Por Antxon Arizaleta y Chema Meseguer

Todo éxito viene inevitablemente acompañado por críticas y está bien que así sea. Las críticas, tomadas de manera constructiva, fomentan la fortaleza del objeto en ascenso. Por una parte, aquellas capaces de señalar brechas o debilidades del criticado pueden ser reconducidas a un intento de subsanar tal debilidad, lo que deriva en el fortalecimiento. Y, por otra parte, aquellas que no son más que críticas resultado de la impotencia de aquellas opciones cuyas posibilidades quedan disminuidas ante el ascenso de un competidor más capaz, permiten la oportunidad de desmontarlas y, de esa manera, establecer también más claramente la sana diferencia de opciones, así como la fortaleza y el porqué del éxito de la opción en ascenso. En este sentido, la adaptación española del Green New Deal, el proyecto de transición ecológica basada en la redistribución de la riqueza y la garantía de la justicia social, ha sido objeto de críticas desde sectores muy distintos que dan cuenta de su éxito.

Una de las más comunes está siendo la realizada por aquellos que achacan al nuevo proyecto la irresponsabilidad de un supuesto olvido de la importancia de la estructura económica capitalista. En esta línea, hay artículos muy bien formulados y que fomentan el sano debate de ideas, como, entre otros, el de Esteban Hernández para El Confidencial hace unos días, titulado “La reconversión de la izquierda en progresismo: el ‘Fake Green New Deal”. Con voluntad de participar en ese constructivo intercambio de ideas que no puede sino resultar en una mayor capacidad transformadora para nuestro país, nos proponemos intervenir en el mismo centrándonos en uno de ellos a modo de ejemplo. El elegido en este caso es el de Hernández.

Tomar en serio el capitalismo sin caer en el inmovilismo

En primer lugar, nos parece que la argumentación de la crítica que realiza Hernández se sostiene en buena medida sobre una distinción que nos parece errónea, basada en una concepción tergiversada de la teoría del discurso. El autor establece una distinción entre discurso y realidad, a partir de la cual denuncia un excesivo privilegio del primero y un olvido del segundo, lo que él viene a llamar el “ahí afuera”. Pero esta diferenciación entre discurso y realidad es, en verdad, una trampa. Puede tener algún sentido a la hora de facilitar la labor analítica en ciertas investigaciones, pero lo que establece la teoría del discurso es que no se puede comprender una sin la otra, que se generan de manera interrelacionada y no como dos capas claramente distinguidas. No podemos entender las condiciones materiales sin los discursos, símbolos y relatos a través de los cuales las concebimos, y de igual manera, no se puede establecer ningún tipo de discurso que no se base en el sentido común establecido y en la realidad material que éste estructura y en el que se basa, recíprocamente.

En segundo lugar, la crítica a Íñigo Errejón sobre la incapacidad o limitación de actuación frente a estructuras capitalistas, no sólo es comprensible, sino que es recomendable. Pero hay que tener en cuenta que es tan peligroso el idealismo utópico como el nihilista desencanto, pues ambos conducen inevitablemente al inmovilismo, el uno por frustración y el otro por resignación. Hace poco, en la presentación del último libro de José Luis Villacañas en La Central de Callao, el propio Errejón asumía explícitamente que sería un tremendo error minusvalorar la fuerza de las relaciones capitalistas por criticar al economicismo. Es decir, debemos ser capaces de entender que la realidad no está completamente determinada por las estructuras económicas, sin por ello despreciar la capacidad condicionante de las mismas, que es abrumadora. En este sentido, Ernesto Laclau explica en “Nuevas reflexiones sobre la revolución de nuestro tiempo” cómo la capacidad de los agentes sociales de intervenir y transformar las estructuras está directamente ligada a una mayor dislocación de las mismas, esto es, al colapso o cuestionamiento del funcionamiento u orientación de la estructura. Creemos que no hace falta aclarar de qué manera la crisis ecológica provoca una dislocación gravísima en la manera que tenemos de organizar nuestras sociedades, ampliando así el margen de acción posible sobre estructuras que, en tiempos más estables, serían más difíciles de horadar.

