de España. Si Gramsci (Portelli, 1977) señalaba que para el estudio del bloque histórico había que tener en cuenta los factores “estructurales” y “superestructurales”, debemos explicar que, en el caso valenciano, el pilar de las cuestiones económico-sociales fue sin duda la liberalización del suelo, esto es, la declaración de todo el suelo no protegido como urbanizable. Este modelo sustituyó al modelo industrialista que se desmanteló durante la década de los 70 y los 80.

A este respecto, evidenciamos dos claves, una estatal y otra regional: la estatal hace referencia a la Ley del Suelo de 1998 y vigente hasta 2007, que ahondó en la gestión empresarial del suelo urbano del capitalismo inmobiliario; la regional, por su parte, hace referencia a la Ley 6/1994, de la Generalitat Valenciana, que permitía la iniciativa de los desarrollos urbanísticos a los promotores inmobiliarios. Así, la cuestión urbana jugó un papel fundamental a la hora de mantener el bloque unido. Estos elementos, se acompañaron de una destrucción neoliberal de las identificaciones construidas entorno al trabajo, mediante la precariedad, la flexibilidad y la movilidad como atributos hegemónicos de la fuerza trabajo.

En esta destrucción creativa neoliberal se encuentran las grandes construcciones y la identificación de las ciudades (concretamente València) como ciudades ‘marca’. Así, el circuito de Fórmula 1, la Ciutat de les Arts i les Ciències, el Palau de Congresos y el Mundial de Vela, entre los megaproyectos más relevantes de esa época, servían para proyectar una imagen atractiva para la inversión en el conjunto del territorio valenciano. Es la imagen de la ciudad neoliberal que, desprovista de motores económicos productivos por la desindustrialización y la deslocalización, pasa a venderse como un producto más que compite por atraer capital financiero y, para ello, es necesario proyectar una imagen espectacularizada de la ciudad. Estas cuestiones, lejos de entenderse como meros “datos objetivos”, actuaron como materias primas de un proyecto político en tanto que se vincularon con un conjunto de imágenes y representaciones que son las que permiten a un grupo dominante coordinarse concretamente con los intereses generales de los grupos subordinados, como recordaba Gramsci (2013).

Por último, para ubicar quienes fueron los intelectuales colectivos que vincularon orgánicamente ambas cuestiones (la cuestión económico-social y la ético-política) debemos distinguir dos marcos culturales de referencia, uno estrictamente valenciano y otro nacional-estatal. El marco valenciano lo construían Canal 9 y el diario Las Provincias, y para el caso alicantino, La Verdad y La Información. El centro neurálgico de dicho proyecto era el PP valenciano y la red de corrupción que se desarrolló a su alrededor y sirvió de pegamento entre el poder político y el económico. El marco cultural nacional-estatal hace referencia a los diferentes dispositivos afectivos que operaron en el conjunto del territorio español y que marcaban el rumbo “positivo”, “progresista” o “modernizante” que estaba tomando el país. Dicho rumbo incluía, claro está, el concreto desarrollo económico que entró en crisis en 2008. El intelectual colectivo por excelencia, en clave nacional, es el diario El País, quien fue capaz de marcar el rumbo del conjunto de la sociedad. Las radios nacionales (COPE, OndaCero, Radio 9) también tuvieron un papel destacado no solo para traducir dicho proyecto particular en proyecto de país, sino para tensarlo y estirarlo hacia una posición u otra.

1 Muñoz, T. (2018) “Cuando nos querían robar la paella”. En El Salto. Disponible en https://www.elsaltodiario.com/9-doctubre/cuando-nos-querian-robar-la-paella

2 Tena, V. (2019) “Compromís: en la pista d’enlairament o d’aterratge?” En El Temps. Disponible en https://www.eltemps.cat/article/7185/compromis-en-la-pista-denlairament-o-daterratge

Bibliografía
Cucó, J., et al. (2013) La ciudad pervertida. Una mirada sobre la Valencia global. Antrophos.
Gramsci, A. (2013) Antología. Akal Ediciones. S. A.
Mezquida, A. (2015) El valencianisme enfront d’Espanya. Una anàlisi estratègica. Fundació Nexe.
Portelli, H. (1977) Gramsci y el bloque histórico. Siglo XXI Editores, S. A.
Romero, J., et al. (2015) “El giro neoliberal de las políticas para la ciudad en España. Balance a partir de los ejemplos de Madrid y Valencia”. Boletín de la Asociación de Geógrafos Españoles. Nº. 69, págs. 369-386.
Zavaleta, R. (1986) Lo nacional-popular en Bolivia. Siglo XXI Editores, S. A.