De esta manera, el reclamo constante de la necesidad de no olvidar las estructuras capitalistas tiene una buena razón de ser, pero, al mismo tiempo, hemos de apuntar necesariamente que, lejos de ser olvidado, el potencial del capitalismo extractivista y neoliberal es lo que provoca la reflexión que gira en torno al Green New Deal, por lo que el olvido de su capacidad destructora, integradora y de auto-fortalecimiento parece poco probable. Los autores de este tipo de críticas parecen empeñados en asumir que, frente al ejemplo del New Deal que sí lo hizo, el Green New Deal no está dispuesto a acometer reformas profundas o romper con la lógica de mercado, asumiendo que este ecologismo supone una pose más de las identiy politics. Quien hace esta crítica no parece darse cuenta que lo que se propone es algo muy distinto al ecologismo liberal que ha dominado la corriente en las últimas décadas. Está claro que no hay que olvidar las estructuras capitalistas, pero lo que hay que entender es que la estrategia discursiva, lejos de olvidarse de ellas, es precisamente un intento innovador de subvertirlas desde dentro, que deja atrás la clásica estrategia de apelar al desvelamiento de la verdad.

Es en esta línea que creemos que no tiene sentido la crítica que Hernández realiza cuando dice que hay que hacer menos hincapié en el “Green” y más en el “Deal”, pues asumimos que ambos tienen que ir necesariamente de la mano, porque precisamente el “Green” sirve para surfear una ola muy extendida en la sociedad a través de la cual poder introducir el “Deal”. Es una manera de aprovecharse de la misma capacidad integradora del capitalismo para intentar subvertirlo desde su interior, en vez de rechazar toda propuesta que no pase por la ruptura total, así como la denuncia absoluta y sin cesiones de las miserables condiciones de existencia que el capitalismo produce. Creemos que esta segunda postura lleva al inmovilismo, y que la primera conlleva una clara conciencia del peligro que las relaciones capitalistas suponen, así como de la dificultad de combatirlas.

Los autores del libro “Qué hacer en caso de incendio”, Héctor Tejero y Emilio Santiago, en una reciente entrevista para La Marea, lo dejan muy claro. El proyecto ecologista es insuficiente si no se acompaña «de una serie de reformas estructurales, muy intensas y cortas en el tiempo». Pero, matiza, «no es un juego de todo o nada», es decir, hay que ir paso a paso y buscar las maneras de realizar esas transformaciones siendo conscientes del potencial neoliberal, en vez de confiar absolutamente a un todo o nada que ve una traición en todo aquello que no pase por una ruptura absoluta con el capitalismo, cosa que es, sencillamente, imposible. La conciencia de esta imposibilidad denota, precisamente, la clara conciencia de la fuerza de las estructuras económicas frente a los que solo confían en una destrucción total de las mismas, que son quienes realmente las minusvaloran. Tomar en serio el capitalismo es saber que la lucha contra la desigualdad y la crisis climática no puede reducirse a una cuestión de todo o nada.

(Re)Construir comunidad para combatir la crisis climática y económica

Podríamos pensar que detrás del éxito del Green New Deal en Estados Unidos, liderado por Alexandria Ocasio-Cortez, la joven congresista convertida en “rockstar” de la política norteamericana en los últimos meses y principal resorte de oposición a Donald Trump ―hay quien lamenta que, por su corta edad, 29 años, no pueda ser candidata a las presidenciales de 2020―, se encuentra un fuerte deseo entre la población de dar una salida igualitaria y justa a la crisis climática que vive nuestro planeta. Pero, aunque la existencia de ese deseo, no necesariamente mayoritario, sea innegable, no debemos olvidar otro factor de gran importancia.

La elección del nombre de Green New Deal es, obviamente, una remembranza del plan económico y social que el gobierno de Franklin Delano Roosevelt llevara a cabo en el Estados Unidos posterior a la Gran Depresión, el New Deal. A pesar de las discusiones entre diferentes tendencias político-económicas sobre los éxitos o los fracasos de aquellas políticas intervencionistas y dinamizadoras, la huella que dejó en la sociedad norteamericana es imborrable. La democratización de la vida en común en base a la redistribución de la riqueza y la inclusión de los cualquiera en el día a día cultural y político, fue razón de un orgullo patriótico que se conserva hasta nuestros días.

La incontestable pérdida de su posición de supremacía global ha provocado entre los norteamericanos un deseo de devolver al país a su mejor momento, de ahí el “Make America Great Again” de Trump. Y como el sentimiento nacional en EE.UU no es patrimonio único de las fuerzas reaccionarias, el movimiento de esa nueva izquierda surgida bajo el nombre de Justice Democrats y al amparo de la Political Revolution de Bernie Sanders, es de una brillante inteligencia estratégica. ¿Qué símbolo nacional y popular puede ser más fuerte que aquel plan que trajo justicia social e independencia económica al pueblo norteamericano y convirtió al país en potencia hegemónica a nivel global en la posguerra? Ahí reside el principal factor de éxito del GND, en la articulación entre los deseos de reducir la desigualdad a la vez que se lucha contra una crisis que amenaza nuestra existencia y los símbolos culturales que le son propios a ese pueblo por construir.

Entonces, ¿Cómo podría llevarse a cabo esa articulación en España? Un informe del Banco Europeo de Inversiones daba a conocer que el 87% de los españoles muestra preocupación por el cambio climático y que un 70% lo considera una amenaza inmediata para la humanidad. Es decir, es una realidad que hay una mayoría muy amplia de ciudadanos de nuestro país que cree en la necesidad de apostar por políticas ecologistas. A ello habría que sumarle el amplio grado de consenso que, pese a todo, aún suman en España las políticas de expansión y defensa del Estado del bienestar. Es evidente por lo tanto que la potencialidad política de un nuevo acuerdo social o nacional que nos permita hacer de este un país más justo mientras hacemos frente a la emergencia climática, es inmensa. Pero ya sabemos, por experiencias pasadas, que el simple apoyo a la necesidad de determinadas medidas no es condición suficiente para la construcción de mayorías políticas. Es necesario un pegamento que aúne las diferentes voluntades e intereses y las cemente en torno a una dirección común.

El nuestro es un país de gran tradición familiar, en el que la voluntad de cuidar de los nuestros siempre ha ido más allá del núcleo familiar básico. A esa voluntad de cuidarnos los unos a los otros y no abandonarnos a las lógicas del “sálvese quien pueda” neoliberal, es a lo que llamamos comunidad. Esto ha tenido como consecuencia una gran dificultad para el enraizamiento del individualismo en nuestra sociedad que, aún así, ha terminado abriéndose paso. Esa “comunidad” se ha resquebrajado en las últimas décadas y nos ha dejado más solos y más aislados. Pero no creemos que el avance aplastante de las lógicas de mercado sea irreparable. Esa voluntad comunitaria sigue existiendo en nuestro pueblo, y ha de ser el centro en torno al que se aglutine cualquier proyecto emancipador para nuestro país. Los símbolos o vínculos comunes no tienen por qué ser siempre grandes acontecimientos que despierten nuestro orgullo patriótico, sino que en ocasiones algo que puede parecer tan simple como esa tradición popular en los pueblos o barrios de nuestra tierra consistente en que, si alguien lo está pasando mal, se le ayuda, puede constituir una fuerza incluso más fuerte que ganar una batalla a un enemigo invasor. Dice Íñigo Errejón en el prólogo del libro de Tejero y Santiago que «la tarea de reconstruir la comunidad es la de reconstruir los vínculos entre nosotros y de responsabilidad y cariño con la Tierra». No estamos hablando por tanto de cuestiones culturales que le son extrañas a nuestros compatriotas, sino de elementos que están inscritos en lo más profundo de nuestro ADN como pueblo.

Pensamos, en definitiva, que es esa costumbre comunitaria, que aún resiste, el material que debe cementar las diferentes voluntades dispersas, con las luchas ecologista y feminista como puntas de lanza de un proyecto transversal, modernizador y que dé una respuesta en clave de igualdad al reto ecológico, así como a la transición energética y tecnológica que nuestro país necesita. Luchar contra la crisis climática y contra la desigualdad no puede ser sino parte de un mismo proyecto.